Establecer los incentivos adecuados, incluidos incentivos económicos, alentaría a los residentes de los barrios más pobres, en particular, a participar en la limpieza de la ciudad.
De chico, mientras crecía en Lagos, Nigeria, a fines de los años 1990, recuerdo a unas mujeres que deambulaban por mi comunidad cantando en yoruba “onigo de o! Anra bata rubber ati ayo t’on jo”. La traducción es “Ha llegado el botellero. Compramos sandalias de caucho y cacerolas (de aluminio) con agujeros”. Algunas familias separaban sus desechos, porque podían dárselos a estas mujeres a cambio de efectivo.
Hoy hay muchos menos botelleros como estos, quizá porque las compañías embotelladoras ya no reciclan las botellas que juntan las mujeres. Pero, si estuviera coordinado y financiado correctamente, un esfuerzo de gran escala en esta línea para monetizar los desechos en Lagos en principio podría tener un enorme impacto en el problema de basura de la ciudad. Y lo que funcione en Lagos podría tener una lección para muchas otras ciudades –no sólo en el mundo en desarrollo.
En Lagos, se necesita tomar medidas con urgencia. La ciudad tiene una población de unos 22 millones de habitantes y, como ha resaltado el Banco Mundial, está altamente contaminada. Especialmente en las zonas más pobres, los residentes que no pueden pagar por la recolección de residuos salen en la mitad de la noche a arrojar su basura en las calles o en el agua. Como resultado de ello, los barrios marginales de la ciudad están cubiertos de papel, residuos domésticos y plásticos.
Al externalizar gran parte de la recolección y la gestión de residuos actual entre unas 375 compañías privadas, la Autoridad de Gestión de Residuos de Lagos, una rama del gobierno del estado de Lagos, ha ayudado a reducir la basura de manera significativa. Pero se puede, y se debe, hacer mucho más. A menos que la gente reciba incentivos para monetizar su basura y minimizar la cantidad que llena los vertederos, el problema de la contaminación seguirá agravándose. Tres opciones en particular parecen prometedoras.
Para empezar, Lagos podría introducir un programa de intercambio verde como el que se creó en la ciudad de Curitiba en Brasil. Allí, los residentes llevan sus residuos a centros locales designados a cambio de pasajes de autobús o alimentos. Muchos trabajadores en Lagos ya están pasando de los autos a autobuses de pasajeros estatales porque no pueden afrontar el costo del combustible.
Si la gente más pobre en particular pudiera recibir boletos de autobús a cambio de sus residuos, la vida sería más fácil para todos. Habría menos basura en las calles, los caminos estarían menos congestionados y la gente no necesitaría esperar a que los camiones de basura se ocupen de sus desperdicios.
Por otra parte, habría más posibilidades de que los hogares separaran los residuos si la ciudad les diera estampillas de comida o fruta a quienes reciclaran una cierta cantidad de metal, plástico limpio o desechos de aceite, por ejemplo.
Segundo, Lagos podría reducir sus desechos de plástico si trabajara más estrechamente con las compañías embotelladoras y otros fabricantes. Esto podría involucrar alianzas público-privadas que requiriesen que cada empresa tuviera un centro de reciclaje adonde los consumidores pudieran llevar los plásticos usados.
Los ciudadanos se sentirán motivados a reciclar sus desechos plásticos en centros que tuvieran marcas reconocibles, especialmente si está implícito un programa de recompensa. Ninguna compañía embotelladora actualmente tiene programas de reciclaje a cambio de recompensas en la comunidad Makoko en Lagos, donde yo crecí. Introducir este tipo de programas ciertamente ayudaría a reducir la cantidad de desechos plásticos que se generan o se descartan.
Por último, campañas para aumentar la conciencia ambiental fomentarían una mejor gestión de los desechos. Al mostrar cómo los ciudadanos comunes son conscientes de los residuos y de su medio ambiente en la vida cotidiana, estos esfuerzos pueden inspirar a otros a hacer lo mismo.
Mi trabajo actual en Berea, Kentucky, en The Greenie Project, una iniciativa estudiantil sin fines de lucro que fundé, muestra cómo se puede difundir la conciencia ambiental. Nuestro filme “The Carlbergs” retrata a una familia local que organiza grandes eventos de contradanza en su casa de una manera sustentable, utilizando cubiertos de metal y platos de cerámica en lugar de platos y cubiertos descartables, y reciclando.
La película ha inspirado a otros grupos y a pequeñas empresas en la comunidad, como Berea Coffee and Tea, a ser más sustentables. Estrategias igualmente creativas y relevantes a nivel local funcionarían bien casi en todas partes.
Eso incluye a Lagos, donde el problema de los desechos afecta particularmente a los pobres. Para abordarlo, deberíamos crear los incentivos correctos, como lo hacían los botelleros en mi parte de la ciudad hace veinte años.
Monetizar la basura alentará a las comunidades más pobres a participar, y las campañas de concientización pueden ayudar a mostrar lo fácil que es ser ecológico. El resultado será una ciudad más limpia y más habitable que sirva como un ejemplo para que sigan los demás.
Stephen Nwaloziri, fundador de The Greenie Project, es socio de programa en el Berea College Forestry Outreach Center.
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