Bruno Leiva dejó de cazar. Guardó el lazo y la escopeta. Vendió las últimas pieles de yacarés, ciervos e iguanas. Los mismos que le prohibieron vivir de la caza en los Esteros del Iberá le dieron trabajo: vigilar que nadie hiciera lo que él y cientos de cazadores hacían con los animales.
Bruno tiene 67 años y ese cambio lo vivió en 1983, cuando Corrientes declaró área protegida al humedal más grande del país. Tenía 32 años, había crecido entre bañados y pastizales, y siempre llevaba un cuchillo en la cintura. Ese fue el punto de partida de un plan asombroso: en Iberá se lleva adelante la restauración y reintroducción de fauna más importante de América Latina.
Dimensionar el proyecto es difícil. Primero hay que considerar su extensión física para entender por qué el Gobierno correntino pronostica que la recuperación de los esteros y la reaparición masiva de animales harán que se incrementen las visitas y que por lo menos 7 municipios puedan vivir del turismo y otros 15 se beneficien indirectamente.
Los Esteros del Iberá ocupan parte del norte y centro de Corrientes, y suman 1.300.000 hectáreas o el 15% de la provincia. De esa superficie, 550 mil hectáreas están protegidas bajo la figura de un parque provincial.
Otras 157 mil hectáreas serán preservadas con la creación de un parque nacional que la cámara de Diputados aprobaría en la sesión de la semana que viene a partir de la donación de tierras hecha por la fundación The Conservation Land Trust (CLT), del filántropo estadounidense y creador de la marca de ropa North Face, Douglas Tompkins, fallecido hace tres años. La suma de las dos áreas instaurará el Parque Iberá, de 700 mil hectáreas.
Sobre los bordes y límites de los esteros hay siete pueblos, con unos 29 mil habitantes, que empezaron a orientar su economía al turismo. Son Concepción, San Miguel, Mburucuyá, Loreto, Chavarría, Carlos Pellegrini y Yofré, que a su vez son algunas de los sitios desde donde se puede entrar a los esteros.
“Estos siete pueblos vivirán del turismo. No hay dudas. Y algunos más también. Hoy los esteros son visitados por 60 mil personas al año, un 20% son turistas de otros países. Se quedan en promedio dos noches. Pero de acá a cinco años proyectamos que llegarán 200 mil visitantes por año, con mayor proporción de extranjeros, que gastan unos 200 dólares por día”, augura Sergio Flinta, coordinador del Comité Iberá, el ente que elaboró el plan maestro para la zona y que está integrado por los gobiernos nacional, provincial y municipales.
La actividad además, se derramará por otros 15 municipios, que suman 170 mil habitantes, que están un poco más alejados pero que ofrecen otros servicios: abastecimientos, bancos, centros médicos y aeropuertos. Por ejemplo, Mercedes, Santo Tomé e Ituzaingó.
El modelo de desarrollo de Iberá tiene dos ejes. Por un lado, la producción de naturaleza. Así le llaman a la restauración del ecosistema y a la reintroducción de especies extintas, lo que aumenta la presencia de animales silvestres. Restituidas esas condiciones, el interés de los turistas por visitar un sitio que reúne 350 aves y el 30% de la biodiversidad del país es un hecho.
El otro eje pasa por crear infraestructura, como vías de acceso, hospedajes y gastronomía, pero revalorizando la cultura local: su música (el chamamé), la comida regional, el idioma guaraní, sus creencias, sus artesanías y su vestimenta.
La restauración del ecosistema de Iberá es lo que vuelve al proyecto único en América Latina y comparable a experiencias internacionales como las de los parques nacionales de Sudáfrica.
En gran medida, la población de animales, como por ejemplo el yacaré y el carpincho, se empezó a recuperar en 1983, con la instauración de los esteros como reserva. Sin embargo, otras especies, como el oso hormiguero, el tapir, el yaguareté, el lobo gargantilla, el pecarí y el guacamayo rojo, directamente estaban extintas como consecuencia de la caza y principalmente por el avance de la ganadería y la agricultura, que les quitó territorio. Además había muy pocos venados de las pampas, pavas de monte y grandes águilas, como la coronada.
Esas especies son las que CLT empezó a reintroducir desde 2006. La ONG viene trabajando en el lugar desde 1998, cuando Tompinks compró las estancias que suman 157 mil hectáreas y están siendo donadas al Estado nacional. Parte de esas tierras eran campos arroceros, explotaciones forestales de pinos o estancias ganaderas.
La bióloga Sofía Heinonen, directora de CLT Argentina, cuenta que si bien Brasil tuvo éxito en la reintroducción del mono tití leoncito y Ecuador logró la recuperación de las tortugas en Galápagos, ningún proyecto de América Latina incluyó tantas especies. “Nuestro modelo se inspira en el de Sudáfrica, el del parque Kruger, donde fueron reintroducidas unas 40 especies de fauna local, como el rinoceronte blanco”, revela Heinonen.
Ahora 70 personas trabajan en la reintroducción de especies y dan cuenta de la evolución de la población en el sitio de la fundación. Hay animales que vienen de familias que los tenían en cautiverio, de zoológicos o de otras reservas del país o Sudamérica. Los venados llegan en helicópteros, de a uno, desde el noreste de Corrientes, donde los capturan para hacer lo que llaman “traslocación”.
De yaguareté hay por ahora cinco adultos y dos cachorros, pero están en corrales de cría. Los osos hormigueros son casi 100, como los venados- Los tapires sueltos son seis y los pecaríes de collar, alrededor de 50. Por ahora, hay solo siete guacamayos rojos sobrevolando la reserva. Y los ciervos de los pantanos, que eran unos 2.000, pasaron a ser cerca de 8.000.
“Pronto vamos a traer una pareja de lobos gargantilla”, adelante Heinonen y revela que en el programa de reintroducción de especies se llevan invertidos unos 15 millones de dólares. Mientras que destinarán 1 millón por año más de aquí a 2026, cuando planean tener poblaciones “fuente” los suficientemente numerosas como para que las especies se reproduzcan solas.
En CLT se entusiasman con la idea de que, como ocurrió en Sudáfrica, los estancieros que tienen campo en el entorno del Parque Iberá reconviertan su economía y se dediquen al turismo. Es que dentro de las 1.300.000 hectáreas de esteros, hay 600 mil hectáreas en poder de particulares, pero dentro de un área de reserva provincial, por lo que sólo pueden hacer actividades agropecuarias de bajo impacto ambiental.
“Una habitación de una posada permite facturar 15 mil dólares al año, que es lo mismo que se produce de carne bovina en 250 hectáreas”, afirma Heinonen y remarca que la ganadería da 1 empleo cada 1.000 hectáreas mientras los hospedajes dan mucho más trabajo. Por ejemplo, la Hostería Rincón del Socorro, de CLT, tiene 9 habitaciones y emplea 40 personas.
En CLT tienen a mano un estudio del mes pasado con el que buscan sustentar la hipótesis de que la demanda turística vinculada a la naturaleza crece exponencialmente: la consultora Elypsis relevó que los parques nacionales recibieron 2,7 millones de visitantes residentes y 1 millón de extranjeros. Eso marca que en los últimos 20 años las visitas se multiplicaron por cinco, muy por arriba del crecimiento general del turismo.
Un buen ejemplo para explicar lo que está ocurriendo en los siete pueblos desde donde se puede acceder al Iberá es contar lo que pasa en Carlos Pellegrini, un pueblo de 1.000 habitantes ubicada a 350 kilómetros de la capital correntina y a dos horas en auto desde la ciudad de Mercedes.
“Pellegrini tenía 2.000 habitantes y en pocos años quedaron solo 500. Se sumaron tres factores: bajó el precio del arroz y quebraron las arroceras; reubicaron la ruta 14 que pasaba por la zona; y se prohibió la caza. La gente tuvo que irse. No había trabajo. Pero ahora están volviendo porque hay empleo y oportunidades ligadas al turismo”, reconstruye Diana Frete, vice intendenta de Pellegrini.
En 1997 se abrieron tres hospedajes, que fueron inversiones de familias porteñas. A partir del año 2000, pobladores locales empezaron a adaptar sus casas para alojar huéspedes. “Ahora tenemos una capacidad de 700 camas en 25 emprendimientos. Y somos mil habitantes”, cuenta Fretes.
En Pellegrini muchos de los cazadores ahora guían turistas que quieren observar aves y animales de la zona, organizan salidas a caballo y los llevan en bote por el Lago Iberá, desde donde es muy fácil ver yacarés, ciervos y carpinchos. “Trabajé como guardaparque hasta 1995 –cuenta Bruno Leiva, el cazador con el que arrancamos esta nota-. Pero ahora me dedico con mi hijo y mi nieto a pasear y guiar turistas. Les cuento las historias de cuando era cazador”.
Esa reconversión de Pellegrini se dio de manera controlada a partir de la elaboración de un nuevo código de edificación. Las construcciones tienen que ser de techos a dos o cuatro aguas (tradicionales de la zona), con frentes adornados con lajas y de solo una planta. Además, no se puede tener más de cinco habitaciones por hospedaje, de manera tal que sean más las familias que puedan vivir del turismo.
Hoy las cifras oficiales marcan que en Pellegrini, el 80% de la población de 15 a 64 años trabaja. Mientras que el 55,4% de esos ocupados está empleado en el sector privado, principalmente turístico. “Cuando llegamos a la zona, la pobreza alcanzaba al 85% de los habitantes. Hoy sigue siendo alta, porque está en el 36%, pero logramos mejorar muchísimo”, señala Heinonen, que también participa en la discusión pública para desarrollar los pueblos del entorno de Iberá.
Junto al turismo llegaron las inversiones públicas. El comité Iberá prevé cerrar el año con un desembolso de unos $ 400 millones en infraestructura para la zona. En Pellegrini hicieron unas diez obras: están trazando una pista de aterrizaje para vuelos charters, hicieron de ripio unas 50 cuadras de tierra; armaron una peatonal y un centro de artesanos; trazaron cloacas y una planta de tratamiento; hicieron llegar el tendido eléctrico; y acaban de instalar una puesto de gendarmería.
Leiva dice que desde que dejó de cazar y se dedicó a cuidar a los animales y llevar a turistas a que los puedan ver vive mejor. Afirma que la mayoría de los cazadores que ahora guían turistas viven mejor que antes. Y reconoce que tiene un sueño: ver un yaguareté. Porque cuando tenía 18 años y empezaba a cazar, en los Esteros del Iberá ya estaba casi extinto. “Sé que hay varios ejemplares en un corral de cría. Pero para mí, esto va a estar completo cuando el Iberá vuelva a tener yaguaretés”.