Considerada en “emergencia ambiental” por Naciones Unidas por el agua que desperdicia y la emisión de gases que genera, la industria de la moda esconde condiciones de trabajo precarias, sueldos injustos y desigualdades de género entre sus empleados. Ante ello, el movimiento global Fashion Revolution tiene un objetivo claro: revolucionarla.
En el marco del sexto aniversario de la tragedia del complejo fabril de Rana Plaza en Bangladesh, el Índice de Transparencia del movimiento revela avances nunca antes alcanzados. Pero también recuerda que todavía queda mucho por hacer para lograr una industria ética. Te contamos qué empresas internacionales asumieron mayor compromiso y cuáles desoyen las recomendaciones.
La tragedia que marcó un antes y un después
En la mañana del 24 de abril de 2013 el mundo miró a Bangladesh. La fábrica textil de ocho pisos del Rana Plaza, en precarias condiciones de infraestructura, se desplomó en cuestión de segundos. Allí confeccionaban sus prendas marcas de ropa internacionales. Allí murieron 1.138 personas. Allí más de 2.500 personas resultaron heridas. En su mayoría, eran mujeres.
La posteriormente conocida como “tragedia del Rana Plaza” mostró el lado más oscuro de la industria de la moda: las pésimas condiciones en las cuales trabajan las personas detrás de las prendas que se lucen en las imponentes vidrieras de shoppings de las grandes ciudades o las extensas pasarelas de desfiles.
Conmovida y shockeada ante la tragedia, la diseñadora británica Carry Somers dio vida a Fashion Revolution (“Revolución de la Moda”, en su traducción al español), una iniciativa global que busca promover una industria de la moda más ética. El eje para que ello sea posible: la transparencia. A seis años de la tragedia, la pregunta es una: ¿cuánto cambió la industria de la moda?
Avances históricos que exigen más
La tragedia evidenció la falta de conocimiento sobre el proceso de producción de la industria textil, no sólo para los consumidores sino también para las propias empresas que tercerizan los servicios, que desconocen a sus proveedores, que no visibilizan su cadena de valor.
Por ello, la iniciativa Fashion Revolution orientó sus actividades en dos ejes. En primer lugar, la participación activa de los consumidores a través de una pregunta: ¿quién hizo mi ropa?
Con una prenda puesta al revés en un posteo en redes sociales, se alentó a millones de personas alrededor del mundo para que consulten a las marcas respecto de las personas detrás de la ropa que usaban. ¿El momento? La Semana de la Revolución de la Moda, que toma la fecha del 24 de abril como central y que este 2019 se celebra alrededor del mundo desde el pasado lunes 22 hasta el próximo domingo 28.
La respuesta a ese interrogante lleva al segundo eje: que las empresas brinden información sobre las características sociales, económicas y ambientales de sus procesos de producción.
Pero había un problema: no había tal relevamiento de datos o no se lo quería dar a conocer. Así surgió el Índice de Transparencia de la Moda, una iniciativa de Fashion Revolution que analiza la información provista por más de 200 marcas de ropa y minoristas de reconocimiento internacional sobre variables como política y compromisos; gobernanza; trazabilidad; evaluación y remediación de proveedores; y, especialmente este año, implementación de la Agenda 2030 de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
El objetivo fue impulsar a las marcas a que visibilicen la información sobre sus procesos de producción, sobre los actores involucrados y sobre las condiciones que garantizan (o no) en cada eslabón de la cadena. Hoy se publicó su tercera edición.
“Estamos viendo mejoras, estamos viendo que hay esfuerzos en lugares como Bangladesh y Camboya para alcanzar mejores salarios que permitan asegurar que los ingresos dignos no estén lejos de ningún trabajador de la sociedad. Pero aún hay mucho por hacer”, destaca Somers en diálogo con RED/ACCIÓN desde Reino Unido y analiza: “El Índice demuestra que algunas marcas están siendo pioneras en divulgar información sobre cómo sus distintas políticas se ponen en práctica. Hay muchas otras marcas que dan a conocer sus políticas, pero ofrecen poca información sobre, por ejemplo, cómo es la gobernanza en su cadena de suministro, cómo están trabajando para implementar los ODS”.
Lo más sobresaliente de esta edición del informe: las marcas de ropa deportiva y al aire libre lideran el camino de la transparencia. Tres marcas de este rubro (Adidas, Reebok y Patagonia) registraron un 64% de los 250 puntos disponibles en la evaluación del Índice. Es la primera vez desde el inicio de la evaluación anual que unas marcas obtienen más del 60%. En líneas generales, el Índice revela un aumento del 8.9% en la puntuación promedio de las marcas, mostrando esfuerzos significativos hacia una mayor transparencia. H&M, por ejemplo, obtuvo un 61% del puntaje ubicándose en el quinto puesto del ranking.
Empresas que tuvieron un índice de transparencia superior al 40%:
Para Somers, esa doble participación de consumidores que preguntan y empresas que aporten los datos de sus procesos al Índice es igual de necesaria para alcanzar una industria más transparente: “Ambos están conectados porque si se da más información, ayuda en su credibilidad ante los consumidores quienes podrán tomar mejores decisiones de compra y tener más confianza en la marca. Además, es una clara ventaja para las empresas porque la transparencia mejora la reputación de su negocio”.
Desafíos que permanecen y hay que enfrentar
El Índice es contundente: ninguna marca logra un puntaje superior al 70% en el análisis. Cinco marcas obtuvieron un puntaje cero este año: Eli Tahari, Jessica Simpson, Mexx, Tom Ford y Youngor. Es decir, aún se requiere más información, más voluntad de publicarla, más transparencia.
Empresas que tuvieron un índice de transparencia por debajo del 40%:
“Todavía hay mucho trabajo por hacer. Todavía falta información detallada sobre los resultados y el impacto de sus esfuerzos. Las principales marcas están revelando muy poca información y datos sobre sus prácticas de compra, lo que significa que todavía no tenemos visibilidad de lo que están haciendo para ser socios comerciales responsables ante sus proveedores”, advierte Sarah Ditty, directora de Políticas de Fashion Revolution que lideró la realización del reporte.
Al preguntar a Somers si algún resultado del relevamiento de este año la sorprendió, su respuesta es contundente: “No hay nada que me sorprenda. Más bien, creo que es bastante decepcionante ver cómo las marcas no están poniendo en práctica ciertas políticas. Por ejemplo, el 63% de las marcas incluye políticas de igualdad salarial, pero sólo el 33.5% publica la brecha salarial anual de género dentro de la empresa. Es decir, no podemos saber si la política de igualdad salarial es realmente efectiva”. Según el movimiento, las mujeres constituyen la mayor fuerza laboral en la industria de la moda, desde la fábrica hasta la tienda.
Ditty asegura: "Continuaremos usando el Índice para medir el progreso de las marcas y ayudarlos a presionarlas más y más rápido para que asuman mayor responsabilidad por sus políticas y prácticas".
El impacto en el ambiente es uno de los principales desafíos para la industria. Hace un año, Naciones Unidas calificaba a la moda como “una emergencia ambiental”. Más precisamente al modelo de “fast-fashion”, es decir, aquella ropa que se vende a bajo precio para vender más, con procesos no dignos de trabajo y un interés en actualizar la vestimenta todo el tiempo.
¿Los motivos de la “emergencia ambiental”? Las cifras hablan por sí solas: la moda es la segunda industria que más agua utiliza en sus procesos (2.700 litros de agua para producir una camiseta de algodón), produce el 20% de las aguas residuales a nivel global y es responsable del 8% de las emisiones de dióxido de carbono en el mundo (más que todo el transporte aéreo y marítimo internacional juntos).
¿Cómo se traslada ello a la información que conocen o comparten las marcas? Con algunas disparidades: el 55% de las 200 marcas publica la huella de carbono anual en sus sitios web, pero sólo el 19,5% revela las emisiones de carbono en la cadena de suministro, que es donde se produce más del 50% de las emisiones de la industria. Del mismo modo, el 35% de las marcas divulga el porcentaje de energía renovable que están usando en sus instalaciones, pero sólo el 6% comparte el porcentaje de uso de esa energía en la cadena de suministro.
Kirsten Brodde, líder de la Campaña Detox de Greenpeace Internacional -dirigida a “desintoxicar” a la industria y terminar con la contaminación textil de ríos y océanos- manifiesta en el informe: “Con sólo 12 años para alcanzar el ambicioso objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados, las empresas en cada etapa de la producción textil y logística tienen que hacerse una pregunta: ¿sos parte del problema o de la solución? La transparencia es clave para entender cuánto contribuye cada compañía a las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la contratación, el teñido, la producción y el envío de sus prendas. Es hora de la acción climática, ahora”.
Las recomendaciones desde Fashion Revolution a las empresas del sector para actuar ante el cambio climático: innovar, usar menos recursos y ayudar a sus clientes a consumir menos, cuidar mejor su ropa y usarla por más tiempo.
El poder revolucionario de los emprendedores y los ciudadanos
En la búsqueda por una moda más ética, cada vez son más los emprendedores que deciden iniciar proyectos con la sustentabilidad como ADN.
En vínculo permanente con América Latina y tras un reciente viaje a México, Somers evalúa los desafíos que se presentan en la región: “Hay muchas pequeñas marcas sustentables que quieren hacer una diferencia, que quieren trabajar para cambiar el modelo de la industria, comenzar desde cero y ser sustentables. Pero aún ellas tienen problemas con la transparencia: temen que el ser transparentes afecte su cadena de suministro. Queda mucho aún por hacer para poder asegurarles a los pequeños empresarios que ser transparentes no es tan difícil”. Su consejo: más pequeñas marcas podrían unirse en un objetivo común.
Con esa recomendación coincide Alejandra Gougy, fundadora de Cosecha Vintage -marca nacional que diseña prendas a partir del reciclado con valor (upcycling) de scrap de medias y fibras naturales- y creadora de la Asociación Moda Sostenible Argentina (AMSOAR), respecto del mundo emprendedor en el país: “Tenemos que trabajar en aprender a cómo ser una comunidad sostenible. No hay al momento una conciencia de comunidad y eso lleva a veces a repetir el modelo de la moda tradicional. Aprender a ser una comunidad está directamente relacionado a ser ciudadano. Un diseñador sostenible es un ciudadano con derechos y obligaciones”.
Frente a los desafíos del sector y la crisis nacional, Gougy se expresa desde la pasión por lo que hace: “Ser sostenible es una camiseta que te ponés y para la cual siempre le vas a encontrar la vuelta para llegar a la meta propuesta”. Condiciones dignas en la cadena de valor implican formas de trabajo y salarios que se ven reflejados en un precio final del producto más elevado. Por ello para la emprendedora, la venta al exterior es una oportunidad para los emprendedores locales.
En su última visita a la Argentina, Somers podía dar cuenta de la historia detrás de cada una de las prendas que vestía: quién las hizo, de dónde venían, qué característica tenían las marcas, qué personas se encontraban detrás. Su mensaje es claro: “La Revolución de la Moda tiene que ser más de un día o una semana; tiene que ser un estilo de vida cada vez que comprás una prenda, cada vez que le preguntás a una marca quién hizo tu ropa, cada vez que hacés sentir tu voz en las redes sociales”.