La sociedad no espera que los padres cambien su rutina al tener un hijo- RED/ACCIÓN

La sociedad no espera que los padres cambien su rutina al tener un hijo

La crisis por la pandemia dejó al descubierto una situación que prevalece desde que se impuso en el mundo la división sexual del trabajo. ¿Por qué es necesario que los gobiernos intervengan para igualar las tareas domésticas y de cuidado?
23 de marzo de 2021

Ilustración: Pablo Domrose.

Ilustración: Pablo Domrose.

“Dale, bancame que duermo a Dante y lo miro”. “Perdón, no puedo hacer esa entrevista a esa hora, no tengo quien cuide al bebé”. “Perdón por los gritos de fondo, se me despertó el pequeño”. “Apenas me releven en el cuidado de Dante, la edito”.

Esto es lo que mis compañeros y compañeras de trabajo más escuchan de mí desde hace seis meses.

Soy periodista y soy madre primeriza. Mi hijo nació en plena pandemia. Volví a trabajar a los tres meses de su nacimiento porque no deseo abandonar mi profesión por haberme convertido en madre. Pero tampoco deseo relegar la crianza de mi hijo. Por el contexto que nos tocó, mi compañero y yo hacemos home office y nos apañamos para cuidar a nuestro bebé de nueve meses.

Sin embargo, aunque él sea un padre completamente presente, se ocupe de muchas —muchas— de las tareas del hogar e intente pensar una y otra vez cómo hacer que la balanza entre el cuidado del bebé y las obligaciones laborales de cada quien sea más equitativa, no lo logra. No lo logramos. 

Él gana más porque es programador. Y, muy probablemente, porque es varón. Sus horarios no son flexibles. Y aunque en su trabajo le dijeron que “cualquier cosa, avisanos”, sus jornadas, lejos de ser más amables contemplando la situación, son cada vez más largas y exigentes. 

La sociedad patriarcal y el mercado laboral no esperan que el padre necesite modificar ni un milímetro de su rutina al tener un hijo.

La sociedad patriarcal y el mercado laboral ponen a la madre en la situación de elegir entre ser profesional y maternar. Y cuando esto no sucede, exige que trabajemos como si no criáramos y que criemos como si no trabajáramos.

Aunque este no es mi caso, porque debo ser una de las pocas afortunadas que forma parte de un equipo comprensivo y contenedor, donde las personas están por encima de todo. Y aunque mis compañeras y compañeros me la pongan realmente fácil, ayudándome para que lo logre, para que pueda trabajar y criar. Y aunque esta debería ser la regla y no la excepción, lo es. 

Y la culpa. Ese sentimiento que me sigue como sombra a donde voy, está ahí, recordándome que no puedo dar tanto como antes, que ya no rindo lo mismo, que no soy tan productiva.

Stop. Un segundo. ¿No soy tan productiva?

Estoy criando a una persona. Un futuro miembro activo y —deseo— responsable de la sociedad. Si lo pensamos en términos mercantiles—aunque suene espantoso—, alguien que formará parte de la fuerza de trabajo del futuro. Entonces: ¿la crianza no debería ser una responsabilidad colectiva? ¿Por qué varones y mujeres no logramos la equidad? ¿Por qué el mercado laboral o los Estados no suelen tener normas que impliquen que madres y padres puedan tener jornadas laborales que permitan la igualdad, un “cuatro horas vos, cuatro horas yo”?

¿Por qué me toca hacer contorsiones, tener reuniones con la cámara apagada mientras doy la teta, o sin hablar porque el bebé duerme encima mío, hacer entrevistas a horas rarísimas, empezar a trabajar “tranquila” a las ocho de la noche, cuando ya no puedo más, intentar despertarme dos horas antes que mi hijo para poder adelantar, trabajar largo los fines de semana, relegando momentos de descanso o dispersión, trabajar en cualquier rincón de la casa trasladándome de un espacio a otro con bebé, computadora, cargador, teléfono y libreta de tareas pendientes a cuestas, mientras mi compañero trabaja de lunes a viernes, de 10 a 19, en el escritorio? 

Porque soy mujer. Pero por qué.

Ilustración: Pablo Domrose

Desigualdad en las tareas de cuidados AC (Antes del Coronavirus)

Esta situación, que la pandemia intensificó, multiplicó y desnudó, no empezó con la pandemia. Viene, podríamos decir, desde que las mujeres se incorporaron al mercado de trabajo masivamente, en el siglo XIX, a partir de la Revolución Industrial. Es decir: llevamos más de un siglo agrandando esta grieta. 

Hace casi dos años escribí esta nota en la que citaba un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) titulado “El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente”. Este revelaba que la desigualdad de género en el tiempo dedicado a las tareas de cuidado no remunerado disminuyó solo 7 minutos al día durante los últimos 20 años. A partir de este dato —y de la cifra contundente que muestra que en el mundo se emplean 16.400 millones de horas en el trabajo de cuidado no remunerado, lo que significa (medido en tiempo) 2.000 millones de personas trabajando ocho horas diarias sin recibir ninguna remuneración, de las cuales las mujeres se ponen al hombro el 76,2%— Shauna Olney, jefa del Servicio de Género, Igualdad y Diversidad de la OIT, aseguró que “a este ritmo, serán necesarios 210 años para acabar con las diferencias entre ambos sexos en la prestación de cuidados”. 

El estudio también señalaba que si el tiempo empleado en tareas domésticas y de cuidado fuese valorado en sueldos mínimos, representaría el 9% del PBI mundial. 

En la misma nota, que tiene una vigencia absoluta y lamentable, otra madre primeriza, una mujer que cuida a un joven con retraso madurativo y otra que acompaña a una señora mayor, contaban sobre la desigualdad de género y la precarización en los trabajos de cuidado y tareas domésticas.

“Trabajo en una institución educativa. Mi marido gana más porque trabaja en ingeniería; pero más allá de eso, cuando nació Dana, nuestra hija, tuvimos que tomar una decisión para ver quién iba a sacrificar horas de trabajo. Fui yo la que tuve que renunciar al ver que no podía con todo: la crianza, mantener una casa, la limpieza, la comida. Fue muy duro pero fue una de las cosas que tuve que hacer para sobrevivir”, decía Leticia, que es psicopedagoga y madre. 

Y seguía: “Es difícil. Siento que mi marido no tuvo que sacrificar nada, ni laboral ni social. Una de las cosas que vivo con más dolor es cuando cada jueves él se va a comer asado con amigos. Yo, por un tema de teta y organización no tengo ese espacio. Y los sábados juega al fútbol. Yo cuido a la nena de lunes a viernes, todas las mañanas. Los sábados también. Es sentirse bastante sola, con mucha carga emocional. Está presente todo lo que uno quiere y desea ese bebé, pero también todo lo que implica renunciar a uno mismo”.


Las diferencias en los trabajos de cuidado de los hijos e hijas, básicamente, nacen junto a ellos. Esto es visible al pensar en las licencias por maternidad y paternidad. En Argentina a las madres les corresponden 90 días, mientras que para los padres o personas no gestantes son solo 2. Y aunque en 2018 se presentó un proyecto de ley para extender la licencia de paternidad a 15 días, aún no hay noticias sobre el asunto.

La Ciudad de Buenos Aires hasta ahora es la única que aprobó un régimen de licencias para que empleados y empleadas del gobierno porteño puedan tener esa cantidad de días. Luego existen las empresas que también los otorgan. Pero, al momento, esto cuenta como beneficios o arreglos particulares, no está regularizado ni existe norma que obligue a los empleadores a otorgarlos a nivel nacional. 

Cabe aclarar que hay muchos otros países del mundo muy avanzados en esta materia donde tanto madres como padres tienen licencia incluso durante todo el primer año de vida de su hijo o hija. En Finlandia, por ejemplo, se otorgaron el año pasado 14 meses de licencia para que padres y madres tengan la misma cantidad de días, recibiendo el salario por siete meses cada uno, y un mes adicional para las mujeres embarazadas. En el caso de las familias monoparentales, el trabajador o la trabajadora puede utilizar los 14 meses disponibles.

Esa reforma, dijo Aino-Kaisa Pekonen, ministra de Asuntos Sociales y Salud, “es la inversión del gobierno en el futuro de los niños y el bienestar de las familias".

Ese es el punto.

Según el informe de la OIT, 1.900 millones de niños y niñas menores de 15 años y 200 millones de personas mayores necesitan cuidados en el mundo. Para el 2030, esa cifra llegaría a 2.300 millones. Laura Addati, autora principal del estudio, asegura que “si no se abordan de manera adecuada los déficits actuales en la prestación de cuidados y en su calidad, se generará una crisis del cuidado global insostenible y aumentarán aún más las desigualdades de género en el mundo del trabajo”. 

El estudio también señala que el trabajo de cuidado no remunerado es el mayor obstáculo de las mujeres para incorporarse, permanecer y progresar en su carrera laboral. “En 2018, 606 millones de mujeres en edad de trabajar declararon que no habían podido hacerlo a causa del trabajo de cuidado no remunerado. Apenas 41 millones de hombres dijeron que no formaban parte de la población activa por el mismo motivo”.

Ilustración: Pablo Domrose

Desigualdad en las tareas de cuidado DC (Durante el Coronavirus)

A mediados del año pasado, con la pandemia devorando el mundo como lo conocíamos y la Argentina en cuarentena estricta, mi compañera Flor Tuchin escribió una nota sobre la desigualdad de las tareas de cuidado en esa situación (que para muchas familias continúa) y la tituló con una sentencia tan real que duele: Lejos del 50 y 50: las mujeres con hijos hacen más tareas domésticas que sus parejas y “descuidan” su profesión.

En este texto, que contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN, saca una radiografía de lo que comenzó a suceder puertas adentro de los hogares cuando se cerraron las escuelas y el trabajo se trasladó a casa: “Las mujeres suelen acompañar y cuidar más tiempo a los hijos, duermen menos y le quitan horas a su trabajo remunerado”.

“Cuando todos duermen, Carla Rodríguez Miranda aprovecha para prender la computadora y avanzar con su trabajo. Es docente en dos universidades y desde el comienzo de la cuarentena da clases desde su casa. Hace dos meses su marido volvió a trabajar y ahora la mayor parte del cuidado de sus dos hijos recae sobre ella. Hacer home office; cuidar a sus hijos, de cinco y un año; y encargarse de las tareas domésticas la llevan, dice, al desborde mental”, escribe Flor.

La nota muestra cómo “en la Argentina existe una distribución desigual de las responsabilidades de cuidado. Por un lado, las familias son quienes mayor carga de cuidado tienen frente a los otros actores sociales y por otro lado, las mujeres son las que realizan la mayor parte de los trabajos domésticos y de cuidados no remunerados”.

A estos factores se le suma que el Estado brinda soluciones escasas: “La oferta pública de servicios de cuidado, como los centros de primera infancia, es insuficiente” y no todas las familias pueden pagar un espacio privado, explica Flor.

“De acuerdo con una encuesta de la consultora Grow hecha durante la cuarentena en hogares con hijos menores de 12 años, las mujeres le dedicaron en promedio 13 horas por día a las tareas de cuidado y domésticas. Mientras que los varones le asignaron 9,7 horas. Además, los varones tuvieron una hora más para dormir y le dedicaron 1,5 horas más al trabajo remunerado”.

“Que los trabajos de cuidado recaigan mayormente en las mujeres tiene consecuencias a nivel social y económico e incide directamente tanto en el ingreso como en la permanencia de las mujeres en el mercado laboral”, escribe Flor. 

Y para las familias monoparentales, que según la Dirección General de Estadística y Censos porteña es 1 de cada 10, es aún peor.

“Ana Aramayo Avila, de 40 años, se levanta dos horas antes que su hija de cuatro años para poder avanzar con su trabajo. Está separada del padre y durante la cuarentena la niña pasa la mayor parte del tiempo con ella. Ana arma juegos para entretener a su hija mientras ella trabaja bajo la modalidad de home office. ‘Entretener a una nena de cuatro años en un departamento sin balcón y sin patio es complejo. No había manera de cansarla. Convertimos el living en un gimnasio con colchones para que juegue y se ejercite. Es difícil estar al mismo tiempo con el trabajo, el cuidado de tu hija y la limpieza’”, cuenta la nota citada.

Según el último informe publicado por Economía Femini(s)ta con los datos del último trimestre de 2020, las mujeres siguen realizando el triple de tareas del hogar que los varones: “Si hay algo que no cambió, ni con la pandemia, es la distribución del trabajo doméstico no remunerado y de cuidados”; “la asimetría con la que se distribuye se vincula a las horas disponibles para trabajar de forma remunerada, impactando también en los ingresos que perciben mujeres y varones de forma diferenciada”, dicen.

Ilustración: Pablo Domrose

Trabajos domésticos y de cuidados no remunerados: el Estado es responsable

La socióloga y periodista española, Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (Ediciones Godot) da cátedra y desteje punto a punto los motivos por los cuales la crianza de los hijos, las tareas de cuidado en general, y el mercado laboral, no son compatibles para las mujeres madres de la forma en que están planteados en la mayoría de las sociedades del mundo.

Para explicarlo, Vivas navega por la historia de la humanidad y repasa desde la quema de brujas en la Edad Media hasta llegar al sol de hoy, pasando por la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral y por el surgimiento de los diferentes movimientos feministas del globo. Ella señala que el desafío consiste en “politizar la maternidad y la crianza, en señalar que es una responsabilidad colectiva de mujeres y hombres, pero también del Estado”. 

Sobre esto, mi compañera Stella Bin, escribió en diciembre pasado una nota titulada Por qué la distribución de las tareas del hogar debe ser una política pública y cuáles son los planes del Estado, en la que cuenta las iniciativas del gobierno argentino para comenzar a regular esta situación. 

“Es que si bien con la organización de los Estados modernos se implementaron sistemas públicos de salud y educación, no fue así con los cuidados”, explica Stella. 

Y sigue: “Expertos y funcionarios consultados coincidieron en que esto ocurrió porque los Estados de bienestar se diseñaron con base en la división sexual del trabajo, que implicó que los varones fueran a trabajar y las mujeres a cuidar. Así, el cuidado quedó en manos de las familias y bajo la responsabilidad de las mujeres, en su enorme mayoría”.

En Argentina, explica, se vienen aplicando medidas que buscan equiparar esta situación, como la Asignación Universal por Hijo y la moratoria previsional. “Son dos políticas públicas que indirectamente aportaron a un acto de justicia económica con las personas que se ocupaban de tareas de cuidado”, le dice a Stella Lucía Cirmi Obón, directora nacional de Políticas de Cuidados del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, (creada, precisamente, con el objetivo de configurar un Sistema Integral de Cuidados con Perspectiva de Género que organice todos los esfuerzos que funcionan de manera aislada), pero son iniciativas que se llevan adelante de manera desarticulada. 

Stella menciona “cuatro líneas de acción para organizar un sistema de cuidados”:

En primer lugar, la creación de la Dirección nacional de Políticas de Cuidados desde la cual se trabaja en un Mapa Federal de los Cuidados, que cuenta con el apoyo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), que consiste en recabar información y desarrollar un portal que permita ver la oferta de servicios de cuidado y de formación de cuidadoras y cuidadores en todo el país.

En segundo lugar, se conformó la Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado, “que busca organizar las actividades que cada ministerio lleva adelante de manera desarticulada. En esa línea, en marzo de 2020 publicó un informe sobre Políticas de Cuidado frente al COVID-19 y durante la cuarentena realizó varias campañas buscando sensibilizar e informar. También redactó un documento en el que hizo un diagnóstico como Estado y acordó hacia dónde se irá con las políticas públicas de cuidados”.

En tercer lugar, está la Campaña Nacional “Cuidar en Igualdad”, que se lanzó en agosto de 2020 “con el objetivo de empezar a discutir a nivel provincial qué prioridades tiene cada territorio”. 

Y finalmente se puede mencionar la formación de “la Comisión Redactora del Proyecto de Ley de Cuidados, —integrada por profesionales de distintas disciplinas—, que funciona ad honorem. Se nutre de todo lo que digan los parlamentos, la Mesa Interministerial, distintas organizaciones y representantes de sectores ‘para escribir un proyecto de ley que proponga un cambio de paradigma sobre el tema’”,  explica Cirmi Obón.

Y agrega: “Estos cambios son una necesidad y las políticas públicas tienen que tenerlos en cuenta como derecho y como trabajo. Es decir, tiene que ser reconocido económicamente. Y también jerarquizar estos trabajos de cuidado, que no son una intuición femenina sino algo que se aprende”.

Si la OIT está en lo cierto y recién dentro de 210 años lograríamos la equidad entre varones y mujeres respecto a las tareas de cuidado, es mejor que los Estados comiencen a poner más esfuerzos en cerrar esta brecha. No podemos esperar tanto.

Si creés que estás viviendo una situación de violencia por razones de género y necesitas contención o asesoramiento, llamá al 144. Si estás en riesgo inminente de ser atacada llamá al 911.

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