“Deberíamos aprender de Escocia”. El Gobierno del Reino Unido recibió en los últimos días de enero la sugerencia de parte de la Comisión Adebowale de Inversión Social, encargada de analizar cómo se podría mejorar el movimiento de las empresas sociales inglesas. “Aprender” es justamente la palabra clave para entender la historia de estas unidades productivas en el territorio escocés, dedicadas a atender demandas comunitarias por fuera del lucro, sin descuidar la sostenibilidad.
Desde 2021, Escocia es el primer y, hasta ahora, el único país en incorporar a su sistema educativo formal la enseñanza de cómo organizar y gestionar un emprendimiento con fines comunitarios “para garantizar que para 2024 todos los niños en edad escolar tengan la oportunidad de participar en un proyecto de empresa social en su carrera escolar, presentando los beneficios del modelo a los jóvenes”, según el Plan de Acción de Empresas Sociales, actualmente en ejecución.
Estudiantes con emprendimientos
En la práctica, la oficialización es solo un formalismo para un entrenamiento que ya se viene dando desde los primeros años de este siglo en gran parte del sistema escolar escocés. Abundan los ejemplos de grupos de estudiantes que organizan pequeños emprendimientos a partir de observar las necesidades ambientales y sociales que hay en sus comunidades. En las primarias escocesas se han desarrollado más de mil experiencias orientadas por docentes capacitados.
Algunos ejemplos: producción de cajas de aseo para repartir entre las mujeres sin hogar del barrio, un emprendimiento destinado a atender los problemas de acoso escolar en los recreos, una empresa dedicada a difundir la importancia de las abejas y cómo ayudar a su preservación o la organización de un café mensual con productos elaborados por los estudiantes para recaudar fondos con destino a objetivos sociales.
Gran parte del mérito lo tiene la Social Enterprise Academy (SEA), que es en sí misma una empresa social dedicada a la promoción educativa de esta modalidad de emprendimientos comunitarios y que se asoció con el Gobierno escocés para brindarles a los estudiantes una experiencia de aprendizaje que les sirviera para desarrollar habilidades laborales clave y que, a la vez, fuera una iniciativa para mejorar el entorno social y ambiental en sus comunidades.
El programa del SEA propone que todos los alumnos practiquen la forma de establecer y administrar una empresa social que busque atender esas necesidades que perciben. “He hablado con jóvenes que me han dicho que odian las matemáticas pero aman la planificación financiera porque pueden ver crecer su dinero y saben el impacto social que tendrá. Otros han compartido cómo trabajar en su plan de negocios y saber que los consumidores verán sus anuncios los motivó a mejorar su gramática y escritura. Muchos explican que en ocasiones se han enfrentado a un problema y han trabajado duro para superarlo o han fallado y como resultado saben mucho más”, describe Emily Mnyayi, responsable del Área de Educación de la SEA, en su blog de la página web de la institución.
Esta política educativa se inscribe en la estrategia productiva oficial denominada Scotland can do (Escocia puede hacer) en cuyo documento inaugural de 2018 se establece la importancia de la participación de toda la sociedad en el mundo empresario y la necesidad de crear “una variedad de modelos de negocios, incluida la propiedad de los empleados, las cooperativas y las empresas sociales”, atendiendo especialmente a tres ejes: “Inspirar a la empresa juvenil, inspirar a las mujeres en la empresa e inspirar a las empresas sociales inspiradoras”.
Cómo funciona
Las ideas de los estudiantes, desde jardín de infantes hasta la universidad, se convierten en desarrollos de pequeñas unidades productivas en las que deben resolver los problemas clásicos de montar una empresa y volverla sustentable, al mismo tiempo que cumplen con el objetivo de que sirva a su comunidad.
Es el caso de la Academia Kirkcudbright cuyos alumnos crearon una empresa social dedicada a reparar y reciclar bicicletas. La materia prima la reciben de sus propias familias y maestros, que donan sus viejos vehículos, pero también de los centros de reciclaje locales que les guardan las bicicletas desechadas. Una vez reacondicionadas, las venden a precios muy populares.
Cada septiembre, los estudiantes de Sgoil Dhalabroig, una primaria de South Uist, venden a la comunidad las verduras que han plantado y cosechado. El dinero que recaudan se ingresa en una cuenta de la empresa social que crearon para financiar la huerta del año siguiente. El aprendizaje se vincula con las nociones de desarrollo sostenible y el conocimiento del trabajo agrícola.
En la primaria Saint Nichols, de Broxburn, los estudiantes crearon un café comunitario al que llamaron Food for Thought (Alimento para el pensamiento) cuyo objetivo era presentar una oferta gastronómica a precios justos y utilizar las ganancias para que la población vulnerable de esa localidad accediera a esos alimentos.
En el Forth Valley College armaron una empresa social con la idea de vender productos que elaboren los estudiantes y el personal de la escuela. Campus Craft (Arte del Campus) orientó su producción hacia la calidad y el buen servicio y amplió su oferta con productos que ofrecen otros artesanos locales. De esta manera, trabajaron sobre el desarrollo de habilidades para el trabajo, la autoestima y la posibilidad de ofrecer alternativas de comercialización a quienes tienen dificultades para mostrar lo que producen.
Innovación, creatividad y participación
Shirley-Anne Somerville, secretaria de Educación de Escocia, expresó las expectativas de la propuesta en una presentación del plan realizada en noviembre: “Espero ver la innovación, la creatividad y la participación que creará en las escuelas y comunidades. Programas como este brindan una plataforma para que los estudiantes impulsen el cambio a una edad temprana”.
Algunos emprendimientos se enfocan en la asistencia a comunidades de países periféricos. En 2014, la Stonelaw High School recibió el primer premio a la Empresa Social Juvenil de Escocia, de manos del viceprimer ministro John Swinney, por la iniciativa de organizar una feria de productos justos que se inició en 2003 con una inversión de 100 libras esterlinas (130 dólares) y once años después contaba con ventas por 185 mil libras (poco más de 240 mil dólares). Esas ganancias apoyan la educación de cientos de huérfanos del SIDA y niños vulnerables en una escuela de Kwazulu Natal, Sudáfrica.
Incluso hay experiencias que llegan al primer plano del mundo de los negocios. El grupo sueco de tecnología educativa ILT compró en marzo Giglet Education, una empresa social que tiene como objetivo ayudar a las escuelas y maestros a mejorar los resultados de alfabetización y elevar los estándares de aprendizaje en el aula y en el hogar. El emprendimiento, que ya fue probado con 120 mil alumnos y 40 mil docentes, fue creado en 2007 por el escocés Craig Johnstone como parte del aprendizaje de organización de un emprendimiento mientras cursaba la secundaria en la Academia Loudoun, en East Ayrshire.
Negocios con misión social
La definición de empresa social no ha sido establecida con un criterio uniforme en el mundo, pero hay coincidencia en considerarla una nueva forma de emprendimiento que constituye una respuesta a un contexto empresario corporativo que busca el lucro como única finalidad.
El aumento de las demandas comunitarias en áreas que han sido descuidadas por el capital y los Estados vuelve necesario un nuevo enfoque empresarial, cuyo objetivo central sea la atención de esas necesidades no cubiertas, especialmente en temas como el ambiente, los alimentos, la vivienda, la educación, el cuidado de la salud y las comunicaciones.
Habitualmente las empresas sociales se vinculan con organizaciones comunitarias dado que una de sus premisas es favorecer la participación en el grupo emprendedor de colectivos que tienen dificultades para acceder al mercado de trabajo, como las personas con discapacidad, las mujeres en situación vulnerable, los inmigrantes, las personas liberadas del sistema penal, los jóvenes que buscan el primer trabajo o aquellos con escasa formación educativa.
En la India, una empresa social organiza a grupos de mujeres para capacitarlas en el manejo y crear cooperativas de taxis con personal femenino para atender la demanda de un transporte público en el que otras mujeres se sientan seguras. En Ballarò, Italia, hay un restaurante multiétnico cuya cocina y atención está a cargo de inmigrantes de diversos orígenes que preparan sus platos típicos, y así se intenta ayudarlos a que se integren a la comunidad.
Una empresa social eslovena se dedica a la fabricación de ropa para personas con discapacidades atendiendo a las necesidades que los propios usuarios les plantean a los diseñadores. El municipio de La Paz, en Bolivia, creó un emprendimiento que se dedica al tratamiento de residuos de construcción y demolición para reciclarlos y aliviar el problema ambiental que generan.
En Ruanda una empresa social capacita a las mujeres ciegas para que desarrollen técnicas de masajes como salida laboral.
En Francia, el Salon des Seniors es un restaurante cuyos empleados han pasado los 60 años y encuentran la posibilidad de reinsertarse laboralmente ofreciendo un menú con las recetas caseras que han aprendido a lo largo de su vida. En la localidad de Wanda, en Misiones, Argentina, se desarrolla una experiencia de cría de aves donde antes había plantaciones de tabaco y busca reemplazar la producción que llega desde largas distancias encareciendo el producto.
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Y hay más ejemplos. En varios países de África se ofrece capacitación para atender las necesidades de las madres y bebés en los primeros mil días de vida. Existe una gran variedad de cafés y empresas de tecnología que emplean a personas que presentan trastornos del espectro autista y que allí pueden desarrollar sus aptitudes. Centenares de redes comunitarias de conectividad se han desplegado en zonas rurales y pequeñas localidades para proveer de conexión a personas que no son tenidas en cuenta por las empresas convencionales.
Son solo algunas muestras de un nuevo mapa que redefine la actividad económica hacia asuntos de interés social. La lista de empresas sociales es inagotable y atiende las más variadas necesidades.
Difundir esta nueva manera de entender el concepto empresarial es una propuesta que no ha interesado solo a la comisión inglesa que aconseja “aprender de Escocia”. La práctica social empresarial de estudiantes tiene experiencias piloto también en otros 12 países con distintos grados de desarrollo como China, Australia, Zambia, Malawi, Ruanda y Canadá.
SEA, la academia escocesa creadora del método de aprendizaje oficial, tiene presencia directa o asociada en 30 países y planea capacitar a 10 millones de potenciales emprendedores sociales para 2030, bajo la consigna “aprendiendo a cambiar el mundo”. Un desafío ambicioso, pero sostenido por una larga lista de experiencias que se multiplican año a año y producen pequeños cambios en centenares de comunidades de todo el planeta.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 9 de mayo de 2022.
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