Creo que el periodismo es un asunto humano. El desafío, en el medio de la vorágine cotidiana, es entender para qué uno es periodista –más allá de las gratificaciones personales– y qué va a darle uno, con su oficio periodístico, a la sociedad. Y si no a la sociedad, al menos al prójimo que toca en cada nota. Claro, también están el rigor, la curiosidad, la ética, el esfuerzo, el talento y la belleza estética de la escritura. Pero aquel primer desafío –el para qué– es el origen de todo.
Nací en la ciudad de Buenos Aires. Vengo de una familia en la que hay algunos periodistas, así que siempre tuve este oficio muy cerca. Lo primero para mí fue la lectura, la escritura y el gusto por la conversación. Después, las experiencias y el compromiso. Cubrí y escribí sobre la caída de una presidenta brasilera, unas Olimpíadas, la rutina de los menonitas en un pueblo argentino, varios asesinatos, una ceremonia chamánica en Siberia, el mejor show de Charly García, una boda en el Palacio Matrimonial de Ulaanbaatar, la llegada de los Rolling Stones a Cuba, la noche en la zona roja de Tokio y la vida alucinada y oscura de un antiguo jefe de la ESMA. El periodismo me ha dado la chance de conocer gente interesante, de entrar a lugares prohibidos y de vivir algunas aventuras; y con el paso de los años entendí que todo eso no estaría completo sin lo más importante: tomar la palabra pública, proponer una idea, participar de la discusión cultural, compartir lo que uno ve con el resto de la sociedad.
Si en una historia se juega una cuestión fuertemente humana con una resonancia global, tengan por seguro que me interesará.