Este artículo forma parte de un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) y Climate Tracker.
Remoto, inhóspito, de difícil acceso, donde el viento es dueño y señor y la altura pasa factura a cualquiera que se aventure a recorrerlo.
Así es el Salar del Hombre Muerto, ubicado en Catamarca, en el límite con Salta, ambas provincias del noroeste de Argentina. Está a 4.000 metros sobre el nivel del mar, abarca una superficie de casi 600 kilómetros cuadrados y es considerado una de las reservas de litio más importantes de América Latina y la fuente de la salmuera de litio más pura.
El litio es ese mineral del que muchos mencionan como “el combustible del futuro”, el salvador para tener un planeta más limpio. Se trata de un componente fundamental para la fabricación de baterías de autos eléctricos, de teléfonos celulares, entre tantos otros usos, para el almacenamiento de energías renovables y que facilitaría la transformación energética.
Pero, ¿cuán sustentable es la forma de extraer ese litio del salar?¿Cómo afecta a ese ecosistema único que, según los científicos, es un “bosque” rico en microorganismos capaces de hacer fotosíntesis, absorber carbono y crear oxígeno? ¿Y cómo las comunidades que habitan en los alrededores del salar viven con la promesa de un futuro mejor, pero con un presente que los deja sin agua?
“Una oportunidad enorme”
Argentina es una república federal y la administración de los recursos naturales son de dominio provincial, según la Constitución Nacional.
Actualmente, hay 25 proyectos mineros en Catamarca, según el último informe del gobierno provincial.
En el Salar del Hombre Muerto, la empresa estadounidense Livent -que en mayo último anunció su fusión con la australiana Allkem creando un gigante del litio mundial- es una de las pioneras explotando el mineral desde hace más de 25 años con su proyecto Fénix.
Pero no es la única que busca litio en este salar. Hay otras tres empresas que están en etapas de construcción de plantas y exploración.
Existe una gran apuesta desde los gobiernos provinciales y nacional para la exportación del litio. Empezó con declaraciones del expresidente Alberto Fernández, el año pasado, cuando dijo que en el norte del país “está el 66% del litio del mundo y si lo convertimos en bienes que el mundo demanda, tenemos una oportunidad enorme".
Y continuó con el actual presidente Javier Milei en un programa televisivo: “Me llamó Elon Musk (CEO de Tesla). Está sumamente interesado en el litio, y también lo está el gobierno y muchas empresas de Estados Unidos, pero necesitan un marco jurídico que respete los derechos de propiedad”.
“Porque usted puede ganar mucho dinero, pero si después alguien se lo va a robar, no va a invertir. Eso es lo que pasa en Argentina. Los políticos sistemáticamente le han robado al exitoso”, sentenció.
Según los últimos datos disponibles de la Secretaría de Minería, en 2022, las exportaciones de carbonato de litio marcaron un salto significativo. “Las ventas al exterior del mineral alcanzaron los US$696 millones, lo que representó el 18% de las exportaciones minerales totales. Y es un crecimiento interanual del 234%”.
Mientras tanto, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) informó que, en todo 2023, las exportaciones de carbono de litio representaron US$807 millones, que es un 21,4% más que el año anterior.
“Fósiles vivientes”
Los salares son extensiones planas de tierra cubiertas de sal y otros minerales. Son formaciones naturales que se encuentran en los desiertos. Y allí hay vida y muy antigua.
María Eugenia Farías, especialista en microbiología de salares, realizó el primer estudio biológico sobre el Salar del Hombre Muerto en Catamarca, pero lo hizo antes del mayor descubrimiento científico de su carrera.
“En 2009 hice un reporte bastante especial para la ciencia que fue encontrar estromatolitos vivos en la Puna”, contó Farías.
Los estromatolitos son extremófilos, es decir, microorganismos capaces de soportar temperaturas extremas, falta de nutrientes, sequías prolongadas, nadar en ácido o en concentraciones 10 veces más saladas que el mar.
“Los estromatolitos pertenecen a los registros fósiles más antiguos de 3.400 millones de años. Fueron los primeros habitantes del planeta. Son algas y bacterias asociadas a minerales que producen oxígeno. Ellos inventaron la fotosíntesis hace varios millones de años, liberaron oxígeno a la atmósfera, crearon la capa de ozono y fueron los que modularon el planeta”, detalló Farías.
“Se extinguieron cuando, en el período Cámbrico, empezó el gran boom de biodiversidad de plantas y animales. Pero nosotros los reportamos vivos en la Puna, que recrea las condiciones de la tierra primitiva. Son fósiles vivos, valga la contradicción”, aclaró.
Cuando Farías investigó el Salar del Hombre Muerto no tenía este conocimiento, pero alertó sobre la presencia de microorganismos. “Me convocaron para hacer un relevamiento de los extremófilos. Es el primer registro que hay de una empresa minera que busque extremófilos. En ese momento era FMC (hoy es Livent o Arcadium Lithium). En ese reporte dije la importancia que tenían. El estudio era para la ampliación de una planta de potasio. Pero, en ese momento, no tenía ninguna idea de que podía haber estromatolitos porque no sabía que existían. Y después nunca más volví a tener contacto con el Salar del Hombre Muerto”, dijo con cierta frustración.
“He estudiado todos los salares de la Puna de Argentina, principalmente de Catamarca. Paradójicamente, el Salar del Hombre Muerto no. ¿Por qué no? Porque tenías que pedir permiso a la empresa para ir a prospectar (explorar). Nadie te va a dejar entrar con una camioneta a prospectar tan alegremente por más que tengas los permisos de la provincia”, describió.
Y retomó: “No creo que sea casual que justo haya podido ir a todos lados menos a Salar el Hombre Muerto. No ocurrió. No insistí”.
Al ser consultada sobre qué impacto ambiental puede tener la explotación de litio en los salares, Farías explicó que el problema son los métodos que se utilizan.
“En realidad el litio no está en el salar. El litio está en la salmuera que está debajo del salar. Para encontrar el litio hay que perforar, hay que bombear (la salmuera). No es que vas, sacas la sal y tenés el litio. Entonces el impacto de la minería de litio son las piletas y la perforación que se hacen”, detalló.
Farías puntualizó que todos los salares son diferentes y que todos tienen extremófilos, por lo tanto, los salares están vivos. “Son sumideros de carbono importantes. Hay una capa de extremófilos que vive abajo de la sal, que está haciendo fotosíntesis, que produce oxígeno eficientemente, como si fuera un bosque. Por eso los llamamos bosque del salar o bio salar”, explicó.
“Si volviera ahora (al Salar del Hombre Muerto) podría contarte un montón de cosas con todo lo que sé. Es posible que haya habido (estromatolitos) y se hayan destruido sin que se sepa”, se lamentó.
“El litio es daño”
Una mina de oro abandonada en un extremo, una laguna color turquesa intenso en el centro, un grupo de flamencos en otra laguna apartada, un cementerio de la comunidad originaria a la vera de un camino… No es de extrañar que recorrer el Salar del Hombre Muerto también se haya convertido en una atracción turística.
Existen baqueanos y guías turísticos locales que ofrecen la aventura, aunque llegar al salar es muy difícil. Son unos 80 kilómetros de camino de tierra, abiertos y mantenidos por las propias mineras, con un intenso tránsito de camiones que van de un lado a otro, sumado a curvas y contracurvas y una altitud que puede provocar sueño, dolor de cabeza y falta de aire. Por todo esto, visitar el Salar del Hombre Muerto no es una opción muy popular entre los visitantes.
Con la llegada del proyecto minero Fénix de Livent, hace más de 25 años, las características del paisaje y la realidad de los pocos pobladores que siguen viviendo en las inmediaciones del salar cambiaron drásticamente.
“Tenemos hectáreas secas. Ya no es lo mismo; como era la naturaleza antes”, describió apenado Nico Condorí, de 54 años, con su rostro curtido por el sol y el viento. “Se complica tener animales. De eso vivíamos, de vender la carne, la fibra. Eso era sustentable para todos. Pero, cuando ellos han venido nadie pensaba lo que iba a pasar. No teníamos conocimiento que el litio es daño”, añadió.
La familia Condorí es la que más cerca vive de la planta de Livent, en el Salar del Hombre Muerto, a unos pocos kilómetros. Amelia, de más de 80 años, y cuatro de sus hijos llevan toda su vida habitando el salar. Solían cultivar la tierra y criar ganado.
Pero la llegada de Livent desvió el curso del río Trapiche: el suministro de agua que ellos utilizaban para subsistir y una vega detrás de su casa se secó. Ahora sólo quedan unas 10 vacas y un puñado de llamas.
“Ya se secó el pozo (de agua). Ellos dicen que ya no llueve, ya no nieva, por eso se seca. Pero uno se da cuenta, si uno nació acá”, afirmó Nico Condorí sobre las excusas que reciben en relación al cambio climático.
Conversar con la familia Condorí no fue fácil. Ellos desconfían. Sienten que la prensa se acerca, los deja expuestos y luego ellos siguen allí, conviviendo con la minera que vigila cada uno de sus pasos.
El hombre contó que un tiempo trabajó para la minera Livent, pero dice que poco a poco le sacaban tareas y dejó el empleo “porque estaba marginado. Ni la ropa me daban”.
La familia también denunció que las aguas subterráneas están contaminadas, que ya no pueden consumirla y que el salar ya no tiene remedio.
“Dejan los daños y contaminación hacia el futuro, para las otras generaciones. Del salar ya no se puede sacar sal porque está contaminada con todos los ácidos que tiran. Ya no tiene solución y ya no se puede recuperar más”, dijo resignado refiriéndose a la posibilidad de sanearlo.
-¿Y qué piensa de que el litio nos va a salvar, tanto para una transformación energética como económicamente?, le pregunté.
“A algunos va a salvar. No a todos. Algunos ya están salvados”, respondió.
Para Livent, la relación con la comunidad está lejos de ser compleja y el diálogo con los vecinos del Salar del Hombre Muerto es fluido y cordial.
“Nuestra planta de Fénix se encuentra en el Salar del Hombre Muerto, una región sumamente remota en donde reside una pequeña comunidad indígena. Mantenemos una comunicación continua con ellos y los acompañamos a través de distintas acciones, como visitas frecuentes, entrega de alimentos e insumos, y atención médica”, afirmó la empresa en su reporte de sostenibilidad.
“Estamos comprometidos en la construcción de una relación genuina con nuestros vecinos del salar, basada en la confianza, el respeto y la colaboración mutua”, añadió
“Cuantificable, transitorio y reversible”
Como periodista solicité permiso para visitar las instalaciones de Livent en el Salar del Hombre Muerto (SdHM), pero fue rechazada. Sin embargo, la empresa compartió dos de sus últimos informes.
En su reporte de sostenibilidad explicó que extrae el litio a partir de la salmuera para luego transformarlo en carbonato de litio. El método que utiliza es el proceso convencional con piletas de evaporación que ocupan un área de 45 hectáreas.
En su capítulo sobre uso del agua sostuvo: “Somos completamente conscientes de que el uso de los recursos naturales conlleva un impacto. En el caso del Salar del Hombre Muerto, el efecto de nuestras actividades en los recursos hídricos es cuantificable, transitorio y reversible”.
También detalló que “a pesar de estar ubicado en una zona árida de gran altitud, el Salar del Hombre Muerto se encuentra en una cuenca hídrica cerrada y es alimentado por una amplia vertiente”.
Y especificó que “en un radio de 60 kilómetros alrededor de las instalaciones de Livent, residen menos de 20 personas, y la ciudad más cercana está a casi dos horas en automóvil. A diferencia de otros salares, en el Salar del Hombre Muerto no existen otras industrias, y el duro entorno generado por la altitud impide la agricultura y la ganadería comercial”.
Livent afirmó que utiliza menos del 2% del gran caudal de agua que existe en la zona y que buena parte de esa agua es devuelta como salmuera a la superficie del salar.
Puntualizó que usa agua del río Trapiche. El mismo río que pasaba por detrás de la casa de los Condorí y en el que se secó una vega de 11 kilómetros. La empresa reconoció, sin embargo, trabajos de restauración para su recuperación.
“La minería de litio es una megaminería de agua”
En el altiplano de Sudamérica llueve muy poco. Es un lugar que evapora entre 7 y 20 veces más del agua que precipita, quiere decir unos 2.000 milímetros (mm) anuales y con suerte llueve unos 200 mm.
Entre el 80% y 90% del agua presente es subterránea y esas cuencas están conectadas, explicó Patricia Marconi, doctora en Ciencias Biológicas y presidenta de la Fundación Yuchan.
“Ese es el recurso al que están apelando la mayor parte de las exploraciones y explotaciones mineras en el altiplano. Pero esa agua no es renovable. Se va a acabar”, aseguró Marconi en el panel “¿Puede la extracción de litio empujar la transición energética socio-ecológica?” de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina, en agosto del año pasado.
El consumo de agua por parte de las mineras para obtener litio es difícil de determinar y la información es poco transparente. Cabe señalar que los métodos de extracción de litio deben diseñarse en cada salar en particular, porque cada uno tiene una composición diferente, por eso lleva bastante tiempo encontrar el método adecuado, señalaron expertos.
En un cálculo hecho sobre el método evaporítico en el proyecto Sales de Jujuy, en esa provincia del norte argentino, se determinó que para obtener una tonelada de carbonato de litio el consumo neto de agua es de 537.400 litros por año de agua de salmuera evaporada y 46.700 litros por año de agua dulce para procesamiento.
En su exposición, la doctora Marconi puso la lupa en el proyecto Fénix de Livent, en Catamarca. “Ellos ahora piden extraer agua dulce del río Los Patos que es el principal río en el altiplano de Catamarca, el más bello del mundo”, opinó.
“Es para una producción de 40.000 toneladas de litio por año. Eso es 78 veces más de lo que consume de agua dulce Antofagasta de la Sierra”, ciudad cabecera del departamento en Catamarca, que incluye al Salar del Hombre Muerto, comparó la investigadora.
“Pero esta empresa ya secó otro río, el río Trapiche y, según las opiniones científicas serias, es irrecuperable”, aseguró.
Marconi mencionó que en Catamarca, en los últimos 35 años, se detectó a través de imágenes satelitales un aumento de temperatura de al menos medio grado y una disminución de las precipitaciones entre un 9% y un 20% a causa del calentamiento global.
“Es decir que el cambio climático ya está en marcha y todo este proceso de megaminería de agua o megaminería de litio lo que va a hacer es exacerbar y acelerar el cambio climático”, resaltó.
“Estos ambientes van a desaparecer y todos los bienes y servicios ecosistémicos que brindan van a desaparecer en pos de un beneficio hipotético que no es más que una pantalla. No es una solución, es más un problema”, concluyó Marconi.
“El río los Patos no se toca”
Sobre la ruta provincial 43, camino a la localidad de Antofagasta de la Sierra, llama la atención un puñado de carteles escritos a mano en contra de las mineras. Uno de ellos se destaca: “El río los Patos no se toca”.
En su proyecto de expansión en el Salar del Hombre Muerto, Livent va por ese río. Para ello ya construyó un acueducto de varios kilómetros y al menos dos bombas extraen agua a metros de su curso.
“La primera etapa de expansión se abastecerá de una fuente de agua secundaria, el acuífero Los Patos, reduciendo así nuestra dependencia del acuífero Trapiche”, confirmó la empresa en el informe de sostenibilidad.
“Una de las conclusiones más importantes obtenidas de nuestro trabajo (...) es que los efectos sobre los recursos hídricos son reversibles y que el plazo estimado para la recuperación de las condiciones previas al desarrollo es de 10 años tras el cese de las extracciones”, añadió.
Sin embargo, los planes de extracción no parecen tener un final cercano. “Aspiramos a alcanzar una capacidad de producción de carbonato de litio de 100.000 toneladas en el Salar del Hombre Muerto en Argentina para finales de 2030 y, como mínimo, duplicar nuestra capacidad de producción de hidróxido de litio hasta llegar a las 55.000 toneladas para fines de 2025”, proyectó el reporte.
Aunque en sus metas de sostenibilidad Livent destacó: “Reducir la intensidad del consumo de agua entre 10% y 30% en todas las operaciones de Livent para 2030 y continuar liderando esfuerzos colectivos que promuevan el uso sostenible del agua, las operaciones responsables y la biodiversidad en el Salar del Hombre Muerto y sus zonas aledañas”.
Tanto Livent como el gobierno de Catamarca aseguraron que realizan rigurosas evaluaciones ambientales del uso del agua y proyectos de expansión, con la participación de terceros independientes.
En otro informe, el de Recursos y Reservas de 2023, Livent aclaró que Minera del Altiplano (MdA), su empresa subsidiaria en Argentina, tiene los derechos sobre el agua, figura que no existe en la legislación nacional.
“Antofagasta de la Sierra está sitiada”
Unos 80 kilómetros separan al Salar del Hombre Muerto con Antofagasta de la Sierra, cabeza del departamento que lleva el mismo nombre y donde viven cerca de 2.000 personas, el distrito menos poblado de Catamarca.
Allí, a unos 3.300 metros de altura sobre el nivel del mar, la mayoría de las casas son de adobe, las calles son de un adoquinado aparentemente nuevo y la mayoría tienen un alumbrado que cuando se enciende marcan a este pueblo en el mapa de un cordón de volcanes, piedras gigantes y valles.
Pero donde mires, hay camionetas, camiones y -principalmente- hombres vestidos con botas, ropa de trabajo y casco. Algunos de los vehículos 4x4 dicen “al servicio de la minería”, otros agradecen a una empresa particular: Livent.
“Antofagasta (de la Sierra) está sitiada por un montón de mineras”, describió Elizabeth Mamani de 45 años.
“En verano ya empezó a faltar agua. Quieren convencernos de que no hay conexión con el tema del Salar del Hombre Muerto, que, según ellos, no están consumiendo el agua”, añadió.
Para su marido, Alfredo Morales de 54 años, cuya familia lleva varias generaciones en Antofagasta de la Sierra, “el río no es propiedad privada, pero ellos dicen que sí. Son dueños de todo. Pero yo no les tengo miedo”.
Ambos son miembros de la Comunidad indígena atacameños del altiplano, una organización de unas 30 personas que luchan contra los impactos de las mineras en los alrededores de Antofagasta de la Sierra.
“La comunidad atacameña del altiplano reclama que no sigan secando los ríos como pasó con el Trapiche hace unos años. No queremos que pase lo mismo con el río Los Patos”, dijo Mamani.
La comunidad lleva años reclamando por el agua, pero sus miembros reconocen que cada vez cuesta más, que están cansados. Pero no se rinden.
“Creo que la Pacha, mis abuelos, que las personas que no conocí en su momento me están impulsando a defender al pueblo. Pero bueno, soy una en mil”, aseguró ella.
“Yo busco luchar para que estas cosas no sean así. Por mis hijos, por las generaciones que vienen. Yo he vivido en esta tierra y a mi no me ha faltado el agua y pienso que a mi hija si le llega a faltar, que triste sería para ella, porque yo ya no voy a estar”, afirmó el representante de la comunidad.
“Las hojas pueden cambiar, pero las raíces no”
En el Salar del Hombre Muerto cuesta respirar y cada movimiento hay que hacerlo lento para no agitarse demasiado. Es un lugar donde parece que hay que pedir permiso para vivir, pero cuyo suelo es cada vez más codiciado.
“Volver a mirar atrás ya es difícil”, admitió Nico Condorí al lado de la cocina a leña en la precaria casa sin luz ni gas que comparte con su familia en el salar.
“Y vienen más proyectos que nos dejan contaminación y daños ambientales. Ellos se llevan toda la plata y chau. Y nosotros, nos quedamos con lo mismo y sin hacienda”, dijo resignado.
Pero afirmó: “No estamos diciendo que se vayan. Sólo que no sigan haciendo daño”.
-¿Y no pensó irse usted?, le pregunté.
“No. Yo soy como una planta. Las hojas pueden cambiar, pero las raíces no”.