Como consecuencia de la crisis del 2001, Alberto Neistadt perdió gran parte de los clientes que tenía como diseñador gráfico y quedó atrapado en una situación económica desesperante. En paralelo, no pudo adaptarse al cambio tecnológico en su profesión y se vio trabado para seguir desarrollando su carrera. Dos años más tarde, cuando él tenía 41 años, su hermano murió en un accidente de tránsito y esa pérdida terminó por desencadenar una depresión muy fuerte.
“Desde que empecé a sufrir depresión hasta que me sentí mejor pasaron 10 años. Me recluía en mi casa y me pasaba la mayor parte del día en la cama. Estaba tan mal que me tapaba la cabeza con la almohada para pasar el día. No tenía ganas de vivir”, relata Neistadt.
El caso de Alberto es uno entre millones. En Argentina, el 8,7% de la población tiene depresión, según el Estudio Argentino de Epidemiología en Salud Mental, publicado en la revista científica Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology. “Este trastorno de salud mental es la principal causa de discapacidad en el mundo. Se calcula que en 2020 va a ser el principal motivo por el cual la gente va a dejar de trabajar. Un punto a tener en cuenta es que muchas personas padecen la enfermedad, pero solo el 20% consulta por este tema a un especialista. Todavía la depresión es un tabú, por eso es necesario ponerla sobre la mesa”, enfatiza Gustavo Guardo, presidente de Proyecto Suma, organización civil sin fines de lucro que trabaja para mejorar la calidad de vida de personas con ese trastorno.
Quienes lo padecen se enfrentan a síntomas muy variados, como tristeza, irritabilidad o pérdida del interés y del placer por las cosas que antes le generaban motivación. Además, suelen manifestar dificultad para concentrarse, disminución del nivel de energía, alteraciones en el sueño y el apetito, y enlentecimiento psicomotriz, entre otros síntomas. En algunos casos, sin un adecuado tratamiento, puede llevar al suicidio.
Si bien no se puede determinar una causa, existen múltiples factores que aumentan el riesgo de sufrir depresión. Entre ellos, los factores genéticos, los rasgos de la personalidad, eventos ambientales estresantes, dificultades socioeconómicas, el abuso sexual, la escasa red social y familiar o la pérdida de seres queridos. Las enfermedades crónicas como las cardiopatías, el cáncer o cualquier condición que produzca dolor crónico también aumentan el riesgo de padecer depresión, de igual modo que el abuso de alcohol y otras sustancias.
Antidepresivos: un consumo que crece
En la actualidad, se calcula que cuatro millones de argentinos consumen antidepresivos, de acuerdo con un informe elaborado por el Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos. Según Marcelo Cetkovich, psiquiatra y director médico de INECO, estos medicamentos se desarrollaron en la década del 50 y, desde ese momento, ha sido exponencial el crecimiento de su prescripción. Los antidepresivos tienen indicaciones, contraindicaciones y efectos adversos, siendo de extrema importancia que sea prescrito por un especialista, quien a su vez debe hacer un seguimiento del caso.
Si bien es cierto que los antidepresivos han mejorado el nivel de vida de muchas personas, Daniel Abadi, coordinador del área de talleres y rehabilitación de Proyecto Suma, advierte que muchos médicos clínicos recetan estos medicamentos sin pensar en otras alternativas de abordaje. “Algunas veces no se priorizan otros recursos o terapias, que pueden ser muy efectivos”, agrega.
Cetkovich considera que tanto los trastornos mentales como los psiquiátras están estigmatizados y generan reacciones negativas. "Hay que evitar comentarios como 'vos tenés que salir a tomar sol y dejar las pastillas que te dio el psiquiatra'. La depresión no es una decisión, no se elige estar así. Esta enfermedad hace que la persona se abandone a sí misma y a sus obligaciones”.
Un prejuicio muy extendido es que la depresión es una enfermedad que afecta a la gente que tiene mejores condiciones económicas. Esto no es así. Según un estudio del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), la depresión y la ansiedad afecta dos veces más a las personas que se encuentran bajo la línea de pobreza, quienes también presentan porcentajes más altos de infelicidad y falta de proyectos.
“Un problema a atender es la falta de acceso a los tratamientos por parte de los sectores más vulnerables. En los centros de atención primaria deberían tener disponibilidad de antidepresivos para cuando se los requiera. Estos medicamentos pueden prevenir consecuencias mayores y no causan dependencia, a diferencia de los ansiolíticos”, dice Sebastián Laspiur, consultor nacional de Enfermedades no Transmisibles y Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.
Estar acompañados, una clave
Un factor muy importante es el acompañamiento a la persona que sufre depresión. “Es imposible llegar a buen puerto sin la colaboración de la familia. En primer lugar, el círculo cercano de la persona tiene que entender que la depresión es un trastorno que afecta la voluntad. Pedirle que ponga fuerza es contraproducente porque provoca frustración en la persona al no poder hacerlo. Estar al lado y darle una cuota de esperanza es una buena estrategia para ayudar”, aconseja Carlos Vinacour, presidente de la Fundación de Bipolares de Argentina (Fubipa).
Durante su enfermedad, Neistadt vivió con su mujer, de quien hoy se encuentra separado, y sus tres hijos. Recuerda: “Mi familia no podía entender lo que me pasaba. Tampoco circulaba mucha información. En esos 10 años estuve tres veces internado porque no quería vivir más. Entre el 2003 y 2010 anduve errático en relación al tratamiento. Finalmente, una conocida de mi ex mujer le comentó sobre Proyecto Suma y cuando llegué a la organización tuve la sensación de que me iba a hacer bien ese lugar. Hice un grupo de amigos, que eran mis pares durante el tratamiento. Eso me ayudó muchísimo”. En relación a su separación, agrega: "Creo que la propia enfermedad desgastó la relación con mi ex mujer. 10 años fue mucho tiempo. Ella sintió que yo ya no estaba para ella. De todas formas, me ayudó muchísimo y estuvo todo el tiempo al lado mío. Estoy muy agradecido".
En 2013, desde Proyecto Suma, le ofrecieron a Neistadt trabajar como "Par". Esta figura es la de una persona que a partir de su propia experiencia trata de ayudar a otras. “Solo con contar que uno ha padecido un problema de salud y se ha recuperado, da esperanza a otros de que también se pueden recuperar. Para este trabajo, me asesoraba una psicóloga y me aconsejaba sobre cómo acompañar a las diferentes personas”, cuenta. Ahora, Alberto quiere dedicarse profesionalmente a acompañar a otros. Recientemente, hizo un curso en la Comisión para la Plena Participación e Inclusión de las Personas con Discapacidad (COPIDIS).
En este momento, Alberto acompaña a Santiago y a Karina. Se reúne con ellos una vez por semana, una hora. “Las personas que acompaño tienen padecimientos o sufrimientos, no necesariamente iguales a los míos. Generalmente, charlamos y hacemos algún tipo de actividad. Anteriormente, acompañé a un muchacho que como hablaba poco, nos juntábamos en un bar a dibujar”, relata. “Todas las experiencias de acompañamiento fueron muy enriquecedoras para mí. Le pongo mucha energía a este trabajo”.