—¿Qué comparten la cárcel de Ultra/Tumba y las cárceles argentinas en la era de COVID-19?
—Lo mismo que antes de la pandemia: maltratos, abandono e invisibilidad de quienes están cumpliendo condena, y a las que y a los que se trata por la carátula de un expediente y no como seres humanos que están pagando un precio altísimo por haberse equivocado.
—Apostaste mucho para vivir de la escritura y lo lograste. ¿Qué consejos le darías a quien quiere seguir su sueño?
—Ser honesto con uno mismo. Jamás dejar de amar a lo que te dedicás. Respetar a las que y los que están en la misma y nunca sentirlos como una competencia. Y si escuchás una voz que te habla no estás loca ni loco ni sos el Ray Kinsella de Kevin Costner: escuchala atentamente porque te viene a confirmar que estás insatisfecho y que tenés una asignatura pendiente.
—¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
—Rojo Floyd de Michele Mari. Lo estiré todo lo que pude porque no quería terminarlo. Una fiesta. Muchas emociones. Es una ficción que recoge varios testimonios a la manera del Rant de Chuck Palahniuk o el Guerra Mundial Z de Max Brooks para hablar de una de las bandas más emblemáticas de la historia de rocanrol, profundizando en la huella y figura de Syd Barrett. Se impuso después escuchar completa y cronológicamente la discografía de Pink Floyd.
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