La educación asume retos cada vez más complejos, más allá de los cambios de urgencia que se han producido por la pandemia y el aumento de las vulnerabilidades de toda la comunidad educativa. Al plantearnos el futuro de la educación, debemos tener claros los retos del presente.
No solo ha cambiado la sociedad, el entorno, la forma de organizar las aulas, las diferentes etapas académicas y las formas de guardar y acceder a la información: el papel del maestro, cómo es percibido en el barrio, pueblo, o en la sociedad en general, ha sufrido una transformación profunda.
Primer reto: alcanzar la autoridad
La autoridad del maestro ya no viene dada por el hecho de ser el maestro. Hace años, cuando el acceso a la educación no era universal, ciertas profesiones tenían un reconocimiento por el saber cultural que podían conllevar y el conocimiento que certificaba su profesión. Las personas con esas profesiones eran personas singulares de cada pueblo o barrio: el maestro, el sacerdote, el abogado, el del banco… en su mayoría hombres.
Los cambios sociales, la incorporación de la mujer al mercado laboral, la introducción y exponencial incremento del uso de las nuevas tecnologías en educación y la extensión del uso de internet, entre otros factores, han ido provocando cambios en el perfil de la figura del maestro, siendo actualmente en su mayoría mujeres en infantil y primaria.
Cambio de relación
Estos cambios han provocado también modificaciones en la relación entre el maestro y la familia y los alumnos, porque también ha generado cambios en las estructuras de relación de la institución educativa y la familiar. El acceso a la educación de los actuales padres, entre muchos otros factores sociales, contribuye a una necesaria corresponsabilidad de los aprendizajes de los niños y jóvenes.
La posición de autoridad del maestro, aunque siga siendo regulada por un marco normativo que la ampara, precisa ahora ser reconocida por los alumnos y consentida por ellos así como por sus familiares; ello implica no confundir la autoridad con el poder.
Mediador y orientador
El maestro necesita conllevar el ser mediador cultural, con el respeto y el acompañamiento. Debe ser consciente en todo momento de cómo la orientación y la tutoría suponen aspectos transversales a cualquiera de las materias que estén impartiendo. Debe saber generar la autonomía completa del alumno a través del conocimiento, y también transmitir el saber vivir en sociedad, compartiendo normas.
En contraposición a una docencia transmisora de conocimientos centrada en las explicaciones magistrales, acostumbramos a hablar de que el alumno es la parte activa del aprendizaje. Pero se hace necesario huir de este falso dilema.
Segundo reto: transmitir responsabilidad y convivencia
Lo verdaderamente importante es la relación que se establece entre el profesor y el alumno y la relación de ambos con la cultura y el saber. Cual vértices de un triángulo, alumno, docente y saber interaccionan entre sí. Esto es lo que genera el verdadero aprendizaje, que supone convertir los alumnos en adultos autónomos y que sepan convivir en sociedad.
La relación maestro–alumno debe contribuir a la construcción de personas flexibles, abiertas y críticas. También debe situar la responsabilidad de los aprendizajes en los alumnos: los docentes deben ser capaces de crear situaciones y condiciones que favorezcan estos aprendizajes.
Tercer reto: participación
La situación actual nos dibuja un docente que precisará una gran flexibilidad y empatía para poder hacer frente a una complejidad cada vez mayor. Se trabaja con ratios altas de alumnos, incluyendo todas las diversidades, las desigualdades y las grandes dificultades.
Es preciso priorizar el desarrollo competencial, entender el acceso al conocimiento como algo universal y libre, y poderlo hacer en colaboración y cooperación no sólo con otros profesionales de la educación sino también teniendo en cuenta el papel de la familia, de otros profesionales, y escuchando la voz del propio alumno.
Cuarto reto: tecnologías
El microcosmos de la escuela no puede dar la espalda a una sociedad donde las redes sociales, las aplicaciones móvil, y otras muchas herramientas tecnológicas cada vez tienen más presencia.
Por ello, en este, como en otros temas, será necesario ir un paso por delante de las demandas de la sociedad, contribuyendo a la formación digital docente y al desarrollo competencial del alumnado en esta área. Debemos combinar la inmersión en estas tecnologías y redes con el aprendizaje de su uso responsable.
De hecho, su uso educativo ha ayudado a implementar metodologías colaborativas en los alumnos y favorecen un mejor clima de participación.
Pero habrá que tener en cuenta que los denominados nativos digitales no acceden de forma crítica a estas herramientas. Los docentes necesitan actualizar sus conocimientos de manera permanente y estar atentos a los alumnos que no tienen el mismo acceso a las tecnologías para evitar su marginación.
Último reto: inclusión
La escuela del futuro será inclusiva o no será. Una educación que en el presente ya contempla las diversidades debe seguir caminando hacia la verdadera inclusión, más allá incluso de la integración.
Tendrá que incluir las desigualdades, las grandes dificultades, generar metodologías que favorezcan el aprendizaje en diversas modalidades, esforzarse por convertir los centros educativos en espacios seguros y de protección para todo el alumnado y que garanticen el máximo desarrollo de todos sus miembros.
Sylvie Pérez Lima es psicopedagoga. Profesora asociada, UOC - Universitat Oberta de Catalunya
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