—Yo estuve en situación de calle, hace muchos años. Llegué a Pavón y Entre Ríos [al Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires], no me quisieron atender y me senté a llorar. Ahí fue cuando conocí a Cosiendo Redes —recuerda Cristina García.
Tiene 47 años, es oriunda de la provincia de Salta y después de ser víctima de violencia de género se quedó sola a cargo de sus seis hijos. Cuando casi se quedan sin techo, eran todos muy pequeños.
Aquel día en la esquina de Pavón y Entre Ríos, donde no encontró respuestas porque había terminado el horario de atención al público, lloró de desesperación sentada en la vereda.
—“Qué voy a hacer”, decía.
En ese momento llegó una asistente social, le preguntó qué le pasaba y si la podía ayudar. Cristina le contó que no tenía trabajo ni ingresos y que estaban a punto de desalojarla del lugar que alquilaba. Que ya no podía volver. Que tenía seis niños y no podía estar en la calle. Que no quería ir a un albergue porque ahí separaban a los varones por un lado y a las mujeres por el otro, y sus hijos eran muy chiquitos para que los alejaran de ella.
—Desde ahí, ella me ayudó. Me dieron un plan habitacional y además me empezó a preguntar por qué yo no conseguía trabajo y me dijo: “No te pierdas, está por salir un curso, me gustaría que te anotaras”. Me empezó a hablar de muchos cursos y le dije que sí, que iba a ir. Todo lo que me decía, yo lo hacía. Entonces me anoté.
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El plan habitacional que recibió Cristina era un programa para personas en situación de calle que ayudaba a pagar el alquiler y a tener “algo como para el mes”. Dos meses después de haberse anotado, la llamaron para empezar el curso “en uno de los lugares donde asisten a las personas en situación de calle”. “Ahí empecé desde cero, desde aprender a enhebrar la aguja. Unos meses después se inauguró el Centro Metropolitano de Diseño (CMD), en Barracas, y ya nos quedamos ahí, en lo que se convirtió en Cosiendo Redes, que está dentro de la Fundación Paz. Ahí seguí lo que había empezado a hacer, que era aprender a coser a máquina”, recuerda Cristina.
“Luego hice un curso de camisería, uno de tallerista, de moldería. Tomé capacitaciones sobre cómo emprender. También estuve en talleres para aprender a arreglar las máquinas. Me pagaban por cursar. Y siempre con mis 6 niños, que estaban estudiando, remamos juntos a la par para salir adelante”.
Con el ingreso que recibía por cursar, Cristina comenzó a hacer sándwiches de milanesa para vender en la calle. Los dejaba armados por la noche, para salir al mediodía. Mientras, hacía un curso y otro. Por la tarde, cuando bajaba el sol, volvía a salir para vender café. “Con eso compré mi primera máquina”, cuenta.
La historia del proyecto
“Cosiendo Redes es el principal programa de la Fundación Paz por la No Violencia Familiar. Nació hace más de 10 años con el propósito de capacitar a personas en el rubro de la confección textil en toda su amplitud: desde lo más básico, que es manejo de costura, hasta lo más específico, como la personalización de prendas”, cuenta Marcela Bonifacio, coordinadora académica del proyecto y diseñadora de indumentaria de la Universidad de Buenos Aires.
Las capacitaciones que se brindan, dice, son integrales: “No solo se fortalece a las personas en las cuestiones más técnicas si no que también hay un área muy fuerte en la que se trabaja puntualmente en que empiecen a pensarse como trabajadores y trabajadoras. Y en que empiecen a pensar, también, qué tipo de trabajadores y trabajadoras quieren ser, cuáles son esas posibilidades, cuál es el perfil profesional que se necesita para cada uno de los puestos de trabajo dentro de la industria. La capacitación está directamente relacionada, para nosotros, con la inserción laboral. Esos son los dos pilares del proyecto”, destaca.
Cosiendo Redes comenzó en 2008 y fue pensado, principalmente, para personas en situación de vulnerabilidad. La gran mayoría de sus estudiantes son mujeres. Muchas de ellas también son migrantes. Y desde que se inauguró el CMD, su sede principal, se mantuvo ahí. “Con lo cual, la zona de mayor influencia está en CABA y en el sur del conurbano, aunque tenemos gente que viene a tomar los cursos desde todo el conurbano, realmente”, agrega Bonifacio.
Ella se sumó a trabajar hace menos de un año, en plena pandemia. Y coordina el proyecto “desde lo académico pero también desde el objetivo de ver cuáles son y cómo van cambiando las necesidades de los puestos laborales en la industria, pensando y repensando los trayectos formativos a partir de eso. Y, fundamentalmente, de la necesidad de las personas de conseguir trabajo”.
Como le sucedió a la mayoría de las organizaciones sociales, durante la pandemia hubo que repensar el funcionamiento de la fundación, dado que la presencialidad y la capacitación en los talleres no era una opción.
En días prepandémicos, cuenta Bonifacio, pasaban por los talleres de Cosiendo Redes alrededor de mil personas por año a las que, luego de cursar, la fundación intentaba insertar laboralmente vinculándolas con empresas o marcas que necesitaran de sus servicios.
“Desde el Área de Inclusión Laboral se hace un seguimiento de todas las personas egresadas y también recibimos pedidos de las empresas. No solo de personas para trabajar en relación de dependencia sino también de talleres autogestionados. A partir de esos pedidos de empresas o diseñadores se hacen búsquedas en nuestras bases de datos y entrevistas. Consultamos qué cursos hizo una persona, qué trayectos formativos tuvo, qué pudo lograr luego, si tiene un emprendimiento propio, si logró insertarse en algún lugar, cuánto tiempo estuvo en cada lugar. Es decir: hacemos un seguimiento de la situación laboral de quienes pasaron por Cosiendo Redes y con todas las personas que necesitan la vinculación con empresas, se hace. Es un trabajo uno a uno”.
El seguimiento es a ambas partes de la relación laboral. “Le preguntamos a la empresa qué resultados tuvo, si tienen a esas personas trabajando. Y a nuestros egresados les preguntamos cómo se sienten en ese trabajo”, detalla Bonifacio, quien asegura que el porcentaje de inserción laboral que se logra es muy alto. Muchos arrancan en empresas ya consolidadas y otros, a partir de las capacitaciones, comienzan a pensar sus propios proyectos autogestivos. “Cada uno va perfilando la salida laboral a partir de sus conocimientos técnicos y también de las posibilidades que tiene”, asegura.
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Cristina y Mariana
Suele ocurrir que las personas que se relacionan en los cursos se unan para poner un taller de costura, o que quien ya tenga un taller conozca otros rubros, otro tipo de máquinas, y amplíe sus servicios y su capacidad laboral. O se genera trabajo colaborativo entre pequeños talleres o, también, se fundan cooperativas; todo a partir de encontrarse en las capacitaciones y tender lazos.
Entre todas esas historias está la de Cristina, que se compró su primera máquina de coser vendiendo milanesas y la segunda, gracias al oficio que aprendió y a la bolsa de trabajo del CMD. Y, también, la de Mariana Meller, creadora de la marca Liviano, que fabrica juguetes de telas y papeles lavables para pintar, lavar y volver a pintar.
“Cuando comencé con mi emprendimiento, hace unos siete u ocho años, me acerqué a las oficinas que tenía Cosiendo Redes en el CMD. Ahí me pidieron algunos datos, entre ellos qué tipo de costura y de trabajo requería. Consultaron en la base de datos de las personas a las que habían capacitado y que se habían inscripto en la bolsa de trabajo, me pasaron varios contactos, hice pruebas, coticé con dos o tres y finalmente me quedé con Cristina, que es con quien trabajo desde entonces. Y fuimos creciendo. Ella y nosotros, cada vez más. La verdad que la experiencia fue superpositiva”, dice Mariana.
Cristina se convirtió en una persona clave para ella.
“Hoy hace todo: corte, costura, diseño, prototipos... es una parte fundamental de mi emprendimiento porque conoce la forma en la que cosemos y nuestros diseños, entonces responde superbién: rápido, a tiempo, con volumen, con calidad. Fue muy importante esta alianza con ella que facilitó Cosiendo Redes”, cuenta.
Una vez que empezó a coser, Cristina le enseñó a sus hijos a usar la máquina, a arreglarla si se rompía, a cortar, a trabajar. Les transmitió todo lo que había aprendido en los cursos de Cosiendo Redes y fundaron un taller familiar.
“Más allá de que hoy cada uno está dedicado a su elección profesional, trabajamos en casa y ellos estudian. Tengo dos hijos que ya se independizaron y no viven más conmigo, mi hija más chica a fin de año se recibe de periodista deportiva, mi hija mayor estudia para maestra jardinera, otra de mis hijas para contadora pública y mi otro hijo, para enfermero profesional. Todos estudiando. Y los dos que se independizaron también estudiaron”, enfatiza Cristina.
El taller familiar que lleva adelante con sus hijos llegó a crecer tanto que en 2017 inauguró su primer local, en una galería en Flores, con su propia marca: Indumentaria García. Allí producía y vendía uniformes de trabajo: “Ambos para la salud, delantales, chaquetas y ponchitos para docentes”. Y como también trabajaba con una marca para la que hacía ropa para bebés, decidió lanzar la suya. La llamó Cosita Linda y abrió otros dos locales para esos productos, en diferentes galerías del mismo barrio porteño. Pero la pandemia golpeó y tuvo que cerrarlos.
“Hasta la fecha sigo pagando el alquiler del último, que era el más grande, pero antes cerré porque no se podía sustentar”, dice Cristina. Pero no se lamenta. Durante la crisis causada por la COVID-19 hizo lo que muchos y muchas: recurrió a la creatividad y fabricó tapabocas.
“Empezamos a vender por Facebook y los entregábamos casa por casa en el barrio de Barracas, en La Boca, en Parque Patricios. Y así fuimos aumentando cada día más hasta que creo que hice tapabocas para toda la ciudad, porque llegué a vender por mayor, un montón. No dormíamos por trabajar con los tapabocas. La verdad es que fue una pandemia bastante bendecida, de alguna manera, para nosotros porque mientras mucha gente estaba quedándose sin trabajo, nosotros estábamos a full, todos, mis hijos y yo. Y pudimos salir adelante hasta el día de hoy que de a poco fueron habilitando las cosas y Liviano volvió a producir”, resume el último año y medio.
De las marcas con las que trabajaba, la de Mariana es la única que regresó a la actividad. El resto no cree que vuelva. Los ingresos de Cristina, actualmente, llegan de ahí y de los tapabocas que continúa produciendo.
Cristina mira hacia atrás y recuerda los días en que la demanda de trabajo era tal que ella llamaba a compañeras y compañeros que había conocido en los talleres de Cosiendo Redes para que tomaran parte de los pedidos: “Como ya nos conocíamos e hicimos el mismo taller, sabemos cómo trabajar. ¿Sabés lo que hace que no llamo a ninguno?”.
Cosiendo Redes también está intentando recuperarse del golpe asestado por la pandemia. Ya comenzó con algunos cursos y está preparando más, en modalidad semipresencial. El deseo es volver a generar el volumen de talleres y estudiantes que tenía antes. “Potenciar el proyecto para volver a tener ese impacto que tenía antes de la pandemia y empezar a invitar e involucrar a más actores y actrices en este camino de la capacitación, generar alguna sinergia entre el sector privado, el sector público que financia muchos de estos cursos a través de subsidios y distintos programas del Estado”, describe Bonifacio los nuevos objetivos. “Sería muy lindo potenciar todas las organizaciones sociales. La nuestra y todas las que trabajamos en capacitación para la inclusión laboral, involucrar a todos los sectores”, agrega.
Pese a la disminución de la demanda laboral, Cristina agradece. Todas sus palabras son de gratitud: “Me han ayudado un montón”. “Para mí siempre un peso fue fortuna y siempre lo supe aprovechar muy bien para hacer lo que tenía que hacer y nada más”. “De cada persona que tuve al lado y me quiso ayudar absorbí mucho”. “Hay mucha gente linda afuera”. “Doy muchas gracias a todos los que conocí en ese camino”.
“Es hermoso poder desarrollarse. Yo vivo de esto y no me arrepiento. Y si tuviera que volver el tiempo atrás, lo volvería a hacer. Los profesores que tuve y mucha otra gente me ayudaron porque sabían que yo quería salir adelante y que mis hijos no repitieran lo que me pasó. Cambiar la historia”.
“Yo me niego a la pobreza. Me niego a no tener para comer. Me niego a no tener un techo. Haber vivido con tantas carencias y negarse a volver a vivirlas es lo mejor que uno puede hacer. Por eso salgo al frente, todos los días”, dice.
Cuando se anotó en los primeros cursos no tenía idea de que la ayudarían a ganar dinero ni que cobraría por capacitarse, pero siempre había querido aprender a coser. Hoy, asegura, duerme encima de su máquina de coser.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 15 de septiembre de 2021.
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