Un vecino de Cheyenne, la capital del estado de Wyoming, pretende gobernar la ciudad con ChatGPT. Victor Miller presentó la documentación para participar en las elecciones a alcalde con un ChatGPT personalizado que bautizó como VIC, acrónimo de «Virtual Integrated Citizen», algo así como «ciudadano virtual integrado». El bot, según él, tendría la última palabra en las grandes decisiones de esta localidad de 45 mil habitantes.
OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, eliminó la versión pública de VIC y recordó que está prohibido el uso de la herramienta en campañas políticas o de lobby. No solo eso, la ley electoral del estado Wyoming, como muchas otras, solo permite la postulación de personas reales. Malas noticias para Miller.
La inteligencia artificial no debería tomar las decisiones en una ciudad, pero sí puede ayudar a que algunos procesos urbanos sean más eficientes. Por ejemplo, en Madrid se acaba de anunciar la incorporación de semáforos que son capaces de medir el flujo del tráfico en tiempo real y ajustarse a las necesidades del momento. En Ohio, gracias a una herramienta diseñada por Deloitte, se eliminaron más de dos millones de palabras innecesarias u obsoletas de sus regulaciones y documentos. Más breve, más claro, más eficiente.
Las buenas prácticas se multiplican día a día, pero los riesgos siempre son —y probablemente seguirán siendo— los mismos: los sesgos que se reproducen de forma casi inconsciente, la opacidad de las fuentes de información y su escasa o nula creatividad. Sobran los ejemplos de herramientas que, al resolver un problema, crearon otro(s), como fue el caso del algoritmo que buscaba anticipar probabilidades de reincidencia y acabó profundizando la discriminación en el sistema judicial norteamericano. Por este tipo de cosas, son más necesarios que nunca los protocolos para el buen uso de la IA en políticas públicas, como es la guía práctica de la CAF y la iniciativa fAIr LAC del BID.
Inteligencia artificial, sí, pero cuánto, cómo y para qué.
Santiago Castelo Heymann es consultor de ideograma.