Desde hace casi 20 años, la Fundación Avina trabaja en Latinoamérica para generar cambios que promuevan un desarrollo sostenible de la región. Con el avance de la pandemia, debió trabajar fuertemente en ayudar a comunidades especialmente marginadas, como los migrantes, poblaciones indígenas o periurbanas.
Pero, además, la fundación sostiene un reclamo que suena disruptivo mientras las miradas se posan en qué país vacuna a más personas o más rápido: promueven que la vacuna sea considerada un bien público global.
Gabriel Baracatt, nacido en Bolivia hace 54 años, es el director ejecutivo de la fundación desde 2013. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, cuenta con amplia experiencia en proyectos de desarrollo sostenible y gestión ambiental, fue dirigente cívico y universitario en su país e integrante de juntas directivas de organizaciones nacionales e internacionales. Con él charlamos, con el eje puesto en las vacunas.
—Desde Avina están muy preocupados por cómo se están desarrollando los procesos de vacunación en el mundo. ¿Por qué?
—Desde que empezó el COVID-19 empezamos a trabajar dando cuenta de que la pandemia iba a generar nuevas inequidades. Buscamos rápidamente dar voz a los sin voz: los vulnerados, los excluidos. Ya antes de la pandemia, Latinoamérica era la región más inequitativa del planeta y los sistemas de educación y salud no son de goce y acceso para todos en misma cantidad y calidad. En ese sentido, buscamos crear fondos y mecanismos para incentivos económicos. Pero pronto vimos avecinarse otro problema grave, relacionado con la vacuna: hay un nivel de acaparamiento nunca visto. Por ejemplo, Canadá adquirió dosis suficientes para vacunar 5 veces a su población. Por otro lado, 67 países no van a poder acceder a la cantidad de dosis suficientes para vacunar a todos sus habitantes. Por eso, pusimos en nuestro portal un contador que busca revelar estas iniquidades, mostrando el ritmo de vacunación, las dosis empleadas y las semanas que necesitaría el país para vacunar a su población al ritmo actual. Algo que, además de la iniquidad, devela irregularidades en la vacunación, marcadas por una cultura de privilegios.
—¿Qué medidas concretas proponen?
—Pedimos que se declare a la vacuna como un bien público global. Promovemos que Naciones Unidas tome un rol protagónico en este sentido, que se creen organismos multilaterales y globales y se fortalezcan mecanismos globales como el COVAX. Hoy hay farmacéuticas que piden acuerdos de confidencialidad y precios más elevados: 4, 5, 6 empresas tienen como mercado cautivo a todo el planeta. Reconocemos y valoramos lo que han hecho en innovación, desarrollo, investigación: sacar una vacuna en un año es algo sin precedentes. Pero por otro lado aquí ya no puede imperar una lógica de mercado puro, de oferta y demanda porque hay poblaciones enteras que no van a poder acceder. También creo que el G7 tiene que tener un rol clave: son los países que han concentrado las vacunas, las están produciendo las vacunas, tienen los laboratorios y farmacéuticas.
Cómo funciona COVAX, la iniciativa para que todos los países accedan a vacunas
—Suena como lo más justo, pero también como lo conveniente dado el carácter global del virus, ¿no?
—Lo más preocupante es que un problema global como el virus no puede tener una respuesta local. Israel, Chile, Canadá no van a solucionar el problema si solo vacunan a su población. Si se le quema la casa al vecino, también es mi problema. Hasta que tengamos inmunidad de rebaño a nivel global necesitamos que todos los países tengan niveles aceptables de vacunación. Si no, no vas a poder volver a la normalidad. A muchos les cuesta entender que tenemos un destino común en este sentido: si tenés a todo tu país vacunado pero no a tus vecinos, no vas a poder viajar o hacer negocios internacionales, por ejemplo. Y no olvides que la vacuna solo está llegando a la población de 18 años para arriba: vas a seguir teniendo un margen de riesgo y solo vas a poder estar tranquilo en la medida en que el resto de los países tenga un nivel de vacunación razonable.
—Pareciera que no aprendimos nada luego de un año de pandemia en el que escuchamos que “de esta salimos todos juntos”…
—Lo más grave es que cómo abordemos el tema vacunas nos debe dar la pista de cómo podemos, como humanidad, afrontar los desafíos globales del planeta, como el cambio climático. Somos interdependientes, no hay salvación individual. Pensábamos que este “sálvese quien pueda” había sido tan profundo que la nueva normalidad a la que íbamos a salir iba a tener otra actitud con respecto a la conservación de ecosistemas, otra actitud respecto a los excluidos. Pero estamos viendo que la brecha también se profundiza más: quedan al desnudo mezquindades terribles. Por ejemplo, que en gobiernos de todo el continente se busca sacar rédito político con las campañas de vacunación, o se dan privilegios. En las últimas elecciones en Bolivia, por ejemplo, se hizo un uso político de la vacuna: casi que, “si me votás, te vacuno”.
Las respuestas a tus preguntas sobre las vacunas
—¿Cómo se combaten estas irregularidades?
—Hay falta de transparencia en los procesos de vacunación y en las negociaciones con farmacéuticas, que son confidenciales. En este caso, es fundamental generar la mayor cantidad de información pública, abierta y transparente posible (como la que brindamos en el contador publicado en nuestro portal) para que los gobiernos tomen decisiones, pero también para que se involucre la sociedad civil, que debe ser un contralor. Queremos fortalecer iniciativas ciudadanas que promuevan la transparencia para que la información sea abierta y transparente.
—Muchos países son críticos sobre el manejo que hacen sus líderes de la pandemia, tanto si optan por cuarentenas más estrictas (como Argentina) o menos restricciones (como Estados Unidos durante el mandato de Trump). ¿Qué espera entonces la sociedad de sus dirigentes en este contexto?
—Creo que el mal manejo de la pandemia pasa factura a líderes políticas. Trump, sin pandemia, hubiese sido reelecto. También es cierto que la ciudadanía se indigna cuando es obediente ante pedidos casi exagerados de cierres y cuarentenas, que generan un impacto económico, social y emocional impresionante. Pero lo que más se necesita es la ejemplaridad de los líderes. Genera un muy mal impacto que alguien como Trump no use máscara. Del lado opuesto, hay ejemplos de sensatez, como Jacinda Ardern, la Primer Ministro de Nueva Zelanda, que no quiso tomar la vacuna sin que le correspondiera. Hay casos y casos, pero lo que está claro es que donde ha habido una combinación de ejemplaridad con un manejo más apegado a la ciencia y un sistema de acceso a información abierto como Alemania han habido resultados distintos.
—¿Cómo debe la sociedad ejercer este rol del que hablabas antes?
—Debe participar de manera crítica, autónoma, activa. Nunca habíamos sido contralores de otras vacunas, pero este caso es diferente.
—¿Puede la pandemia impulsar esta ciudadanía más comprometida?
—En lo personal, mi mayor esperanza está en las nuevas generaciones. Ellos han visto cómo, bajando el ritmo de explotación y contaminación, se puede tener acceso a un cielo más limpio, ver peces donde no se veían. Son ejemplos de que se puede revertir la crisis más grande que tenemos como humanidad, que es la crisis climática. A su vez, es un desafío que los jóvenes sean contralores. Y que las poblaciones indígenas y sectores perirubranos empiecen a reclamar derechos. Siento que el “vulnerado” no es lo mismo que “vulnerable”. Al vulnerado se lo ha llevado a esa condición. Y a eso tenemos que estar muy atentos como sociedad: estamos creando grupos vulnerados, nosotros mismos los excluimos del sistema, damos un trato distinto. Por ejemplo, una persona con problemas de movilidad, si creamos las condiciones, no tiene que ser vulnerada. Y, en esto, hay una responsabilidad compartida entre personas vulneradas y el resto de la sociedad.