¡Hola! Hoy quiero compartirte una historia que me conmovió y que merece ser divulgada: la de un matrimonio de médicos que, incluso en la pandemia, dio todo por el prójimo.
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Esta es una historia humana y tal vez sea una de las más excepcionales que conozcamos en toda nuestra vida: un matrimonio de médicos cordobeses, Gustavo y Adriana. Él de 67 años, ella de 62. Se conocieron en la década del '70, estudiando Medicina. Siempre tuvieron una mirada muy comunitaria, muy social. Se enamoraron, se pusieron de novios, se casaron. Se recibieron de médicos. Trabajaron en el ámbito privado y público.
Mientras, constituyeron una familia: dos hijos varones y una mujer. Y siempre mantuvieron esa mirada social, comunitaria, para ejercer la profesión. Como cuando apareció el brote de cólera en los 90 y decidieron ir a dar batalla al norte del país. Él compró una cámara muy moderna y documentó el tremendo golpe de la patología en la pobreza.
En total trabajaron juntos por 40 años. Y apareció el COVID-19. Y estos dos médicos, que durante la pandemia que nos impacta a todos se enteraron de que esperaban su primer nieto, fueron por otra batalla, siempre en la primera fila, siempre juntos: salvando y salvando vidas. Los dos se enfermaron y, con siete días de diferencia, fallecieron. Muy conmovedor, muy duro. Y muy admirables los dos.
Seguramente, poquísimas veces podamos ver un matrimonio con semejante amor. Entre ambos y su familia, pero también por el otro, por la comunidad: un grado de entrega hasta el límite de jugarse la vida. Tendrán uno, diez, mil homenajes. Ojalá su enseñanza se replique: que se conozcan los que fallecieron dando una batalla contra este virus.
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Tres preguntas a Diego Bustamante, director general de la asociación civil franciscana Pata Pila [por David Flier]. La organización trabaja para fortalecer a familias en situación de pobreza en cuatro provincias.
La mayor parte de sus tareas se concentra en pueblos originarios de Salta y, específicamente, en la desnutrición infantil que hay en ellos. En 2015 Diego se mudó a Yacuy, una localidad pequeña a 20 kilómetros de Tartagal, y convivió por cinco años con una comunidad guaraní de la zona.
—¿Qué te enseñó la convivencia con comunidades marginadas como lo son las de los pueblos originarios?
—El encuentro con la vulnerabilidad siempre te enseña algo. Te deja de cara a tus necesidades más profundas, a tu fragilidad, a las cosas que duelen, incomodan. Me enseñó a ponerme frente a un espejo y revisarme constantemente, qué tengo, qué no, qué tengo para agradecer, qué para transformar, qué para entregar. Encontrarte en contextos tan vulnerables primero te llena de impotencia. Pero todo eso puede ser la nafta para transformar la realidad, querer involucrarte, generar respuestas. Y por otro lado te deja recalculando sobre tu proyecto de vida… en algún sentido yo me replanteé todos mis objetivos. Empecé a tener objetivos más humanos, de cosas concretas, más relacionados con el camino compartido con los demás que con metas personales muy propias.
—¿Qué respuesta palpaste de la sociedad civil en este contexto crítico?
—La sociedad civil siempre da una respuesta. Es la que interpela a políticos, a privados y se involucra desde el corazón y la vocación. Creo que la pandemia sirvió mucho para que el argentino siga dándose cuenta de que tiene que entregarse al país y los demás, dejar de quejarse y activar y arremangarse. Muchos nuevos voluntarios se acercaron a ayudar. Mucha gente entendió que había que salir de su zona de confort, que la vida no pasa por tener el mejor televisor si vas a estar encerrado y no te podés ver con tu familia o si vos tenés para comer mientras otros pasan hambre. Creo que en ese sentido la sociedad crece.
—¿Qué creés que nos hace falta a los argentinos para incluir a pueblos originarios?
—Estamos a años luz de entender lo que las comunidades necesitan y la respuesta inclusiva que les debemos. Incluirlos no es mimetizarse ni pretender que ellos vivan en otras interpretaciones de la sociedad, como se vive en una ciudad. Falta muchísimo para entender las cosmovisión de las comunidades, sus líderes y familias. Y también falta mucha inversión en infraestructura, logística, acceso a la educación. Faltan leyes. Falta diálogo. Y me da rabia que hablemos de incluirlos: ellos nos incluyeron a nosotros. El hombre blanco saqueó la realidad de las comunidades. Entiendo que hoy es otra realidad, pero nos toca darnos cuenta de que hay mucho por avanzar, hay que aprender a escuchar muchísimo más.
Podés colaborar con el trabajo de Pata Pila acá.
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Ni siquiera la cuarentena pudo detener el trabajo del primer banco de bicicletas de Latinoamérica. Así se define “Voy en Bici”, una organización compuesta por cuatro amigos que notaron la necesidad de ayudar a los sectores vulnerables con el transporte.
Para evitar que parte de su salario se fuera en traslados, se dedicaron a pedir donaciones de bicicletas usadas y a repararlas. Luego, usaron los contactos que tenían de comedores comunitarios del Gran Buenos Aires, donde ya venían trabajando atendiendo necesidades alimenticias, y las llevaron. Ya distribuyeron más de 200 bicicletas entre esa zona y Catamarca, donde se expandieron.
Los fines de semana, las bicis quedan en los comedores y sirven para uso recreativo o para llevar viandas a adultos mayores o personas con discapacidad.
Otra iniciativa para aplaudir. Y conocer.
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10 millones de kilos de papas. 432 camiones. 180 voluntarios, que trabajaron en total unas 1.220 horas para llevar alimento a 181 localidades de 16 provincias sin que se desperdiciara nada. Todo esto se tradujo en 50 millones de platos de comida, tan necesarios para tanta gente en el contexto actual.
Esos números resumen el trabajo coordinado de distintas organizaciones, nucleadas por la Red Argentina de Bancos de Alimentos, luego de una donación histórica de la empresa McCain.
Como bien dice esta crónica, esta historia “demuestra que la voluntad, la acción y el trabajo en red pueden alimentar a la Argentina”. Por eso vale la pena leerla: porque en el camino de erradicar el hambre, organizaciones de la sociedad civil, empresas, gobiernos y ciudadanos debemos trabajar unidos.
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Hablando de trabajar en equipo para ayudar, este tuit refleja cómo un nexo, una persona que conecta a otras dos y arma redes desde la distancia, pude cambiar vidas.
La periodista Cintia Perazo contó en una nota de La Nación sobre Beatriz, una abuela cuyos relatos de cuentos a sus nietos se viralizaron en Spotify. En otra nota, había contado sobre una escuela del Impenetrable Chaqueño que daba clases por FM. Cintia unió ambas historias y los cuentos en la voz de Beatriz ahora llegan a esa comunidad del norte argentino.
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Cuidate mucho, cuidalas mucho, cuidalos mucho.
Te mandamos un abrazo.
Juan.