Casi el 11 por ciento del territorio de la provincia de Corrientes fue consumido por las llamas de los incendios que desde mediados de enero comenzaron a multiplicarse a través de su superficie, según estimó el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). El fuego arrasó más del 60 por ciento del Parque Nacional Iberá, ubicado en el centro de la provincia, que en sus 158 mil hectáreas contiene humedales, pastizales y bosques únicos en su tipo por su biodiversidad, y donde viven especies amenazadas de extinción como el yaguareté, el venado de las pampas o el yetapá de collar.
Pero no todas son malas noticias: gracias a acciones puntuales que contribuyen a la recuperación de especies clave, los ecosistemas completos y funcionales son mucho más resilientes y pueden sobreponerse mejor a los eventos catastróficos, como los incendios recientes que azotaron la región.
En los Esteros del Iberá, uno de los grandes humedales de agua dulce del planeta, trabaja la Fundación Rewilding Argentina, integrada por equipos multidisciplinarios de conservacionistas y activistas que buscan recuperar los ecosistemas naturales.
En 1992 Douglas Tompkins creó The Conservation Land Trust y comenzó a trabajar en proyectos de conservación. El primero en el país se inició en 1997, cuando compró la estancia San Alonso, una isla de 11.400 hectáreas ubicada en el centro de los Esteros del Iberá. Hoy en San Alonso se desarrollan varios proyectos de reintroducción en simultáneo.
“Todos los animales que son liberados bajo estos proyectos pasan por un período llamado de presuelta o aclimatación que se realiza en grandes corrales, donde aprenden a vivir en libertad”, cuenta Sebastián Di Martino, director de Conservación de la Fundación Rewilding. “Los corrales son enormes, algunos tienen 30 hectáreas. Son los más vulnerables al fuego porque si se queman los animales no tienen hacia dónde escapar”, agrega. Pero en cuanto vieron que se acercaba el fuego desde la fundación evacuaron a los animales. Entre ellos algunos osos hormigueros, pecaríes de collar y muitúes, que son como unas pavas de monte o gallinas de gran tamaño. Los corrales en los que se encontraban los muitúes, por ejemplo, fueron totalmente destruidos por el fuego.
Cuando los incendios se acercaban a San Alonso fueron evacuadas nutrias gigantes y yaguaretés. Así fue como lograron salvarse algunos de los animales en período de adaptación. La mayoría de los ejemplares de especies reintroducidas fueron hallados vivos, y esto sugiere que su adaptación al ambiente y a los posibles cambios repentinos fue exitosa.
TAMBIÉN PODÉS LEER
“El fuego es un elemento que no es totalmente ajeno al Iberá, donde se producen tormentas eléctricas. Cada tanto, algún rayo impacta en el pastizal, por ejemplo, y quema algún sector”, dice Di Martino. En general cuando esto ocurre el fuego se apaga en algún arroyo, alguna cañada o sobre el mismo monte, y no llega a quemar grandes extensiones. “Esto es bueno para el sistema, porque si no se quemara cada tanto; se convertiría en un arbustal bastante pobre, no tan rico como el pastizal. A los animales normalmente no les pasa nada cuando ocurren esos pequeños incendios porque pueden moverse a otros parches de pasto. Algunos también se tiran en el pastizal, que en general tiene mucha agua, y así resisten el fuego”.
A causa de la prolongada sequía y las altas temperaturas que ocurrieron en Iberá, producto del cambio climático, los fuegos que antes abarcaban superficies chicas se encontraron sin barreras y se extendieron a superficies muy grandes. La intensidad de los incendios también aumentó, junto con la temperatura.
Di Martino, además, señala otra causa de incendios en la zona: la producción de ganado. “En los alrededores del parque se practica un tipo de ganadería que necesita quemar pasturas para poder realizarse, aunque es un lugar marginal para esta actividad. Los pastizales de Iberá cada tanto son quemados por los ganaderos, sobre todo pequeños productores, para obtener brotes tiernos destinados a la alimentación de sus animales. No es que sean mala gente ni que quieran hacer daño; simplemente es lo que sucede”.
Lo que sí hay que replantearse, sostiene Di Martino, es si como sociedad decidimos mantener esta forma de hacer ganadería. Y agrega: “No es que el fuego sea un gran villano en esta historia sino que que a partir de estas prácticas productivas y del cambio climático, un elemento que es natural y hasta en cierta medida beneficioso, se transforma en una tragedia”.
¿Es posible manejar los pastizales que rodean a los Esteros del Iberá sin la necesidad de prender fuego? O en todo caso: ¿existen cuestiones básicas del manejo del fuego que puedan minimizar sus efectos dañinos? Rodolfo Golluscio, doctor en Ciencias Agropecuarias, exdecano de la Facultad de Agronomía de la UBA y especialista en producción de forrajes, contesta esas dudas. "No quemar en verano, ya que el suelo está muy seco y suele hacer mucho calor. El riesgo de que el fuego ‘se escape’ es muy alto. Además, la época del año en la que más falta pasto es el invierno. Entonces conviene quemar más tarde, en abril-mayo, cuando tampoco hace mucho frío todavía y entonces las plantas quemadas pueden rebrotar y los animales disponen de esos rebrotes verdes para comer en invierno. Por otra parte, el INTA recomienda realizar cortafuegos o contrafuegos. Los cortafuegos son franjas anchas de tierra aradas o cortadas muy al ras para que el posterior fuego no encuentre combustible como para ‘escaparse’. Los contrafuegos, en cambio, buscan el mismo objetivo pero la biomasa combustible es eliminada a través de la quema”.
Desde la fundación no registraron pérdidas entre los animales que son monitoreados con un sistema de telemetría luego de ser liberados. Sí, en cambio, debido a las inmensas superficies alcanzadas por el fuego, murieron ejemplares de especies que no fueron reintroducidas. Otros sufrieron heridas y quemaduras al no encontrar refugio o agua en medio de los incendios y en esos casos fueron trasladados al Centro de Conservación Aguará.
TAMBIÉN PODÉS LEER
Magalí Longo trabaja en el monitoreo de animales en San Alonso, en el proyecto de reintroducción de especies como oso hormiguero gigante, nutria gigante y yaguareté. “Todos los animales que liberamos tienen un collar a través del cual podemos rastrearlos y ver cómo se adaptan a su nuevo ambiente”, explica. “Si logran adaptarse y reproducirse ya pasamos al monitoreo a través de cámaras trampa, o censos, por ejemplo”. En la isla se realiza además un control de especies exóticas, tanto de flora como de fauna. “Aquí en San Alonso tenemos el chancho cimarrón, que es una plaga en muchas provincias y genera grandes modificaciones en el paisaje. También hacemos un control de paraíso, pinos y eucaliptos. El Iberá de hoy está mucho más preparado para hacer frente a estos eventos que el de diez años atrás”.
Los pastizales se regeneran rápido. Los bosques quemados tardan más en recuperarse porque no están acostumbrados a la dinámica del fuego, pero hoy entre la fauna reintroducida hay grandes comedores de frutos, en especial guacamayos y murutúes aunque también en menor medida pecaríes, que luego dispersan las semillas y contribuyen de esta forma a que crezcan nuevos árboles, impulsando una pronta regeneración de los bosques.
Di Martino no considera que luego de los incendios deban producirse grandes cambios en los proyectos de reintroducción, aunque eventualmente puedan surgir retrocesos. “No vemos un cambio sustancial; por el contrario, lo que sí vemos es que tragedias o sucesos como este refuerzan más la idea de que tenemos que trabajar en la recuperación de ambientes naturales. Esta estrategia de restauración ecológica permite que los ecosistemas funcionen bien, y cuando esto sucede ayuda a combatir mucho mejor las crisis ambientales como el cambio climático, la aparición de pandemias o la extinción de especies, y a su vez tienen mucha mayor capacidad de recuperarse ante eventos catastróficos como estos incendios”.
Un ejemplo es el de la reintroducción del yaguareté: “Con la vuelta del depredador tope esperamos que empiece a regular la población de presas no solo en abundancia sino también cambiando el comportamiento”, dice Longo. “Y esto lo que va a lograr es que animales que tienen distintos comportamientos en diferentes espacios, según el riesgo de depredación, usen más o menos ciertos lugares, haciendo que el paisaje sea más heterogéneo y, por lo tanto, con una mayor diversidad de especies. Además el yaguareté depreda sobre individuos enfermos. De esta forma va a sacar a los individuos que portan más patógenos, logrando que la población de presas sea mucho más sana”.