Pasará en el Congreso, posiblemente en los próximos meses. Pero también en sobremesas, o chats grupales o reuniones de amigos. El debate sobre la eutanasia no solo será omnipresente, sino también complejo, profundo. ¿Podría ser de otro modo si lo que se discute tiene que ver con decidir la propia muerte?
Como contamos en una nota de abril, la diputada por Córdoba Gabriela Estévez trabajó en un proyecto de ley que busca legalizar la eutanasia, y que está en instancia de revisión. Hay otros dos anteproyectos en el mismo estadio: uno de la también diputada nacional por Córdoba Brenda Austin y otro del senador nacional por Mendoza Julio Cobos.
La eutanasia es la provocación de la muerte de un paciente, según su pedido, mediante la administración de fármacos o tóxicos en dosis letales. El procedimiento ya es legal en siete países del mundo y, en forma parcial, en otros dos. En España, donde el Congreso aprobó la práctica en marzo, la legalización vino luego de un debate extenso.
En Argentina, se espera algo similar. Para muestra, sirven las próximas líneas, en las que referentes que impulsan la legalización de la eutanasia y quienes se oponen presentan sus argumentos.
Coincidencias en el debate: mejor cuidado paliativo y rechazo a la crueldad terapéutica
Como el “debate” de esta nota apunta a construir, nada mejor que comenzar con aquellos aspectos en los que coinciden tanto los impulsores como quienes están en contra de la eutanasia.
El primero de ellos tiene que ver con la necesidad de impulsar los cuidados paliativos, un tema que se menciona cada vez que se habla de eutanasia. Se trata de aquellos tratamientos que buscan aliviar el dolor o sufrimiento de enfermedades, pero sin buscar la cura, a esa altura utópica.
“Consideramos que toda persona tiene derecho a los cuidados paliativos y que su administración es la respuesta de fondo a los problemas vinculados con los sufrimientos en el final de la vida”, explica Jorge Nicolás Lafferriere, abogado, doctor en Ciencias jurídicas y director del Centro de Bioética, Persona y Familia. Él es uno de expertos que se opone a la legalización de la eutanasia.
Por su parte, Elisa Lisnofsky, quien creó el grupo de Facebook “Eutanasia: Derechos y finales de vida” (que promueve el debate e impulsa una ley de eutanasia), destaca que “el sistema de cuidados paliativos es absolutamente necesario y complementario a una ley de eutanasia ¿Quién no quiere ser cuidado en el final de la vida, cuando está sufriendo, por especialistas?”. Pero agrega el dato de que hoy, en Argentina, solamente el 14% de los pacientes que los requieren pueden acceder a cuidados paliativos.
Otro punto en el que hay consenso es en rechazar el “encarnizamiento terapéutico”. Según explica Lafferriere, es una instancia en la que se usan “biotecnologías que solo prolongan la agonía sin perspectivas de mejoría, cuando la muerte es inminente e inevitable”.
Con él coincide Agustín Silberberg, médico especialista en clínica médica y capellán del Hospital Universitario Austral, donde también preside el comité de Bioética: “El enfermo es el que debe decidir los tratamientos médicos que recibe, para evitar llegar a tratamientos que constituyen una obstinación terapéutica y que solo prolongan sus sufrimientos. La medicina moderna tiene a su alcance la posibilidad técnica de prolongar la agonía de los enfermos, hasta el punto que los enfermos podrían pasar por procesos muy dolorosos”.
Evitar el encarnizamiento terapéutico es un fin de la Ley de Derechos al Paciente (la número 26.742) y del artículo 59 del Código Civil y Comercial. Esta ley, conocida como de “muerte digna”, permite a pacientes con enfermedades terminales rechazar “procedimientos quirúrgicos, de reanimación artificial o el retiro de medidas de soporte vital cuando sean extraordinarias o desproporcionadas en relación con la perspectiva de mejoría, o produzcan un sufrimiento desmesurado”.
Pero acá es donde las aguas comienzan a dividirse. Porque, entre los tratamientos que pueden rechazarse, se incluye la hidratación y la alimentación artificial, cuando estas constituyen un soporte vital.
Entre quienes se oponen a la legalización de la eutanasia, también se rechaza esta práctica. “Creemos que la alimentación e hidratación no son tratamientos extraordinarios: si se los quita, la persona muerte por inanición, muerte horrible si las hay, en lugar de morir por el cuadro que arrastra”, considera Aurelio García Elorrio, también abogado, doctor en Derecho y ex legislador de Córdoba por Encuentro Vecinal Córdoba. En su provincia, su bloque fue uno de los que votó, por unanimidad, una ley de muerte digna que no incluía la posibilidad de rechazar estos tratamientos, pero que luego fue reformada en sintonía con la legislación nacional.
“Todos tenemos derecho a los cuidados básicos”, coincide Lafferriere.
Entre las personas que se oponen a la legalización de la eutanasia, se habla de “eutanasia pasiva” al retirar la alimentación o hidratación.
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Quienes impulsan la legalización de la eutanasia admiten que hay ocasiones en las que retirar la alimentación o hidratación artificial generarían muertes muy sufridas (de hecho, por eso quieren avanzar con la eutanasia). Pero destacan que también hay ocasiones, como en enfermos en estado vegetativo, en los cuales constituye una vía menos dolorosa. “Por ejemplo, en estados con mínima consciencia o de Alzheimer terminal. No solo es menos dolorosa física y psíquicamente, sino más rápida [estos procesos pueden durar años]”, apunta Carlos Soriano, médico y especialista en bioética y uno de los asesores en la redacción del proyecto de la diputada Estévez.
Tanto los derechos que otorga la “ley de muerte digna” como los de una posible ley de eutanasia podrían ser solicitados por la persona en cuestión en el momento, o bien, a partir de directivas anticipadas, el recurso mediante el cual las personas pueden dejar manifestada con anterioridad su decisión en instancias terminales.
Debate sobre la eutanasia: ¿es la vida un bien personal o social?
“Personalmente, estoy a favor de la legalización de la eutanasia. Y esto en gran parte es consecuencia de acompañar a personas en el final de su vida, porque esto me ha enseñado acerca de la libertad de elegir. Creo que nadie debe privar a otro de su posibilidad de elegir qué hacer con lo que le toca vivir”. Las palabras son de Viviana Bilezker, psicóloga. Y la experiencia que menciona es la de su trabajo en la asociación civil El Faro, que se dedica a acompañar a personas en el final de su vida.
Lisnofsky va en la misma línea: “Podés o no usar la ley: es un recurso para hacer uso de tus derechos, disponer de tu propia vida, de tu propio cuerpo, tu propia salud. Los derechos no obligan a nadie, lo que obliga es la ausencia de derechos”.
En el grupo de Facebook, la posibilidad de decidir también fue señalada como el principal argumento. “No puede haber nada por encima de la autonomía de una persona”, dijo un miembro.
Y la misma visión compartieron algunos seguidores de RED/ACCIÓN en Instagram. “Siempre estaré a favor de la autodeterminación, a todo nivel”, dijo, por ejemplo, Josefina Bar en respuesta a un posteo en el que, mediante una serie de placas, buscamos aclarar conceptos relacionados al debate.
Lafferriere defiende una postura opuesta. “La narrativa que sostiene la primacía absoluta de la autonomía personal es una visión individualista liberal, es una claudicación como sociedad ante el sufriente y supone la instauración del más radical individualismo. Así como desalentamos el suicidio, al legalizar la eutanasia cada quien es dejado a su suerte y decisión. Además, como la vida es un bien, no puede ser objeto de derecho, porque no puede haber una acción dirigida a la privación de un bien”.
En la misma sintonía, Silberberg señala: “Un enfermo necesita cuidado y solidaridad y no una mirada fría y funcionalista que promueva el descarte de los enfermos. La vida es el primer bien humano. Cuidarla es responsabilidad de todos. El enfermo que alcanza a percibir su propia dignidad —gracias al acompañamiento del equipo médico, familiares y amigos— continúa amando su vida hasta el último instante”.
Bilezker, contrariamente, cree que hay un gran valor social en la eutanasia. “La concreción de la eutanasia y el suicidio asistido implica otros. Se habla de prestaciones de ayuda: la persona pide que la ayuden. Esa ayuda viene de la sociedad, del entorno”.
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¿En qué consiste “humanizar la medicina”?
“La legalización de la eutanasia llevaría a un cambio en el ‘paradigma médico hegemónico’ y en las relaciones de poder ‘médico-paciente’. El médico dejaría de ser protagonista, sino un acompañante. El protagonista es quien está sufriendo y debe ser quien tenga la palabra”, profundiza Lisnofsky.
Ella comenzó a militar en la causa después de la muerte por cáncer de su hija Claudia, quien pasó sus últimos meses en extrema agonía.
“Mi hija estaba tan dopada por la morfina que me decía ‘ya no siento nada, no tengo ninguna emoción’. Era terrible. Los médicos lo llaman ‘rescates’ pero ella quería dejar de pelear y solo descansar”, recuerda. E insiste: “Por más buenos que sean los médicos, los entrenan para ‘salvar vidas’ a cualquier costo. ¿Pero el costo quién lo paga? Lo paga el paciente, el sufriente, el muriente”.
Para Lafferriere, en cambio, “es deshumanizar la medicina pretender que una ciencia que tiene por misión salvar la vida se ponga al servicio de ponerle fin a una vida. De hecho, por ejemplo, en marzo de 2021 se reformó la ley sobre suicidio asistido en Canadá para regular qué sucede en caso de que falle el intento de suicidio asistido, previendo que, si el médico y el paciente acordaron específicamente este supuesto, el médico debe administrarle una segunda sustancia para poner fin a la vida. Es decir, la tarea del médico se transforma y pasa a ser un profesional que busca asegurar que la persona haya muerto”.
Pedir la eutanasia: entre el dolor, el entorno y el sentido de la vida
Aunque solemos pensar en estados terminales al hablar de eutanasia, su legalización la haría disponible a cualquiera que afronta un dolor extremo, sea este físico o psíquico, el cual sea irreversible. Esto incluye, por ejemplo, a alguien que tiene una enfermedad incurable. O, por ejemplo, alguien que ha quedado parapléjico y no desea vivir en esa situación.
“Es ahí donde viene la libertad de elegir”, remarca Bilezker.
“Es cuando una persona, aun con todo el acompañamiento posible, considera que su sufrimiento es intolerable”, explica Darío Iván Radosta desde la cuenta @hablemosdemorir como respuesta al posteo que hicimos en Instagram. Él es miembro de la Red de Cuidados, Derechos y Decisiones en el Final de la Vida del CONICET.
“El dolor físico o psíquico es algo inconmensurable. Permitir la eutanasia en estos casos abre camino a otra cosa de perspectivas inabordables. Por más que sea un comité de bioética el que dé la autorización, ¿qué hago con una persona hiperdeprimida y no quiere salir?”, cuestiona García Elorrio.
Silberberg, en estos casos, cree que desde la medicina y el entorno debe redoblarse la apuesta: “Cuando se percibe que la vida carece de sentido, quizá por estar viviendo una situación especialmente dolorosa, entonces es la oportunidad de brindar al enfermo todos los cuidados que necesite mediante la solidaridad y la fraternidad humana”.
Los defensores del proyecto de ley explican, en cambio, que el proceso busca evitar que circunstancias momentáneas, como un cuadro depresivo, deriven en la eutanasia. Al pedido del paciente le sigue la revisión de otro médico (no el de cabecera) y luego su propuesta es analizada por un comité de bioética, con profesionales del derecho, la medicina y la psicología, entre otros.
“El desafío será pensar bien los mecanismos. Por eso, el pedido debe ser reiterado y analizado por un comité, que no se quede con la foto de un momento, sino que evalúe la película”, explica Bilezker. Y, desde su experiencia, recuerda a muchos pacientes terminales que le confesaron desear la eutanasia.
“Aunque se afirma que solo se aplicará la eutanasia a petición, es decir, cuando sea voluntaria, en los hechos luego comienza a aplicarse también a personas inconscientes o recién nacidas. Ello resulta una consecuencia lógica de la pérdida de relevancia jurídica que tiene el bien jurídico ‘vida’”, analiza Lafferriere.
A esta idea se la conoce como “pendiente resbaladiza”, que señala un aumento de causales y casos de eutanasia con el correr del tiempo. En Holanda, pionero de la legalización en 2002 para adultos, tres años después también se comenzó a permitir en niños recién nacidos (cuando se consideraba que su calidad de vida era muy pobre, y bajo estrictos protocolos). El año pasado, se avanzó en legalizarla en menores de 12 años con enfermedades incurables, algo similar a lo que ya regía en Bélgica. También en Holanda, en 2016, un informe reportó un aumento interanual de 10% en los casos concretados de eutanasia, y registró un caso en el cual se habilitó a una mujer con demencia severa, quien ya no podía tomar una decisión así.
Este argumento es desestimado por los impulsores de la ley. “Es el mismo argumento que surgió con la ley de divorcio. Decían que iba a haber una avalancha de divorcios cuando se aprobó”, dice Lisnofsky. Soriano apunta que en Holanda se rechazan dos de cada tres pedidos de eutanasia.
“Creo que legalizar la eutanasia, en los hechos es fomentarla de alguna manera. Es cierto que no será obligatoria, pero las presiones pueden ser muchas y sutiles, desde lo económico hasta lo familiar”, apunta Lafferriere.
Silberberg comparte: “La eutanasia presiona sobre el enfermo grave que se siente una carga insoportable para su familia: del supuesto derecho a la eutanasia se llega a la obligación psicológica de la eutanasia, vulnerando la dignidad de la persona en su momento de mayor indefensión”.
Este tema lleva a otro planteo que hace Bilezker: “Creo que la libertad absoluta no existe en cualquier decisión. Siempre habrá variables en el entorno. Es muy difícil despejar de una decisión cuál es la parte propia, genuina y libre. Esto puede ser tema de debate o reflexión, pero no debiera impedir que exista la ley”.
Al mismo tiempo, Bilezker suma un argumento “pragmático” en favor de la legalización: “La eutanasia ya se practica. Con dinero, se accede a ella. La eutanasia legal terminaría con la clandestina”.
Lisnofsky aporta: “La gran hipocresía de todo esto es que está permitida la sedación terminal: una altísima dosis de sustancias en la que el paciente no despierta y vive lo que el cuerpo aguanta. Y eso es eutanasia, pero disfrazada”.
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La eutanasia y la visión de las personas con discapacidad
“En la legalización de la eutanasia subyace una idea de calidad de vida que parece indicar que ciertas situaciones son incompatibles con la dignidad”, señala Lafferriere.
La eutanasia suele generar una tensión a la hora de hablar de las personas con discapacidad: está el riesgo de señalar a la discapacidad como algo que hace la vida menos digna. En esa línea, la ONU ha planteado que la discapacidad no debe ser el motivo por el cual se habilita o justifica la muerte digna, ya que esto estigmatiza.
De hecho, el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) recurrió al Tribunal Superior para presentar un recurso en contra de la ley, por considerarla discriminatoria, ya que permite la eutanasia a las personas que “sufren” un “padecimiento imposibilitante”.
Lisnofsky, ante este planteo, reitera el carácter voluntario de la ley: “Cada biografía es individual”.
Un debate necesario
Lisnofsky presagia una “fuerte oposición” a la legalización de la eutanasia. Primero, desde sectores económicos: “Hay un negocio muy grande para laboratorios y la industria farmacéutica. Se mueven muchos recursos en relación al final de la vida”, dice. Y también de sectores religiosos.
Es habitual asociar a grupos religiosos con la oposición a la eutanasia. De hecho, Lafferriere, Silberberg y García Elorrio profesan el cristianismo. Sin embargo, destacan, que aunque vayan en la misma línea, sus argumentos no están basados en convicciones personales.
“Mis razonamientos vienen desde la justicia y los principios del Derecho”, sintetiza Lafferriere. Aunque aclara que “en el debate público sobre un tema tan delicado y profundo, creo que no deben desacreditarse los argumentos religiosos, que en relación al final de la vida ofrecen un horizonte de esperanza”. Y destaca iniciativas como la del hospicio Buen Samaritano, una organización de orientación cristiana que busca acompañar a personas con una enfermedad grave avanzada, con el apoyo de diversos profesionales y voluntarios.
Más allá de lugares de procedencia y las historias individuales, está claro que, en el debate sobre la eutanasia, hay diversos argumentos a favor y en contra. Un tema así los merece. Y en eso coincidieron varios de nuestros seguidores en Instagram. Su mensaje fue: “Es un debate necesario”.