“Mala semana. Clarita se escapó y no la podemos encontrar. Estamos desolados, debe estar aterrorizada en alguna parte. Es mestiza, de unos 20 kg, marrón claro, pelo semilargo, unos 7 años. Se perdió en Chacarita”.
Cuando vi el mensaje de Laura habían pasado 24 horas. Le escribí, pedí coordenadas, publiqué la foto en una página barrial y fanfarroneé con que “tengo un ángel para encontrar perros perdidos”. No había pasado media hora y funcionó: una vecina mandó una captura de WhatsApp por Facebook de una perra perdida, similar, que estaba dando vueltas por un taller de la zona.
Dejé todo y salí a buscarla convencida de que era. Me acompañó Ana, una amiga vecina, indispensable ayuda y testigo de todo lo que vendría. Caminamos, preguntamos y a los diez minutos dimos con el taller cerrado. Palmadas y un grito a dúo ¿encontraron una perrita por acá? Los mecánicos aparecieron -mate en mano- diciendo:
- Acá está. Le pusimos Clarita ¿cómo se llama la perra? ¿será?
Era. Y se llamaba Clarita. Así le había puesto Nieves al adoptarla de un refugio de perros, bautizada como Clara. Estaba al fondo, agazapada y asustada bajo una mesada del taller; no había manera de sacarla. Luego de unos minutos lo logramos, en el momento exacto en que Nieves llegó al taller. “Mi mamá no puede salir, tiene agorafobia” me había dicho su hija, pero en la desesperación por encontrarla lo había hecho.
Me disponía a filmar el encuentro pensando en qué gran hazaña podría filmar y quien dice, compartir en las mismas redes que ayudaron a dar con ella. Pero Laura no exageraba. Su mamá no podía salir a la calle, lo acababa de hacer y no estaba bien.
Ahí entendí lo que significaba Clarita para Nieves, quien cargaba con una agorafobia a los 80 años pero como sin Clarita se estaba muriendo de tristeza, decidió salir igual, aunque sin saber siquiera cómo volver.
Los mecánicos abrieron la reja y ellas se reencontraron, besaron y lloraron pero Nieves no sabía adonde estaba parada. Empezó a sentirse mal, con los síntomas de un ataque de pánico.
En un veloz agradecimiento intentamos calmar las aguas y acompañarlas a la casa. Clarita tiraba y Nieves tambaleaba. Hasta que llegamos. Allí era. Una puerta que daba a un pasillo y otra puerta, un garaje convertido en taller y el panorama menos pensado: vestidos de alta costura, maniquíes, seda natural, tijeras y maquetas de prendas de gala, dignas de un Martín Fierro.
Ya en un lugar seguro, conocimos la historia.
Alta costura
“Trabajo en mi casa desde hace 20 años más o menos. Me traen los hilos, ganchitos, telas. Soy soy modista por un error en un aviso en Clarín” sintetiza la señora autodidacta ya en la cocina de su hogar. Da a un jardín con un limonero y un aljibe y Clarita va y viene.
“Un año antes de las elecciones de Alfonsín y Luder, por un aviso en la sección “auxiliares de oficina” del diario, encontré el pedido de modista, que debería haber estado en la sección “Oficios Diversos”. Porque yo buscaba de oficinista”, dice Nieves, explicando cómo llegó de casualidad a ser la mano derecha de la modista y artista Stella Gatti, en 1982.
“Me presenté y cuando escuchó mi acento español me dio una reunión, porque las modistas españolas le habían salido buenas. Como prueba me pidió que le corte algo. No sabía y le ofrecí hacerlo en mi casa en papel de seda, lo cual le pareció una buena idea. Compré el papel y con las revistas Burda, empecé sacando el cuellito de un lado, las mangas del otro y la falda del otro, cosí el papel en la máquina, se lo llevé y dijo que era divino”.
Empezó trabajando, primero en su improvisado garage-oficina y después tiempo completo en el taller. Aprendió, se especializó, pero fueron muchos años de pasarla mal.
“Como no sabía hacer el molde lo traía para crearlo más tarde en mi casa para el día siguiente, me quedaba hasta las 3 o 4 de la mañana, al otro día atendía a las clientas, a la modistas, les pagaba a todos, compraba lo que faltaba y la dueña nunca aparecía. Fue la única mujer en el mundo que me hizo llorar de impotencia, por cómo trataba a la gente”.
Nieves renunciaba una y otra vez y volvía con aumentos de sueldo y pedidos de perdón “Me fui tres veces” recuerda, memoriosa, ese y muchos otros detalles. Como los de la ropa. Ofrece un café y nos lleva al taller para mostrar fotos y trajes. Lleva el cenicero a cuestas. Siempre fumó, sabe que le hace mal, pero nunca tragó el humo, aclara. Su destreza para la moda es proporcional a su carácter y sus anécdotas: trágicas, divertidas e inesperadas.
“Luego de renunciar vi un aviso de Gino Bogani. Entre 100 personas me tomaron a mi y a otras dos chicas. Había que ir con el metro, la tijera, todas las cosas de costura, nos sentaban en mesitas con sillas como si estuviéramos en un colegio”, impone la voz indignada, como si retrocediera 35 años en el tiempo y recordara el momento en que Bogani se pasaba de aquí para allá fumando en una boquilla “¡y a mi no me dejaba fumar!. Y a las tres de la tarde terminé la falda, largué todo y dije que me iba”.
Después trabajó unos años con la diseñadora Marisa Marana, con quien vistió a diferentes figuras del espectáculo, las cuales enumera: a Susana Traverso en No toca botón, a Susana Gimenez, a Moria Casán, a Graciela Alfano, a Adriana Brodsky con un vestido rosa.
Ya en el año 1986, y luego de otro disgusto, decidió irse a buscar nuevos rumbos. Con su experiencia y currículum a cuestas comenzó a colaborar con otra diseñadora de alta costura, la misma con la que trabaja en la actualidad. Primero yendo y viniendo a tomar medidas para probar los vestidos pero desde que no sale a la calle terminó de instalar un taller en su hogar.
“Hoy hago vestidos largos, de noche. De vez en cuando alguno corto. No voy más allá desde que no salgo. Ella viene y me trae los dibujos, calculamos la tela, el forro, el cierre, si va con entretela, si no va, y trabajo así. Si necesito un cierre me lo mandan, se llevan los vestidos terminados y hay veces que viene el radio taxi hasta tres veces a traer o llevarse algo”.
No devela el nombre de su empleadora actual pero nos muestra los vestidos. Primero la foto, después la tela plisada y por último, el modelo terminado, colgando de un maniquí con pechos medianos: "se los tuve que agregar, porque antes, mucho antes, no existían las siliconas".
La agorafobia
Desde hace 18 años Nieves tiene agorafobia, un trastorno de ansiedad que le impide salir a un lugar abierto sin compañía. Lo padece, le “pone onda”, pero no puede.
En el año 2000 sufrió un robo a unas cuadras de su casa al salir del banco. Con la misma certeza de la alta costura, recuerda los detalles: “La cajera me marcó. Fui al banco y luego pasé por la pescadería. Guardé el vuelto junto con el dinero en los bolsillos. Tenía la llave en la mano y cuando me atacaron los motochorros fueron directo a ellos. La cartera no la tocaron pero me metieron directo la mano en los bolsillos. Uno me encañonó, me ahorcó y se llevo todo, hasta las monedas. Quedé tirada en el piso y un señor me acompañó hasta mi casa”.
Desde entonces, por más que quiso e intentó, no pudo salir más por sus propios medios. Si la acompañan, puede, pero si se queda sola empieza a sentirse mal, cada vez peor, como cuando la conocimos en el taller.
A pesar de sus ochenta años, se da maña con la computadora. Compra todo online, desde los puchos hasta los remedios y la comida. Y si bien tiene ayuda de su familia, se las ingenia. Sólo le preocupa Clarita. “Le pedí a mi hija que si me pasa algo se ocupe de ella”, insiste mientras le charla, le ofrece la leche de la tarde -a la perra- y agradece, una vez más, la ayuda para recuperarla.
“Trabajo más o menos 12 horas diarias, soy animal de costumbre. A las 10 de la mañana le digo a Clarita ¿vamos a trabajar? Ella viene corriendo, se sienta al lado mío o va y viene al jardín. La tiro hasta las tres de la tarde cuando paro a comer algo. A las diez de la noche ceno y luego vuelvo a coser, a veces, hasta las dos o tres de la mañana”. Luego, sigue con lujo de detalles, voy a la cama a leer.
“Si no fuera porque tengo que trabajar, me la pasaría leyendo” y empieza a enumerar los títulos: clásicos, policiales, su favorito: Máximo Valerio Manfredi. “Tengo en el Kindle (lector de libros electrónico portátil) unos 4.000 libros. Ahora estoy leyendo de Parry Mason, porque soy detective aficionada”.
La guerra
Nos ofrece limones de su limonero. Dice que no los usa, salvo cuando se decide a hacer pescado. Cuenta que nació “en un pueblucho” de Toledo, pero que toda su vida vivió en Madrid. Su padre era guardia de asalto desde la Guerra Civil Española hasta la época de Franco. Lo seguían a todas partes.
Nieves nació en 1938 y su niñez estuvo marcada por el hambre. “Cuando era chica una bomba mató a mi hermanita en la guerra y mi mamá se quedó sin leche. Me tuvieron que criar con los cabos de las acelgas machacadas y cáscaras de papa y todo tipo de basuras porque no había qué comer. Nos daban el pan que le daban a los soldados con las cartillas de racionamiento”.
Cuando cumplió la mayoría de edad ya trabajaba en una empresa internacional, con la maña como su sello registrado: “Era secretaria pero había ascendido porque inventaba cosas para hacer más eficiente la oficina. Tenía un sueldo espectacular y un novio que no tenía ganas de casarse”. A pesar de su cómodo pasar, debía darle su sueldo a su madre porque no les permitía tener dinero. Por eso, a los 23 años, le pidió a una tía que le mandara el pasaje y se instaló en Argentina, para hacer su propio camino. Llegó el 9 de enero de 1962, se casó en el 63 y en 1978 se separó. Desde entonces, nunca paró de trabajar.
Clarita
Tiene siete años. Le falta el colmillo y varios dientes. Su marca personal es un tarascón en el hocico; no muerde y es simpática, en mayor o menor medida, con todo el mundo. “Es lo único que tengo en la vida. La tengo hace cinco años que la adopté en la Red Mascotera porque mi otra perrita había muerto. El otro día, cuando la dueña de la boutique se fue, abrió la puerta de calle y la otra puerta y se escapó. Estuvimos 48 horas sin saber de la perra y fue como si se me hubiera muerto otra hija”, nos cuenta ya entre risas, rememorando sus últimas horas.
Ese día, a pesar de no poder salir, estuvo todo el día gritando en la puerta. Hasta confundió a la perra de una vecina con la suya a los gritos, discutió hasta que se dio cuenta que no, no era.
Pasaron unos días y de regreso a visitarla, sigue agradecida. “No puedo creer que me despierto y la tengo en mi casa, la noche que se perdió no pude dormir. Estoy tan agradecida a todas las personas que pusieron su buena voluntad en buscarla y en encontrarla” repite una y otra vez.
Cuando logre salir de nuevo, dice Nieves, quiere ir a agradecerles a los muchachos del taller. Y si pudiera ir más lejos, iría a dar una vuelta manzana, a Mar del Plata y a visitar a su familia en España, en ese orden.