En su foto de perfil de facebook Martín Salvetti está de espaldas, en la playa, relajado en una reposera plegable verde de esas que todavía se sacan a la vereda las noches de verano en algunos barrios bonaerenses. Mira el mar. El horizonte. Las montañas. Un futuro que no adivina. Mira —parece— el banner que anuncia a los 50 maestros nominados al Global Teacher Prize 2019, un premio de un millón de dólares que distingue al mejor del mundo.
Entre ellos está él.
La Escuela Técnica Nº 5 “2 de abril” (o “El Glorioso Industrial de Temperley”, para el barrio) se levanta sobre una vereda ancha que muerde una calle adoquinada de la zona sur del conurbano bonaerense, en el partido de Lomas de Zamora. Es una secundaria de educación técnica, con fachada de ladrillos anaranjados y un cartel azul desteñido en medio de las guardas cuadrillé que forman las ventanas.
—¿Y aprobaste? —pregunta un preceptor a un estudiante que va de salida.
—Ya pasé, papi.
—Disculpá. Martín está en la radio —dice y muestra el camino.
Es 26 de febrero. Son días de mesas de exámen. Adentro, en escalones y en los muros mitad blancos, mitad verde oliva, aparecen palabras como “solidaridad”, “respeto”.
Salvetti —45 años, ojos almendrados, chomba azul oscura y jeans— abre la puerta y estira una sonrisa ancha y noble. Pide un ratito. Dos periodistas esperamos. Adentro, hay más.
Minutos después un hombre calvo, de lentes sin montura, pasa y pregunta si buscamos a alguien. Cuando escucha casi al unísono el nombre de Martín asiente con la cabeza y hace un gesto de obviedad. Es que desde que se supo que está entre los 10 mejores maestros del mundo, este docente de Temperley se convirtió en un rock star de la educación y el desfile de periodistas se volvió frecuente.
La FM 88.5 del Industrial de Temperley es espaciosa. Tiene paredes rojas, cortinas maíz, cuadros con fotos de los estudiantes que la llevan adelante desde 2001 y algunos personajes que pasaron por ahí: Estela de Carloto, Osvaldo Bayer, Teresa Parodi, Juan María Traverso, Adrián Paenza. Un cartel pintado en hoja de cuaderno que pide: “La radio es tuya. Cuidala”. Un mate. Una guitarra eléctrica. Los equipos.
La radio, montada y conducida por los alumnos junto a Salvetti, fue la semilla de este premio que equivale al Nobel de la educación y es otorgado por la Fundación Varkey, una organización sin fines de lucro creada y presidida por el hindú Sunny Varkey —hijo de profesores— con la misión de reconocer a los mejores maestros del mundo. En 2014, luego de realizar un estudio internacional sobre el estado de los docentes y la educación que arrojó resultados desalentadores, Varkey fundó el Global Teacher Prize: un premio que se entrega anualmente y busca destacar el trabajo de los educadores, motivarlos y elevar la profesión.
En esta edición participaron 10.000 candidatos de 179 países. Entre los mejores 50 hubo dos argentinos: Martín Salvetti y María Cristina Gómez, profesora de Historia, santafecina. Salvetti luego pasó a estar en el “top 10”.
Cuando lo llamaron para contarle se puso a llorar.
—Fue el 13 de diciembre... 1ro de diciembre... No: 27 de noviembre. Ya no sé ni el día que es. 27 de noviembre me enteré. Estaba trabajando con un grupo de mecánicos y me llamó el presidente de la Fundación Varkey, me dijo: “Martín sos uno de los 50 maestros del mundo”. Ahí me hizo un click la vida.
Además de ser docente del Industrial, Salvetti está a cargo de la Dirección de Automotores del municipio de Lomas de Zamora. Cuando recibió la noticia estaba hablando sobre una reparación con el jefe de taller y los mecánicos.
—Es muy difícil que yo atienda una llamada de un número que no conozco, nunca me imaginé que me llamaban para eso.
Debía guardar el secreto hasta el 13 de diciembre, cuando la Fundación lo haría público. No aguantó. Se lo contó a su esposa Analía, a sus hijos Juan y Agostina, de 12 y 15 años, y al director de la escuela Héctor Deluca. No podían creer lo que estaba pasando.
—Que ahora la escuela esté en el mundo es... ¡Guau! Yo tengo que estar tranquilo —dice Salvetti como una autoimposición—, yo no tengo que estar revolucionado porque soy profe de acá y tengo muchas responsabilidades. No quiero sacar los pies de la tierra.
—¿Cómo fue la postulación?
—Una colega tuya hizo unas entrevistas sobre mi trabajo y me dijo: “Martín dale, presentate”. Cuando vi las bases, me pareció mucho. La postulación cerraba el 23 de septiembre y el 26 no la había hecho. Informé que no había llegado y me dijeron: “Justo dieron una semana más para la inscripción, así que tenés que participar sí o sí”. Me senté [a completar la aplicación] y hoy estoy acá. Siempre jugando al límite: si terminaba el 1 de noviembre la debo haber entregado el 31 de octubre. No. 1 de octubre o 30 de septiembre. Por ahí.
Salvetti vuelve a enredarse entre los días. Es que desde mediados de diciembre todo fue vertiginoso, como si hubiese sido arrasado por una ola brava que lo arrastra, se vio acosado por entrevistas, llamados, cámaras y periodistas. Lo que le sucedió los últimos meses recuerda al personaje que interpreta el actor italiano Roberto Benigni en la película de Woody Allen A Roma con amor: un ciudadano de a pie que un día se despierta y es una celebridad acosada por la prensa que quiere saber hasta qué comió en el desayuno. Algo similar experimenta Salvetti en este momento. A diferencia del personaje de Benigni, él sí sabe por qué.
En el principio quiso ser otra cosa. Pensaba que de grande se convertiría en médico, hasta que se rompió una pierna jugando a la pelota, vio su propia sangre y se desmayó. “Ahí dije: ‘No. Médico no’” —recuerda y ríe—. Después quiso ser periodista. En el medio, se interesó por la educación técnica. Y así fue que ingresó al Industrial de Temperley como alumno en 1986. Ahí surgió su amor a la radio.
—El otro día lo recordamos con Sebastián Uslenghi, que fue conductor de Radio Disney y también es exalumno de la escuela. Teníamos un amigo al que le iban a hacer un trasplante de hígado, entonces hicimos una campaña para juntar fondos y fuimos a visitar una radio de la comunidad. Fue la primera vez que hablamos al micrófono. Él dice que ahí a los dos nos picó el bichito. Y capaz tiene razón. Capaz que ahí empezó.
Martín nació en Temperley, a pocas cuadras del Industrial.
—Vivía acá, a diez cuadras. Mi papá era ferroviario, falleció cuando yo estaba acá, en quinto año. Mi mamá fue preceptora en esta escuela cuando yo era estudiante. Tengo un hermano que se llama Hernán, también exalumno. Tengo mucho sentido de pertenencia, soy un agradecido a este lugar.
Acá. La vida de Martín está acá. Su acá, siempre, es la escuela.
—Permiso, Martín, buenas tardes —irrumpe una chica rubia. Hay una señora de Radio Nacional que quiere saber si puede hablar con vos, para el jueves, quiere que vayas.
—El jueves estoy en Mendoza. Dejá. Que se comuniquen conmigo, si no los van a volver locos a ustedes. Que no llamen a la escuela, así no los molestan. Que me escriban por redes sociales o algo. Gracias, Carlita.
Salvetti recuerda una infancia feliz: “dos padres fantásticos”, jugar a la pelota en el barrio “en cualquier campito” y con los autitos en la vereda. Una infancia de muchos amigos. De ir a la cancha con su papá.
Ferviente hincha de Temperley cuenta que ayer jugaron contra Ferro. Que en el medio del partido le hicieron un homenaje y le entregaron una camiseta. Que después de sus dos hijos fue el premio más importante de su vida.
En 1992 egresó del Industrial como Técnico en Automotores. Trabajó poco tiempo en una empresa chilena de seguros y en Coca Cola. Y un año después, en 1994, volvió a la escuela, de donde no se iría jamás. Primero fue preceptor: tenía 21 años y la necesidad de pagarse los estudios universitarios. Y mientras estudiaba periodismo —primero en la Universidad de Lomas de Zamora, después en la Escuela Superior de Ciencias Deportivas de Fernando Niembro y Marcelo Araujo— hacía una capacitación docente para obtener un título base de enseñanza en escuela técnica. Ahí descubrió que eso era lo que quería hacer. Los años de preceptor se fusionaron con los de profesor. Hoy es jefe del Área de Automotores, tiene a cargo la formación profesional de adultos, el turno noche en el taller mecánico del municipio y está al frente de dos proyectos: el de radio y otro llamado “Un carro por un caballo”, una iniciativa que lleva adelante con el apoyo de la Municipalidad de Lomas de Zamora desde 2015. Consiste en restaurar, en los talleres de mecánica para adultos, motos que fueron incautadas y luego ensamblarlas a un carro diseñado por alumnos de herrería. Estos nuevos vehículos son entregados al municipio que a su vez se los otorga a cooperativas de cartoneros y a carreros a cambio de sus caballos. El objetivo es disminuir la tracción a sangre.
Ambas actividades le valieron la nominación. Pero su corazón está en la radio que empezó en el 2001: “En medio de la crisis socioeconómica del país, con el equipo directivo y docente pensamos que teníamos que hacer algo para que el chico esté acá, en la escuela. Evaluamos que la radio es una herramienta que permite leer, comprender textos, expresarse. Como yo estudiaba periodismo el director me dijo: ‘Hacete cargo y llevalo adelante’. Arrancamos al lado del baño, un día se nos llenó de agua porque se rompió un tanque. Entonces pedimos que nos cedan este espacio, que era la sala de profesores. Lo fuimos ampliando y con ayuda de la Universidad de Lomas y gracias a haber ganado un premio al mejor proyecto educativo en una convocatoria de la Fundación YPF, en 2007, la equipamos y la abrimos a toda la comunidad. Y esta es nuestra FM. Hoy no porque tenemos cortes de luz y no quiero que se me queme el equipo al inicio de clases, pero después, cuando empecemos, cualquier vecino sintoniza la 88.5 y escucha la radio de la escuela”.
Así, una institución que se especializa en herrería, mecánica y automotores consiguió obtener la primera radio de una escuela pública en zona urbana.
—Y hoy el trabajo nos dice que no estábamos equivocados.
Para fundamentar su afirmación Salvetti recurre a lo divino:
—Pensemos que el Papa Francisco es técnico químico. El técnico tiene mucha relación con todo porque trata de resolver y plasmar con sus manos lo que pretende hacer.
El 24 de marzo se celebrará en Dubai la ceremonia de premiación. Los diez finalistas viajarán y se enterarán allí mismo quién se convertirá en el mejor maestro del mundo.
En estos días de expectativa Salvetti cierra los párpados gruesos y dice que él ya ganó. Que recién ahora está disfrutando de lo que le pasa. Que no le gusta la exposición y quiere salir de los medios. Que lo hace para visibilizar a su escuela y la educación pública que se desvaloriza tanto. Que al maestro hay que valorarlo más que distinguirlo. Que el horizonte es la educación de los pibes. Que no quiere el millón de dólares, que su único sueño es que sus hijos puedan viajar con él a los Emiratos, algo que no cree poder lograr. Que ese sería el premio más importante de su vida.
No puede imaginar la noche de la gala. La piensa tan extraña como si viajara a otro planeta: “Qué se yo. La verdad que no sé. Creo que van presidentes del mundo. Doy una master class, una clase allá en Dubai. Por ahora no estoy preparado. Estoy acá: tratando de resolver las mesas de exámenes y la inscripción de formación profesional para adultos”.
Cuando no está en su acá, la escuela, Salvetti se dedica a sus Bonsai —tiene 250 árboles que son, dice, su cable a tierra—; va al club; a comer con amigos: “Asado. Siempre. Ahí sí soy el número uno”.