La relación entre el cine y la música es tan antigua como la propia historia del séptimo arte. El idilio entre ambos se remonta a 1894, cuando el británico William K.L. Dickson, quien trabajaba para Thomas Edison, rodó la primera película sonora experimental de la historia.
Se trata de un cortometraje de apenas 20 segundos en el que el propio Dickson aparece tocando el violín delante de un fonógrafo. Esta primera película musical, de carácter no narrativo, se realizó para el kinetófono, en un intento por demostrar sincronía entre imagen y sonido.
Ahora que estamos a punto de dejar atrás 2023, es preciso recordar que este año la primera película sonora en español ha celebrado su centenario. Se trata de From far Seville, dirigida por Lee De Forest en 1923.
En este cortometraje documental, la joven actriz y cantante Concha Piquer, con solo 17 años, actúa, canta y baila diferentes piezas musicales. La película se rodó con el phonofilm creado por De Forest y, de nuevo, para mostrar la sincronía sonora, se eligieron varios momentos musicales. Es claro, por tanto, que el noviazgo entre cine y música estaba predestinado desde los albores del propio cine.
La música elegida con una intención
Las reflexiones existentes sobre la música y sus funciones en el cine son numerosas. De hecho, se pueden mencionar hasta una treintena. La música sirve para generar tono, atmósfera, construir personajes, trasladar mensajes, definir tramas, y, sobre todo, para conectar emocionalmente con el espectador.
Ya en la etapa del cine silente se acompañaban las proyecciones con música seleccionada. Lo que empezó como una cuestión pragmática (ocultar el ruido que hacían los proyectores), acabó siendo algo habitual para enriquecer el espectáculo.
Wagner, Chopin, Mozart y Beethoven no solo se usaron como música ornamental. El catálogo del italiano Giuseppe Becce se convirtió en el primer gran documento que recogía la intencionalidad musical de diferentes composiciones clásicas y detallaba las sensaciones concretas que expresaban. Después llegarían las primeras partituras pensadas y destinadas para una película, a cargo de Camille Saint-Saëns y Mihail Ippolitov-Ivanov en 1908.
Desde entonces hasta hoy, la lista de compositores que han contribuido a la evolución del cine resulta inabarcable. Entre los más recordados suelen aparecer nombres como Max Steiner, E. W. Korngold, Miklós Rózsa, Franz Waxman, Maurice Jarre, Bernard Hermann, Henry Mancini, Jerry Goldsmith, John Barry, Nino Rota, Ennio Morricone, James Horner, Vangelis, Ryuichi Sakamoto y los aún en activo John Williams, Howard Shore, Hans Zimmer, Alexander Desplat y Phillip Glass. Una lista interminable de autores sin los cuales no se entiende el medio cinematográfico.
¿Para qué se suele usar la música en el cine?
Por resumir algunas de las funciones que cumple la música en una película, podemos destacar cuatro.
En primer lugar, la más habitual es que cumpla una función dramática. Es decir, que intervenga con la finalidad de proporcionar al espectador un elemento que le permita identificar una emoción. Aquí interviene la asociación del espectador entre música e imágenes, que permite desde crear un leitmotiv hasta remarcar la evolución de los personajes o la trama. A este respecto, merece la pena ver cualquiera de los análisis musicales de Jaime Altozano analizando diferentes partituras de películas.
En segundo lugar, la música puede cumplir una función lírica, contribuyendo a reforzar la imagen y la densidad dramática. Ciertas secuencias se convierten en memorables no tanto por sus imágenes sino por su acompañamiento musical. Poco o nada tiene que ver, por ejemplo, el final de La guerra de las galaxias sin la famosa partitura de John Williams.
Además, la música suele cumplir una función rítmica, que tiene como objetivo establecer una cadencia, una atmósfera, un tono que condiciona la recepción del mensaje del espectador. A día de hoy, ciertos géneros, como el cine de terror, apenas se pueden entender sin un uso musical que vaya en esta dirección.
Por último, la música suele cumplir una función de enlace, sirviendo como elemento homogeneizador. Así, puede unir dos o más acciones, integrar nudos de acción o dar continuidad a diferentes imágenes de espacios y tiempos distintos.
En este aspecto, hay casi un subgénero dentro del propio cine, el de las famosas “secuencias de montaje”: momentos que sirven para condensar largos periodos de tiempo en apenas unos minutos, aderezados con música de fondo. Algunas de estas secuencias, como las de los entrenamientos de Rocky, son tan reconocibles que hasta han trascendido sus propias películas.
Cuando lo revolucionario es la ausencia musical
Una de las críticas que suelen recibir la música de buena parte de las películas actuales es la saturación y la falta de rumbo, ya que muchas contienen más minutos con banda sonora que sin ella. Ante espectadores cada vez más acostumbrados a un fondo musical constante, algunos cineastas han optado por prescindir de la música en sus películas. Esto se manifiesta casi como un acto revolucionario frente a la corriente dominante.
El manifiesto Dogma 95 firmado por varios cineastas daneses ya reparaba en esta cuestión. Siguiendo su segunda máxima, cineastas europeos como Michael Haneke, Thomas Vinterberg, los hermanos Dardenne y Nuri Bilge Ceylan, entre otros, han hecho películas sin banda sonora o canciones.
Esto contrasta con el otro extremo de la balanza, el cine musical. Por tanto, más allá de ser una cuestión estética o narrativa, podríamos decir, referenciando a la famosa frase de Jean Luc Godard, que el uso de la música en una película se trata, casi, de una cuestión moral.
*Ignacio Lasierra Pinto, Profesor de Comunicación Audiovisual, Universidad San Jorge
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.