Hace unas pocas semanas, 100 multimillonarios de todo el mundo, bajo el nombre de Millonarios Patrióticos, se unieron en el Foro Económico Mundial, también llamado Foro de Davos, que reúne a las personas más acaudaladas del mundo.
Allí publicaron una carta abierta, en la que pidieron que se les cobren más impuestos a los ricos. Concretamente decían: “El fundamento de una democracia sólida es un sistema tributario justo. Y como millonarios, sabemos que el sistema tributario no lo es. Cóbrennos impuestos, háganlo ahora”.
La carta llega en un momento en el que la desigualdad global está en niveles históricos. Esta desigualdad en ingresos y oportunidades, así como en el acceso a derechos básicos como la alimentación, la salud, la educación y una vida libre de violencia, contribuye a la muerte de una persona cada cuatro segundos.
La “violencia económica”, una consecuencia directa de esta desigualdad
Según un informe de OXFAM, titulado “Las desigualdades matan” y publicado el pasado 17 de enero, durante la pandemia, los diez hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna, mientras que los ingresos del 99 % de la población mundial se deterioraron.
Este informe muestra que la desigualdad en el mundo nunca ha sido fruto del azar, sino el resultado de decisiones deliberadas: “La 'violencia económica' tiene lugar cuando las decisiones políticas a nivel estructural están diseñadas para favorecer a los más ricos y poderosos, lo que perjudica de una manera directa al conjunto de la población y, especialmente, a las personas en mayor situación de pobreza, las mujeres, las niñas, y las personas racializadas”.
Como consecuencia de esta “violencia económica”, actualmente 252 hombres poseen más riqueza que las mil millones de mujeres y niñas de África, América Latina y el Caribe. Además, cerca de 5 millones de personas en países pobres mueren cada año por falta de acceso a servicios de salud, y otros 2 millones mueren a causa del hambre cada año.
Crecimiento económico desigual
Podemos decir que los cambios tecnológicos y su impacto en el mercado laboral son una de las raíces de esta desigualdad. Darío Judzik, Doctor en Economía Aplicada, profesor y director de formación ejecutiva en la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, explica que es este cambio tecnológico el que impulsa un crecimiento económico, que muchas veces afecta en forma diferente a distintos hogares y personas en los países.
“Si es un cambio tecnológico fuerte el que impulsa el crecimiento, van a tener mejores empleos y van a estar mejor remuneradas las personas mejor educadas, que tienen más habilidades, que manejan las nuevas tecnologías. Eso hace que las brechas de ingresos dentro de las economías e inclusive entre ellas aumente en el tiempo”, señala Judzik.
En esta línea, añade que ahora pueden darse expansiones que aumenten la desigualdad del ingreso, y recesiones que lo reduzcan. Sin embargo, según Judzik “mirar solamente un aumento o reducción de la desigualdad en la distribución del ingreso puede ser un análisis incompleto”.
Aquí contamos también con la experiencia de Sonia González, responsable del área de Gobernanza del programa EUROsociAL+ en la Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas, o FIIAPP. Un organismo del sector público estatal español que trabaja en la mejora de sistemas públicos en más de 100 países, gestionando proyectos de cooperación internacional. Para González, la pobreza y la desigualdad están íntimamente ligadas y son objetivos complementarios en la agenda internacional de desarrollo. Pero en los últimos años se ha evidenciado cómo la distribución es crucial si se quiere acabar con cualquier tipo de pobreza. “Ha habido un desplazamiento en la agenda desde la lucha de la pobreza a la lucha contra la desigualdad”, afirma.
La pandemia: un retroceso ante la lucha contra desigualdad
Desde 1995 el 1% más rico del mundo siempre tuvo 20 veces más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. La novedad es que el panorama está empeorando, a causa de la pandemia. Instituciones como el FMI, el Banco Mundial, Crédit Suisse y el Foro Económico Mundial aseguran que las desigualdades dentro de los países en todo el mundo han aumentado en los últimos dos años.
Y la desigualdad de ingresos es, por ejemplo, más determinante que la edad a la hora de estimar si alguien perderá la vida a causa del COVID-19. Muchos países en vías de desarrollo simplemente no contaron con suficientes vacunas, mientras los países ricos tenían excedente.
Con la pandemia también vino un retroceso en materia de derechos de las mujeres. En varios países, la violencia de género aumentó, pero además, estas crisis retrasan el camino para cerrar la brecha de género. Muchas mujeres asumen trabajos de cuidado no remunerados y quedan atrapadas en la parte más baja de la pirámide económica.
Lourdes Rodríguez-Chamussy, economista en la práctica de Pobreza y Equidad del Banco Mundial, explica que la desigualdad entre países y dentro de estos mismos venía bajando en las últimas dos décadas. Sin embargo, las estimaciones recientes muestran que la pandemia ha generado un retroceso, generando aumentos en ambas. “En términos de la desigualdad entre países, la pandemia ha significado una reversión a niveles de principios de la década de 2010. Esto es el resultado de una recuperación económica más lenta de los países en desarrollo, comparada con las economías más avanzadas”, señala.
Según una muestra de 34 países en desarrollo de economías emergentes, la desigualdad de ingresos medida por el índice de Gini (ideado por el estadístico italiano Corrado Gini), se incrementó durante 2020 por 0.3 puntos, lo que equivale al promedio anual de la caída en la desigualdad durante las dos décadas precedentes. Este aumento a corto plazo es relativamente modesto, pero parece preocupante a futuro por los posibles efectos en educación o seguridad alimentaria.
“Al menos 1 de cada 4 habitantes en América Latina no ha podido recuperar su empleo perdido durante la pandemia, así lo demuestra un estudio del Banco Mundial y el programa de Naciones Unidas para el desarrollo”, explica Rodríguez-Chamussy.
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Sobre este caso, Dario Judzik añade que fueron los más débiles quienes vivieron este aumento de la desigualdad con mayor intensidad: "En Argentina: las personas empleadas en relación de dependencia con registro tuvieron protección, siguieron cobrando su salario con compensaciones y aumentos por inflación, pero el autónomo y el informal no”.
En una línea similar, Sonia González defiende que los logros de una persona y su bienestar no deberían responder a circunstancias ajenas a su control, ya sea la edad, género, lugar de nacimiento o la situación económica y social de su familia. Ni tampoco esta debería depender de la facilidad que tiene el resto para acceder a servicios de salud, educación, u otros servicios básicos de calidad. “Las brechas de acceso deben atenderse deliberadamente a través de políticas públicas. Y no nos engañemos. Lo que ha hecho el covid fue desnudar y agravar la desigualdades estructurales que ya existían previamente”, concluye.
El entorno como un factor determinante en la desigualdad
La plataforma Our World In Data publicó un informe en el que subraya que actualmente el acceso a oportunidades de una persona está mayormente determinado por su lugar de origen. En él, se afirma que la sociedad y la economía alrededor de las personas son esenciales para que puedan vivir una buena vida. Por eso el desarrollo económico es tan importante, porque permite transformar un lugar para que lo que antes era solo alcanzable para unos pocos pase a ser alcanzable para la mayoría.
Se considera que la región más desigual del planeta es América Latina. Según el economista Thomas Piketty, conocido por su trabajo sobre la desigualdad global, en la región, el 10% de la población con más ingresos captura el 55% de la renta nacional, en comparación con 36% en Europa.
Sobre esto se pronuncia González: “Una pregunta vigente es cuánta desigualdad es aceptable en una democracia. Es cierto que el malestar de la democracia es una tendencia global que se observa también de este lado del Atlántico. Pero quizás en América Latina es más preocupante porque ha llegado a un punto álgido y en los últimos años hemos visto crisis políticas, institucionales y una ola de protestas sociales en la región”.
Explica que las instituciones afrontan unos niveles de confianza mínimos en su historia y se ha dado un quiebre en la relación Estado-ciudadanía. Produciéndose así una crisis de legitimidad, que se suma a una crisis de capacidad en la que las instituciones han mostrado limitaciones en su capacidad de acción.
“Es en este contexto donde situamos la necesidad de construir nuevos pactos políticos y sociales para afrontar esta época: con unas instituciones adaptadas a los nuevos tiempos, que den respuesta a las demandas y necesidades de la ciudadanía”, sostiene González.
El papel de los llamados “superricos"
Mientras la mayoría de la población sufre las consecuencias de la desigualdad, del lado opuesto están los llamados “superricos”. Desde el inicio de la pandemia, ha surgido un nuevo multimillonario en el mundo cada 26 horas. A esto se suma el hecho de que si los 10 hombres más ricos gastaran un millón de dólares diarios, agotar su riqueza conjunta les llevaría 414 años. Una asimetría por la que muchas ONG llaman la atención.
El director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, David Beasley, desafió en una entrevista a Elon Musk y otros multimillonarios, pidiéndoles que dieran un paso adelante para ayudar a acabar con el hambre. Dijo que los multimillonarios podrían donar el 2% de su fortuna (6.000 millones de dólares) para ayudar a 42 millones de personas.
Y acá es donde entra lo que muchísimos aseguran que es parte de la solución: aplicar más impuestos a los ricos. Rodríguez-Chamussy señala que los efectos más preocupantes de que esta brecha sea cada vez más amplia es la desigualdad de oportunidades, que pone en riesgo a las nuevas generaciones. Por eso la acción de los países para cortar este círculo vicioso de inequidades es muy importante. “Un pilar para lograr reducir la desigualdad, tanto vertical (distribución de ingresos) como horizontal (entre diferentes grupos,) es la inclusión en el acceso a servicios de salud, educación, infraestructura, tecnología, etc. El otro pilar es la política fiscal que permita recaudar los recursos necesarios para asegurar ese acceso a los más vulnerables”, afirma.
Ampliar los impuestos a las grandes fortunas, una solución que parece estar más cerca
En este sentido, es importante insistir en la necesidad de una política fiscal que permita sostener los avances sociales alcanzados y en la medida de lo posible ir más allá. Rodríguez-Chamussy mantiene: “Si ponemos a las personas en el centro, y dado el contexto que estamos viviendo, es necesario incrementar el gasto público. Es verdad que se están poniendo en marcha medidas dirigidas a mejorar la racionalidad, la eficacia y la transparencia de este gasto. Pero creo que es el momento de las políticas tributarias".
Y aquí llega el gran problema, el elefante en la habitación, el cómo poder aplicar correctamente estos impuestos o políticas tributarias: “¿Cómo podemos elevar los ingresos tributarios?, ¿cómo hacer que los sistemas tributarios sean más progresivos?, ¿cómo podemos aumentar los esfuerzos para luchar contra la evasión y la ilusión fiscal?, ¿cómo incrementar la recaudación a través de nuevas figuras distributivas?”, son cuestiones que se hacen desde el Banco Mundial.
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De acuerdo a un estudio hecho por Millonarios Patrióticos, un impuesto progresivo sobre la riqueza que comenzara en el 2% para los que tuvieran más de 5 millones de dólares y aumentara hasta el 5% para los multimillonarios, podría sacar a 2.300 millones de personas de la pobreza y garantizar asistencia sanitaria y protección social para quienes viven en los países con menores ingresos.
Pero la cosa no es tan simple. Subir los impuestos a los más ricos acarrea muchos desafíos: un impuesto a la riqueza, por ejemplo, no genera mucha recaudación si no se diseña e implementa adecuadamente. La gran mayoría de los países que lo hicieron observaron bajos niveles de recaudación, consecuencia, por ejemplo, de la alta evasión de impuestos. Y por supuesto, debe tratarse de un Estado limpio de corrupción y cuya administración sea eficiente para estos fines.
Invertir en educación, una medida clave
Más allá de la asistencia inmediata y urgente para quienes lo necesitan, se trata de invertir a futuro. Y la mayor inversión a largo plazo es la educación. Si solamente las familias con recursos pudieran acceder a una educación de calidad, la movilidad social se vería socavada. Por tanto, una educación pública de calidad fomenta la cohesión social, promueve sociedades democráticas y ayuda a cerrar las brechas de género. “Pensemos en las niñas que enfrentan obstáculos para acceder a la educación debido a la pobreza, el trabajo infantil, prácticas y normas en sus países como el matrimonio infantil forzado, o la violencia y embarazo adolescentes”, concluye González.
De este modo, según Judzik, de cara al futuro, si bien analizar estrictamente y únicamente la distribución del ingreso es un análisis económico incompleto, para tener sociedades más cohesionadas y con un nivel de bienestar promedio más elevado, es importante tener un crecimiento más inclusivo, un proceso de crecimiento económico que, lejos de aumentar la desigualdad, la reduzca. Por esto es esencial la educación.
“Nos tenemos que preguntar qué estamos enseñando en la escuela: si eso genera futuro, empleabilidad, inserción laboral. Debemos reforzar la formación profesional y los procesos de formación para el trabajo más allá de lo estrictamente académico, universitario o terciario, es importante que exista una formación profesional sólida. Porque esa es la caja de herramientas que le da a las personas más capacidad de sostener ingresos a lo largo de su vida laboral, y eso reduce desigualdades”, explica.