Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Hernán Casciari cerró el FILBA, el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, con una lectura en vivo. El FILBA es uno de esos encuentros literarios un poco elitistas, donde una invitada estrella puede ser Lorrie Moore, una escritora desconocida para el gran público pero con muchos fans entre los iniciados. Casciari es otra cosa: escribe relatos sobre Messi y Maradona, que se vuelven virales; es uno de los herederos más atentos del costumbrismo argentino y Fontanarrosa está entre sus ídolos; tiene miles de seguidores en todas las redes sociales y les responde; se autoedita sus libros y vende mucho; publica una revista –Orsai– en la que escriben, en un clima de banda de amigos, los mejores cuentistas y cronistas; y se siente cómodo en un hoodie y un pantalón caído. Pero si Casciari leyó seis cuentos y llenó el teatro del FILBA fue porque su literatura ya no existe tanto en el papel, sino en los escenarios.
“Hace casi cuatro años que no escribo”, dice unos días antes del FILBA. Aunque es autor de novelas, cuentos, ensayos y miles de entradas de blog, no habla con nostalgia. “Desde que dejé de fumar, dejé de escribir. Porque el ritmo del cigarrillo era muy importante para escribir”.
En un bar de Villa Urquiza, cerca de su casa, habla y toma un licuado de ananá. Dejó de fumar tabaco y marihuana, y de comer con sal –y también de escribir–, luego de un infarto de corazón en diciembre de 2015 (aunque la historia que redactó sobre este episodio, “El mejor infarto de mi vida”, fue un nuevo hit en su carrera y le dio título a su quinto libro de cuentos). Luego de ese crack, todo cambió: Casciari, que había vivido 15 años en Barcelona, se divorció, vino a Buenos Aires, se enamoró y tuvo una hija.
Todo esto es público: como Casciari escribe (mucho) sobre su vida, sus lectores lo saben. Ellos, que fueron la comunidad de su blog Orsai, ahora son sus followers y más: son sus hinchas. Ellos son quienes, para esta entrevista, nos enviaron sus preguntas.
—Una: ¿qué talle de pantalón usás?
—Uno que es más chico de lo que debería, pero no sé… ¿Treinta y…? ¿Cuarenta? No sé. Hay un treinta-y-algo-barra-cuarenta-y-algo.
—Otra: ¿un autor o autora para recomendar?
—¡Borges, siempre! Graciela Borges.
“En estos últimos años escribí para comprobar que la escritura estaba ahí”, sigue él. “Es la misma diferencia que hay entre hacerse de comer y tener ganas de cocinar”. Antes, cuando fumaba, Casciari tenía muchas ganas de escribir: el proceso era todo y lo que pasara después no le importaba. “Me da la sensación de que escribí todo para el que soy ahora: para que este Casciari de ahora pueda decirlo en un escenario”. Así, la lectura del FILBA fue una más en una serie de presentaciones que pone a Casciari tres veces por semana frente al público, en diferentes lugares y con distintos compañeros.
—Pregunta un lector: ¿Te bloqueás al escribir? Y en ese caso, ¿qué hacés?
—Inmediatamente, dejo de escribir. Y me dedico a ser fiambrero.
Casciari lee en vivo solo, o junto a los dibujantes Horacio Altuna y Gustavo Sala (mientras ellos dibujan), los músicos Zambayonny, Cucuza Castiello y Fabiana Cantilo (mientras ellos cantan) y su propia familia (en el show “Una obra en construcción”, donde lo acompañan su madre, su cuñado, su hermana, tres primos y dos sobrinos: todos parientes reales). Además lee cuentos en Perros de la calle, el programa de radio de Andy Kusnetzoff, y en el noticiero de Telefé Staff de noticias. Son puestas en escena que durante noviembre llevará a Berlín, París, Londres y Roma.
En 2019 Casciari ya no es un escritor, sino un recitador de su propia obra. “El que escribía, el yo-escritor, ahora es un empleado mío”, dice.
—¿Antes del infarto te habías subido a leer en un escenario?
—No. La primera vez fue en un TED que me invitó Gerry Garbulsky acá en Buenos Aires: le dije que sí porque era amigo mío y me había ayudado mucho, con mucha onda, en la parte logística de Orsai. No le pude decir que no, pero odié que me invitara. Pasaron los meses y yo no tenía idea de lo que iba a hacer. Esa mañana escribí algo en el hotel (yo vivía en Barcelona) y lo leí. Pánico.
—O sea que lo más cerca que habías estado de leer tus cuentos en un escenario había sido cuando Antonio Gasalla adaptó a teatro tu libro ¡Más respeto que soy tu madre!. Pero ahora pareciera como si fueras otra persona…
—Me convertí en alguien muy distinto. Antes, yo decidía qué hacía en tanto fuera para fumadores o no. Y vivía de noche. No hacía otra cosa más que eso. Me decías en esa época que yo iba a estar haciendo giras en teatro y... me hubiera parecido imposible.
—Eras un bohemio total.
—No, era un depresivo. No la pasaba bien. Ahora sí soy un bohemio. En España me fue muy bien, pero no lo disfruté nunca. Orsai siempre fue alucinante, pero yo no me divertía en mi vida personal. Ponía todo, todo, todo en lo laboral. Y todo funcionaba, pero yo llegaba a casa y no estaba bien.
—“El mejor infarto de mi vida” es un cuento sobre tu vida real. ¿Cuánto hay de realidad y cuánto hay de ficción en tu escritura?
—Las cosas que me gusta contar tienen algo que es la razón por la que estoy contándolas. A veces está en el principio, a veces en el medio, casi nunca en el final. No es lo más importante, pero es algo que a mí me pasa y digo: “¡Qué loco esto!”.
A Casciari lo que en verdad le preocupa es sonar verosímil en lo que está contando. Pero no todo es un hecho calcado de la realidad: una vez, en un teatro, cuando estaba narrando un cuento en el que participaba Christian “Chiri” Basilis, su mejor amigo, Casciari se salió del guión y se metió en el recuerdo, y se rió de verdad. Eso funcionó muy bien. “Y desde ese momento, estoy fingiendo que me acuerdo por primera vez de eso. Quiero saber cómo funciona el gesto, porque quiero hacerlo igual”, dice. “Eso genera una digresión en el relato que dura siete minutos que son mejores que las razones literarias que proponía ese relato. Para mí, eso es escribir hoy. Así voy reescribiendo mis cuentos. Es como que perdí la capacidad de hacerlo solo en casa y estoy encontrando una manera que me parece muchísimo más divertida”.
—¿Y sigue siendo literatura?
—Y sigue siendo... contarte un cuento. Qué sé yo si es literatura. Si “literatura” significa contar un cuento, entonces sí. Entendí que poner los dedos en el teclado es sólo el 25% de contar una historia. Después viene todo lo demás. Hoy, es pedir demasiado que usemos las dos manos y los ojos para leer, porque tenemos millones de cosas que hacer. Hay una probable muerte de la lectura: en vez de leer, podés escuchar una historia. Por eso escribir la historia sólo es ponerla en un lugar para que nadie se olvide de que después la tiene que leer.
—Un lector quiere saber, además, qué clásico de fútbol recuerda especialmente Casciari.
— Yo creo que en el futuro todo el mundo va a recordar el Boca-River que no se terminó de jugar nunca en la Argentina. Vamos a tener ese problema. Recordaremos ese partido como si hubiera sido bueno, pero fue un asco.
—Otro lector: ¿Nunca pensaste en escribir algo sobre contaminación o plásticos?
—Jamás en la vida. En la revista Orsai tenemos dos reglas: no escribir nunca sobre ecología y no invitar jamás a Martín Caparrós.
—Y otro más: ¿Cuál fue el primer cuento o libro que te inspiró a hacer lo que hacés hoy?
—No fue un cuento, fue un capítulo de Aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. El capítulo de la cerca, cuando la tía obliga a Tom Sawyer a pintar una cerca un sábado y él no quiere, entonces vienen sus amigos y Tom Sawyer los convence de que pintar una cerca un sábado es el mejor plan del mundo, y les cobra para que lo pinten ellos.
En el primer número de Orsai, de la segunda época, a Casciari le costó escribir el editorial. Era junio de 2017 y ya hacía meses que había dejado de redactar. Estaba sin fumar y no podía pensar en esas 600 palabras, pero sí podía subirse a un escenario. Por eso, en un momento decidió que no iba a escribir el editorial, sino lo que iba a decir en la presentación de esa revista. “Así el texto salió sin ningún problema”, dice. “Cuando terminé, le dije a mi cerebro: ‘Te cagué: era el editorial’”. Desde entonces, la nueva temporada de Orsai es un éxito. El número 5 está por salir.
—¿Qué ajustaste en el sistema de publicación y edición de la nueva Orsai?
—Aprendimos mucho. Por ejemplo, ahora imprimimos en cinco imprentas alrededor del mundo (Buenos Aires, Montevideo, Lima, México y Barcelona), en vez de imprimir en Barcelona y pagar los costos de correo para enviarlo a los compradores. En Buenos Aires y en Barcelona somos empresa, entonces la posibilidad de exportación es mucho más simple. Cuando nos quedamos sin stock en un lugar, rápidamente y por convenio DHL nos trae lo que necesitamos. Eso hace todo mucho más simple.
Al final, Casciari responde tres preguntas más de los lectores.
—¿Cuál es la condición propia de la argentinidad?
—Es ponerle limón a lo frito.
—¿Qué estás leyendo?
—Mucho Twitter.
—¿Quién es Casciari?
—Casciari: mi padre, un gestor impositivo.