En la Avenida San Juan, corazón del barrio porteño de San Cristóbal, detrás de una puerta de dos hojas, alta y angosta, de madera crujiente, y tras subir una escalera marmoleada con estrías negras, se levanta La Vitrola —ex Vitrola Jams—, una sala de ensayos que funciona en una casona de las primeras décadas del 1900.
Los pisos de mosaicos estampados, de esos que se encuentran en las grandes casas centenarias, los instrumentos colgados y regados por doquier, la gran vitrola roja, los cuadros oxidados de Los Beatles, otro pintado de Pink Floyd, las fotos amarillas de figuras de la música de aquí y allá.
Si esta cronista pudiera imaginar un lugar ideal para acoger a una orquesta de tango, sería este. Sería así.
Pero no a cualquier orquesta de tango.
En el hall que se encuentra luego de la escalera, y antes de la subdivisión de cuartos donde se ensaya, están apiñados varios instrumentos de percusión de todos los tamaños, un contrabajo en su estuche y otros bultos más pequeños. Brillan desde lejos, abrazados a bombos y tumbadoras, los pañuelos verdes de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito.
En este espacio ensaya La Empoderada, orquesta atípica: la primera banda de tango compuesta íntegramente por mujeres que se unieron para hacerse escuchar y construir una nueva identidad dentro del género.
Todo empezó un año atrás. Y empezó como empiezan las grandes revoluciones en esta era: en un grupo de Facebook.
—El grupo se llamaba Banco de Mujeres Músicas, convocaba a las músicas que quisieran estar ahí. Éramos un montón, como 500, y en un momento dijimos: “A ver dividámonos en géneros: ¿quién quiere hacer tango, quién quiere hacer jazz?”. “Bueno armemos grupos de WhatsApp”. En ese grupo, al principio, eramos 60 o 70. Y decíamos: “Queremos tocar todas juntas pero cómo hacemos". Y nos empezamos a encontrar para ensayar y ver qué empezaba a sonar, así se fue consolidando. Desde la primera reunión, Pame [Victoriano], la directora, tomó la batuta: “Yo si quieren empiezo a coordinar”, dijo. Ahí empezó todo.
Daniela Augurio tiene 35 años, pelo carré con rulos pequeños bien definidos. Tiene un suéter verde, un pañuelo violeta, una pollera con calzas negras, una sonrisa fácil y voz de tango. Es una de las contrabajistas de la orquesta —aunque por fuera también canta— y está en La Empoderada desde el minuto uno. Ella formó parte de todo el proceso de efervescencia y organización.
—Apenas una dijo: “¿Che, nos juntamos a tocar?”, se armó. Fue como una necesidad de reunirnos —agrega Pamela Sleiman, de 39 años, suéter violeta, jeans, cabello lacio y pasión visceral por el proyecto.
En La Empoderada toca el clarinete bajo. Si bien ella participaba del grupo de Facebook, a la orquesta se sumó algunos meses después de su creación. Lo que la atrajo como imán hacia lo que se estaba formando fue el nombre.
—Para mí fue fundamental —dice y ríe—. Cuando le pusieron el nombre, cuando vi que había algo que se llamaba La Empoderada, dije: “¡Ahí quiero estar!”. Y desde el primer día la sensación es que llegaste a un lugar increíble —recuerda y hace gestos de asombro, gestos que parecen no dar crédito a lo que ve.
Algo parecido sucede, atraviesa el cuerpo, al escucharlas tocar y cantar.
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Al comienzo, La Empoderada solo hacía arreglos de música, de tangos clásicos, evitando deliberadamente aquellos con letras violentas, como por ejemplo la de Amablemente, de Iván Diez y Edmundo Rivero ( "Y luego, besuqueándole la frente, con toda educación, amablemente, le fajó treinta y cuatro puñaladas").
Poco a poco, su esencia, el deseo de que la mujer irrumpa en un género que históricamente fue territorio macho, que solo la ponía como musa a quien se extrañaba o se castigaba violentamente por no someterse al varón, las llevó a buscar tangos de mujeres, actuales, “para contar cosas que necesitamos contar las mujeres”.
—Con algunos nos emocionamos mucho. Tenemos un tema que habla de abuso infantil y cada vez que lo escuchamos lloramos, y aparecen algunas historias —dice Pamela.
Aunque piensan que “el machismo no era exclusivo del tango si no que estaba en toda la sociedad de la que el tango era un reflejo”, su show anterior empezaba con un video del colectivo Tango Hembra —un grupo de mujeres feministas músicas, cantantes, comunicadoras, bailarinas, investigadoras y gestoras de la escena cultural tanguera— que compila y denuncia todas las letras de tangos que hablan y promueven la violencia de género:
—En el video se escucha un audio que dice ‘Porque el tango es macho’ y ahí nosotras, en escena, empezábamos a decir nuestros nombres, y decíamos todas: “Acá estamos”. Cada vez que lo escuchábamos se nos ponía la piel de gallina —recuerdan las músicas.
Aunque aseguran que nunca tuvieron situaciones incómodas con un público conservador, sostienen que si las llaman de algún lugar con esas características irían sin problema para poder exponer su punto de vista, aún a riesgo de que les digan: “Esto es cualquier cosa”.
Recuerdan una experiencia en la que las llamaron para celebrara el Día de la Mujer en un country de zona norte. Al comienzo desconfiaban de cómo saldría el show, cómo reaccionaría la gente. La respuesta las sorprendió.
—La mayoría eran personas grandes y nosotras con la presentación del video y cantando con toda la actitud. Fue muy loco porque se recoparon, fue un público re: —Pamela levanta los brazos y acompaña el gesto con sonidos de hinchada y vítores—. Habría que ir de vuelta, con el repertorio nuevo, y ver qué pasa. Porque ahora tenemos un tema que dice: “Yo no soy mina de nadie, enrrollá ese collarcito, a mí no me cierra el pico ni tu puño ni tu ley”. Cuando fuimos llevamos los más tradicionales, pero tocados por nosotras, era fuerte igual.
La Empoderada es síntoma y consecuencia de todos los movimientos de mujeres que se gestaron a partir a partir del Ni Una Menos y del debate por la interrupción voluntaria del embarazo. Son parte de las múltiples transformaciones que comenzaron a gestarse en la sociedad.
"Son muchos los colectivos que se están organizando, es un fenómeno resocial —asegura Pamela—. A partir del debate del aborto, con un montón de temáticas las mujeres empezamos a sentir la necesidad de juntarnos".
La música y la danza no son excepción y crean subgéneros que subvierten la heteronorma. Las salas de tango queer, que se caracterizan por tirar por la borda los roles de género durante el baile, las reglas de quién conduce y quién es conducido y los códigos de vestimenta, son ejemplo de ello.
Y las músicas de tango también vienen a romper esquemas: hasta hace no mucho tiempo, en algunos lugares, se las obligaba a vestirse de varón, con traje y corbata, si deseaban tocar. Sin mencionar que, al margen de una o dos exponentes femeninas, en la Argentina el tango está inseparablemente unido a figuras masculinas.
—Vos mirá fotos de la orquesta de Troilo, de Pugliese, ¿dónde hay una mina ahí? —increpa Pamela.
La Empoderada "apuesta a levantar el cupo de las mujeres en la música y visibilizar el rol de la mujer como intérprete, arregladora, compositora, poeta, directora. Roles de los que históricamente ha sido marginada. Un paso más para que las mujeres en el tango digamos: 'Acá estamos'", dicen.
En sus casi dos años de vida, las músicas de La Empoderada recorrieron salas porteñas y de conurbano como Hasta Trilce, Caras y Caretas, Feliza, Vuela el Pez, la Biblioteca Nacional y la Universidad de Lanús. También participaron de festivales de tango, como el de La República de La Boca o el de Tango y Criollismo. Y viajaron a Montevideo, Uruguay, para formar parte del Primer Encuentro de Mujeres y Disidencias en el Tango en la Sala Zitarrora.
El 5 de diciembre, en el ND Teatro, estrenarán su nuevo show integrado por un repertorio de tangos, valses y milongas contemporáneas escritos por mujeres y disidencias.
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Tanto Daniela como Pamela se enamoraron de la música desde pequeñas. La contrabajista comenzó a tocar el teclado a los siete años, como un juego; después se lo empezó a tomar bien en serio. Estudió piano, canto, participó de coros. Y un día descubrió el contrabajo y lo supo: era su verdadero amor.
—Fui a escuchar a la que después fue mi profe de canto y tenía al contrabajista tocando cerca de donde estaba sentada. Ahí dije: “Ese instrumento, qué lindo como para tocarlo algún día”. En eso, un amigo me lo prestó para un trío en el que yo cantaba. Él se fue de vacaciones y me lo dejó. Y ahí dije: “Ya está, me lo quedo, quiero comprar uno, quiero estudiar ya”.
A Pamela le pasó algo parecido con el clarinete. Para ella estudiar música y dedicarse a eso de manera profesional implicó el desafío de tener que romper con varios mandatos familiares y sociales. Hija de una familia de comerciantes, alejada de lo musical, agradece que cuando a los 8 años, como un rayo que cae de golpe, sintió el deseo de estudiar piano y se lo expresó a su madre, ella la escuchó y le compró uno.
Tiene una imagen nítida de lo que significó, en ese primer momento, la música para ella:
—Me acuerdo que a los 10 años yo me encerraba en mi pieza y tocaba, tocaba y tocaba. Sabía que había algo ahí que me contenía. Era como mi refugio.
Cuando terminó el secundario encaró a sus padres, para quienes la carrera universitaria era fundamental, y les dijo que quería estudiar Música. Ellos aceptaron a condición de que además hiciera “una carrera”. Como tenía facilidad para los números, Pamela empezó a estudiar Ciencias Económicas. Al mes había abandonado.
—Me di cuenta de que no era mi espacio, claramente —ríe—. Y ahí, que seguía con el piano, uno hace eso que dice Dani, empieza a mirar otros instrumentos y prueba. Hasta que encontré el clarinete y también me enamoré.
Hoy Pamela es feliz porque siente que cumplió el deseo de vivir de lo que la apasiona. Toca en varias orquestas, en la Banda Municipal de La Matanza, da clases de música. Y no se pierde un ensayo de La Empoderada.
Como ella, mediante la docencia y la participación en otros proyectos musicales, algunas integrantes pueden vivir de la música. Otras no. Pero este, para ellas, es más que un proyecto que quizás en algún momento pueda serles económicamente redituable.
—Es muy loco porque yo siento que cada una, desde que está en la orquesta, en algo se empoderó —dice Pamela, y Daniela asiente a su lado—. Porque no hacemos solo música.
—¿En qué sentís que te empoderaste vos?
—Pamela: Me empoderé mucho como música, en mi seguridad, que eso nos pasó, me parece, a todas porque veníamos de espacios muy machistas, donde seguramente eras la única mujer, entonces te decían: “¿Estás segura de que podés?”. Era difícil ese espacio. Y cuando empezamos a estar acá, o por lo menos me pasó a mí, una no sentía esa mirada de: “A ver si lo estás haciendo bien”, no. Acá te sentís más contenida, como hermanada. Todas queremos que suene lo mejor posible, por supuesto. Pero hay algo de contención, de que si te equivocás está todo bien.
—Daniela: Totalmente. Y también es un aprendizaje constante de tus compañeras. Por eso, por ahora no nos reditúa económicamente pero nos deja otro montón de enseñanzas y sensaciones. Venís a ensayar con ganas.
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Es martes 22 de octubre. Como todos los martes la cita en La Vitrola es a las 20.30. Minutos antes empiezan a llegar las demás integrantes de la orquesta y a tomar posiciones. Desde diferentes rincones de la sala comienzan a sacar, cada quien en lo suyo, los primeros sonidos —aislados, mezclados, graves, despeinados— a sus instrumentos.
En total son 27 músicas.
La orquesta es numerosa y rica en sonidos: tiene piano, contrabajos, guitarras, bandoneones, violonchelo, viola, violín, clarinete, flauta traversa, clarinete bajo y cantoras.
La habitación de pisos de madera llena de instrumentos y micrófonos desparramados, se inunda de voces, saludos, reencuentros, melodías sueltas de cuerdas, de piano, de vientos. Una voz canta estrofas de una canción romántica pop. Otra entona un tango, para entrar en clima. Y todo a la vez.
De repente lo que cada una estaba haciendo individualmente empieza a fusionarse. La entrada en calor comienza a tomar forma de ensayo y poco a poco, bandoneones, guitarras, violín, y todos los demás se funden para formar una sola melodía tanguera. Con la nostalgia, con la potencia que solo este género —este género tocado y cantado por mujeres— puede brindar.
Una de ellas da la voz de aura: "Vamos a afinar".
Son más de 20 en la sala. Entran justas y todavía faltan. No solo traen abrazado a sus carteras y mochilas el pañuelo verde, si no que la tela anudada con la fuerza de la lucha también brilla en lo alto de los contrabajos. Vibra con las cuerdas como una bandera flameando.
Cuando el ensayo empieza oficialmente lo que se escucha es potencia. Es una tormenta envolvente de tango feroz. Es una huella de gigante que camina abriéndose paso entre la gente. Sin descuidar ningún detalle. Es tango. Tango hecho por mujeres.
Las músicas se concentran. Miran las partituras. Marcan el compás con la cabeza, con las piernas, con los pies, con los brazos, con los ojos, con los hombros, con las caderas, con la cintura. La música les atraviesa todo el cuerpo. Si hay alma, la de todas está en esta sala.
Las cantoras sentencian: "Hay ausencias que llenan cada lugar y por eso acá estamos para cantar". "Muchos hablan de amor", "Y nos matan cada vez más".
Las voces tienen algo del color del flamenco. Y del de la murga. "Hay muchas formas de desigualdad, si las más pobres son las que sufren más"; "el abuso social es patriarcal"; "otro país posible tiene que haber/ donde no falte nadie por ser mujer". “Juntas vamos por más. Ni un paso atrás".
Afuera está por empezar el superclásico, la prensa se preocupa por la seguridad de los micros, los hinchas por la picada y por llegar a casa a tiempo. Adentro hay otro mundo. Uno que respira, suena, y vibra. Uno de arrabal moderno. De malevas guapas. De sinergia. De mujeres músicas. Uno de tango empoderado.