A Carolina*, de once años, nunca nadie le habló de la menstruación y de lo que pasaba con su cuerpo. Nadie le explicó por qué, un día, vio gotas de sangre en su ropa interior. Poco después de su primera menstruación, tuvo relaciones sexuales y quedó embarazada. Nadie nunca le había hablado de su salud sexual, y no sabía que luego de su primer periodo era fértil. Como Carolina, a muchas niñas alrededor de todo el mundo nadie les explica qué sucede con su cuerpo después de la menstruación, ni cómo manejarla.
El primer periodo menstrual llega, por lo general, entre los 12 y los 14 años. Pero también hay niñas que pueden tenerlo con solo ocho o nueve años. Cuando las niñas menstrúan a edades muy tempranas es necesario que sean informadas correctamente. Pero hablar de la menstruación aún sigue siendo un tabú. La incomodidad y la vergüenza asociada a este proceso biológico tan natural como ninguneado le ganan a la urgente necesidad de que las niñas lo conozcan y entiendan. Evitar hablarlo no solo limita las oportunidades de cientos de niñas sino que las pone en riesgo de ser víctimas de abusos por no conocer su propio cuerpo.
No se habla del tema por el temor infundado de que hacerlo es una invitación a iniciar la vida sexual. No es algo solo latinoamericano, sino más bien generalizado: en Afganistán, por ejemplo, persiste la creencia de que la menstruación es una especie de partida para la vida sexual activa. En países como ese, la idea ha hecho que muchas terminen en matrimonios infantiles y sufran embarazos precoces.
“En términos de la ruralidad y de niñas pobres, la menstruación es un indicador que esa niña ya es fértil y los depredadores sexuales pueden estar esperando ese momento para luego de haberlas abusado sexualmente, violarlas”, dice Virginia Gómez, directora de la Fundación Desafío, organización que promueve los derechos sexuales y reproductivos. Pero la menstruación no es un signo inequívoco de que la vida sexual empieza sino de que hay una conversación inminente y vital que tener con las niñas.
Ese cambio, hablar con las niñas sobre la menstruación, empieza, sin duda, por padres y madres. Muchos tienen “una serie de esquemas en el diálogo marcados por una postura jerárquica de poder” dice Rocío Rosero, integrante de la Coalición Nacional de Mujeres del Ecuador. Esa estructura vertical los lleva querer “controlar la vida de las niñas de la familia”, agrega Rosero. “Si se les habla de la menstruación, de los cuidados de la sanidad dentro de la menstruación se lo ata, se lo asocia necesariamente a la reproducción”, dice la psicóloga María Fernanda Andrade. “Y como que dicen yo no quiero que mi hija tenga hijos tan joven, no quiero que pruebe una primera relación sexual entonces mejor preferible no hablar”, dice Andrade. Es el viejo error de suponer que la falta de información evita el inicio de la vida sexual, cuando la verdad es que la educación sexual integral, mientras más pronto y mejor se dé, evita relaciones no consentidas, abusos, enfermedades y embarazos no deseados.
Este silencio produce duras consecuencias emocionales. Muchas, como Carolina, no saben lo que está pasando cuando tienen su primera menstruación y deciden no contarlo a nadie. “No hablar de la menstruación con las niñas es exponerlas a un impacto psicológico porque ve que está sangrando y no sabe por qué”, explica Virginia Gómez de la Torre. “Piensa que está enferma, piensa que se está muriendo. Hay unas experiencias tremendamente traumáticas en relación a la menstruación que no ha sido avisada”, agrega.
Mientras el silencio mantenga su rigor sobre este tema, se mantendrán también prejuicios como que las niñas no pueden jugar o tienen que dejar de hacer ciertas actividades durante su período: algunas restricciones que la sociedad impone a las niñas y mujeres están demasiado arraigadas. Hay niñas a las que se les inculca no participar en actividades escolares, atléticas o en reuniones sociales cuando están menstruando porque alguien podría descubrir que tienen su período.
Son prácticas que refuerzan una concepción social que se traduce en que las mujeres y las niñas tienen menos derecho a usar espacios públicos. Es un prejuicio que nace, como tantos otros, de los estereotipos de género —entre los que están los que se crean alrededor de la menstruación.
Son ideas tan enraizadas en el imaginario social que, cuando se habla de menstruar, se usa un eufemismo: “enferma”. El lenguaje crea realidades, y darle esa característica a un proceso fisiológico normal y sano impone, también, limitaciones. Pero ninguna mujer que menstrua está enferma.
¡Felicitaciones, te hiciste señorita!
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En el transcurso de su vida, una mujer podría pasar entre tres y ocho años menstruando. En todo ese período, un proceso biológico natural podría convertirse en un problema por factores externos como la pobreza extrema, las crisis humanitarias y las tradiciones nocivas. En países como Nepal, por ejemplo, cientos de mujeres son obligadas a abandonar sus casas cuando están menstruando porque las consideran impuras y de mala suerte. La tradición llamada chaupadi exige que se vayan a establos o chozas construidas exclusivamente para que ellas las habiten en los días de su período. Muchas han muerto por hipotermia o por mordedura de serpientes.
Ese es solo un ejemplo de cómo la menstruación es vista como una etapa de estigma y privaciones. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), una mujer pobre que menstrua tiene muchos problemas a la hora de adquirir productos como toallas sanitarias o tampones, que por su costo no son asequibles para todas las mujeres y niñas del mundo.
En lugares rurales de Nueva Delhi, India, mujeres y niñas se ven obligadas a usar trapos o papel durante la menstruación. Como consecuencia muchas tienen infecciones o no asisten a la escuela o sus trabajos. Quedando confinadas a estar en la casa. El documental Period. End of Sentence, ganador del Premio Oscar en la categoría de mejor documental corto en 2019, muestra una iniciativa de Arunachalam Muruganantham, un hombre que creó una máquina para hacer toallas sanitarias a bajo costo. El invento que fue instalado en una comunidad de la India permitió que varias fabriquen sus propias toallas. Pero no solo eso sino que les permitió tener independencia económica porque las vendían a precios muy bajos para que las mujeres las pudieran comprar. Con la máquina, miles de mujeres lograron realizar sus actividades diarias sin estar aisladas y las niñas pudieron ir a la escuela.
La parte económica también es un problema para muchas mujeres y niñas. Suplementos básicos como toallas sanitarias o tampones son gravados con impuestos como el IVA. En países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido y cientos más las toallas sanitarias y tampones aún tienen IVA y van desde el 5 hasta el 15%. Organizaciones de mujeres han pedido que se elimine este impuesto porque son productos de primera necesidad que usamos todas las mujeres. Irlanda, Canadá, India, Colombia (el primer país latinoamericano) entre otros, ya han desgravado a las toallas sanitarias y tampones.
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En el campo, el acceso a agua limpia, la privacidad e higiene son un impedimento para muchas niñas. Algunos lugares no cuentan con instalaciones adecuadas para que puedan ir al baño a asearse sin correr ningún riesgo. Por lo que no les queda otra opción que dejar de ir a la escuela o parar con sus actividades cotidianas. En lugares de Ghana y Kenia, dejan de ir a la escuela cuando están menstruando porque en las instituciones no existen instalaciones adecuadas como baños.
Organizaciones de derechos humanos internacionales han documentado cómo el apoyo deficiente al manejo de la menstruación en las políticas públicas tienen un impacto negativo en los derechos humanos de mujeres y niñas .“Los derechos humanos se ven menoscabados cuando las mujeres y niñas no pueden manejar su menstruación con dignidad, y a la vez los derechos deberían ser un eje central de cualquier solución que se adopte”, dijo Hannah Neumeyer responsable de Derechos Humanos de WASH United (Water, Sanitation and Hygiene United), organización encargada de promover la salud e higiene de niños y niñas.
La importancia de hablar de la menstruación con las niñas no solo las ayuda a ver a esta etapa como algo natural sino que permite que dejen de tener vergüenza o creer que la menstruación es algo sucio o algo malo.
Tener miedo de hablar de la menstruación “te hace depender de otras personas para preguntar, para pedir auxilio para sentirte asistida y esa es una práctica que va a ser nefasta en todos los ámbitos de tu vida, de tus relaciones interpersonales de tu ejercicio de ciudadano”, dice la psicóloga María Fernanda Andrade.
Que las niñas conozcan su propio cuerpo desde pequeñas las convierte en personas autónomas que sabrán qué decidir y hacer con su cuerpo, algo que Carolina no pudo hacer. Pero para lograrlo se necesita “un entorno familiar en donde no haya habido vergüenza ni miedo de hablar de la sexualidad. Entonces se llega a hablar de la menstruación de una manera normal”, dice Virginia Gómez de la Torre. Hablar de menstruación sin reservas y evitar mitos enredados hará que las niñas no la vean como un proceso silencioso. En el que es mejor si hablan menos o simplemente lo omiten de cualquier conversación. Si menstruar es visto como un proceso sano para las niñas será mucho más fácil hablar con naturalidad con sus padres y con otras personas sobre su cuerpo.
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Pero la conversación se está abriendo campos. En 2019, Unicode, organización que gestiona la distribución de emojis en el mundo, confirmó que el emoticón en forma de gota de sangre formaría parte de los teclados de celulares. Cerca de 55.000 personas firmaron una moción dirigida por la organización global de derechos de las niñas Plan International UK para que se incluyera una gota de sangre en el lenguaje del emoticón. La iniciativa buscaba romper el silencio alrededor de la menstruación.
Sin embargo, aunque se haya incluido el ícono en mensajes de chat, aún no se lo incluye en las discusiones de gobierno, escuelas y familias. Vivir un proceso como la menstruación no es fácil para las niñas porque todo su cuerpo cambia. Pero es mucho peor cuando viven en un lugar donde el acceso a la información es más restringido. “Mientras las niñas y adolescentes tengan toda la información estamos mejor” porque “el derecho a la información garantiza el sano desarrollo de las niñas y adolescentes”, explica Rocío Rosero.
Romper el silencio de un proceso natural como este significa evitar que muchas niñas estén en riesgo. Evitaría que ellas dejaran de ir a la escuela y que sean víctimas de diferentes abusos. Si no son informadas es muy probable que terminen por asumir mitos y mentiras como verdades. Y eso continuará el ciclo perverso de “un conjunto de reproducción de patrones discriminatorios y violentos contra las propias niñas”, dice Rosero. Vivir la menstruación con dignidad es un derecho humano para mujeres y niñas. Hay que hablar más y más frontalmente sobre este derecho y hacerlo con tal naturalidad que nunca más una niña sufra un abuso, un embarazo o simplemente tenga vergüenza de menstruar.
*Carolina es un nombre protegido.
Esta nota fue originalmente publicada en el medio GK, de Ecuador, y es republicada como parte de la Red De Periodismo Humano.