¡Buenos días! Después del distanciamiento, Javier Milei y el Papa Francisco pasaron a la fase de la colaboración y el apoyo mutuo. Un ejemplo de pragmatismo diplomático que pone de manifiesto que, en política, no hay verdades absolutas..
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Habemus Papam. Trece encuentros tuvo el Papa Francisco con presidentes argentinos. ¿Con quién se reunió más veces? Con Cristina Kirchner. Lo hizo en siete oportunidades, siempre cálido y sonriente, a pesar de que Jorge Bergoglio encabezaba la lista de enemigos del matrimonio Kirchner cuando era Arzobispo de Buenos Aires. Dos fueron los encuentros con Mauricio Macri: el primero, muy breve —apenas 22 minutos— y con gesto adusto; el segundo, más distendido, con alguna sonrisa. Dos con Alberto Fernández como presidente y un tercero ya después de que dejara el poder, siempre afable. Y hace una semana, Javier Milei: abrazos y charla cordial, sin rencores. Como si nada hubiera pasado.
“Representante del maligno en la Tierra” e “imbécil”: así había opinado Milei sobre el Papa en octubre pasado. Francisco, más sutil, le había devuelto la gentileza con una alusión velada al libertario cuando dijo en una entrevista que le preocupaba el peligro del arribo al poder de un “Adolfito”. Después, por las razones que fueran, los dos recalcularon: ni Milei quiere estar peleado con “el argentino más importante de la historia” —así lo llamó hace pocos días—, ni Francisco parece interesado en alimentar rencores con este presidente inclasificable, conservador y disruptivo a la vez. “Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos, aun más cerca”, dice la máxima de Vito Corleone que quizá ambos recuerdan.
Dejando a un lado los aspectos estrictamente espirituales (nadie tiene acceso a la conciencia del Papa ni a la de Milei), algunos aspectos políticos de la relación saltan a la vista:
- El pago chico. Casi 8.000 millones de habitantes tiene el planeta. Francisco aspira a hablarles a todos, aunque presta especial atención a los más de 1.300 millones de católicos. Su agenda es universal, pero el éxito de su misión no es completo si sus compatriotas no lo miran con afecto y acepten su mensaje. Por extraño que parezca, Milei algo puede hacer en ese sentido. A favor o en contra, así que mejor tenerlo a favor.
- El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Francisco, jesuita componedor, no siempre hace explícito quiénes son sus adversarios. Milei, en cambio, político de la era de la polarización, no deja dudas sobre sus combates: odia el colectivismo en todas sus formas. Quizá ahí divergen. Pero donde parece haber coincidencias es en el combate a las castas corruptas. Pelean con formas y quizá por razones distintas, pero pelean en el mismo bando.
- Programa común. No sólo combaten a las castas. También hay convergencia de agendas: rechazo explícito a la ideología de género y defensa a ultranza de la vida desde la concepción. Y más: convencimiento de que el ser humano tiene una dimensión espiritual que lo trasciende. Y de que Dios existe. Y un paso más todavía: que Dios interviene en la historia ungiendo a sus elegidos y dándoles misiones. Un Papa no se entiende sin eso. Y Milei, a su manera, cree en lo mismo.
- Divergencia aparente. Aparte de las formas, parece haber un matiz importante en lo que se refiere a los roles del Estado y del mercado. Milei, con un sesgo economicista. Francisco, más cercano al humanismo cristiano. Sin embargo, comparten una base común, quizá ignorada por ambos: el principio de subsidiariedad, desarrollado por los clásicos y por los escolásticos medievales, tan cristiano como libertario. Dice así: lo que puedan hacer los particulares, que no lo haga el Estado. Fin.
Gestos, frases, fotos, declaraciones. Los políticos bailan ese minué para identificar amigos y adversarios. Para exagerar o matizar gestos. Milei y Francisco lo saben. Quizá tienen presente la máxima del gran Henry Kissinger: “La diplomacia no puede resolver todos los problemas, pero puede ayudar a evitar que los problemas se conviertan en conflictos”.
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Tres preguntas a Chantal Delsol. Es Catedrática Emérita de Filosofía Política en la Universidad de París y Presidenta Emérita de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia.
—¿Cuál es la base filosófica del principio de subsidiariedad?
—El principio de subsidiariedad se basa en una antropología singular, específicamente europea, que establece que el ser humano es capaz, y únicamente sus actos enriquecen su existencia. Así, por ejemplo, los cantones suizos organizan su propia vida cultural, la cual no se confía al Estado federal. O también cada familia elige la escuela de sus hijos. La capacidad se entiende como la aptitud para dirigir el propio destino y, por tanto, para conocer las condiciones de su propio bien. Esto supone descartar inmediatamente las teorías del gobernante omnicompetente, el que conoce el bien de sus súbditos mejor que ellos mismos, el déspota ilustrado —presente desde Platón— o el gobierno tecnocrático moderno. El hombre es adulto, razón por la que el gobernante no necesita convertirse, como lo describían los chinos, en “el padre y la madre del pueblo”. Pero la capacidad, como cualquier aptitud, debe mantenerse o se atrofia. Sólo puede mantenerse mediante la acción.
—¿Desde cuándo se conoce el principio de subsidiariedad?
—El principio de subsidiariedad no se denominó como tal hasta el siglo XIX, pero existe como realidad desde los orígenes de las sociedades europeas. Aristóteles ya se refería a él cuando hablaba del entrelazamiento de las sociedades intermedias. En nuestra historia, el mayor teórico de la subsidiariedad fue Althusius en el siglo XVII, que conceptualizó el federalismo germánico. Podría decirse que la Iglesia católica empezó a hablar de subsidiariedad cuando los Estados del bienestar consideraron oportuno arrogarse, por razones de justicia e igualdad, las iniciativas de los grupos intermedios. El principio de subsidiariedad no es un método técnico que pueda utilizarse como herramienta en cualquier sociedad. Se basa en una filosofía y, más concretamente, en una antropología específica, en una visión del hombre que depende de una creencia. En otras palabras, es cultural, no técnico. Ninguna cultura está obligada a suponer que el hombre es capaz, ni a pensar que la sociedad le debe lo que esencialmente necesita. Aplicar el principio de subsidiariedad supone aceptar varios presupuestos culturales.
—¿Cómo se concreta de manera efectiva este principio?
—En una sociedad basada en la subsidiariedad, las tareas del “bien común” o interés general son responsabilidad de los ciudadanos. Podría decirse que el principio de subsidiariedad desestatiza el bien común. En otras palabras, se niega a estatalizar la política: todo ciudadano, toda persona jurídica, puede convertirse en actor del interés general. Por tanto, el papel del Estado consiste en fomentar las iniciativas orientadas al interés general; apoyarlas financieramente; velar por que utilicen con prudencia los fondos públicos; y, por último, en caso de insuficiencia demostrada, sustituirlas, pero siempre temporalmente, haciendo todo lo posible para restablecer la autonomía perdida. Esto implica que, en todos los ámbitos de interés general (educación, sanidad, cultura, asistencia, etc.), las personas jurídicas (asociaciones, fundaciones, instituciones privadas, etc.) o los organismos públicos no estatales llevan a cabo misiones de interés general con la ayuda negativa, mediante exención fiscal, o positiva, a través de subvenciones, del Estado.
Las tres preguntas a Chantal Delsol se tomaron del artículo “El principio de subsidiariedad ante los desafíos de nuestro tiempo” publicado originalmente en Nueva Revista. Para acceder al texto completo podés hacer click acá.
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Cultura de la escucha. Aun en las organizaciones con buenas métricas de engagement, con frecuencia los colaboradores expresan que no se sienten cómodos expresando libremente sus opiniones. Este artículo de Alejandro Melamed señala este problema y describe seis temores que con frecuencia se ven en las organizaciones e inhiben la libre expresión: miedo a dar una respuesta incorrecta, a cometer un error, manifestar las emociones, a expresar desacuerdo, a señalar un error y a desafiar la forma en que se hacen las cosas. Y propone un camino para salir de este problema: separar el valor del mérito, la lealtad del acuerdo y la jerarquía de la opinión. Un camino útil para transitar en este contexto.
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Academia. Un adolescente pasa en promedio nueve horas online, con más de cinco cuentas de redes sociales integradas. Uno de cada cuatro usuarios de las redes sociales usa algún software para bloquear la publicidad, por lo que los influencers —especialmente los de YouTube— se vuelven un vehículo clave para llegar a ellos. Un estudio, ya referenciado en un número anterior, pone en evidencia la importancia creciente de los influencers en las estrategias de las marcas para generarse nuevos clientes. El marketing aprende rápido qué hacer con los influencers. Las comunicaciones corporativas están, en esto, todavía en los comienzos.
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Oportunidades laborales
Accenture Argentina inició la búsqueda de Marketing and Communication Initiatives Senior Analyst.
Initiative abrió la búsqueda de Digital Director.
¡Hasta el próximo miércoles!
Juan
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