Por Julián Briz Escribano, Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y Isabel de Felipe Boente, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
La innovación, junto con la investigación y el desarrollo, es uno de los motores de los avances en ciencia y tecnología, que a su vez impulsan grandes cambios sociales, económicos y políticos.
La innovación por accidente, que suele ser de forma individual basada en el espíritu observador, ha sido una constante a lo largo de la historia. Por ejemplo, Marie Curie descubrió la radiactividad en su laboratorio, Percy Spencer inventó el horno microondas después de que las microondas derritieran una chocolatina en su bolsillo y Alexander Fleming aisló la penicilina a partir de los hongos que habían crecido casualmente en unas placas de laboratorio.
Hoy en día, la innovación responde a parámetros cortoplacistas, con visión de beneficio, y la protagoniza esencialmente el sector empresarial. Es rupturista, con un proceso de creación y nuevas oportunidades, pero, simultáneamente, con unas consecuencias destructivas para los que se queden marginados.
Además de accidental, la innovación puede ser provocada y buscada mediante el diálogo entre los actores principales: académicos, funcionarios, empresarios, ONG y población en general.
El diálogo como fuente de innovación
Intercambiar ideas es fuente inspiradora de innovaciones. El avance de las tecnologías de información y comunicación (TIC) y en vías de superación de la barrera idiomática gracias a las nuevas tecnologías, la comunicación en un horizonte mundial está al alcance de la mano. En este sentido, los diálogos pueden proporcionar resultados inesperados y a un coste limitado.
Los “diálogos improbables” se producen entre actores heterogéneos, con perfiles profesionales muy diferentes, que dialogan de forma abierta sin agenda específica. Los resultados, cuando se producen, son significativos. A título de ejemplo, podemos mencionar los orígenes de la fotocopia, la lavadora, los cereales para el desayuno o el papel adhesivo.
Los “diálogos probables” se encuentran entre personas con perfiles o intereses comunes, que a través de intercambios de experiencias sobre dificultades existentes buscan soluciones a los problemas. Se estructuran a través de congresos, seminarios, jornadas presenciales o telemáticas, pudiendo tener un escenario internacional, nacional o local.
Los diálogos intergeneracionales e interculturales combinan la experiencia de adulto con el interés e ideas originales juveniles y de otras culturas.
Los lugares de encuentro tradicionales pueden ser a nivel de casas, bares, centros culturales o instituciones. El café Gijón en Madrid era lugar de encuentro de escritores y en el Silicon Valley de California proliferan lugares informales de reunión entre “genios” e inversores. Los huertos urbanos suponen flujo de ideas entre distintas generaciones y culturas de los urbanitas.
Las mezclas culturales, interprofesionales e intergeneracionales son crisoles que permiten madurar ideas para los problemas multifuncionales que presenta la humanidad.
Mirar a la naturaleza para buscar ideas
La infraestructura verde es un prototipo de interacción sociocultural. La observación es la herramienta esencial para la innovación y en esta área el biomimetismo es una importante fuente de soluciones.
La biomimésis observa la naturaleza para aplicar sus procesos en la resolución de problemas humanos, aplicando principios biológicos y biomateriales. La pionera fue la bióloga J. Benyus en 1997, que consideró la naturaleza como fuente de creatividad para desarrollos tecnológicos y estrategias sostenibles.
El biomimetismo incide en distintas áreas como el diseño industrial, la gestión y organización y la medicina, entre otras. Algunos ejemplos son el diseño del tren bala (Shinkansen) en Japón, inspirado en el martín pescador; la arquitectura biomimética basada en los nidos de termitas; el vuelo de los helicópteros a imagen de las libélulas y las palas de generadores aéreos simulando las aletas de las ballenas.
Innovaciones en la cadena alimentaria
Otro escenario de análisis es la innovación secuencial, cuando la incorporación de un elemento innovador en un área específica obliga a realizar innovaciones en sectores interrelacionados. Es el caso de la cadena de valor alimentaria, objeto de especial atención social.
La cadena de valor alimentaria la componen esencialmente tres flujos: bienes y servicios, financiación e información. La innovación incorporada en el eslabón de uno de ellos obliga a reestructurar los otros. Por ejemplo, un cambio de hábitos de consumo y compra puede obligar a reestructurar la producción de miles de hectáreas de cultivo.
El impacto de la pandemia obligó a reestructurar el comercio con impulso a las transacciones electrónicas o el comercio de proximidad. Los cambios en la identificación del producto (los códigos de barras o el QR) necesitan adaptación de los canales comerciales en sus distintos eslabones y la gestión del almacenamiento.
A lo largo de los eslabones de la cadena alimentaria se aprecian cambios significativos que interaccionan con la salud y el medio ambiente. El eslabón productor experimenta cambios en el material vegetal y animal con nuevas variedades a través de la ingeniería genética.
También existen innovaciones en el área de maquinaria, robótica, drones, sistemas de cultivo, riegos de precisión, tratamientos fitosanitarios o lucha biológica.
En la industria transformadora alimentaria, además de innovaciones puntuales en mejora de eficiencia energética, encontramos los cultivos de carne en el laboratorio a partir de células musculares de algunos animales. Aunque en principio se orientan a la alimentación animal en primera fase, mercados como Singapur ya los han autorizado y otros países están en fase de hacerlo.
La carne artificial tiene la ventaja de mejorar el bienestar animal y reducir el impacto medioambiental de la ganadería e industria, pero podría suponer un impacto negativo en la actividad socioeconómica del medio rural, por lo que debe analizarse con detalle.
Factores que influyen en la aceptación de los cambios
La difusión y aceptación de innovaciones es una pieza esencial en el tablero transformador. Hay una serie de factores condicionantes para esa aceptación, como el nivel sociocultural, con grupos aperturistas o conservadores.
En el sector agroalimentario, el rechazo a los transgénicos por ciertas personas “porque tienen genes” es una muestra de desconocimiento de la realidad, existiendo otros argumentos en fase de discusión. Los hábitos y costumbres tradicionales pueden ser en ocasiones otra barrera en la adopción de nuevos alimentos, tanto naturales como artificiales. Los impactos económicos en grupos empresariales o personas con poder de influencia social son elementos a considerar.
Las patentes, como defensa de las inversiones innovadoras, pueden servir de retraso en su incorporación, como ha ocurrido en los coches eléctricos. El periodo de implantación es también tema de interés. En el caso de pandemias, enfermedades o catástrofes naturales, hay una presión social de urgencia que acelera el proceso, como ha ocurrido en la búsqueda de vacunas durante el covid-19.
En el caso de deterioros continuos, con soluciones a medio y largo plazo en temas como cambio climático, medio ambiente y huella de carbono, las medidas propuestas a nivel global por la Agenda 2030 o el Pacto Verde son objeto de controversia y debate entre grupos como agricultores y ecologistas.
En resumen, la dinámica del mundo actual requiere la búsqueda de soluciones innovadoras que surjan de la observación y el diálogo, y que sean objeto de consenso a la hora de su implantación.
Julián Briz Escribano, Catedrático emérito, Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y Isabel de Felipe Boente, Profesora jubilada de Economía y Desarrollo, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.