Los pagos digitales atraen un creciente interés con números sorprendentes, como lo demuestra la reciente valuación del procesador de pagos estadounidense Stripe en 95.000 millones de dólares. ¿Por qué tanto entusiasmo?, ¿por qué ahora?
Uno de los motivos es simple: los pagos digitales permiten que los compradores paguen a los vendedores sin necesidad de intercambiar moneda física. Aunque es una tecnología disponible desde hace mucho tiempo, finalmente se está tornando más fácil de usar en los pagos minoristas de poco valor.
Además, la pandemia aceleró la adopción de los pagos digitales porque la gente comenzó a usar el comercio electrónico, y trató de evitar los billetes y monedas en sus compras habituales.
Los pagos digitales también generan datos en tiempo real sobre las operaciones de los vendedores, cuándo ocurren los flujos de fondos y los hábitos de compra de los consumidores. Esto permite a los proveedores de pagos ofrecer créditos, ahorros, gestión patrimonial, cobros, seguros y otros servicios financieros.
Aunque alguna vez fue el crédito la manera de atraer clientes y ofrecer una colección de servicios financieros, es posible que los pagos sean un canal más seguro para lograr ese tipo de ventas adicionales.
Pero un proveedor que solo gestiona una fracción de los pagos de un cliente solo cuenta con una visión parcial de su comportamiento. Los proveedores de pagos, por lo tanto, ambicionan controlar todos los medios de pago: cuentas bancarias, monederos digitales, tarjetas de crédito, criptomonedas, etc. Y las plataformas de comercio electrónico y redes sociales desean avanzar un paso más y combinar sus poderosos motores de recopilación de datos con los pagos.
Con un conocimiento casi absoluto del comportamiento de los usuarios, los proveedores pueden atender a todas las necesidades de los clientes (en forma directa o a través de sus socios) y asegurarse de que continúen con ellos en el largo plazo, porque el costo de buscar servicios similares con otros proveedores será excesivo.
Este vínculo no tiene por qué ser solo de explotación: un comercio que emplea a un proveedor para un amplio conjunto de servicios puede recibir más ofertas de crédito, porque es menos probable que se arriesgue a perder esos servicios debido a un incumplimiento.
También se generó mucho revuelo por las criptomonedas (que solo son una de las formas de pago digital y suelen requerir un intercambio inicial de moneda fiduciaria, como el dólar estadounidense, para comprarlas). Una criptomoneda como bitcóin ofrece beneficios patentes como medio de pago porque, a diferencia de las monedas fiduciarias, no corre el riesgo de pérdida de valor por exceso de emisión (ya que su oferta es fija) y permite una verificación descentralizada de los pagos que elimina la necesidad de confiar en las otras partes involucradas y en el gobierno o los reguladores.
Pero hay barreras al uso del bitcóin: su valor no es gestionado por un Banco Central, por lo que puede fluctuar violentamente; las empresas, excepto aquellas dirigidas por creyentes fervientes, prefieren no mantener monedas cuyo valor puede fluctuar un 10 % a diario; y las transacciones en bitcoines son caras e ineficientes, debido a su proceso de verificación descentralizado.
Según algunas estimaciones, el consumo anual de electricidad necesario para verificar las transacciones en bitcoines supera al de un país de tamaño mediano. Cuesta imaginar que un proceso tan perjudicial para el medio ambiente vaya a ser tolerado indefinidamente.
Otras criptomonedas tienen un valor fijo, porque están atadas a monedas como el dólar y respaldadas en su totalidad por reservas en efectivo. Es más fácil usar esas "criptomonedas estables" para los pagos, pero, al igual que otros medios de cambio tradicionales, dependen de los (molestos) reguladores. Aunque algunas criptomonedas estables ensayaron métodos de verificación de pago diferentes al del bitcóin, ninguna logró convertirse en la nueva «aplicación estrella».
Las criptomonedas son, entonces, algo en lo que aún se está trabajando. Por su diseño, el bitcóin soluciona la falta de confianza en las monedas fiduciarias, los bancos centrales y los gobiernos, pero —más allá de las comunidades paranoicas, delictivas y terroristas— esa no es una preocupación muy difundida.
Esto podría cambiar si más personas se convencen de que los bancos centrales pretenden devaluar las monedas fiduciarias, o si el mundo se divide en bloques liderados por Estados Unidos y China que desconfían de la moneda o los sistemas de pago ajenos a ellos.
Una criptomoneda centrada en reducir los costos de transacción en situaciones de pago difíciles, como los intercambios de montos bajos o transfronterizos, tendría una utilidad más inmediata. Por ejemplo, un lector voraz, pero ecléctico, podría hacer micropagos por cada artículo que lee en línea, sin tener que suscribirse a un montón de publicaciones costosas.
También son prometedoras las propuestas de contratos inteligentes que proporcionarían pagos automáticos cuando se cumple una condición verificable (eliminando así la necesidad de confiar en humanos).
En cualquier caso, el surgimiento de un proveedor dominante de pagos digitales, criptomonedas o algún otro producto o servicio crearía importantes dilemas en cuanto a las políticas públicas (por ejemplo, si se le pudiera confiar la obtención de datos sobre los clientes y su gestión).
Debido a los antecedentes de Facebook de problemas en la gestión de datos y la privacidad, la criptomoneda estable que propuso (Libra, rebautizada luego como Diem) fue recibida con escepticismo por los reguladores financieros. Por su parte, Europa hizo un primer intento para regular el uso de los datos con el Reglamento General de Protección de Datos, pero habrá que ajustar esa ley para tener en cuenta los avances en la esfera de los pagos digitales.
Un problema relacionado tiene que ver con las leyes antimonopolio. ¿Tendría un poder de mercado excesivo un proveedor de pagos que se ocupe de todos los servicios comerciales, entre ellos el comercio electrónico y la logística?
Las recientes tensiones entre los reguladores chinos y Ant Group están en alguna medida relacionadas con el temor a que las plataformas de comercio electrónico como Alibaba (la empresa controlante de Ant) esté aprovechando su poder de mercado —ampliado a través de los pagos— para limitar la competencia.
Una solución en este caso sería la creación de puentes públicos de pago, como la Interfaz Unificada de Pagos de la India (donde los servicios clave de pago están disponibles para todos quienes quieran usarlos y no son controlados por una entidad privada única).
Pero es posible que la mayor preocupación de los reguladores sea el riesgo sistémico: cuando uno o dos proveedores dominan todos los pagos digitales minoristas de un país, el comercio podría quedar devastado si algo sale mal. Los avances en criptografía (gracias a la computación cuántica) pueden trastocar los esquemas existentes de verificación digital y los puentes públicos, aunque aumentan la competencia, pueden concentrar el riesgo. La única solución es contar con múltiples proveedores, múltiples puentes y múltiples tecnologías en la esfera de pagos.
Los bancos centrales están evaluando si les conviene participar en el ámbito de los pagos digitales, temen perder el control sobre los pagos si el efectivo físico se torna redundante, que el sector privado cometa errores o que otros bancos centrales les ganen de mano.
Las monedas digitales de los bancos centrales garantizarían la presencia estatal en los pagos, pero también en este caso se concentrarían los datos y el riesgo, y podrían plantearse dificultades para la viabilidad de los pagos digitales privados. Pero ese es tema para otro (mi próximo) comentario.
Raghuram G. Rajan, exdirector del Banco de la Reserva de la India, es profesor de Finanzas en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago. Su último libro es The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind (El tercer pilar: cómo se olvidan los mercados y el estado de la comunidad).
© Project Syndicate 1995–2021.