Justo cuando las iniciativas de reducción de la pobreza alrededor del mundo se están ralentizando, los últimos pronósticos indican que la economía global está entrando en un periodo de profundización de la incertidumbre.
Esto hace más urgentes todavía las medidas para impulsar el crecimiento y ampliar las oportunidades económicas, por lo que la revitalización del comercio debe ser una prioridad importante en la agenda mundial de políticas. Es evidente que el comercio funciona como motor del crecimiento económico y herramienta esencial para combatir la pobreza.
Con las actuales tensiones comerciales, es fácil perder de vista los avances que ha logrado el mundo en las últimas décadas en cuanto a integración económica. Desde 1990, más de mil millones de personas han salido de la pobreza gracias a un crecimiento sostenido por el comercio. Y hoy los países comercian más y profundizan sus lazos económicos con mayor celeridad incluso que en las décadas previas. En todo el planeta, hay vigentes más de 280 acuerdos comerciales, en comparación con los apenas 50 de 1990. En ese entonces, el comercio como parte del PIB global representaba cerca del 38%, mientras que en 2017 había alcanzado un 71%.
El libre comercio beneficia particularmente a los pobres, porque reduce el coste de lo que compran y eleva el precio de lo que venden. Como lo confirman los nuevos estudios del Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, los trabajadores agrícolas y fabriles ganan más cuando sus productos llegan a mercados en el extranjero.
Por ejemplo, en Vietnam una serie de reformas de comercio en los años 80 y 90 del siglo pasado ayudaron a transformar el país en una potencia exportadora, lo que se redujo radicalmente sus niveles de pobreza. Hoy las exportaciones vietnamitas generan un 30% de los empleos en su sector empresarial y su proporción de comercio a PIB –indicador clave de lo abierta que es una economía- ronda el 200%, la más alta de entre todos los países de ingresos medios.
De manera similar, un estudio realizado por separado de sobre el sector manufacturero en 47 países africanos llegó a la conclusión de que los empleados de las firmas orientadas a las exportaciones ganaban un 16% más que aquellos de firmas no exportadoras. Y mientras que tanto hombre como mujeres en empresas comerciales recibían salarios similares, los hombres ganaban más que las mujeres en compañías que no comercian.
Evidencias como esta demuestran el potencial que promete el libre comercio, pero los pobres no se benefician automáticamente. De hecho, nuestros estudios apuntan a serios desafíos. Por ejemplo, es posible que algunos grupos de trabajadores pierdan ingresos por la mayor competencia de las importaciones. Y otros encontrarán barreras “al otro lado de la frontera”, como escasez de competencia en el transporte y la distribución, infraestructura débil o falta de información sobre nuevas oportunidades, que pueden limitar los beneficios del comercio.
Por último, nuestra investigación muestra que el comercio puede tener un efecto desigual en los pobres, dependiendo de circunstancias específicas, como el acceso a infraestructura que lo facilite, a qué género se pertenece, o si se habita en un área rural o urbana. Son dinámicas claramente visibles en India, donde los bienes producidos en el campo se enfrentan a un arancel aduanero 11 puntos porcentuales mayor que aquellos producidos en ciudades.
Similarmente, en la frontera de Laos y Camboya las mujeres pagan impuestos más altos a las autoridades aduaneras y es más probables que sus productos se pongan en cuarentena que aquellos comerciados por hombres. En Uganda, donde un 70% de la población trabaja en agricultura, la baja calidad y el alto coste del transporte impide que los productos de la mayoría de los fabricantes lleguen a manos de clientes extranjeros.
Con las reformas comerciales adecuadas, los gobiernos pueden ir soltando esas trabas, al tiempo que reducen los costes de transacción, promueven la competencia y fijan reglas claras para el comercio transfronterizo. Sabemos que el libre comercio puede impulsar el desarrollo, pero no basta con contar pasivamente con que las exportaciones generen crecimiento económico y reduzcan la pobreza.
Tenemos que ejercer más presión para bajar las barreras aduaneras y eliminar las regulaciones que distorsionan el comercio. Y hay que hacer más para facilitar la inversión en infraestructura como caminos, rutas de transporte marítimo y sistemas de comercio electrónico que conecten a la gente con los mercados.
Por desgracia, las proyecciones recientes de la OMC muestran que el crecimiento del comercio global se está ralentizando, lo que pone en riesgo las perspectivas de un crecimiento económico y una reducción de la pobreza más veloces.
Es urgente que abordemos las raíces de las tensiones del comercio global, fortalezcamos el sistema de comercio basado en reglas, y fomentemos una mayor liberalización del comercio. La experiencia demuestra que esta es la manera más eficaz de fomentar un crecimiento más inclusivo y sostenible, crear más oportunidades y acercarnos más a nuestro objetivo en común de acabar con la extrema pobreza.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Caroline Freund es Directora de Comercio, Integración Regional y Clima de Inversión en Banco Mundial y Robert Koopman es Economista en Jefe de la Organización Mundial del Comercio.
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