Los desafíos (en tiempos de home office) de los varones que buscamos paternar de cerca- RED/ACCIÓN

Los desafíos (en tiempos de home office) de los varones que buscamos paternar de cerca

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

La posibilidad de trabajar en casa nos permitió a muchos varones involucrarnos más en la crianza de nuestros hijos o hijas. Y también nos llevó a comprender mejor la desigualdad de género que suele existir en tareas de cuidado. En esta nota, cuento mi experiencia con mi hija de dos meses. Y analizo, junto con especialistas y otros padres, la necesidad de más licencias y de una profunda deconstrucción (que ya empezó).

Intervención de tres fotos con sus hijos bebés, trabajando mientras los cuidan.

Intervención: Denise Belluzzo.

Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN

Son 17 pasos. A veces, 16. Cuando estoy muy dormido, y arrastro los pies, pueden ser 18. La distancia entre el frente de mi casa y el cuarto del fondo se volvió un paseo recurrente. Voy y vengo 20, 30, 50, 100 veces al día. Mientras los camino, pienso títulos, ensayo bajadas, repaso notas mentales o mastico las declaraciones de alguna fuente.

El cuarto del fondo es el de mi hija Laia, que el domingo cumple dos meses. El cuarto del fondo —el mismo cuarto— es también mi lugar de trabajo. Y el recorrido en el que cuento pasos es una de las formas que encuentro para que Laia vuelva a dormirse. Y yo vuelva a trabajar (casi siempre con ella a cuestas, como mientras escribo el arranque de este texto).

Cuento mis vivencias de las últimas semanas no porque este sea un espacio personal. Menos aún porque paternar y trabajar en el mismo espacio físico represente un gran mérito. Lo hago porque la paternidad en tiempos de home office hace que muchos varones vivamos una realidad que hasta ahora nos era ajena: estar cerca de nuestros hijos o hijas en sus primeros días fuera de la panza.

Una situación que es, ante todo, una bendición: no cambiaría por nada cada recreo de mi trabajo junto a Laia. Pero un contexto también desafiante: por las breves e insuficientes licencias por paternidad. Por la deconstrucción que implica para muchos varones. Por darme cuenta de que tengo mucho que aprender.

“Lo loco de la pandemia es que ahora, al quedarse los dos en casa, los padres ven ao vivo lo delirante que es el puerperio. Estos bebitos te copan la vida y no les importa si vas al baño, si estás trabajando, todo es ya”, me dijo una colega hace un mes. Me contó que, cuando sus hijos eran recién nacidos y su marido iba a la oficina, ella le decía: “Te vas al spa”.

¿Cómo trabajar al tercer día de paternidad?

El lunes 19 de abril, después de las 23, fuimos con Patri, mi esposa y una madre extraordinaria, al sanatorio: llevábamos dos horas cronometrando la frecuencia de sus contracciones, que nos indicaban que el nacimiento de Laia estaba cerca. Poco después de las 13:30 del martes, Laia nació y con su mamá lloramos de alegría.

Quedamos internados (esta vez con nuestra hija) por segunda noche consecutiva. Entre la ansiedad y las contracciones preparto y los llantos de Laia recién nacida, casi no dormimos en ninguna de las dos.

Al día siguiente, el miércoles, nos dieron el alta después del mediodía. Volvimos a casa con Laia felices y sensibilizados. Nos acompañaban mi suegra, mi papá, mi mamá y mis hermanas, quienes habían venido a Entre Ríos (donde vivimos) para la ocasión.

En ese momento, nada aparte del nacimiento de nuestra hija podría importarnos. Pero… al otro día, yo tendría que haber vuelto a trabajar.

Tampoco dormimos casi nada esa noche. El jueves, el primer día luego de los dos de licencia por paternidad que otorga la ley, amanecí con un torbellino en la cabeza. Recuerdo que me imaginé qué ocurriría si, en lugar de periodista, fuese, por ejemplo, chofer y, en el estado en el que estaba, hubiese tenido que manejar un colectivo con decenas de personas a bordo.

En mi caso, hice lo que suelen hacer otros papás en relación de dependencia: con una semana de vacaciones que me guardé, completé dos semanas sin trabajar (de periodista).

Argentina tiene la licencia por paternidad más corta de Sudamérica (y extenderla es una necesidad imperiosa): los padres pueden tomarse dos días (en Paraguay y Venezuela, por ejemplo, tienen dos semanas). Mientras tanto, en nuestro país las madres cuentan con 90 días de licencia paga, con la posibilidad de otros 90 o 180 sin goce de sueldo. Como lo contaba mi compañera Ariana en esta nota, esto genera inequidad en las tareas del hogar en perjuicio de la mujer. El título de la nota es elocuente: “La sociedad no espera que los padres cambien su rutina al tener un hijo”.

Y esto no solo es más carga de trabajo en el hogar para las madres, sino también un obstáculo para los padres que buscamos estar cerca de nuestros hijos o hijas: invita a hacer malabares para compaginar la crianza con las horas de trabajo (aun cuando, como en mi caso, soy parte de un equipo solidario y comprensivo, que siempre está dispuesto a dar una mano cuando la necesito).

Cuando compartí mi experiencia en redes sociales, varios padres me contaron las suyas. Y coincidieron en lo importante que es poder tomarse días de licencia.

Bruno es científico y docente universitario y trabaja “con un bebé a upa”. “Tuve 15 días en docencia, y en investigación me puedo manejar los tiempos. Por lo que además de esos 15 días estuve más relajado en mí trabajo en líneas generales. Y esto sirvió bastante para acomodarnos al principio”, cuenta.

La hija de Pedro nació en abril de 2020, cuando la pandemia aún tenía algo de novedosa. Pedro es empleado en la legislatura porteña y le correspondían diez días hábiles de licencia, pero negoció con su jefa trabajar con más flexibilidad y desde su casa durante las siguientes semanas. “Si bien me tuve que conectar y trabajar; la gran parte del tiempo lo pasé en familia. Fue un mes y medio así, y luego comencé a ir 3 veces por semanas al centro”, dice.

“El primer día que tocó irme a trabajar y dejarlas solas fue muy duro, principalmente porque sabía la carga que significaba para mi esposa quedarse sola con una niña tan pequeña. Sufrí bastante esos momentos”, agrega.

Ignacio es papá de Rafi y trabaja desde Argentina en un banco de desarrollo con sede en Bolivia, que da una licencia de cinco días. A eso, le sumó dos semanas de vacaciones. “Más licencia hubiese sido muy útil e importante, sobre todo porque durante los primeros días la necesidad del bebé es mayor y el impacto físico en la mamá se siente más. Yo no tuve problemas porque utilicé vacaciones y porque el bebé nació sano y la situación familiar era favorable. Pero en un contexto o situación más difícil hubiese sido fundamental”, señala.

Su esposa Maricel está de licencia en su trabajo en el Gobierno porteño, pero desde marzo retomó sus tareas de docencia universitaria. “Si bien yo hoy en día soy la que más horas dedica al cuidado del bebé, nos vamos acompañando e intercalando cuando el otro tiene actividades profesionales. Aunque Ignacio trabaja muchas horas, lo bueno de estar en casa es que no hay viajes al trabajo, así que estiramos los horarios y puede por ejemplo tenerlo a la mañana temprano antes de arrancar, y luego dependiendo la agenda del día hacer cortes para cuidarlo, darle una mamadera, hacer alguna tarea de la casa. También aprovecha las reuniones que son sin cámara para tenerlo con él y darme un poco de aire a mí”, dice Maricel.

Como otros padres y madres, ella destaca que el home office permite pasar tiempo juntos, seguir de cerca el crecimiento del hijo o hija.

Sebastián, otro de nuestros lectores, también tiene una experiencia al respecto: “Cuando se cumplieron 15 días del nacimiento de mi hijo (en mi trabajo me dan una semana y yo me tomé otra más de vacaciones), me levanté a la mañana y no podía creer que hubiera tenido que irme todo el día y dejar a mi mujer sola con esa criatura tan pequeña y sin la posibilidad de paternar. Es una locura la licencia por paternidad en este país, y la pandemia/cuarentena nos ayudó un poco a compensar eso, porque estar en casa todos estos meses me permitió ver muchas cosas que me hubiera perdido como almorzar con mi hijo y luego dormirlo a upa mío. Son experiencias geniales”.

En mi caso, después de almorzar, cargo a Laia en el fular (una pieza de tela que se anuda al cuerpo para portar a el o la bebé) y, con Patri, damos un paseo al sol. Son momentos en los que amo el home office.

Paternidad a una mano

No es el primer momento del día en el cual me pongo el fular. Con el correr de las semanas, diagramamos con Patri el siguiente esquema, mientras ella esté de licencia (trabaja en el departamento de Comunicación de una universidad privada, y no volverá al ruedo hasta fines de septiembre).

Antes de las 6 de la mañana tengo que sentarme frente a la compu para, a las 7.30, asegurarme de que la home de RED/ACCIÓN cuente con una curaduría de noticias actualizada. Es una tarea que me cuesta y demanda concentración. Por eso (y porque yo no puedo amamantar) ella se encarga de Laia cuando nuestra hija se despierta a la noche (aunque algunas veces colaboro) y hasta las 7.30-8. En ese momento, busco a Laia y la pongo en su cochecito o en el fular, para que Patri duerma un rato. Mientras, sigo trabajando (o intento).

Después, vamos alternando el cuidado en función del resto de mi trabajo, tareas de la casa, trámites afuera, compras. Y algún espacio que permita liberar la cabeza. “La tengo y vos hacé ejercicio”, me ofrece. “La cuido yo, aprovechá si querés leer tranqui con unos mates o dar una vuelta”, le digo.

Con Patri apuntamos a repartirnos en forma equitativa todas las tareas de cuidado y de la casa. Y si bien ahí el home office ayuda para eso, también es un arma de doble filo.

A veces, Laia se duerme y puedo trabajar. En otras, no para de llorar. A veces, para que no llore, tengo que acariciarla con una mano y tipear con la otra. O, como se inquieta cuando me siento con ella a upa, a veces trabajo parado.

No soy el único, claro. “Es difícil programar a una mano”, dice Epifanio, uno de nuestros lectores que se volcó al trabajo autónomo antes de ser padre, para pasar más tiempo con su hijo.

Por supuesto, las madres suelen conocer desde hace mucho tiempo lo que es el multitasking, el tener que partirse en varias para trabajar, cuidar de un hijo, hacer trámites o tareas de la casa. Y aunque lo había leído y escuchado cientos de veces, el home office y el nacimiento de mi hija me hicieron dimensionar (al menos un poco) cuán grande es su esfuerzo.

“Lo que hacen las madres es heavy, hacen 10.000 cosas a la vez”, percibe Marcelo, especialmente luego de que, por viajes de su esposa, se quedara solo en casa con home office y dos hijas chicas.

Sebastián, el lector del que hablamos antes, también tiene una habitación que hace las veces de oficina y cuarto de su hijo. “Es una convivencia durísima. Yo estaba laburando y tenían que entrar a cambiar al gordo. Lo mismo laburar y escucharlo llorar y no saber si seguir laburando, o salir a dar una mano. Esto no creo que sea tan distinto a todas las familias que laburaron con hijos en pandemia pero al ser bebés y primerizos, es como que todo el tiempo sentís que estás en falta y tenés que estar con tu bebé”, dice. ¿Puede haber una mayor complicación para trabajar que escuchar el llanto de un hijo/a?

A todo esto, los primeros meses de un bebé y la pandemia dan menos opciones de contar con personas que ayuden a cuidarlo/a. “Hace un año, cuando Lucas era muy chiquito, necesitaba atención todo el tiempo. Ahora que es más grande se puede quedar en casas de sus abuelos y tenemos a una persona que nos ayuda algunos días en la semana”, dice Darío, otro lector y padre en pandemia.

La paternidad y el cambio cultural

Además de una licencia insuficiente, hay otra situación (no excusa) para quienes queremos paternar de cerca y desde temprano: la necesaria deconstrucción.

“Trabajo en una empresa superaggiornada y mi mujer es superfeminista, pero aun así el concepto patriarcal sigue presente. Hay una idea instalada de que el padre tiene que laburar, no paternar. Eso, por más consciente que sea uno de que quiere ser un papá presente y moderno, está en miradas, comentarios, de compañeros de trabajo o familiares que muchas veces no entienden”, dice Sebastián. “Por ejemplo, yo recién te estaba escribiendo y mi mujer me comentó que mi hijo estaba medio fastidioso pero no quería dormirse, así que corté media hora y lo dormí. Punto y aparte. No lo dudo, pero me atrasé en el trabajo, tengo culpa, etcétera”.

Un papá sentado frente a la compuadora, son su bebé en el fular.
Sebastián, paternando con el fular.

Cuando conté mi experiencia de paternidad y home office con Laia, además de padres que me contaron sus vivencias, algunas mujeres me respondieron para remarcar la inequidad que aún reina en tareas de cuidado. Que los casos comentados en esta nota siguen siendo una minoría. Y que las expresiones de muchos varones aún denotan poco convencimiento a la hora de repartir por igual las tareas. Por ejemplo, que la paternidad “toca”, o que un varón “ayuda” a criar.

Cuando conté en Twitter que encontraba desafiante la paternidad y el home office, una de las respuestas que recibí fue: "Quizá es mejor hacerlo, como hace milenios lo hacemos nosotras, sin tanta bandera. Te juro que estamos desde el inicio de la pandemia haciendo home y maternando y nadie nos hace notas ni aborda el tema". Aunque en RED/ACCIÓN hablamos mucho de esta desigualdad, es tan histórica y tan marcada que los reparos de muchas mujeres ante el abordaje de esta nota son entendibles. Uno de los muchos datos que grafica esta disparidad es que, según un informe de Economía Femini(s)ta, a fines del año pasado, en plena pandemia, las mujeres realizaban el triple de tareas de cuidado que los varones. “Si hay algo que no cambió, ni con la pandemia, es la distribución del trabajo doméstico no remunerado y de cuidados”, dice el informe.

Agustina Capurro es psicóloga con orientación perinatal y reproductiva. Ella analiza un cambio cultural que se da lentamente: “Antes el hombre de familia era el proveedor, el productivo, el que trabaja. En los últimos años hay un corrimiento. Y esto ha generado que más hombres puedan hablar y habitar sus paternidades de forma más libre y sensible, más conectados con sus emociones”.

En esa misma línea, Capurro señala que el rol productivo asignado históricamente al varón explica, en parte, que muchos varones que disponen licencias extendidas no las tomen. “Algunos no las usan por la mirada del otro. O por jefes que no están suficientemente reeducados. Está aún en las cuestiones viriles: ser menos hombre si se queda en casa. Por eso, muchos varones no se habilitan a tomarse esas licencias o hacerse esas preguntas”.  

Por otra parte, Capurro cree que las expresiones como “me toca” o “ayudo a mi mujer” exhiben “sesgos de estar en transición. De lo que se suponía que era ser padre a este corrimiento gradual”.

En este contexto, la especialista describe que “venimos un poco seteados para suponer que porque una mujer o persona gestante tiene el gap biológico de poder embarazarse, parir y amamantar posee un saber que el hombre no posee”. Sin embargo, advierte, “no podemos caer en el reduccionismo biológico”, es decir, pensar que las mujeres tienen más capacidad para criar hijos en el resto de las esferas.

Capurro señala que según estudios neurohormonales los padres varones, al involucrarnos tempranamente en la crianza de nuestros hijos e hijas, también podemos desarrollar procesos fisiológicos que suelen ser mal llamados “instinto materno”. Por ejemplo, suben oxitocina y la prolactina, lo que ayuda al desarrollo de relaciones afectivas con los y las bebés.

“Es interesante ver a padres implicados más tempranamente. Antes el rol del padre era como en un segundo tiempo de crianza. Ver al padre involucrarse más temprano en la crianza enriquece a toda la familia, pero sobre todo al bebé. Por ejemplo, se amplía su universo de maneras de ser cuidado y calmado”.

Darío da su testimonio al respecto: “Soy docente universitario. En los horarios en que daba clases, mi esposa lo tenía a Lucas. En los demás momentos, yo lo tenía encima. Y lo más lindo fue el lazo que se creó. Al menos en nuestro caso, siento que tiene un lazo fuerte tanto conmigo como con su mamá”.

Varón joven trabaja de frente a la cámara, con su hijo a upa.
Darío trabaja con su hijo a upa.

Pero el proceso de deconstrucción no implica, únicamente, sabernos capaces de paternar, sino también identificar muchos aspectos en los que dejamos toda la responsabilidad en las madres. A propósito, la socióloga de la Universidad de Harvard Allison Daminger divide la “carga mental” que implica paternar/maternar en cuatro categorías: anticiparse, identificar, decidir y monitorear. La primera y la última de estas etapas suelen recaer mucho sobre mujeres, incluso en parejas dispuestas a equilibrar tareas.

La periodista estadounidense Jessica Grose lo explica en una edición de abril de Parenting, una newsletter del New York Times sobre la crianza de hijos. Si, por ejemplo, los hijos deben ir a un campamento de verano, anticiparse es prever la cuestión con meses de anticipación. Identificar es averiguar los distintos tipos de campamentos. Decidir es optar por uno; y monitorear es asegurarse de que los chicos o chicas se inscriban y vayan.

Al leerla, no pude evitar el mea culpa: en mi caso, tal como señala Grose, es casi siempre Patri quien pone los temas en agenda. Quien advierte primero que hay que comprar pañales, sacar un turno médico o prever la ropa que Laia va a usar en los próximos meses. Y esto, dicen quienes saben, es una carga enorme para las madres. Perdón, Patri.

Paternidad 2021: entre vivir el hoy y la deconstrucción colectiva

El deseo de paternar de cerca y de que las responsabilidades estén bien balanceadas es, sin dudas, el norte. Pero, volvamos al tema licencias: mientras nos deconstruimos, hay una tensión entre lo que apuntamos y la situación.

En mi caso, Patri es quien puede tomarse tres meses de licencia con goce de sueldo. Y es la que puede tomarse otros tres con la seguridad de conservar su trabajo.  

Y aunque en nuestro caso los ingresos son parecidos, la brecha salarial de género muchas veces hace que quien deba resignar su profesión para criar sea la mujer. Lo ilustra el caso de Julio César Torres, uno de nuestros lectores, encargado de los servicios de sistemas en una empresa de Ingeniería: “La decisión de quién dejaba de trabajar [para cuidar a su hija] fue fácil, ya que en ese momento yo ganaba bastante más y nos podíamos arreglar con un solo empleo”, cuenta.

“Hay que hacer concesiones en la pareja sobre cómo distribuir los roles, y acá no hay una respuesta única, es caso a caso. Creo que ese es el modelo cabal de la corresponsabilidad. Quizás se acuerda algo en los primeros años de la crianza. La economía familiar y la remuneración de cada uno influye”, considera Capurro.

Matías Criado es psicólogo, especialista en género y masculinidad y uno de los creadores de la cuenta de Instagram @PaternandoOK. Él señala que muchas veces en los mismos mensajes del Estado se “ubica a los varones no como cuidadores, sino directamente como proveedores”.

Criado cree que, para romper el rol patriarcal, “lo mejor es entender que debemos abrazar la vulnerabilidad, impotencia y empatía, romper con la autosuficiencia machista. Esto en lo concreto implica crear grupos (como Paternando) donde los padres podamos acompañarnos, ayudarnos y fomentar una deconstruccion colectiva: no existe la deconstruccion individual, ya que el género se construye en torno a otres”. Y destaca que se trata de un cambio a largo plazo: “Es algo que no vamos a cambiar de la noche a la mañana, pero ser agentes de cambio es pedir políticas públicas, es crear lazos de calidad con otras personas en mi entorno, y escuchar a las mujeres sobre qué pueden ellas enseñarnos del cuidado; algo que, queriendo o no, aprendieron por fuerza de patriarcado”.

En eso ando (andamos): en repensarme, en rever si mi forma de ser padre es la mejor para mi hija y para mi esposa.

Mientras tanto busco maneras para producir, escribir o editar notas desde la pieza de Laia. Pero, cada tanto, dejo la compu en reposo y me instalo junto a su cuna o cochecito. Miro sus ojos y escucho sus balbuceos. La beso, contemplo su sonrisa. Percibo el amor en el aire. Y, al menos por cinco minutos, siento que las notas, y el mundo entero, pueden esperar.