“¿Hasta cuándo vamos a seguir poniéndole nombres aburridos y pretenciosos a las orquestas?”, se pregunta Omar Zambrano, el creador de una orquesta de música clásica integrada por más de cien venezolanos que migraron hacia la Argentina.
“Si queremos que nuestra música sea consumida por todos, hay que hablar un lenguaje que todo el mundo entienda”. Y así, la orquesta tiene un nombre muy pop: Latin Vox Machine. “Es que detrás de todo esto hay producción”, dice Zambrano.
Él fue quien, hace dos años, vio a un chico de 19 años tocando el corno francés en la estación Pueyrredón del subterráneo en la Ciudad de Buenos Aires. Inmediatamente se dio cuenta de que ese chico era venezolano y de que muchos otros compatriotas estaban dispersos en esos túneles tocando música, como aquel, con un gran nivel: con nivel de academia.
En ese mismo momento Zambrano, que había llegado a la Argentina en 2016 luego de vender todo lo que poseía para financiar su partida (incluido su piano), y que trabajaba cada tanto para una productora audiovisual, tuvo la idea de organizarlos.
Hoy tiene 36 años y es el director ejecutivo de esta orquesta que se está convirtiendo en la nueva sensación de la música clásica local. En el último mes de octubre, Latin Vox Machine tocó en el CCK a sala llena y en diciembre lo hizo en el Teatro Coliseo ante 1.800 personas, bajo el auspicio de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en el Día de los Derechos Humanos (y con dos músicos sirios).
-¿Qué pensaste cuando viste a ese chico tocando el corno francés en el subte?
-Pensé que alguien tenía que hacer algo. Yo no tenía propósito en mi vida en la Argentina. Los inmigrantes llegan sin propósito, o pierden los propósitos en el camino, y no hay nada peor que eso. Yo estaba en cero y necesitaba reconstruirme. Así descubrí un propósito muy poderoso que atesoré y compartí.
Los integrantes de Latin Vox Machine son músicos académicos que recibieron una formación de excelencia en el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela: una red masiva de escuelas de música insertadas, desde hace 40 años, en las comunidades y en los barrios. “La música clásica en Venezuela es como el fútbol en la Argentina: está en todos lados”, dice Zambrano. El director Gustavo Dudamel, que a los cuatro años comenzó a tocar el violín en una de esas orquestas y que hoy es el gran director de la Filarmónica de Los Ángeles y de la Sinfónica Simón Bolívar, es el representante más conocido.
A través de las redes sociales y de mensajes de Whastapp, Zambrano convocó a los músicos que habían migrado a la Argentina para armar la orquesta. Luego tomó contacto con el maestro coreano Jooyong Ahn, que había dirigido en el Carnegie Hall de Nueva York y el Academy Hall de Filadelfia, y que se encontraba trabajando para el Ministerio de Educación argentino. Ahn aceptó dirigir temporalmente a la orquesta de los venezolanos.
“Se fueron uniendo voluntades importantes”, dice Zambrano. Después de reunir a 35 músicos, los llamó a todos para filmar el ensayo. “No nos íbamos a lanzar sin registrar lo que estamos haciendo para promocionarlo”, dice. “Quería construir una plataforma comunicacional interesante, que llamara la atención”. Así que se reunieron en la Casa de la Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y grabaron esta pieza:
“Fue el primer encuentro y fue muy emotivo: había gente que se veía, se encontraba y no sabía que estaba acá”, dice. “Ahí los chicos decidieron seguir tocando”.
Durante los primeros meses del año 2018, para Latin Vox Machine todo fue “muy artesanal”: los músicos ensayaban en un galpón, sin impresoras para imprimir nada y ni siquiera atriles. La percusión, que era costosísima (el alquiler de un set de timbales cuesta 8.000 pesos), era prestada. Los ensayos, los fletes, los traslados y la comida también eran una complicación. Pero lograron continuar. Ahora las cosas están cambiando de a poco. Para 2019 hay muchos planes: el primer concierto pautado es el 5 de mayo en el anfiteatro del Parque Centenario. En julio habrá otro, de nuevo en el CCK.
“Nuestra producción es muy osada y no todas son flores, también hay espinas y duelen, por ejemplo cuando nos cuestionan que hagamos cierto repertorio con cierta iluminación”, dice. “En Venezuela había instituciones muy rígidas que no nos permitían hacer ciertas cosas a los músicos, pero ahora no tenemos a nadie encima que nos financie ni que nos diga nada”.
-¿Fue difícil comenzar en la Argentina?
-Yo no entendía nada... Y después entendí que no tenía que esforzarme tanto en entender. Tratar de acomodarse en un nuevo lugar es un gran esfuerzo y me costó mucho, hasta que decidí ser como soy. Me preguntaba: “¿Qué hice? ¿Tomé la decisión correcta? ¿Es el país correcto?”. A todos nos pasó. Parece que hablamos el mismo idioma, pero no.
-Pero la música sí es el mismo idioma...
-¡Y eso es lo fantástico de este proyecto! La nota do siempre es do. Por eso en la orquesta han convivido muchos venezolanos, seis argentinos, dos chilenos, dos sirios y un coreano. No es un gueto venezolano, sino una orquesta multicultural donde todos aprendemos de todos. Más que la excelencia musical, perseguimos la excelencia ciudadana porque en una orquesta debe haber organización: si uno se equivoca, se equivocan todos; si uno suena mal, suena mal todos. Ese acto constante crea un comportamiento colectivo que se fija en cada uno de los músicos y se queda con él todo el tiempo. La orquesta funciona para la vida en general, es una máquina de ética, de integración, de respeto.
-¿Cuál es la misión de Latin Vox Machine en este momento?
-Nuestro mensaje es de esperanza. Nosotros nunca imaginamos que esto nos iba a pasar: nosotros, los venezolanos, éramos los que recibíamos a los desplazados de Colombia. Pero esas son las paradojas de la vida. Uno nunca sabe... Como sea, no somos víctimas sino que aprendimos a seguir adelante en un nuevo país sin asistencialismo, con trabajo genuino.
-¿Los músicos de la orquesta siguen trabajando en el subte?
-La mayoría sí, pero nuestra meta es ser sustentables para que eso deje de ser así en algún momento. ¿Va a costar? Sí. Pero vamos por un buen camino.