En ciudades como Tokio, Berlín, Londres y Nueva York, cada vez hay menos gente que toma agua de la canilla. El desafío es aún mayor en el mundo en desarrollo. Los problemas con el agua urbana pueden solucionarse. Pero falta voluntad política.
Alrededor de entre 2.500 y 3.000 millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua potable. Y hay otras 1.500 millones, por lo menos, en países desarrollados, que tendrían acceso, pero no confían en su calidad.
Cierto número de hechos muy publicitados sobre servicios del agua no confiables en algunos países pasaron a sumarse a esta desconfianza. Diecisiete años atrás, la localidad de Walkerton, en Canadá, registró la peor contaminación con e.coli del país dentro del servicio de agua local. El hecho concluyó con siete muertes y 2.300 casos de individuos enfermos. En 2014, Flint, en el estado norteamericano de Michigan, modificó su fuente de suministro de agua, el río Flint. Había aumentado peligrosamente la contaminación con plomo del agua local, lo que afectó gravemente la salud de la población.
Muchos otros incidentes, en ciudades desde Sidney (Australia) a Hong Kong, han hecho que la gente se vuelva cada vez más escéptica respecto de la calidad del agua que recibe en sus hogares.
Para estar seguros, consumidores de todo el mundo están ocupándose, cada vez más, de su propio suministro de agua potable. En el mundo desarrollado proliferan las instalaciones de costosos sistemas de tratamiento del agua, al igual que el consumo de agua embotellada. En ciudades como Tokio, Berlín, Londres y Nueva York, cada vez hay menos gente que toma agua de la canilla.
En los países en vías de desarrollo la tendencia ha seguido un camino diferente. Los hogares, desde Nueva Delhi a Dakar, se han convertido en mini empresas de servicios públicos. Aún si el agua sólo es recibida aquí en las redes durante nada más que unas pocas horas al día, la gente ha descubierto la manera para tener un suministro las 24 horas juntándola en tanques subterráneos, desde donde se la bombea hasta tanques superiores para su posterior distribución. Los hogares han instalado también sus propios sistemas de tratamiento para poder contar con agua potable.
Luego de décadas de trabajo en cerca de 40 países sobre manejo de aguas servidas y agua urbana, hemos llegado a la conclusión de que no hay razón para que los centros urbanos de 200 mil habitantes, o más, no puedan tener acceso a agua potable que pueda ser tomada directamente de la canilla sin ninguna preocupación por la salud. Ya contamos con la tecnología y los fondos para que esto sea así. ¿Qué es lo que falta entonces?
Muchas veces, la visión que se tiene es que los avances tecnológicos van a solucionar los problemas con el agua. Pero las políticas son igualmente esenciales, de la misma forma que otros aspectos más “blandos” como el manejo, la dirección y las instituciones. A menos que éstos últimos reciban la atención adecuada, ninguna tecnología ni fondos de inversión adicionales, podrán solucionar los problemas del mundo con el consumo de agua potable.
Una década atrás vaticinamos que por lo menos una ciudad africana enfrentaría una crisis sin precedentes con el agua en 20 años. Nuestra predicción fue precisa. A menos que los políticos de las ciudades africanas mejoren el tema de la administración del agua y lo traten como un tema prioritario, nuestros estudios indican que por lo menos 15 ciudades más enfrentarán para 2035 graves problemas.
Por qué importan las políticas
La tendencia avanza progresivamente hacia un menor uso del agua. Esta reducción ha sido posible como resultado de distintos enfoques de política. Entre ellos figuran un precio del agua adecuado así como incentivos para usar menos agua, en especial en tiempos de sequía.
Pero ¿qué suposiciones debieran hacerse sobre el consumo a la hora de diseñar políticas? La cantidad de agua que necesita una persona para sobrevivir es algo complejo, en parte porque difiere marcadamente según el país del que se trate y de si la persona vive en una ciudad o una zona rural.
Sólo se ha hecho un estudio sobre este tema a lo largo de varios años. Fue en Singapur en la década de 1960. Llegó a la conclusión que una persona necesita 75 litros para llevar una vida productiva y saludable. En Singapur, en 2017, el uso de agua per cápita fue 143 litros, cerca del doble de aquella cantidad. En contraste, en Estados Unidos, varía entre 300 y 380 litros. En Sudáfrica es de cerca de 235 litros.
Hay buenos motivos para creer que la gente puede llevar una vida productiva y saludable con entre 75 y 85 litros de agua por día. Por ejemplo, el consumo de agua en República Checa es hoy de 88 litros diarios per cápita. En varias ciudades del oeste europeo como Leipzig, Málaga, Tallinn, Barcelona y Zaragoza, el uso de agua promedio es de 95 litros per cápita y por día, o menos. Dinamarca, por su parte, registra un uso de agua promedio de 104 litros.
Y resulta posible modificar los patrones de conducta tal como mostró recientemente Ciudad del Cabo y como ocurrió en San Pablo durante la sequía de 2014-2015.
Gracias a la fijación de precios para el agua, a iniciativas para usar menos agua, a las multas por uso excesivo y a campañas de concientización pública muy efectivas, San Pablo redujo su consumo de agua diario per cápita de 145 a 129 litros. Como el área metropolitana de San Pablo cuenta con cerca de 22 millones de habitantes, estas políticas permitieron ahorrar 550 millones de litros de agua potable por día. Y como entre el 80 y el 85% del agua usada local se convierte en aguas servidas, esto significa que cerca de 470 millones de litros de aguas de desecho no serán producidos y, por ende, no tendrán que ser tratados.
Un cambio en el foco
No cabe duda de que los avances tecnológicos ayudarán a resolver los problemas con el agua urbana. Pero cada vez existen más pruebas de que si el objetivo es ofrecerles a todos acceso a agua potable, entonces el foco debe estar cada vez más en la gestión, los temas institucionales y las políticas a implementar.
Los problemas con el agua urbana pueden solucionarse. El conocimiento, la tecnología y los fondos para solucionarlos han estado allí desde hace por lo menos una década. Pero la falta de una voluntad política sostenida ha sido el factor crítico faltante más importante para mejorar la gestión del agua urbana en casi todas las ciudades del mundo.
Desafortunadamente, no existen muchas señales de que esto vaya a cambiar en lo inmediato.
Traducción por Silvia S. Simonetti
Asit K. Biswas es un distinguido profesor visitante en la Facultad Lee Kuan Yew de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Singapur.
Cecilia Tortajada es investigadora senior en la Facultad Lee Kuan Yew de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Singapur.
Los autores no trabajan, asesoran, poseen acciones o reciben fondos de ninguna empresa u organización que pudiera beneficiarse con este artículo y dijeron no contar con ninguna afiliación importante más allá de su nombramiento académico.