En agosto de 2022, cuando falleció mi tía abuela, quedaron en su casa los remedios que ella tomaba. Montañas de pastillas, inhaladores, inyectables, jarabes de una mujer de casi 90 años que asistía regularmente al médico. Paralelamente, en la casa de mi familia contábamos con varios medicamentos vencidos. Sabíamos que no podían ir a la basura, porque podía ser peligroso para la gente que la revisa o que la recoge. Tampoco era una opción desecharlos por el inodoro porque nos imaginábamos que contaminarían las napas de agua. Pero, entonces, ¿cómo tirarlos?
“Tenemos muchas personas que vienen a la cátedra a consultar. Sobre todo, gente con parientes que necesitaban insulina y, al fallecer, la dejan y no saben qué hacer con ella. No quieren tirarla a la basura porque alguien se podría lastimar con las agujas”, cuentan Sara María Amaní y María Inés Ribó, ambas farmacéuticas y docentes universitarias en la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
En el 2017, Amaní y Ribó empezaron a desarrollar proyectos que resolvieran el problema de las personas que tienen en sus casas medicamentos vencidos o en desuso y no saben cómo descartarlos correctamente. Esa inquietud se convirtió en Ecofarmaconciencia y Por la Salud Ambiental, dos proyectos que trabajan como uno con el objetivo de eliminar los medicamentos vencidos y en desuso de origen domiciliario sin generar contaminación ambiental. “El farmacéutico es responsable desde la fabricación hasta el descarte del fármaco”, es la premisa de las docentes que buscan transmitir esa conciencia a sus estudiantes que trabajan como voluntarios en estos proyectos.
Aunque se trata de dos proyectos por cuestiones administrativas, en la práctica funcionan como uno solo: ambos se abocan a la eliminación, no “reciclado”, de medicamentos porque sus químicos son neutralizados y eliminados para que no dañen el ambiente, pero su método de tratamiento más utilizado los aísla (es decir que igual permanecen cientos de años hasta degradarse).
El método que utilizan es, fundamentalmente, el encapsulado —estipulado por la Ley de Residuos Peligrosos y la Organización Panamericana de la Salud (OPS)— que consiste en inmovilizar los productos farmacéuticos en un bloque sólido dentro de un tambor de plástico o acero. Sin embargo, este no es su destino final: al tratarse de proyectos interdisciplinarios en los que participan docentes y estudiantes de Educación Física y Arquitectura, estos bloques luego se convierten en ladrillos sanitarios.
Las iniciativas comenzaron sin ningún apoyo económico, pero desde 2017 son proyectos formales de voluntariado universitario y de extensión universitaria, es decir que reciben financiamiento estatal porque trasladan el trabajo que se hace dentro de la universidad al territorio y, así, generan vínculos sociales con la comunidad.
“Tenemos un punto fijo de recolección en la cátedra de Farmacognosia en la Facultad. Además, en fechas anunciadas tenemos puntos de recolección responsable en distintas plazas, trabajamos junto con la Municipalidad de San Miguel de Tucumán que nos ayuda en la difusión”, explican las directoras de estos proyectos. “En la última recolección responsable, que fue en diciembre del año pasado, se habrán acercado más de 200 personas, aunque no llevamos un registro exhaustivo de cuánta gente ha dejado sus medicamentos con nosotras”, agregan.
Por qué importa descartar bien los medicamentos
La preocupación por el descarte correcto de medicamentos vencidos o en desuso es global. La web de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (U.S. Food and Drug Administration) tiene información para los ciudadanos sobre cómo descartar los remedios que están en sus casas de manera adecuada. Mientras que la Organización Panamericana de la Salud (OPS), establece una serie de directivas para desechar correctamente medicamentos en general. El énfasis de la OPS está puesto en la importancia de eliminar correctamente los fármacos, sin importar si su origen es de hospitales o provienen de casas particulares.
En la Argentina, la Ley de Residuos Peligrosos regula el descarte de productos farmacéuticos, sin embargo, los residuos domiciliarios quedan excluidos en el artículo 2. “Hay un vacío en la ley porque solo regula los sistemas de salud como hospitales, centros de atención primaria, farmacias, pero no hay reglamentación para los medicamentos de los domicilios”, señala Amaní. Según el artículo 2: “Será considerado peligroso todo residuo que pueda causar daño, directa o indirectamente, a los seres vivos o contaminar el suelo, el agua, la atmósfera o el ambiente en general”.
En el 2009, Ivana María Bianchi, diputada del Frente de Justicia Unión y Libertad de San Luis, presentó en el Congreso un proyecto de ley que crea el Programa Nacional de Medicamentos Vencidos Domiciliarios. El proyecto propone que las farmacias cuenten con contenedores en los que las personas puedan depositar sus medicamentos en desuso o vencidos para que, luego, se realice la disposición adecuada de ellos. “Nos pusimos a estudiar qué se hacía en el mundo y qué se hacía aquí con este problema”, indican las farmacéuticas. “En Tucumán vimos que no se hacía nada”, añade Ribó.
“Los medicamentos domiciliarios que se desechan en la basura común, por el inodoro o en cualquier lugar son muchísimos”, afirma Ribó, aunque no existen estadísticas oficiales. Los que son arrojados a la basura quedan al alcance de cualquier persona que, sin que se lo hayan recetado, puede consumirlo, mientras que los que son arrojados por el inodoro pueden contaminar el ambiente y el agua de superficie, así como el suministro de agua potable.
“Se encontraron trazas de antibióticos en muchos ríos del mundo. Esa es una de las causas por las que algunas bacterias generan tolerancia a su remedio correspondiente, ahí es cuando surgen superbacterias, es decir, cepas más resistentes que las demás. Eso es una gran preocupación a nivel mundial”, explica Amaní. “Las trazas de anticonceptivos han provocado la feminización de los peces”, agrega. En la Argentina, se encontraron trazas de ibuprofeno, diclofenac, entre otros, en descargas de aguas residuales en acuíferos.
Fabricio Lorenzetti, uno de los arquitectos que integra los proyectos y que trabaja como docente en la Facultad de Arquitectura de la UNT, explica qué se hace con los medicamentos que recuperan: “Hay distintos tipos de ladrillos denominados ecológicos. En este caso, con los medicamentos, lo que se hace, es ponerlos en un molde y, luego, hacer un relleno de hormigón que los cubra. Este ladrillo no es bueno para construir, pero lo usamos como relleno en la construcción de equipamiento urbano, como bancos de plaza”.
“No se construye propiamente hablando, sino que funciona como algo alternativo. Como están encapsulados en el hormigón, estos químicos no son tóxicos para la salud humana y es mejor que queden dentro de un banco, aislados, antes de que lleguen a flujos de agua, intoxiquen animales y puedan perjudicar a los seres humanos. Es mejor que se los use como relleno antes que dejarlos a la intemperie”, refuerza.
De la recolección a la eliminación
El primer paso es la recolección, que se hace en el punto fijo o en jornadas de recolección en distintas plazas del municipio de la capital de Tucumán. Participan docentes y estudiantes voluntarios de distintas facultades. “Toda la medicación está acompañada, todo el tiempo, por una de las responsables del proyecto, Sara —Amaní— o yo”, destaca Ribó. Y remarca: “Eso no se deja nunca en manos de cualquiera”.
Cuando la recolección es en los puntos móviles, el segundo paso es el traslado al laboratorio en la Cátedra de Farmacognosia, que es el lugar en el que se tratan los fármacos. El tercer procedimiento es la segregación: se separan los envases de los medicamentos, el cartón, papel, plástico, vidrio, todo eso lo llevan los recicladores urbanos; mientras que el medicamento en sí queda en el laboratorio.
En cuarto lugar, se hace una clasificación en la que ya solo participan los estudiantes voluntarios de Farmacia y carreras afines. Los medicamentos son clasificados según sus componentes químicos, grado de peligrosidad, acción farmacológica. El objetivo es, también, que los estudiantes pongan en práctica los conocimientos que están adquiriendo en las materias que cursan. “Con esta clasificación, vamos a poder hacer la eliminación propiamente dicha”, explican las docentes.
“El 60 % de los medicamentos que recibimos los eliminamos por encapsulado, haciendo estos ladrillos. Otras veces, cuando la peligrosidad del medicamento es muy baja, podemos hacer soluciones muy diluidas que se descartan por la red sanitaria. Con diclofenaco y paracetamol hicimos hidrólisis básica y ácida porque somos universidad y tenemos los solventes necesarios, pero la verdad es que estos métodos generan residuos que también son una forma de contaminar el ambiente, lo mismo sucede con la incineración, así que nos decantamos por el encapsulado”, señala Ribó.
Los medicamentos que el proyecto recibe con más frecuencia son antibióticos —que tienen una alta peligrosidad—, analgésicos, anticonceptivos y vitaminas. “Queremos lograr una ordenanza municipal que regule el descarte de estos productos de origen domiciliario”, cierran las especialistas.
Cuando mi tía abuela murió, hubo que desarmar su casa, donar la ropa, los muebles, tomar decisiones sobre los objetos que había juntado toda su vida, en febrero de este año todavía nos quedaban montañas de remedios. Pensamos que podíamos ir a la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia y que ahí alguien nos podría orientar. Eso fue lo que hicimos. Así, recién varios meses después de que falleciera mi tía abuela, los remedios que acumuló durante más de 20 años pudieron descartarse adecuadamente en vez de irse por el inodoro.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre RED/ACCIÓN y Río Negro.