Las sociedades que se han vuelto social y políticamente frágiles por la desigualdad no están preparadas para enfrentar la crisis ambiental que está ya generando el cambio climático. Y a medida que las condiciones ecológicas continúan deteriorándose, deberíamos esperar presenciar una explosión de injusticias, nuevas y antiguas.
En los Idus de Marzo (el 15 de marzo), el día en que se esperaba que los antiguos romanos saldaran sus deudas, jóvenes en 60 países montaron una huelga para presionar a los líderes mundiales a que tomen medidas urgentes en materia de cambio climático.
Es una tragedia que las generaciones más jóvenes se vean obligadas a hablar en contra de la injusticia que sufrirán como resultado de decisiones tomadas por otros; sin embargo, al mismo tiempo, resulta profundamente tranquilizador ser testigos de su poder y su pasión en tanto intentan cambiar el curso de la historia.
Los temores por la injusticia intergeneracional de la crisis climática guardan relación con los temores sobre la desigualdad en el aquí y ahora. Siguiendo los pasos de su homónimo papal, Francisco de Asís (nombrado Santo Patrono de la Ecología en 1979), el Papa Francisco observó en su encíclica de mayo de 2015 que “No estamos enfrentados a dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino a una crisis compleja que es social y a la vez ambiental”.
Esto significa que hacer el cambio necesario hacia una economía ecológicamente sustentable no puede ignorar los desafíos que mucha gente ya enfrenta hoy.
Pero de la misma manera que los problemas del cambio climático y la desigualdad van de la mano, también las soluciones. Adoptar energía renovable, por ejemplo, también puede aportar enormes beneficios para la salud, crear empleos y mejorar otros indicadores de bienestar social. En verdad, según la Comisión Lancet, “ocuparse del cambio climático podría ser la mayor oportunidad para la salud global del siglo XXI”.
Como ya reconocen las generaciones más jóvenes, nuestros sistemas económicos ya no pueden basarse en la lógica de las compensaciones, y ahora deben seguir la lógica de la sinergia socio-ambiental. Afortunadamente, son cada vez más los responsables de las políticas que también están llegando a esta conclusión.
Consideremos las propuestas en Estados Unidos para un “Nuevo Trato Verde”, que está destinado a abordar la “injusticia sistémica” que genera las crisis ecológicas de hoy, que recaen principalmente en las “comunidades más expuestas y vulnerables”.
Las penurias y calamidades que estas poblaciones –que incluyen niños, gente mayor, pobres y muchas minorías étnicas- ya están sufriendo recaerán sobre todos nosotros si seguimos destruyendo nuestro hábitat de manera ciega y desenfrenada.
O consideremos una carta abierta reciente firmada por muchos de los principales economistas del mundo donde se reclaman “dividendos de carbono” del tipo que ha propuesto el economista James K. Boyce. Sin duda, una política de estas características ayudaría a reducir las emisiones de gases de tipo invernadero.
Pero sólo tendría éxito si incluyera medidas para garantizar que los más vulnerables no se vean afectados por la introducción de un precio del carbono. Supuestamente, las protestas recientes en Francia habrán servido de advertencia para los responsables de las políticas que consideren esta ruta. Las políticas ambientales también tienen que ser políticas sociales.
Un país que está haciendo un progreso notable en cuanto a la sinergia socio-ambiental es China. Ahora que la lucha del gobierno contra la contaminación ha comenzado a arrojar resultados, la gente en muchas partes del país ya goza de los beneficios de una mejor calidad del aire.
Según el Índice de Vida según la Calidad del Aire del Instituto de Políticas Energéticas, difundido recientemente, la exposición sostenida a material particulado en el aire puede resultar en una menor expectativa de vida para las comunidades afectadas. Sin embargo, al reducir la contaminación local, particularmente en las zonas urbanas, China no sólo está mejorando el bienestar de sus ciudadanos; también está reduciendo la contaminación por dióxido de carbono a nivel global.
Los responsables de las políticas en Europa también están formulando propuestas concretas para fomentar los objetivos de igualdad sostenible. Un informe de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo, por ejemplo, reconoce que “la desigualdad es una cuestión ambiental de la misma manera que la degradación ambiental también es una cuestión social”. En consecuencia, ofrece una serie de recomendaciones para reducir las emisiones en sectores clave como la industria pesada y la agricultura respaldando al mismo tiempo a las comunidades que resultarán más afectadas.
Por definición, todas las políticas que se diseñen en torno de una sinergia socio-ambiental arrojarán “co-beneficios” con respecto a la desigualdad y al cambio climático. Pero, igualmente importante, también beneficiarán a la humanidad tanto en el presente como en el futuro.
La realidad es que nuestras sociedades serán más justas si son más sostenibles, y más sostenibles si son más justas. Las sociedades que se han vuelto social y políticamente frágiles por culpa de la desigualdad estarán mal preparadas para enfrentar las sacudidas ambientales del cambio climático. Y mientras las condiciones ecológicas sigan deteriorándose, deberíamos estar preparados para ser testigos de una explosión de injusticias, nuevas y viejas.
“¿Por qué debería preocuparme por las generaciones futuras?”, se dice que preguntó Groucho Marx. “¿Qué es lo que han hecho por mí?” El 15 de marzo, jóvenes en todo el mundo nos recordaron que la pregunta es cuestionable. Mientras nuestra deuda con la posteridad se vuelve cada vez más grande, los jóvenes sólo están pidiendo que los ayudemos a ayudarnos a nosotros mismos.
Éloi Laurent es socio sénior de investigación en el Centro de Investigación Económica de Sciences Po, París y profesor visitante en la Universidad de Stanford.
© Project Syndicate 1995–2021.