Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Cuando eran niñas, jugar al fútbol parecía una utopía. Iban y se metían a patear con los varones, deseaban haber nacido en Estados Unidos o Brasil. O a la inversa: nacieron allá y cuando se mudaron al país se chocaron con el “machona” en los partidos de barrio, entre pibes, y entendieron que, acá, ese no era un lugar permitido para ellas. Pero no sucumbieron y hoy son protagonistas de un fútbol que crece: que se amplía pese a que no tienen las mejores condiciones de entrenamiento, un torneo federal y tampoco salarios dignos.
Reunimos, por algunos días, en un grupo de WhatsApp a seis futbolistas mujeres de distintas provincias, ligas y categorías para conversar sobre el pasado, el presente y el futuro del fútbol femenino. Todas coincidieron: confían más en las jugadoras e hinchas organizadas que en las entidades que regulan el deporte que aman.
En el grupo participaron Julieta Alves (volante central de Defensa y Justicia, de la Primera B), Antonela Chicco (jugadora de Estadio Municipal de Santa Rosa, de la liga de La Pampa), Bárbara Corte (volante de Villas Unidas, de la Primera C), Mariana “La Pomu” Sánchez (lateral por izquierda de Belgrano, de la liga de Córdoba), Luciana Bacci (lateral derecha de Racing) y Alejandra Haas (defensora central de Colón, en la liga de Santa Fe).
Malabares entre el fútbol y otros trabajos
A excepción de Bacci (25 años), que estudia para ser entrenadora y es futbolista profesional (aunque su salario no le alcanza, pero recibe ayuda familiar), el resto además tiene otro trabajo.
Alves (28) es psicóloga y tiene un comercio. Trabajaba de acompañante terapéutica, estudiaba y entrenaba a la vez. “Ni bien pude establecerme un poco, renuncié a los acompañamientos para poder competir”, cuenta. Ahora es parte de un equipo de investigación de psicología del deporte. Se sustenta con su comercio. En la Primera B no cobra. En su casa, dice, tiene otro trabajo: “De madre 😅”.
Chicco es docente de primaria y secretaria en una oficina. Además, es parte del cuerpo técnico de entrenamiento de la escuelita de fútbol del Estadio Municipal, donde asisten más de 100 niñas, adolescentes y mayores divididas en cinco categorías. Tiene 34 años y hace 20 que juega al fútbol: nunca lo pudo convertir en su trabajo.
Corte (37) tiene su empleo como trabajadora social, su profesión, y es madre de dos hijos. Sánchez (31) es profesora de educación física y trabaja en su club, Belgrano, en el área de relaciones institucionales y organización de eventos. También es RRPP del equipo en la Primera División masculina. Y se capacita: está haciendo dos cursos de gestión deportiva.
El último viernes, ella contó que se entrenaba con su hijo en un parque a la espera de que a Villas Unidas, su club, le habiliten el espacio disponible para las prácticas
Haas (28) trabaja en la administración pública provincial por la mañana (en pandemia, cuenta, a veces sin horario debido a que está en un área demandada, Desarrollo Social). Además, le falta poco para recibirse de profesora de educación física. Antes de la pandemia también trabajaba con la escuelita o en el fútbol barrial dando clases para mujeres adolescentes.
En la actualidad, sólo en el campeonato que organiza la AFA algunas futbolistas perciben un salario por su trabajo. La AFA envía dinero a los clubes para que otorguen un mínimo de ocho y un máximo de once contratos. Los clubes se hacen cargo del pago de las cargas sociales. Cada entidad puede ampliar el número de contratos laborales, invirtiendo dinero de su propia "caja".
Pero, hoy, sólo Boca tiene a todas sus futbolistas como profesionales. Por otra parte, el contrato básico establece que el salario de una jugadora de Primera División es equivalente al de un futbolista de Primera C masculina, la cuarta categoría en el fútbol de varones. En el resto del país la disciplina es amateur, aunque existen excepciones de jugadoras que perciben un monto mínimo para viáticos.
Primera conclusión: eso que llaman amor —jugar al fútbol— es trabajo no pago.
El empuje feminista, más fuerte que las instituciones
Reunidas en el grupo de Whatsapp, la virtualidad es una invitación a conocerse, algo que en la cancha no sucede. No solo porque la pandemia interrumpió competencias (la AFA fechó la vuelta de la Primera División para el 28 de noviembre, de la B el 21 y de la C el 5 de diciembre, aunque hay clubes que dudan que las fechas se respeten). También porque, en Argentina, el campeonato de Primera División no reúne a equipos de todo el país. El último certamen tuvo a clubes de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires; y a uno de Santa Fe: Rosario Central.
Este año, la AFA, que le abrió las puertas al fútbol femenino en 1991 pese a que desde 1913 las mujeres juegan al fútbol en el país, presentó su Plan Estratégico 2021-2026: es una ampliación de un proyecto que había exhibido en 2018. El proyecto incluye la realización anual de la Copa Federal en 2021, en la que participarán, en su Fase Final, equipos provenientes de la Fase Preliminar Metropolitana (organizada directamente por la AFA) y de la Fase Preliminar Regional (organizada por el Consejo Federal). De concretarse, ampliará fronteras.
La pregunta surgió cuando se marcaba la dicotomía Fútbol AFA versus fútbol del Interior: como protagonistas de distintas categorías y puntos del país, ¿en qué confían más para que el fútbol femenino crezca? ¿En la lucha de las jugadoras, socias, hinchas, directoras técnicas o en entidades deportivas (clubes de todos lados, la AFA, la FIFA)? ¿Qué dio más resultados hasta ahora? ¿El empuje de los feminismos o las decisiones de quienes conducen el fútbol?
Corte, que jugó con sus hermanos en el potrero en Argentina hasta los 7 años, vivió seis temporadas en Estados Unidos. Allá jugó mixto en la escuela, en ligas y campeonatos. No vivió discriminación ni prejuicios. A los 13, cuando regresó, se dio cuenta de que estaba mal visto que pateara. “Era tanto a nivel de ‘feminidad’ como de prohibir el placer en términos generales”, dice. Y ya adulta y futbolista, reflexiona: “La lucha feminista posibilitó crear condiciones para que las que bancaron la parada del fútbol para nosotras tengan legitimidad. Y que ganemos más espacios. Para mí faltan, más que nada, formación de chicas, juego mixto, ‘naturalización’, tomar el fútbol como un placer para cualquier género y luego profesionalización. Falta también mayor formación táctica y estratégica”.
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Desde La Pampa, Chicco señala que “es indiscutible que la mayoría de las cosas que se modificaron fue por el empuje del feminismo”. Y remarca que quienes toman decisiones en las instituciones están sumergidos “en una cultura patriarcal y machista”. “Todo es mera obligación o presión de arriba, como ahora que necesitan abrir una Reserva porque lo exige la AFA”, tipea.
Alves agrega que las deportistas terminan siendo rehenes de la línea que baja cada institución: “Cuando armamos el espacio Ascenso Colectivo, de futbolistas del ascenso, a las jugadoras las instituciones les decían que no digan nada, que no firmen ninguna carta/reclamo porque las dejaban libres. En muchos casos te censuran o te persiguen para ver qué decís o que no decís. Y esa es una barrera para el avance también. La jugadora termina sintiéndose amordazada. Y tiene miedo”, cuenta.
Todas coinciden en un punto: la pelea colectiva es lo que más empuje genera: ahí hay posibilidades de transformación.
Segunda conclusión: hay que realizar lo posible para alcanzar lo imposible.
El futuro ya llegó
Todas, cuentan, fueron en su infancia “las niñas raras”. Pero todas también están sorprendidas de los cambios que ocurrieron desde entonces hasta hoy. “Quizás sin la semiprofesionalización ni estaríamos charlando de esto ni tendríamos la difusión que tenemos”, reconoce Chicco.
Cuando era chica armó un equipo con otras compañeras. Como en La Pampa no había competencia, viajaron a jugar a Bahía Blanca, a unos 300 kilómetros de Santa Rosa. También participaron de torneos nacionales con equipos de otras provincias que estaban como ellas. Chicco jugó contra Florencia Quiñoñes, hoy en Boca y por entonces en Laboulage; contra Estefanía Banini, hoy en Levante de España, por entonces en Las Pumas de Mendoza.
Eran campeonatos relámpago de fútbol 11: participaban equipos de Córdoba, Rosario, Chaco, San Juan y otros sitios. Ella, igual, aclara: “No cualquiera podía entrar en ese círculo. A algunas de nosotras nos prohibieron el deporte porque era de ‘lesbianas’, de ‘negras’ y otros calificativos. Te juzgaban y había que lidiar con eso. No cualquiera podía muchas veces resistir los golpes de los adultos. ¡Pero era más fuerte jugar!”.
“Ahora somos muchas”, reflexiona. Y señala que el Ni Una Menos de 2015 fue un quiebre que se sintió en el fútbol.
Desde Santa Fe, Haas, que se crio en Basavilbaso, Entre Ríos, pero que en algún momento deseó haber nacido en Brasil o Estados Unidos para poder ser futbolista, cuenta que de niña no quería jugar con otras mujeres: “Pensaba que no sabían. No puedo juzgarme de niña pero ojalá me hubiese dado cuenta de que quizá nunca les dieron la oportunidad como a mí, que mi viejo jugaba y me enseñaba bastante”.
En pleno proceso de transformación —un camino que las tiene como protagonistas— puntearon una lista de cuestiones necesarias para una futbolista hoy: igualdad de oportunidades, desarrollo como deportistas desde edades pequeñas, competencia deportiva constante, apoyo de los medios de comunicación, un salario que les permita ser profesionales, sponsors, condiciones dignas de entrenamiento. Además, que el fútbol femenino sea parte de la formación escolar en educación física, un compromiso sincero por parte de los clubes y las organizaciones de gobierno y que la sociedad siga deconstruyéndose. “Que se rompan los mitos que existen alrededor del fútbol femenino”, escribe la “Pomu” Sánchez desde Córdoba.
Todas y cada una de ellas, también, tienen una mirada positiva sobre el futuro. Bacci resumió la opinión en el grupo: “De acá a diez años imagino a pibas jugando en su colegio y escuelitas. También imagino que a este ritmo vamos a poder ver los partidos en la tele, como también a la Selección con un nivel mucho más alto. Si muchas pudimos pasar esas trabas del machismo por amor al deporte y por pasión, imaginate si se les da herramientas e incentiva desde chicas. Una locura. Permiso voy a llorar, jaja”.
Última conclusión: el futuro llegó hace rato.
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