Juan Minujín, el actor que ayudó a llevar las luchas de género y la vida en la cárcel al prime time de la televisión- RED/ACCIÓN

Juan Minujín, el actor que ayudó a llevar las luchas de género y la vida en la cárcel al prime time de la televisión

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El marginal y 100 días para enamorarse fueron éxitos rotundos y ya tienen adaptaciones en el extranjero. Esas ficciones lograron reflejar conversaciones presentes en las casas, las escuelas y el trabajo. Sobre el feminismo, el actor reflexiona sobre la importancia de escuchar a las mujeres.

Juan Minujín, el actor que ayudó a llevar las luchas de género y la vida en la cárcel al prime time de la televisión

Fotos: gentileza prensa de Juan Minujín | Intervención: Pablo Domrose

“Soy, las ganas de vivir/ Las ganas de cruzar/ Las ganas de conocer/ Lo que hay después del mar”.

Mientras René, de Calle 13, canta, Juan Minujín, sentando en un box de una gran oficina —traje gris, camisa, saco y corbata— agarra post its azules, saca los sellos y rudimentos de trabajo del escritorio y empieza a construir un océano de pequeños cuadrados de papel. Que se transforma en un fondo en el que se dibuja un mapa del mundo. Fabrica un barco para navegar ese mar. Un avión que sostiene entre los dedos, con el que surca el planisferio de fibra. 

“Y, dame la mano/ Y vamos a darle la vuelta al mundo/Darle la vuelta al mundo/Darle la vuelta al mundo”. 

Quizás el videoclip que dirigió Campanella y protagonizó Minujín en 2012 sería un indicio de lo que vendría. 

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Es viernes 30 de agosto. La tarde azul empieza a flaquear y da paso a las luces de la calle Corrientes que comienzan a inundarlo todo. La cartelera de Paseo La Plaza —ese híbrido que fusiona salas de teatro con una galería a cielo abierto, objetos de diseño, cafés y restaurantes— es amplia y variopinta. La oferta va desde un show de educación sexual para adultos hasta el anuncio de un nuevo Museo Beatle, pasando por diversos espectáculos de stand up (para parejas, para amigas, para amigos). En el centro destaca el afiche de La Verdad, la obra que protagoniza Minujín junto a Jorgelina Aruzzi; que habla de relaciones e infidelidades; que abrirá el telón en poco más de dos horas; que no será tema de conversación en esta nota. El piso de adoquines, una pareja sentada en un banco de madera, una mujer que fuma y exhala bocanadas de humo, las guirnaldas de lamparitas de los bares, todo luce como escenas de una película en cepia bajo la luz cetrina de las seis de la tarde. 

El camarín de Juan Minujín tiene dos carteles con su nombre: uno en letras impresas, el otro en fibras de colores hecho por su hija Carmela, de 9 años, que a veces lo acompaña al teatro y dibuja.  

El rectángulo donde el actor se cambia está gobernado por un sillón beige raído, cubierto por una manta de polar bordó con arabescos. Enfrente, una mesa que hace las veces de tocador. Sobre el sillón: un par de pesas y una pelota de tenis. Sobre la mesa: una gran variedad de tés, caramelos de propoleo, frutos secos, una banana, vitaminas, fijador para el pelo, un perro verde que compró en México especialmente para este camarín, dos libros El enigma de la verdad. Ensayo en tres actos sobre Psicoanálisis y Teatro (de Edgardo Kawior) y Los nuevos padres. Un libro para comprender y acompañar a los padres en el crecimiento y educación (de Alejandra Libenson)—. Al lado de la puerta un perchero con una raqueta de tenis, una muda de ropa, dos pares de zapatos, tres de zapatillas, uno de pantuflas.

Minujín —jean gris gastado, suéter negro, borceguíes negros, sobretodo negro— llega corriendo. Arrastra ojeras de días agitados, de una malestar que dejó atrás, de un auto roto que casi lo deja varado antes de la función.

Pero sonríe. Pide disculpas por la demora y sonríe.

Foto: redes de Juan Minujín

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El primer personaje que interpretó en su vida fue Borges, el cuento “Veinticinco de agosto, 1983”. Tenía 15 años y lo había elegido para una muestra de teatro del estudio de Cristina Banegas. Donde empezó.

—Cristina [Banegas] era una profesora que arengaba mucho a la autogestión y a que pudieras generar tu propio material. Leíamos obras pero también adaptábamos cuentos y leíamos autores argentinos, nos estimulaba mucho. Y con un amigo que se llamaba Andrés (se llama, nunca más lo vi), hicimos ese cuento en el que Borges joven se encuentra con él mismo de viejo —viste esa cosa que tiene medio laberíntica— y nos pintábamos arrugas en la cara, nos poníamos talco para las canas. Después hice muchos otros personajes, me los acuerdo a todos: Saverio, el cruel (de Arlt), uno que me inventé que era un director de orquesta que dirigía la novena sinfonía de Beethoven, era muy lúdico todo, adoro esa etapa de mi vida.

Ser actor no había sido su sueño de la infancia. Cuando le preguntaban qué quería ser de grande decía biólogo marino: “Me gustaban mucho los animales del agua, no estaba en el tema ni de la música, ni de la actuación, ni del mundo performático, artístico”.

Hijo de una madre socióloga y un padre matemático, con dos hermanos mayores y una hermana más chica, Minujín nació en el Buenos Aires convulsionado de 1975. Sus padres, militantes unversitarios de la Juventud Peronista (JP), se exiliaron antes de que la dictadura cívico militar regara el país con centros clandestinos de detención. Primero fueron a Inglaterra, luego a México, donde vivieron entre 1976 y 1983. Volvieron a la Argentina con la democracia. Juan tenía 8 años.

—Me acuerdo mucho de México. El pasaje de allá para acá fue muy traumático. México es un país que recibió muchos exiliados de las dictaduras de América del Sur. Había un montón de brasileños, chilenos, uruguayos, argentinos, con lo cual era un lugar muy abierto. Yo iba a un colegio con una educación muy abierta y moderna y llegué a un país que todavía estaba con un sesgo militar muy fuerte, y entré al sistema educativo de la posdictadura que era muy cerrado, entonces esa adaptación fue muy difícil. Además mis papás se separaron, con lo cual fue un momento complicado. Pero a la vez tenía muchas ganas de volver porque todos los que vivimos en el exilio teníamos un poco idealizada a la Argentina, era un tema de conversación permanente.

Minujín no duda: se considera ArgenMex. Sus primeros amigos fueron los que, como él, eran hijos de exiliados. Con muchos de ellos volvió en el 83, y a muchos los sigue viendo. La vida de su familia estuvo atravesada por los derechos humanos. Él dice que siempre tuvo “mucha consciencia de qué es lo que había pasado, qué es lo que pasa hoy”. Que en su casa siempre se habló mucho de política y siempre se sintió interpelado. Quizás esa haya sido la razón por la cual en los primero años de la secundaria formó parte del Centro de Estudiantes, fue delegado de su división. Después aparecería la actuación y vendría a llenarlo todo.

—En mi casa había todo el tiempo consumos culturales, íbamos a los museos, había discos, poesía, libros, pintura, estábamos muy conectados a eso. Y a mi mamá le gustaba mucho el teatro, hacía unos cursos incluso. Cuando yo tenía 15 me llevó a ver una obra que se llamaba Postales argentinas, donde actuaba Pompeyo Audivert. Fue la primera obra de adultos que vi y me encantó, la volví a ver solo varias veces y le dije a mi mamá que quería estudiar teatro. Ella me llevó a lo de Cristina Banegas, que quedaba cerca de mi casa y se la habían recomendado. Me enganché mucho ahí, me quedé un poco atrapado en ese mundo. 

Desde ese momento su formación no pararía: estudió con Alberto Ure, con Guillermo Angelelli, con Pompeyo Audivert. Estudió un año y medio en Londres. Cuando volvió siguió haciendo seminarios. “Después empecé una etapa distinta con el El Descueve, que fue una formación en danza”, destaca. Fue a partir de un personaje que hizo con ese grupo que fusionaba lo coreográfico, lo visual, el teatro y la música —un italiano que integraba el elenco del espectáculo Hermosura— que llegó a la televisión adaptando el mismo papel para Arde Troya, un programa que condujo Matías Martin por América en 2003. Por eso, entre otros tantos, aquel italiano lo marcó: “Me hizo descubrir muchas cosas en mí muy importantes”. 

Foto: redes de Juan Minujín

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Cine nacional, internacional, teatro, teatro-danza, tv, videoclips, publicidades. Actuar, escribir, dirigir. A Minujín le gusta todo, hizo todo y lo sigue haciendo.

Entre los diversos papeles a los que le dio vida, dos se destacan por lo actuales, el éxito arrollador de las series de la que fueron protagonistas y los premios: Minujín fue Gastón Guevara, el abogado de 100 Días para enamorarse —tira que este año se llevó el Martín Fierro de oro y por la que el actor recibió el galardón a mejor actor protagonista de ficción diaria—; y fue Miguel Palacios, un expolicía que entra como convicto con una identidad falsa (Pastor) a la prisión de San Onofre, en la primera temporada de El Marginal —serie que también se llevó el Martín Fierro de Oro en 2017—. El furor de esta tira la llevó a Netflix, desde donde saltó a la pantalla internacional, y la cadena Telemundo hizo una adaptación de la historia para la tv estadounidense titulada El recluso. 100 Días también tendrá pronto su versión norteamericana, en la que ya trabaja la cadena Showtime. 

Para preparar a Pastor, Minujín habló con muchos policías hasta que encontró uno que le pareció más apropiado para nutrirse y mantuvo muchas conversaciones con él. También habló con algunas personas presas pero aclara que el foco del personaje no estaba ahí.

—Pastor es un policía al que meten en la cárcel que es un lugar extranjero para él, la delincuencia la ve como la ve un policía, no como la ve un pibe que está metido en ese circuito, entonces necesitaba entender cómo los policías ven el mundo, no es que todos  son iguales, para nada, pero sí comparten cierta mirada sobre algunas cosas.

Aunque dice que Pastor es un personaje que está en las antípodas de su forma de ver las cosas —por su machismo, porque no comparte sus valores— cree que construir este tipo de papeles es enriquecedor “porque te da la posibilidad de tratar realmente de ponerte en el lugar del otro”. Y tratar de comprenderlos.   

—En una cárcel, en general, hay gente mucho más seria, más solidaria, en muchos sentidos. Son personas que por las circunstancias de la vida tomaron muchas malas decisiones, a veces por la fuerza, y terminaron en ese lugar. Y muchas veces lo que la clase media o media alta resuelve con un psicólogo o un entorno de contención, acá se resuelve poniendo, desde la adolescencia, a los pibes en lugares de privación de la libertad y eso hace que arranquen un camino vinculado a eso. Las cárceles están superpobladas, con violencia institucional, es muy precario todo, muy violento, los derechos de quienes están ahí son completamente vulnerados y silenciados porque están encerrados en un lugar donde no hay ninguna visibilidad. Y además para la sociedad son culpables, entonces tampoco hay quién reclame por ellos. 

Mientras habla, se cuelan en el camarín los primeros beats de una canción que en segundos empieza a sonar y a crecer en volumen. Debe ser la prueba de sonido de la obra que protagoniza.  

—¿Quieren cerrar por las dudas que se filtre mucho el sonido? —pide amablemente el actor a la asistente de quien le hace la prensa de la obra, que a la vez está acompañada por otra asistente.

—Por las dudas, son ocho menos cuarto —señala ella recordándole que tiene que ir terminando esta nota.

La función empezará en 45 minutos. Minujín tiene que cambiarse, calentar la voz, ultimar detalles. Pero sigue. Sigue para hablar de 100 Días para enamorarse, la serie que, desde el prime time de TELEFE abordó todos los temas de la agenda social: aborto, homosexualidad, identidad de género, familias diversas.

Aunque el aborto, el universo trans, eran temas con los que él ya estaba involucrado, que venía elaborando desde chico por su historia familiar, porque le tocó crecer con mucha conciencia del feminismo, con la tira “aprendió mucho de cada cosa”, asegura.

—Creo que fue un programa que tuvo la virtud de tomar los temas que estaban en la calle, en las escuelas, en los laburos, en los hospitales, y llevarlos a la tele, y no tratar de imponer temas irreales. En momentos de crisis siempre se dice “la gente no quiere pensar, quiere cosas divertidas, de entretenimiento”, y la verdad es que nosotros hicimos una puesta distinta, en un momento crítico. 

Respecto al feminismo, Minujín dice que comparte muchas charlas con sus dos hijas mujeres, que las apoya y acompaña. No va a marchas con ellas porque no cree que deba ocupar ese lugar:

—Me parece que parte de lo que también pueden empezar a hacer los hombres es retirarse un poco del protagonismo y estar más receptivos. Escuchar, en principio, me parece que es lo mejor que se puede hacer en este momento. Porque han sido muchos milenios de historia en donde los hombres le han explicado las cosas a las mujeres, y entre los hombres mismos, y eso se puede parar. Pero sí escucho mucho a mis hijas, y ellas a su vez tienen su propio espacio para hablar de estos temas en sus escuelas, con sus compañeros y compañeras, con lo cual me enriquezco mucho también. Me parece que es bueno que esto entre en la TV y en el prime time de TELEFE. Pero tiene que entrar con inteligencia, no con juicio y bajada de línea, si no con el respeto de mostrarlo. Me parece que fue un golazo en ese sentido, un golazo que pueda estar circulando eso y que ayude a abrir estas discusiones. 

De repente la pose de piernas cruzadas y apariencia relajada que mantuvo la última media hora se desarma como una escenografía rebatible y mientras comparte las últimas reflexiones revolea un zapato, se saca el otro y queda en medias azules con círculos naranja flúo. Ya no hay más tiempo. 

Foto: redes de Juan Minujín

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Minujin es gestos, es mirada, expresión. También es ríos, caminos, paisajes. En su tiempo libre, se tira al piso con sus hijas a dibujar mapas gigantes de Argentina para Atlantis, el proyecto que inició con ellas: los diseñan en blanco y negro para que otras familias se tiren al piso a pintarlos. La afición por la geografía la tiene desde chico. Y busca contagiarla. Mientras sus personajes recorren diferentes países a través de la pantalla, él, papel y lápiz, desde el suelo de su casa, le sigue dando la vuelta al mundo.