El mundo tiene que cambiar el modo de encarar la crisis climática. El modelo actual es demasiado lento y entraña riesgo de no alcanzar los objetivos en lo referido a limitar el calentamiento global y mitigar su impacto. Y la gente ya se cansó de proclamas políticas y está demandando acciones.
Una encuesta anual del Banco Europeo de Inversiones sobre la cuestión climática da pruebas de este malestar popular. Un 75% de los ciudadanos de la Unión Europea, 69% de los británicos y 59% de los estadounidenses dicen que la emergencia climática les preocupa más que a sus gobiernos. Y cerca de la mitad de los encuestados señalan que la inacción de los gobiernos es la principal causa de las dificultades para la solución de la crisis climática.
Para quienes dirigimos organizaciones públicas, estos datos deben ser un llamado de atención. Si los ciudadanos dejan de confiar en que sus gobiernos harán algo en relación con el cambio climático, es posible que muchos concluyan que no hay esperanzas y se rindan. Entonces, los gobiernos enfrentarían una tarea todavía más difícil de conseguir apoyo público para políticas y programas vitales para nuestro futuro.
No podemos permitir que eso suceda. El remedio para la falta de confianza pública es invertir a gran escala en proyectos e innovaciones concretos relacionados con el clima, a partir de ahora mismo. La acción climática es una oportunidad de negocios formidable, y las autoridades tienen que ser lo suficientemente inteligentes para aprovecharla. La inminente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que tendrá lugar en Glasgow será una importante prueba de la credibilidad del compromiso de los gobiernos con acciones eficaces. Todo el mundo estará mirando.
Por su parte, la UE lleva la delantera con importantes compromisos, incluida la promesa de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) un 55% respecto de los niveles de 1990 de aquí a 2030. Y en su carácter de banco de la UE para el clima, el BEI está a la vanguardia de la iniciativa, con compromisos de apoyar inversiones por un billón de euros (1,16 billones de dólares) en acción climática y sostenibilidad ambiental de aquí a 2030.
Estamos en la década crucial para la respuesta al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad. En todos los países incluidos en la encuesta, grandes mayorías de la población (93% en China, 81% en la UE, 74% en el Reino Unido y 59% en Estados Unidos) consideran que el cambio climático es el mayor desafío de este siglo. Pero falta confianza pública en las chances de alcanzar los objetivos actuales. El 58% de los ciudadanos de la UE creen que su país no logrará una reducción drástica de las emisiones de carbono antes de 2050 (la cifra es 55% en el RU y 49% en Estados Unidos).
¿Quiere decir esto que la ciudadanía se resignó a que habrá un desastre ambiental? Todavía no. Una pequeña mayoría de los ciudadanos de la UE y del RU considera que la lucha contra el cambio climático demanda un cambio radical de hábitos. Pero para que esas modificaciones sean posibles se necesitarán innovaciones tecnológicas (en coincidencia con el tipo de soluciones preferidas por los encuestados en Estados Unidos y China).
En cualquier caso, la inversión le gana al cambio de conducta. En 2020, las restricciones a la movilidad y a la actividad económica derivadas de la pandemia causaron una reducción del 5,8% en la emisión mundial de GEI. Puede parecer buena noticia, pero en realidad es una medida de lo difícil que será obtener reducciones similares cada año a partir de ahora.
Necesitamos una revolución tecnológica, y cuando llegue, tenemos que estar preparados para financiarla. Décadas de invertir en las fuentes renovables han dado fruto. La generación solar y eólica de energía ya es muy competitiva y está muy difundida. Según expertos del BEI, si cada automovilista en la UE cambiara su vehículo por uno eléctrico mañana, las turbinas eólicas ya instaladas podrían producir el 85% de la electricidad necesaria para hacerlos funcionar.
Es hora de una adopción a gran escala de tecnologías revolucionarias como el hidrógeno verde y las soluciones avanzadas de almacenamiento de energía. La UE tiene un 75% más de patentes en tecnologías digitales verdes que Estados Unidos (y cuatro veces las de China), lo que la convierte en líder mundial en el tema. También tiene experiencia para compartir en áreas como la energía renovable, la adaptación al clima, el control de inundaciones, el uso de herramientas avanzadas de predicción meteorológica y la construcción de infraestructuras resilientes.
Además, un tercio de los dos billones de euros contenidos en el plan de recuperación Next Generation EU y en el próximo presupuesto a largo plazo de la UE ya están comprometidos con el Pacto Verde Europeo. Pero para estar a la altura del desafío, necesitamos un Pacto Verde Mundial que movilice el potencial innovador y la capacidad financiera del sector privado. Mediante la exportación de tecnologías verdes de avanzada, la UE puede ser el eslabón entre los ámbitos dedicados a la organización de la acción climática, la búsqueda de innovaciones y la gestión del desarrollo económico. Estos son los pilares para una economía mundial sostenible.
Es verdad que la transición verde también implica riesgos, cuya respuesta demanda acciones inmediatas. Los más afectados por el abandono de industrias contaminantes necesitarán apoyo en la forma de inversiones compensatorias. A la par de la búsqueda de avances tecnológicos, no hay que descuidar la inversión a gran escala en tecnologías maduras que ya ayudan a luchar contra el cambio climático, como los parques eólicos. Asimismo, invertir en mejorar la eficiencia energética de los edificios (los mayores consumidores de energía) puede lograr una gran reducción del 35% del total de emisiones de GEI que generan. Y una integración de los sistemas energéticos (por medio de un mercado único para la energía) también ayudaría a alcanzar la meta de neutralidad de carbono de la UE.
El imperativo para las autoridades es eliminar barreras a la inversión, por ejemplo la incertidumbre regulatoria y la fragmentación de mercados, sobre todo ahora que la COVID‑19 creó nuevos obstáculos, por ejemplo un alto endeudamiento del sector privado. Según el Informe de inversiones 2020/2021 del BEI, el 45% de las empresas de la UE tiene intención de reducir o postergar planes de inversión como resultado de la pandemia.
El mensaje de la encuesta de este año sobre el clima es claro. Para conservar la buena voluntad de la ciudadanía, los gobiernos deben actuar ahora. Y eso implica hacer inversiones inmediatas y a gran escala para la cuestión climática, con especial énfasis en la innovación y en las oportunidades que conlleva la creación de una nueva economía fortalecida. Europa, con su ingenio y su capacidad financiera, debe estar en el centro de esta transformación global.
Werner Hoyer es el presidente del Banco Europeo de Inversiones
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