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La semana pasada, una discusión entre un grupo de periodistas progresistas y sus adversarios señalados como conservadores puso en evidencia que la sociedad argentina se debe todavía un debate a fondo sobre si quiere ser verdaderamente plural o prefiere la hegemonía del más fuerte. La verdadera grieta es la que separa a estos dos paradigmas.
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Conservadores. El 13 de junio, elDiarioAR publicó el trabajo de un grupo de seis periodistas autoproclamados progresistas. Se trataba de una serie de notas y un mapa de personas e instituciones a las que identificaban como conservadoras, enfrentadas con “las defensoras y defensores de derechos humanos, las y los partidarios de la intervención del Estado, las feministas y demás representantes del progresismo”. El material remitía al sitio reaccionconservadora.net, que alojaba un dossier interactivo, organizado con criterios más o menos arbitrarios, con detalles personales sobre la vida y relaciones de sus adversarios.
Como era de esperar, los calificados de conservadores reaccionaron: varios medios se alarmaron por lo que consideraron una caza de brujas, y famosos e ignotos se encolumnaron detrás del hashtag #LaGestapoArgentina para denunciar fascismo, macartismo y otras formas de persecución ideológica. Lo que podría haber dado inicio a un debate interesante, terminó de manera inesperada: los periodistas dieron de baja el sitio, pusieron candado a sus cuentas de Twitter y optaron por el silencio.
El episodio desnuda un debate todavía pendiente en la Argentina, que parece tener al menos tres capas geológicas:
- Si creemos en la libertad. Es quizá el más profundo de los cuestionamientos: si los ciudadanos podemos hacer lo que queramos, siempre que no lesionemos derechos de terceros. Circular, votar a quien nos parezca, comprar y vender, ingresar y sacar divisas del país, enseñar y aprender y un etcétera interminable que tiene como base la pregunta sobre si el ciudadano es libre y al Estado le corresponde proteger esas libertades, o si en cambio el Estado es el que otorga los derechos a los ciudadanos, y como los da, puede limitarlos. Hay un mundo de distancia entre los dos supuestos.
- Si deberíamos poder decir todo lo que pensamos. Derivada del debate sobre la libertad, la pregunta es si se puede o no decir todo lo que se piensa. ¿Se puede decir que el aborto es un asesinato? ¿O que oponerse a su legalización es asesinar a las madres que mueren en abortos clandestinos? ¿Se puede decir que el matrimonio verdadero sólo es entre hombre y mujer? ¿O afirmar que el género es irrelevante? De nuevo se bifurcan los caminos: somos un tipo de sociedad si podemos decir todo y otro muy distinto si alguna de estas expresiones está prohibida.
- Si queremos de verdad una sociedad plural. O si preferimos una en la que un grupo –ojalá sea el nuestro– imponga su criterio al resto. En un caso, las minorías pueden vivir conforme a sus preferencias: piensan, dicen y hacen lo que quieren, y conservadores y progresistas, religiosos y ateos, liberales y marxistas buscan la manera de convivir sin agredirse. En el otro, el grupo que puede estigmatiza, acosa y cancela a los demás. Aun a riesgo de que mañana el enemigo prevalezca y devuelva el golpe con más fuerza.
Dejando de lado la arbitrariedad para decir quién es conservador y quién progresista, no está claro qué hicieron mal los periodistas de reaccionconservadora.net. En una sociedad plural, se debería poder decir todo, también que ciertas personas o grupos son conservadores, lo sean o no (es lo de menos). Y es lícito que los señalados, si se sienten incómodos, se defiendan con los recursos que tengan a su alcance: de alguna manera, el hashtag #LaGestapoArgentina terminó cancelando a los canceladores. Así es la libertad.
Llega el momento en el que las organizaciones tendrán que pensar en estos temas y tomar partido. Se juegan el futuro.
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Tres preguntas a Sonya Renee Taylor. Es la fundadora y “Radical Executive Officer” de The Body is Not An Apology, una compañía de medios y educación que promueve el auto-amor radical y el empoderamiento físico como herramientas para la justicia social y la transformación.
- ¿Qué nos pasa cuando nos dicen que hicimos algo mal?
Ocurre una reacción física. La amígdala es la parte del cerebro que controla las emociones, y cuando una palabra o gesto nos amenaza, nuestra amígdala manda un mensaje al resto del cuerpo alertando el peligro. Y nuestras reacciones son pelear, huir o paralizarnos. El sentimiento de peligro nos pone a la defensiva, puede hacer que salgamos de la conversación o nos enemistemos con quien nos genera eso. Esto no nos ayuda a entender de qué manera nos hirieron. Lo que ayuda es dar señales de que fuimos heridos: llamar al otro a una conversación para decirle lo que hizo y cómo puede evitarlo en el futuro. Una vez me pasó: dije en Instagram que un oficial de migraciones me había tratado como si yo fuera a hacer la jihad. Una seguidora musulmana me dijo que se había sentido herida por eso porque jihad en su cultura significa “lucha intensa”, y la islamofobia la había convertido en una palabra asociada a la violencia terrorista. Y lo hizo de una manera tan amable y generosa que me dio una lección. ¿Cuál fue mi reacción física? Sudor, taquicardia, presión en la garganta. Me salía apurarme a aclararle que obviamente me había entendido mal porque no lo había dicho en ese sentido, pero no: respiré profundo, y le escribí disculpándome. Quedamos amigas.
- ¿Y qué es lo que nos sucede cuando somos nosotros los que corregimos a otros?
Una vez una mujer hizo un comentario racista en mi comunidad, y tuve que hacer un enorme esfuerzo para explicarle amablemente por qué me sentía agredida, y en esos días tuve insomnio, taquicardia y otros síntomas que provenían de la señal que enviaba la amígdala a mi cuerpo. ¿Por qué sucede esto? Porque nuestra respuesta a la amenaza se activa cuando la percibimos. Como persona de color, que vive en los márgenes de múltiples comunidades estigmatizadas, desafiar la opresión es una reacción inherente a mí. A veces decimos cosas para poner límites a otros que nos hieren repetidas veces. Es probable que todos digamos cosas que hieren a otros por razón de su raza, talle, orientación sexual o la razón que sea, y la gente que vive todos los días con su identidad amenazada por esos mensajes hirientes, no siempre tiene ni el tiempo ni la paciencia para decir amablemente que se siente agredida.
- ¿Cuál es la mejor manera de manejar esas reacciones, particularmente en el contexto de la cultura de la cancelación?
Yo propongo una nueva manera de reaccionar cuando nos sentimos amenazados. Sabemos que nuestra amígdala se activa cuando nos dicen que hicimos algo mal o cuando tenemos que decir a otro que se equivocó. Somos responsables de nuestras propias reacciones y percepciones. Cuando corregimos a alguien, ponemos la responsabilidad de rectificar en el otro. No es necesario hacerlo públicamente, cancelarlo. Puedo compartirte en privado lo que me hirió, y darte el crédito de que buscarás la manera de rectificar e intentar no repetirlo en el futuro. Está todo dicho en libros, blogs, podcasts o videos online sobre qué molesta a cada comunidad y cómo evitar herirla. Y cuando soy el que produjo la herida, puedo ser proactivo investigando –está todo online– para entender lo que pasa en el otro, y así puedo disculparme y evitar repetir lo que hice y ser mejores seres humanos.
Las tres preguntas a Sonya Renee Taylor están tomadas de la presentación “Let’s Replace Cancel Culture with Accountability” en el Contexto de TEDxAuckland. Para acceder a la presentación completa, podés hacer click acá.
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Libertad académica. Este artículo de The Economist cuenta el caso de Jo Phoenix, profesora de criminología, que estaba a punto de disertar en la Universidad de Essex sobre la ubicación de las mujeres transgénero en las cárceles. Un grupo de estudiantes hizo circular mensajes que la tildaban de “transfóbica”, lo que motivó que la universidad primero le pidiera a Phoenix una copia de su disertación y luego cancelara el evento. La académica quedó furiosa.
La universidad pidió luego a una abogada experta en derecho laboral y discriminación que investigara el caso. Dieciocho meses después, la universidad publicó el informe de la laboralista en su sitio web. Decía que la universidad había violado el derecho de Phoenix a la libertad de expresión y que la decisión de “excluirla y ponerla en una lista negra” también era ilegal. Aconsejó a la universidad que se disculpara con la Sra. Phoenix y Rosa Freedman, otra profesora, a quien había excluido de un evento durante la Semana Conmemorativa del Holocausto “por sus opiniones sobre la identidad de género”. Límites a la cultura de la cancelación.
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Academia. Las redes sociales se concibieron originalmente como un democratizador de la participación on-line de las personas. Hoy son una fuerza poderosa en la vida social, y hasta generan hábitos y culturas de origen digital. Este ensayo del filipino Joseph Velasco describe el modo en que la cultura de la cancelación ha entrado en el mundo digital, con foco especial en figuras públicas que por alguna razón desafían lo socialmente aceptable.
Velasco describe a la cultura de la cancelación como “una forma de vergüenza pública iniciada en las redes sociales para privar a alguien de su influencia o atención habitual” o también como “una forma de intolerancia contra los puntos de vista opuestos” derivada de la conciencia colectiva virtual, en palabras de Neil Alperstein. Aunque el ensayo toma como ejemplo el caso de una figura pública de Filipinas, sus implicancias son universales.
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Agenda. Acaba de salir el capítulo 2 de RockearLascomunicaciones.Net, de Carlos Mazalán. Esta vez la invitada es Mariela Mociuksky, de Trendsity, que habla sobre las nuevas brechas sociales y digitales que se generaron en esta pandemia.
Hasta acá llegamos esta semana. Todas tus ideas, propuestas o consultas son bienvenidas. Podés escribirme a [email protected]
¡Hasta el miércoles que viene!
Juan
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