En una cena impensada, Irina Widucynski se dio cuenta de que en un plato había algo más. Un puré con un huevo de codorniz en el centro y crocante de almendras le abrió la puerta a comprender la importancia del sabor y todo lo que implica llegar a crearlo, desde sus ingredientes hasta las personas que lo hacen.
Sumado a la insistencia de sus amigos, este fue uno de los disparadores que la llevó a abrir su cuenta de Instagram Buenos paladAires . Lo que empezó –y sigue siendo– un hobbie, hoy también es un espacio para hablar con honestidad de propuestas gastronómicas con una historia humana detrás que invitan a degustar platos de calidad. “A mi lo que me importa es comunicar gastronomía”, cuenta la creadora de contenido conocida como “Pala”.
En este sentido, Pala no elige las cosas en función de su precio, sino más por lo que ofrece cada plato y el valor que tiene para cada persona. “Yo no pienso las cosas en función a lo que salen, por eso nunca hablo de precio, no lo menciono”.
Con esta filosofía, día a día sembró algo único en su comunidad: la confianza. Este proceso arduo y extenso comenzó en 2018 cuando apenas había cafés de especialidad. Hoy, se consolida en sus 141 mil seguidores junto al valor que tiene su palabra dentro del rubro gastronómico de Buenos Aires. Un trabajo fino, selectivo y reflexivo a la vez. “Este no es mi trabajo y no me genera ingresos, por eso muestro genuinamente a donde voy y soy transparente en eso”, manifiesta.
¿Dónde nació esta pasión por la comida?
– Confieso que es bastante reciente. Si le tengo que poner un año sería en 2015 cuando fui a cenar al restaurante Sucre y me dije por primera vez “che, qué buena comida”. Ahí tuve una experiencia que para mí fue un puntapié en el que sentí que nunca antes había comido de esa manera, incluso hoy recuerdo el plato: fue un puré con un huevo de codorniz en el centro con un crocante de almendras.
¿Cómo empezó el proyecto Buenos paladAires?
– Mis amigas me insistían mucho en que me abra una cuenta porque todo el tiempo me preguntaban a mí a dónde ir, dónde hacer una cosa, dónde hacer la otra. Sumado al hecho de que sentía que no había un lugar o una página que esté realmente buena. En ese momento, aunque uno no lo crea, había más contenido de índole periodístico y no tanto en redes. Asi que me abrí un Instagram.
Viviste muy de cerca toda la evolución gastronómica en Buenos Aires de estos últimos años, ¿no?
– Cuando abrí Buenos paladAires casi no había cafés de especialidad. El pan de masa madre recién estaba arrancando con Salvaje (que hoy es un boom). La mayoría de los restaurantes que hoy están posicionados como los mejores en ese momento no existían directamente: Julia, Franca, Anafe. Es mucho lo que cambió en muy poco tiempo.
¿A qué crees que se debe este cambio?
– Hubo mucho resurgimiento del producto local. Antes, solo se valoraba la parrilla, la pasta, la pizza y, por algún motivo, la comida francesa. Esta nueva camada de cocineros se propuso valorar el producto local y convertirlo en toda una experiencia. Y, bueno, claramente fue un boom.
¿Cómo definirías a Buenos paladAires?
– Es un espacio honesto donde lo que más se valora y se destaca es la calidad detrás de las cosas. También darle esa calidez humana y hablar de las personas detrás de los proyectos. A mi me importa comunicar gastronomía, no generar contenido. Yo me siento un poco alejada del concepto de influencer gastronómica, no porque sea mejor o peor, sino porque trato de posicionarme desde otro lado y explicar la gastronomía desde lo más humano.
¿Qué implica para vos una buena experiencia gastronómica?
– Desde ya, que se coma rico. En general, los lugares que más me gustan son cosas muy simples, pero bien hechas, como una milanesa. O platos ya un poco más complejos. La creatividad también es fundamental: ir por otro lado, por otro camino, otros ingredientes, que haya una búsqueda un poco más personal. Igualmente, la experiencia de un restaurante es un 360, si te atienden muy mal la comida no va a tener el mismo gusto.
¿Cómo te relacionas con el canje?
– Para mi el canje no está mal, el problema es que se arruinó porque empezó a ser poco transparente. Ahora esa asociación es negativa cuando, en realidad, no tiene nada de malo. Al final del día es un espacio de medios: antes comprabas un lugar en una revista, hoy podes pagar un lugar en un blog. Si alguien me invita a comer y me gusta verdaderamente, ¿por qué estaría mal compartirlo?
¿Hablas también de tus malas experiencias?
– Al principio lo hacía, pero me resultó contraproducente. Siento que tiene más visibilidad en las redes cuando hablás de lo malo que cuando hablás de lo bueno. Obviamente, sé que no es tan positivo el hecho de no decir nada negativo. Además, cuando hablas mal se cierran un montón de puertas y no pasas más. Es un riesgo. Sin embargo, si bien no critico lugares, tampoco muestro cosas que no me hayan gustado. Si yo digo que me encantó un lugar que en realidad no, después, quizás, va una persona que trabaja todo el mes para darse un gusto y vos lo traicionaste, de alguna manera. Es jugar con la confianza.
¿Sentís que vos generaste ese espacio de confianza?
– Me suelen escribir “che, fue espectacular, gracias” y eso, para mí, no tiene precio. Es único. ¿De qué me sirve tener un millón de seguidores si todos me están dejando comentarios negativos? A mi me gusta el nicho que construí, gente que le interesa este tipo de gastronomía.
¿Cuándo te diste cuenta de que tenías influencia en las personas?
– En 2020 fui al restaurante de la bodega mendocina Riccitelli que recién había abierto. Juan Ventureyra, el chef, me armó una mesa y me dio de probar unos platos increíbles. Mostré en mi Instagram que había comido ahí y él me dijo que gracias a mí han venido miles de personas. Siempre me dice que está eternamente agradecido.