La presidenta electa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dado a conocer su equipo de gobierno. Entre los datos más destacados está su propia estructura, ya que estará formado por catorce hombres y trece mujeres, incluida ella quien, además, será la primera mujer que ostenta este cargo. Esta paridad resulta noticiosa, ya que no es ni mucho menos, habitual.
Es lugar común la escasa presencia de mujeres en puestos de liderazgo en general pero, a pesar de los avances obtenidos, en el ámbito político es muy llamativa, porque se trata de un espacio muy masculino. El poder siempre lo ha sido, ya que es un importante recurso en manos de quien los ostenta, y se resiste a democratizarse.
La participación política de las mujeres es intensa y extensa desde antes incluso de que se produjese su acceso a los derechos políticos. Ahí queda por ejemplo, la historia del sufragismo. Como grupo en busca de su emancipación, entendió que esta solo se conseguía a través de una estrategia constante y firme.
Sin embargo, los datos de la participación política de las mujeres arrojan que no existe una proporción entre el número de participantes y sus jefes de filas. Según los datos de ONU Mujeres de 2019, el porcentaje de parlamentarias era del 24,3 % (cantidad muy variable según regiones del mundo). En cuanto al porcentaje de Jefas de Estado (electas), es de 5,9 %; mientras que el correspondiente a las Jefas de Gobierno suma 6,1 %. Estos dos últimos datos han experimentado un ligero descenso con respecto a los recabados hace cinco años por la misma organización.
Todas estas cifras marcan la diferencia entre funciones políticas. No es lo mismo un puesto deliberativo, como el parlamentario, que un puesto ejecutivo, como es ser ministro.
Los partidos políticos son los verdaderos vertebradores de las democracias, y por tanto son el lugar esencial donde se fraguan las carreras políticas. Por tanto, es el espacio de observación fundamental para identificar los problemas. No deja de ser curioso el dato de que el inicio de las carreras políticas de un buen numero de mujeres no arranca en los partidos políticos, sino que provienen de otros lugares “más amables” para ellas, como las organizaciones de la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales, donde su gestión y reconocimiento es mucho mayor.
Por qué estamos así
Existen cuatro principales barreras para las mujeres en el camino hacia el liderazgo en sus partidos: tiempo, energía, dinero y raza.
La disponibilidad de tiempo es fundamental, y cuando hay que compartir tareas (reproductivas y de cuidado) con las políticas, no sobra, o simplemente no lo hay.
Cuando se sigue el empeño, puede ser que la energía falte, la presencia de fatiga es una de las constantes de esta situación, que acaba por imposibilitar el intento.
Sobre el dinero, o más bien, su ausencia o escasez, poco más hay que añadir para explicar porque es un obstáculo en cualquier carrera profesional.
Y con respecto a la raza, la discriminación en función de esa razón está fuera de toda discusión.
Cómo nos lo explicamos
A través de las investigaciones que se llevan a cabo en este terreno, se han acuñado conceptos de enorme interés explicativo; incluso algunos de ellos han sido incorporados al uso publico general.
Hay que mencionar tres al menos: techo de cristal (glass ceiling), suelo pegajoso (sticky floor) y acantilado de cristal (glass cliff).
El primero de ellos es el más famoso, y sirve para identificar aquella situación, aparentemente invisible, pero que impide, en este caso a las mujeres, escalar a los puestos más altos, y cuanto más alto, peor.
El suelo pegajoso sirve para identificar la situación en la que lo costoso sería entrar y empezar dentro de una organización; justo este no es el caso -la militancia femenina en los partidos es abundante-.
Y por último, el acantilado de cristal está bastante relacionado con el techo de cristal. Evoca la difícil escalada de una carrera política femenina, sobre todo si se tiene en cuenta que existen otras “puertas” de entrada a mitad del camino por donde entran corredores de ventaja. Y esta situación sí es fácil de reconocer en el ámbito de las organizaciones partidistas.
Qué se ha ido haciendo
Es un hecho que se han ido tomando decisiones por parte de los partidos (y de los Estados) para luchar contra esta discriminación. Citemos por ejemplo, la adopción de cuotas o la celebración de primarias. Más allá del debate propiamente político que envuelve estas medidas, hay que mencionar que tampoco son garantía fehaciente de mejora.
La adopción de cuotas es más influyente si responde a una normativa estatal que si corresponde a la interna del partido; suele haber contempladas excepciones que a veces cercenan el objetivo. Las elecciones primarias internas no son una clausula de salvaguarda de la igualdad; están afectadas, como cualquier proceso (y más si es político) por cuestiones como la financiación, y la ayuda por parte de redes y contactos.
En definitiva, queda mucho camino por recorrer para lograr una igualdad política en las cúpulas de partidos y Estados. El liderazgo femenino es tan escaso que no hay apenas referentes con los que las niñas puedan identificarse a la hora de pensar en un futuro distinto.
Paloma Román Marugán, Profesora de Ciencia Política, Universidad Complutense de Madrid
© The Conversation. Republicado con permiso.