Los autores no escriben libros, comentado por Víctor Malumian- RED/ACCIÓN

Los autores no escriben libros, comentado por Víctor Malumian

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Un especialista invitado comenta un libro de no ficción y elige los seis párrafos de ese libro que más le hayan llamado la atención.

Los autores no escriben libros, comentado por Víctor Malumian

Los autores no escriben libros
José Luis de Diego
Ampersand

Uno (mi comentario)

Las raras ocasiones donde se conjuga un profundo conocimiento y una prosa amena, generan una gran felicidad. José Luis de Diego recorre, en una serie de artículos, varias décadas de la producción editorial en la Argentina. Pone en juego factores tan diversos como centrales, que van desde la influencia de la inmigración española, el lugar de la traducción, la concentración editorial, sin olvidar el catálogo como sistema y la relación de los editores con sus autores.

Es un libro especial porque es de sumo interés, por su rigurosidad, para aquellos que transitan de una forma u otra el mundo de la producción editorial, pero también es un libro para un lector curioso que desea conocer más sobre cómo se producen esos objetos que tanto disfruta. 

Cada uno de los párrafos seleccionados esconden un dato o un análisis que siempre estuvo delante nuestro y que al leerlo resulta evidente, pero que sin la mirada y las sistematización de José Luis podría haber sido pasado de alto. 

Dos (la selección)

El llamado boom de la narrativa latinoamericana representó un excepcional e inédito momento de internacionalización de la literatura de nuestro continente, y como todo hecho excepcional, pronto estuvo sujeto a no pocas controversias. Por un lado, hubo quienes sostuvieron que el boom fue una concurrencia de notables escritores que encontraron un público fiel; ese hecho atrajo el interés de editores y, en consecuencia, logró sorprendentes niveles de venta. Por otro, quienes no pusieron en duda la calidad de los escritores, pero sospecharon tempranamente que el boom había sido el resultado de una astuta maniobra editorial con sede, principalmente, en Barcelona. En este sentido, es conocida la frase de Julio Cortázar: “[…] todos los que por resentimiento literario (que son muchos) o por una visión con anteojeras de la política de izquierda, califican al boom de maniobra editorial, olvidan que el boom (ya me estoy empezando a cansar de repetirlo) no lo hicieron los editores, sino los lectores” (cit. en Rama, 1984: 61). ¿En qué sentido este caso nos ayuda a reflexionar sobre algunas cuestiones de método? Parece evidente que las políticas editoriales no determinan las decisiones de los lectores; ni tampoco, inversamente, son los lectores los que determinan las decisiones que toman los editores. Sabemos que hay editores que publican libros para un público que existe, sin pretender correr ningún riesgo; y hay otros que sí arriesgan capital económico (y a menudo simbólico) en busca de un lector que aún no existe.

Tres

Si tomamos como referencia al siglo xx y a España, podemos pensar en algunos ciclos: un primer ciclo expansivo previo a la Guerra Civil; un ciclo de colapso como consecuencia de la guerra, la dictadura y el exilio; un ciclo de recuperación progresiva de la industria; un ciclo de consolidación de la hegemonía peninsular en el mercado de libros. Si invertimos la perspectiva y analizamos estos procesos desde el otro lado del Atlántico, tanto desde México como desde Argentina, los ciclos coinciden pero se reescriben como su exacto reverso: cuando allí hay colapso, aquí hay abundancia; cuando allí hay hegemonía, aquí crisis y decadencia. De modo que se puede pensar que el mercado de libros en lengua española funciona como un sistema, regulado por un equilibrio inestable, en el que se juegan posiciones de poder y hegemonía, y que resulta plausible su recorte, descripción y análisis aunque no necesariamente derivemos ese análisis, por ejemplo, hacia los grandes centros de poder en otras lenguas y a la organización y regulaciones del sistema editorial mundial.

Cuatro

En los análisis de catálogos solemos cometer un error, a menudo inevitable: dotamos a los textos y a su ordenamiento y cronología de una racionalidad que en la microhistoria de las decisiones editoriales ha sido mucho más azarosa. A uno lo editaron porque era un amigo; a otro porque lo recomendó alguien muy confiable; a otro porque los derechos estaban disponibles, o muy baratos; a otro porque tenían quien lo tradujera, etcétera.

Cinco

Así como Piglia sostiene que Arlt fue un gran escritor no a pesar de haberse formado con malas traducciones, sino porque se formó con malas traducciones, Saer dirá que Salas Subirat –a quien se lo acusaba de ser un traductor improvisado– resulta mejor escritor cuanto peor traduce. De esta manera, dos de los autores que ocupan el centro del canon presente de nuestras letras han puesto de relieve una suerte de inversión valorativa del doble circuito de las traducciones: si la elite de la aristocracia literaria se jactaba de leer en lenguas originales, en especial el francés y el inglés, y condenaba a las traducciones imperfectas, los jóvenes que se formaban por fuera de ese circuito, leyendo lo que caía en sus manos, producen una curiosa reivindicación de esos textos maltratados; colocan en un lugar privilegiado, por ende, a la labor de los editores y a la prosa de los traductores, a través de las cuales tomaron primer contacto con textos decisivos en su formación.

Seis

¿Qué efectos produce la concentración sobre el mercado del libro? Cuando un grupo adquiere una editorial, lo primero que se apresura a declarar es que respetará el proyecto cultural de la misma; sin embargo, por lo general poco duran los editores originarios y rápidamente se los reemplaza por técnicos financieros, contadores o expertos en marketing que buscan una rentabilidad mayor y más acelerada. Es evidente que Planeta, por ejemplo,

busca sumar a su sello el prestigio que acarrean Seix Barral o Emecé; lo que no es evidente es que Seix Barral o Emecé continúen siendo las mismas después del éxodo de Barral o de Del Carril. “El caso es que”, afirma Beatriz de Moura, propietaria de Tusquets, “los grandes grupos han descubierto hace poco que también quieren el prestigio que tú te has ganado a pulso, y lo quieren rápido” (AA. VV., 2006a: 196).

Siete

Aunque parezca paradójico, los pequeños sellos independientes que buscan rabajosamente su materia prima a menudo la encuentran para que rápidamente se la lleven los grupos concentrados. José Huerta, de la editorial emergente Lengua de Trapo, se ha referido a este fenómeno: “Resulta paradójico que una editorial pequeñita como Lengua de Trapo tenga que ser el lector editorial del señor Polanco [Santillana/Alfaguara] o del señor Lara [Planeta]” (cit. en Vila-Sanjuán, 2003: 357). Si se supone que, a más capital, más capacidad de inversión de riesgo, lo que está diciendo Huerta es que esa lógica se invierte: la que arriesga en nuevos valores es la editorial pequeña, y si en algún caso tiene éxito y encuentra un autor de 10.000 ejemplares, rápidamente lo contrata Planeta o Alfaguara, las que, de esta manera, trabajan con riesgo mínimo.


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