—¿Cómo hiciste en Lo mucho que te amé para ponerte en la piel de aquella mujer?
—Siempre trato de apoyarme, al momento de construir las voces y los estilos emocionales de mis personajes, en algún tipo de experiencia personal. En este caso, me fue muy útil acudir a mi propia experiencia infantil: crecí en una atmósfera muy femenina, alimentada por mi madre, mi tía, mi abuela, mi hermana y mis primas. Sus formas de decir, de sentir, de pensar y de actuar colaboraron mucho —creo— en la construcción de mi propia sensibilidad. Ofelia y sus hermanas, de hecho, son de la misma generación de mi mamá y mi tía.
—¿Cómo es tu rutina de trabajo de escritura?
—Mi rutina suele ser bastante estricta. Suelo colocarme “en situación de escritura” todos los días de la semana, tanto por la mañana como por la tarde, y redondear unas 9 o 10 horas diarias. Cuando digo “en situación de escritura” me refiero a sentarme al escritorio dispuesto a plantearme una historia (en su diseño, en su estructura) o a escribirla (en su estricta ejecución literaria). Por supuesto que hay días provechosos, días intermedios y días de una esterilidad descorazonadora.
—¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
—Te nombro dos: La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, y Algún día te mostraré el desierto, de Renato Cisneros.
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