Bailar al son de la música formó siempre parte de la vida pública y privada de la antigua Roma. En esa época esta manifestación y expresión cultural se practicaba en ambientes muy diversos, ya que fue fundamental en la celebración de festividades tanto religiosas como cívicas.
Entre estas se contaban, por un lado, la organización de actos y sacrificios en honor a los dioses y, por otro, espectáculos o concursos. Al margen del organigrama oficial, también se practicaba en actividades lúdicas en las calles y en los banquetes domésticos.
Bailes desde la Antigüedad
La influencia griega en la danza se dejó notar en la época tardorrepublicana (desde el siglo III a. e. c. hasta el cambio de era) y después también en la época imperial (hasta el siglo V).
Autores antiguos como Catulo y Apuleyo hacen referencia a festividades en las que seguidores y seguidoras de Dioniso, Demeter, Cibeles y otras muchas divinidades de origen oriental, cuyos cultos se habían ido introduciendo en Roma, danzaban formando un cortejo al son de instrumentos musicales como las flautas, las siringas, los tímpanos, los crótalos y los címbalos, entre otros.
Asimismo, los poetas Propercio, en sus Elegías, Horacio, en uno de sus carmina y Ovidio, en sus Fasti, mencionan la marcha de mujeres en procesión ritual al santuario de Nemi, enclavado en el entorno silvestre de los bosques de Ariccia en el Lacio, realizada en honor a la diosa latina Diana.
Las jóvenes bailaban al aire libre y danzaban en corro para ofrecer a la diosa votos y promesas de todo tipo. Algunas de éstas estaban relacionadas con el parto o la fertilidad; otras cuestiones eran de carácter más personal, como las manifestaciones de súplica o devoción a Diana. Este tipo de danzas también se documentan en la celebración de las ceremonias nupciales y otras fiestas a lo largo de la época imperial.
No siempre bien vistas
En la época tardorrepublicana, Cicerón alude a la festividad celebrada a principios de diciembre en la casa de un magistrado de Roma para honrar a la Bona Dea, divinidad de la fertilidad, la castidad y la salud.
Se trataba de una reunión exclusivamente de matronas, que se mantuvo durante la época imperial, a tenor de las informaciones, muy críticas, de Juvenal, en una de sus Sátiras. Este comentaba la naturaleza obscena de las danzas improvisadas por las mujeres, a las que compara con verdaderas ménades (mujeres en estado salvaje) por su estado de exaltación.
Plutarco, Arnobio, Lactancio y Macrobio también mencionaron estos hechos en sus escritos.
Igualmente, desde mucho tiempo atrás, las bailarinas protagonizaban la festividad en honor a la diosa Flora. Al final del espectáculo, a incitación del público, acababan desnudándose, lo que provocó que las tildasen de prostitutas.
Danzas en privado
Más allá del contexto festivo-religioso, a consecuencia de la difusión de modas y costumbres helenísticas, las performances de danza al son de la música adquirieron gran popularidad en las actuaciones lúdicas al aire libre.
Destacaban en especial en el contexto doméstico y privado de un banquete (convivium), especialmente después de la cena (comissatio), tanto en Roma como en su imperio hasta la Antigüedad Tardía.
Esta popularidad no implicó una valoración positiva de carácter unánime. Los testimonios de los intelectuales paganos desde finales de la época republicana e imperial se dividen entre partidarios y acérrimos detractores.
Estos últimos se adelantaron a los apologistas cristianos a partir del siglo III. Con ellos coincidían en su crítica a las bailarinas –saltatrices– a las que consideraban extranjeras y prostitutas, y a los bailarines –saltatores–, denominados extranjeros y afeminados. Denostaban los cabellos teñidos, la risa de las bailarinas y, en particular, los sensuales movimientos de su cuerpo. Estos se percibían a través de una túnica transparente, en seda procedente de Cos, que despertaba los sentidos de los espectadores.
También se atacaban las posturas de los bailarines originarios de Egipto, los cinaedi. Se caracterizaban por tocar los palillos y sacar las nalgas, tan solo cubiertas por un calzón corto, hacia afuera, al son que marcaba un scabellum, un instrumento de percusión que se colocaba en los talones y se parecía a una sonaja.
Sin embargo, la popularidad de las saltatrices fue tal que su actuación durante la Antigüedad tardía fue programada también en los interludios de los espectáculos celebrados en el circo.
En el mismo sentido, el pantomimo –en ocasiones también la pantomima– tuvo, desde la creación del género en el cambio de era, un gran éxito. Esto hizo que fuesen tanto alabados como atacados por parte de los intelectuales.
La crítica más atroz nació de los Padres de la Iglesia, quienes acusaban a los intérpretes de travestismo por encarnar papeles femeninos. Eran los únicos capaces de interpretar en silencio todos los papeles de un argumento mitológico mediante el movimiento de todas las partes del cuerpo, incluidos los dedos.
Las críticas a la escenificación y los intérpretes llegaron incluso a tener eco en la legislación, en los códigos de Teodosio y Justiniano, con la prohibición expresa de acudir a estos eventos y participar en los mismos.
A pesar de ello, las performances de danza –también la pantomima– prosiguieron en la parte occidental del Imperio Romano hasta bien avanzado el siglo V y en la parte oriental hasta el siglo VI e incluso hasta el final del VII, a juzgar por la insistencia en su prohibición en el II Concilio de Trullo celebrado en el 691/692.
Más allá de la legislación, las danzas al son de los instrumentos musicales formaron parte de la cultura popular.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.