La recién electa presidenta es investigadora de la UNAM y en distintas publicaciones se ha dedicado a temas relacionados con el medio ambiente y la mitigación y adaptación al cambio climático. Esta dimensión amerita una reflexión más profunda, tratando de anticipar la posible evolución del sexenio 2024-2030.
Militares, abogados y economistas
En la historia política del México posrevolucionario, los estudiosos de las ciencias “duras” han integrado los gabinetes presidenciales regularmente pero sin llegar a ejercer la dirección política de los gobiernos.
Se pueden distinguir dos etapas. Una primera, que empieza con la Presidencia de Álvaro Obregón y concluye con la de Ávila Camacho. En este periodo, prevalecen las figuras militares al frente del Gobierno. La segunda, a partir de Miguel Alemán hasta López Obrador, vio la afirmación de liderazgos civiles.
Dentro de esa segunda etapa destaca una gran mayoría de presidentes con formación en derecho y, a partir de los años ochenta, un incremento del número de presidentes con estudios en economía.
A lo largo de todo un siglo se encuentra solo un antecedente de presidente con estudios en las que hoy llamamos ciencias “duras” y que durante un tiempo, con una pizca de soberbia, se solían llamar “exactas”. Se trata de Pascual Ortiz Rubio, quien se formó en ingeniería. Pero Ortiz Rubio, desde joven edad, empezó a dedicarse a la actividad política y, si bien logró completar sus estudios, prefirió ejercer por completo dentro de este campo.
El antecedente de Angela Merkel
La presencia de una científica al frente del Gobierno del país es una novedad para México, pero no para el mundo. La figura más trascendente en este sentido ha sido Angela Merkel, protagonista absoluta de la vida política alemana y europea por casi dos décadas al principio del siglo XXI.
Merkel, doctora en química cuántica, trabajó varios años como colaboradora científica en el Instituto Central de Química Física de la Academia de Ciencias de la ex Alemania Oriental. Su ingreso en la política no tuvo lugar hasta después de la caída del Muro de Berlín.
La comparación entre las dos trayectorias no parece una ocurrencia. En muchas ocasiones a lo largo de la recién concluida elección presidencial, Sheinbaum pareció inspirarse en el estilo comunicativo de la ex canciller alemana, evitando excesos para proyectar una imagen de seriedad y profesionalismo. Algo que no pareció una mera imitación, sino el reflejo de una formación similar en un campo donde el uso de la razón se revela más importante que las capacidades de carácter verbal y oratorio.
Muchos analistas ven con preocupación que Sheinbaum no tenga autonomía y su presidencia esté condicionada por la influencia de su antecesor, López Obrador. Es una hipótesis pesimista y que solo los hechos podrán validar o refutar. Si Sheinbaum se inspira en la figura de Merkel, es muy probable que tenga presente cómo la excanciller alemana supo romper con su mentor político, Helmut Kohl, cuando este último fue objeto de investigaciones judiciales debido a casos de corrupción.
Este rasgo del perfil de la presidenta electa puede ser la clave de la ruptura con el pasado, tras un proceso electoral donde prevaleció una tendencia a la continuidad, con Morena reeditando su victoria. La coalición gobernante ha salido reforzada y cuenta con mayoría calificada en la Cámara de Diputados y la roza en el Senado.
Tensión entre Gobierno e instituciones académicas
El sexenio de AMLO ha sido un periodo complejo para las universidades y para la investigación académica en general. Las constantes amenazas de intervenciones radicales en el principal organismo de promoción de la cienca, el Conacyt, se saldaron con una modificación de su nombre, que pasó a denominarse Conahcyt (Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías). Esta transformación afectó más a la forma que al fondo.
Otro capítulo de este desencuentro tiene que ver con la actuación gubernamental en contra del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), un instituto de investigación público.
Sin olvidar las frecuentes polémicas entre el gabinete y varias instituciones universitarias, entre ellas las dos principales universidades públicas del país, la UNAM y la UDG. Los recortes al presupuesto que la federación asignaba a las instituciones de educación superior evidencian la tensa relación.
Un conflicto larvado entre un gobierno hostil a cualquier forma de control por parte de otras instituciones y un mundo académico, que a su vez, vive tensiones de puertas hacia adentro, con un personal académico dividido entre defensores y críticos de la Cuarta Transformación que promueven López Obrador y Sheinbaum.
Si bien nadie tiene la esfera de cristal y la capacidad de anticipar los hechos futuros, parece poco probable que Sheinbaum replique la narrativa de la confrontación entre el “sentido común” del pueblo bueno y sabio y la élite universitaria, descrita como una burocracia dorada, privilegiada y del todo separada de la realidad del país.
Sheinbaum casi seguramente replicará (al haberlo ya hecho en campaña) los argumentos obradoristas en contra de los partidos tradicionales y tal vez de alguna otra autoridad independiente, como podrían ser el Instituto Nacional Electoral (INE), los Órganismos Públicos Locales (OPLEs) y la Suprema Corte. Pero es de imaginar una relación menos tensa y más colaborativa entre ella y el mundo académico. Podrá haber coyunturas polémicas de vez en cuando, pero todo parece indicar que, mientras en el sexenio de AMLO estas representaron una constante, de aquí en adelante se convertirán en una excepción.
Oportunidad para el país
En este sentido, también será importante la respuesta de la misma comunidad académica ante el renovado escenario. Una comunidad llamada a repensarse a sí misma y al país.
En los últimos cuarenta años la hegemonía del mundo empresarial hizo que se consideran las prioridades de los empresarios como las de todo un país. Perspectiva que ahora puede ser puesta en discusión.
La ciencia y la investigación tienen una gran oportunidad para crecer y ayudar a crecer al país. Un escenario que tanto la presidente investigadora, como los académicos en las universidades y centros de investigación, están llamados a no desperdiciar.
Andrea Bussoletti, Profesor de Ciencia Política, Universidad de Guadalajara
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.