Las relaciones de pareja abren un nuevo capítulo en la migración venezolana a la Argentina: un encuentro de idiosincrasias que puede influir en nuestros comportamientos
Cuando Andrea –una venezolana– se bajó del colectivo en la parada de la Avenida Nueve de Julio, Matías –un argentino que iba sentado un poco más atrás– también se paró y la siguió. Él no había podido dejar de mirarla desde que ella se había subido. Así que la alcanzó y la tomó del brazo, y cuando Andrea se aterró, él tuvo que pedirle perdón y explicarle que no quería atacarla. “Pará, pará, no te asustes”, le dijo, “es que sos re linda, ¿no me das tu número?”. Gilberto –un tatuador venezolano– y Lucía –una argentina que pinta y hace bordados– se likeaban fotos en Instagram antes de chatear y de tomar la decisión de verse. Ella, que estudiaba en Córdoba, viajó hasta Buenos Aires para conocerlo. Ahora viven juntos. Carmen –una venezolana que trabaja en un call-center y estudia Psicología– conoció a Maximiliano –un argentino que atiende en un negocio familiar de repuestos de autos– en la red social Badoo. En Venezuela ella nunca había usado una app de encuentros. Elan –un venezolano– esperó a que Analía –una argentina– se quedara dormida para irse de su casa. Quería evitar una discusión luego de una noche de mal sexo. Mariano –un argentino– trabajaba como administrativo en el mismo sanatorio en el que Yaritza –una doctora venezolana– atendía pacientes. Primero fueron buenos amigos. Ahora, novios. Se van a casar en marzo de 2019.
Todos ellos, y muchos más, son los protagonistas de un nuevo capítulo de la migración venezolana a la Argentina: las relaciones de pareja que van surgiendo con mayor o menor formalidad. Una ola expansiva cultural, un encuentro de idiosincrasias que, a la larga, generará una mixtura en nuestros comportamientos.
En febrero de este año, la Dirección Nacional de Migraciones otorgó radicaciones temporarias y permanentes a unos 4.000 venezolanos. Esto significa un 53% más que en febrero de 2017, cuando el número fue de 2.600. En nuestro país, unos 44.000 venezolanos recibieron radicaciones temporarias y permanentes entre 2016 y 2017, y la comunidad venezolana, que hace tres años no era demasiado numerosa en el país, hoy es la tercera más grande, luego de la paraguaya y la boliviana. Según la Asociación de Venezolanos en la República Argentina (ASOVEN), cerca de 70.000 venezolanos viven hoy en la Argentina y alrededor del 70% son profesionales jóvenes que trabajan en el área de servicios.
“Culturalmente, argentinos y venezolanos pueden verse muy similares, pero hay algunas diferencias”, dice Sergio Yepez, un psicólogo venezolano que trabaja con parejas en Buenos Aires y que está al frente de la Asociación Mutual Argentino Venezolana. “La mujer venezolana que llega a la Argentina, en su condición de mujer migrante, busca un compañero, alguien que la acompañe, la proteja y comparta su felicidad. La mujer argentina, en cambio, toma un compañero de juego que luego podrá convertirse en un socio, incluso en lo económico: las salidas se pagan a medias”. Los hombres también pueden comportarse diferente: “El venezolano tiende a ser más galante y siente una responsabilidad por la mujer. Es lógico que pague las salidas. El argentino puede ser más seco y directo”.
Hace un año y seis meses, cuando llegó sola y con 22 años a Buenos Aires, Carmen consiguió un trabajo para pagar las cuentas. Estaba muy enfocada en su objetivo: terminar la carrera de Psicología. La vida social quedaba en un segundo plano, pero sus amigas, desde Venezuela, le insistieron en que usara una app para conocer a alguien. Los viernes a la noche se quedaba estudiando y extrañaba a los suyos. “Quítate los prejuicios”, le dijeron ellas desde allá.
Carmen empezó a hablar con Maximiliano en Badoo; luego pasaron a Instagram. Chatearon durante tres semanas y para la primera cita ella eligió ir a Plaza Serrano, un lugar bien concurrido, porque temía ser víctima de una red de trata. “No tenía ninguna referencia, no lo podía relacionar a él con un colegio ni con una universidad, ni con nada porque yo no soy de aquí”, dice. “Por eso fui con un poco de resistencia. Pero después de buscar lugar en dos bares y de quedarnos al final en el tercero, me sentí cómoda con él, bastante cómoda”.
Los primeros encuentros de parejas argentino-venezolanas se dieron en Venezuela en las décadas de 1960 y 1970. El país vivía un auge económico impulsado por la industria petrolera: el producto bruto interno por habitante se multiplicaba 2,5 veces, la inflación era baja y la democracia era sólida. Muchos gerentes de las corporaciones transnacionales afincadas en Venezuela habían llegado desde la Argentina, al igual que una estampida de exiliados políticos.
La segunda ola de parejas, que está ocurriendo ahora mismo en la Argentina, no tiene una combinación clara. Hay hombres argentinos con mujeres venezolanas, hay mujeres argentinas con hombres venezolanos, hay hombres argentinos con venezolanos y hay mujeres argentinas con mujeres venezolanas.
Catherine Fulop y Osvaldo Sabatini, el dúo más famoso de esta especie, se casaron en 1998 y son padres de dos hijas. Se conocieron en un estudio de televisión. “No podíamos dejar de hablarnos o vernos”, dijo ella. “Yo sabía que algo importante me iba a pasar con ese hombre”.
“El color del Caribe es más dulce: el ‘mi amor’ y el ‘te quiero’ aparecen de parte de los venezolanos más pronto”, dice el psicólogo Sergio Yepez. En Venezuela, una mujer “cuaima” es una mujer que se impone en la relación, muy dada, cariñosa pero también celosa. “Los hombres y las mujeres venezolanas se enredan con el histeriqueo argentino: no lo entienden”, sigue Yepez. “El cortejo es diferente. Incluso el baile es distinto: en Venezuela, el baile es entretenimiento, no es sólo la antesala a la relación sexual. Para una venezolana, el perreo no es más que un paso de baile”.
Se ve cómo bailan un hombre y una mujer, ambos venezolanos, en una noche en Caracas Bar, el punto de reunión nocturna de la comunidad: se mueven al ritmo de un track de Nacho (la estrella de reggaetón criada en Maracaibo), bajan, llegan a estar casi en cuclillas. Y esto es un bar, ni siquiera es una discoteca. “Con un argentino todo es más ‘in your face’”, dice Félix Ovalles, el gerente del bar. “Pero cuando la distancia cultural se supera, viene lo lindo, viene la pregunta del primer desayuno juntos: ¿arepas o medialunas?”.
Andrea, que al final le dio su teléfono a Matías cuando éste la persiguió bajando del colectivo, piensa que a los hombres argentinos no les gusta comprometerse demasiado, sino vivir el momento y ya. “Van por lo que quieren”, dice.
Fue en agosto. Él tenía 33 años; ella, 30. Los dos acababan de separarse. Matías le chateó un poco después de pedirle su número y tuvieron una cita en una cervecería de Avellaneda, que no fue muy distinta a una cita en Caracas y que incluyó un primer beso. A ella, él le pareció “súper guapo y simpático”. Unos días después, Matías le propuso pasar un fin de semana en Villa Gesell. “La facilidad para hablar, para comunicarse, para expresarse sin barreras”, dice Andrea, “todo es muy distinto”. Ahora ella está en Barcelona. Fue a visitar a su hija, una niña de 10 años que vive allá con su padre. No sabe cuándo vovlerá a la Argentina. “Si hubiese conocido antes a Matías, con más tiempo, seguro que me enganchaba”, piensa ella.