Cuando eructan, las vacas liberan tantos gases que hacen que la ganadería sea la actividad argentina que más contribuye a que la temperatura del mundo suba. Generan más gases de efecto invernadero que todos los autos, motos, camiones, colectivos y trenes del país. Además, ocupan los últimos espacios del pastizal pampeano, nuestro ecosistema más depredado. Así, la producción de carne roja se convirtió en un demonio para el equilibrio de la naturaleza. En ese contexto, 86 productores experimentan cómo criar a sus vacas sin arrasar con el pastizal ni sembrar pastos exóticos. ¿Puede ser una solución? ¿Por qué el Estado no se anima a exigir que todos trabajen bajo ese modelo?
¿Un país con poca pampa?
Imaginen a la Argentina sin región pampeana. O mejor dicho, con una región pampeana sin pastizales, arbustos ni árboles achaparrados. No estamos muy lejos de esa imagen: es más o menos lo que pasa ahora. De eso, lo más característico de esa región, queda muy poco.
“Los pastizales pampeanos fueron reducidos a un 20% de lo que ocupaban. Se extinguen”, advierte Pablo Preliasco, un ingeniero agrónomo de la Fundación Vida Silvestre especializado en ganadería sustentable.
En esos pastizales crían esencialmente vacas. Son áreas cercanas a sierras o humedales, tierras de suelo rocoso, salino o inundable, campos que no sirven para ser cultivados. A esas zonas de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba fueron empujados o marginados los productores ganaderos cuando la soja, el maíz y el trigo pasaron a ser un negocio más rentable.
El problema entonces es cómo evitar lo que está pasado desde hace casi tres décadas: los productores levantan el pastizal y siembran pastos importados que sirven de alimento para las vacas. Y adiós al suelo con sus insectos, anfibios, roedores, mamíferos y aves.
Por eso el emblema del pastizal, el tordo amarillo, está en peligro de extinción. También el yetapá de collar. O mamíferos grandes como el ciervo de los pantanos o el venado de las pampas.
54 millones de vacas recalientan el clima
La pérdida del ecosistema no es el único problema. Ese cambio en el ambiente amplifica la emisión de gases de efecto invernadero, porque los pastizales, con casi 400 especies vegetales, capturan más dióxido de carbono que un único pasto. Además, al remover la tierra para sembrar una pastura nueva se libera una cantidad brutal de carbono.
Esa es una de las razones por las que la ganadería es la actividad productiva que más gases de efecto invernadero produce. Más que el transporte o la fabricación de combustibles. En consecuencia, es la que más aporta al calentamiento global. Y de la Argentina, donde ya hay entre medio y un grado centígrado más de temperatura promedio que hace 50 años.
La otra, la principal causa en cuanto a emisión de gases, es que las vacas eructan metano cada tres minutos. Si no lo hicieran explotarían: su sistema digestivo trabaja con bacterias que digieren el alimento y producen metano, uno de los gases que en la atmósfera retiene rayos solares que recalientan el planeta.
¿Es posible producir y conservar el pastizal?
“Sí, claro”, asegura Federico Quiroga, dueño de El Carrizal, una estancia de 1600 hectáreas sobre la ruta 11, frente a Las Toninas. Él es uno de los 86 productores del país que van en esa corriente, minoritaria todavía, pero creciente.
“Con el pastizal natural, sin sembrar una especie forrajera que convirtiera mi campo en un monocultivo, tengo una productividad de 100 kilos de carne por hectárea, 30 kilos más que la media de esta zona de la Cuenca del Salado, pero por debajo del rendimiento que alcanzan grupos de productores que usan pasturas y otros insumos para producir pasto”, dice.
Federico es parte de la Alianza del Pastizal, una iniciativa de la ONG BirdLife International que nació para proteger el hábitat de aves migratorias en Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. En el país la lidera Aves Argentinas y se fue consolidando hasta el punto de que desde hace dos años es posible que los productores certifiquen que la carne es de pastizal y la puedan vender con un sello diferencial.
Pablo Grilli, coordinador del programa de pastizales de Aves Argentinas, detalla los rendimientos: un sistema tradicional permite 0,6 vacas por hectárea y una producción promedio de 90 kilos de carne por hectárea, pero con baja biodiversidad en el ambiente. “Un sistema de ganadería sobre pastizales puede llegar a alcanzar la carga de una vaca por hectárea y hasta 170 kilos de carne por hectárea. Pero con una alta biodiversidad en el campo”.
Hablamos de más de 300 especies vegetales, 135 aves y 20 mamíferos.
Sin embargo, no existe seguridad plena de que los pastizales efectivamente sostengan una mejor relación de vacas por hectáreas.
“Podés llegar a producir menos —reconoce Preliasco, de la Fundación Vida Silvestre—. Pero tenés mayor rentabilidad, porque no necesitás renovar el pasto cada cinco años ni plantar sorgo o maíz cada temporada. Es decir, no necesitás insumos que en general están dolarizados”.
Además, explica, el riesgo ante los cambios climáticos es menor: “El pastizal evolucionó durante siglos en este ambiente y está más preparado para soportar inundaciones o sequías que un pasto africano o europeo”.
La ONG tiene también otro argumento para pelear por una producción bovina más sustentable: muchas de las vacas se engordan en feedlot o corrales de engorde, donde se las alimenta con maíz, un producto del que el humano puede alimentarse.
“Uno de los atributos de la vaca es que puede convertir en carne la celulosa del pasto, algo que no ocurre con el cerdo o los pollos, que se alimentan de maíz. Si las vacas se engordan en el propio pastizal, el hombre no compite por el maíz”, argumenta Preliasco.
Beneficios que no logran quebrar las dudas
Los 86 productores administran unas 400 mil hectáreas en las que tienen 100 mil vacas. Parece mucho, pero es realmente poco: en el país hay 54 millones de vacas.
Si el modelo es rentable y hasta puede ser más productivo, ¿por qué no escala a otras dimensiones? Si permite conservar un ecosistema amenazado, bajar las emisiones de gases de efecto invernadero y recuperar la población de aves y mamíferos en riesgo de extinción, ¿por qué no se convierte en política de Estado?
Desde la Alianza del Pastizal estiman que hay muchos productores en el interior del país que históricamente crían su ganado conservando el ambiente, principalmente en Corrientes, pero que no se reconocen como productores sustentables. Es decir, el número podría ser mayor.
“Pero sobre todo cuesta mostrar que un sistema basado en procesos y no en insumos comerciales es más estable, confiable y rentable a mediano y largo plazo. Ocurre que el poder de llegada que promueven uno y otro sistema no es el mismo”, señala Pablo Grilli, en referencia a los intereses económicos que tienen quienes comercializan pasturas y otros insumos para que el modelo tradicional prevalezca. “También hay productores que quieren innovar y no encuentran un apoyo técnico apropiado que los termine convenciendo”, agrega.
El Estado respalda el modelo, pero no piensa en imponerlo
“El sistema que propone Alianza del Pastizal es un buen horizonte”, considera Nicolás Lucas, director de Producciones Sostenibles del Ministerio de Agroindustria de la Nación.
Sin embargo, en el Ministerio tienen esencialmente un temor: si el país legitimara mediante alguna resolución u homologación oficial los beneficios ambientales de la “carne de pastizal”, alguno de los mercados a lo que llega la carne argentina, principalmente la Unión Europea, podrían exigir esa trazabilidad a todo la carne que ingresa a ese mercado. Sin embargo, a la mayoría de los productores migrar a esa manera de producir le podría llevar varios años.
Por eso, si bien creen que la potencialidad del modelo es "alta", el mejor camino para que el Estado lo promueva es presentarlo como medida de mitigación del cambio climático. Es decir, el Gobierno estudia apoyar técnica o económicamente la reconversión de productores hacia un modelo más sustentable pero como una iniciativa contra el calentamiento global y en el marco de acuerdos internacionales para bajar las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Pero para eso, antes es necesario medir empíricamente la contribución que puede lograr esa medida en cuanto a la disminución de gases”, asegura Nicolás Lucas.
En este contexto, por ahora el programa oficial más orientado a la conservación del ambiente en áreas de producciones ganaderas está en manos de la Secretaría de Ambiente de la Nación. Se trata del Manejo de Bosques con Ganadería Integrada, un esquema de producción que permite la plantación de forrajes, pero en espacios limitados, lo que ayuda a conservar el bosque.
Sin embargo, por ahora es bastante acotado su alcance. “Estamos con tres sitios demostrativos, dos en Santiago del Estero y uno en Chaco, a donde vamos a invitar a otros productores que quieran conocer cómo trabajan y cuál es el resultado que lograron. La intención es que los imiten”, cuenta Juan Pedro Cano, director Nacional de Bosques y Suelos.
La propuesta llegó a las góndolas
La carne de pastizal llegó hace dos años a las góndolas de la cadena Carrefour bajo el sello “Huella Natural”. Venden 12 cortes y todos envasados al vacío. No es la única iniciativa a la venta. La firma Don Edgardo le compra ganado a tres productores que conservan el pastizal. Produce 25 cortes envasados al vacío. La comercialización, en este caso, se hace en Jumbo y 70 almacenes o carnicerías boutique.
“Cuando empezamos, en abril de 2018, encargábamos una jaula (unas 33 vacas) por mes y ahora estamos comprando 4. Lo interesante es que al productor le reconocemos un precio que es un 15% superior al de mercado”, cuenta Alfredo Steffan, responsable comercial de la firma.