¡Felicitaciones, te hiciste señorita!- RED/ACCIÓN

¡Felicitaciones, te hiciste señorita!

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

¿Por qué se celebra a las niñas o adolescentes cuando tienen su primera menstruación? ¿Qué es lo que se festeja en realidad? ¿que crecieron? ¿que podrán gestar? Estos interrogantes aparecen al desnaturalizar una costumbre que también tiene sus raíces en un rol y un mandato: la maternidad.

¡Felicitaciones, te hiciste señorita!

Ilustración: Pablo Domrose

Hace algunas semanas, la anécdota de una usuaria de Twitter que narraba la reacción de sus padres cuando les contó que había menstruado por primera vez desató una cadena con cientos de mensajes de mujeres que contaban cómo habían vivido ese momento. Desde un abrazo de felicitación hasta un pasacalles —pasando por flores, corpiños, salidas y obsequios varios— la mayoría de las respuestas (muchas desopilantes) tenían dos puntos en común: la felicitación o el festejo por parte de las familias, principalmente de las madres quienes se ocupaban de que lo supiera hasta el sodero al grito de ¡mi hija se hizo señorita!, y la vergüenza de las protagonistas deseando que se las tragara la tierra.

¿Por qué se acostumbra a felicitar a las mujeres cuando menstrúan por primera vez? ¿Qué es lo que en realidad se festeja? ¿el crecimiento? ¿o la capacidad de tener hijos e hijas, el rol que históricamente se les asignó? ¿La costumbre de celebrar la primera menstruación significaba que la niña ahora mujer estaba lista para cumplir con su misión en el mundo y se sigue festejando por inercia? ¿Y quienes no desean ser madres? ¿Y quienes lo desean y no menstrúan?  

La fiesta de la primera menstruación

“Festejar la primera menstruación es una manera de construir los cuerpos de las mujeres de una forma que nos parece obvia y natural. Esto de ‘hacerse señorita’ aún hoy indica algo del orden de la entrada a la feminidad que tiene que ver, básicamente, con que esos cuerpos pueden cumplir con el rol correcto, que las sociedades de alguna manera todavía les endilgan, que es el de la maternidad”, dice Eugenia Tarzibachi —psicóloga, doctora en Ciencias Sociales y autora de Cosa de mujeres: Menstruación, género y poder (Sudamericana/Penguin Random House, 2017), libro por el que ganó el Premio Ángeles Durán, de la Universidad Autónoma de Madrid, por la innovación y el avance de la teoría feminista.

Ella confirma que al investigar “cómo se ha narrado y se continúa narrando qué es la menstruación en términos fisiológico a las niñas —y con suerte a los niños— lo que nos encontramos es que para poder explicar qué es ese sangrado se recurre al proceso de fecundación: se explica a la menstruación como una evidencia de aquello no ocurrido, que es un embarazo. La menstruación indica, entonces, ese cuerpo potencialmente fértil que en algún momento va a convertirse en madre. De allí el motivo celebratorio de la feminidad, detrás de eso está esta idea de: ser mujer igual a ser madre. Cuando puede no ocurrir. Cuando lo que deberíamos decirles es que la menstruación es un signo vital más, como la respiración, como la temperatura del cuerpo o el latido del corazón”.

La doctora Elizabeth Domínguez, presidenta de la Sociedad Argentina de Ginecología Infanto Juvenil (SAGIJ), coincide en que la celebración está ligada a “etapas en la historia donde la mujer lo único que hacía era tener hijos”. Quizás entonces, dice, “tenía más que ver con la fertilidad y la fecundidad”, sin embargo considera que en la actualidad menstruar “también quiere decir que hay un aparato genital que está sano, que desde el punto de vista anatómico y biológico, funciona: hay un útero que está bien desarrollado, una vagina que está bien desarrollada y un sistema biológico, hormonal, que se activa. La menstruación es producto de toda esa secuencia”.  

En otros países como Estados Unidos y, aunque menos extendido, en España, es cada vez más frecuente que algunas madres decidan hacer para sus hijas una “fiesta de la primera menstruación”. Al igual que el ya popular baby shower celebra la llegada de un hijo o una hija, esta fiesta reúne, en general, a las mujeres de la familia y amigas de la homenajeada para festejar “el ingreso a una nueva etapa”. En algunos de estos eventos, incluso, las participantes visten de rojo, se sirven tortas Red velvet —o torta Terciopelo Rojo, en español, por su bizcochuelo de ese color— y bebidas y alimentos en el mismo tono. En otros, que buscan un tipo de conexión más espiritual, las mujeres se sientan en círculo, ponen en el centro objetos de la adolescente que simbolizan esa transición “de niña a mujer” y realizan alguna meditación vinculada a la naturaleza y a la capacidad de gestar. Lo que, nuevamente, asocia a la mujer con el mandato de maternidad.

Más allá de la imposición —intencional o no— de la norma y de las frivolidades, como servir tortas rojas, otra de las razones por las que se realizan estas fiestas es destacable: buscan integrar la menstruación a la vida diaria. Crean un ambiente cálido y emocionalmente seguro para alentar la conversación entre madres e hijas o hermanas, tías, amigas; para que las adolescentes puedan preguntar a las mujeres de su familia todo lo que las inquiete e intrigue con confianza, desterrar todas las dudas. De esta manera la menstruación, que históricamente ha sido —y en muchas culturas, países y sectores de la sociedad sigue siendo— tabú y motivo de vergüenza, se naturaliza y pasa a ser un hecho más del ciclo vital. Porque, paradójicamente, después de las flores, los aspavientos y los regalos de la menarca, viene el silencio.

De eso no se habla 

“¿Te fijás si tengo manchado?”. “¿Me pasarías una toallita por abajo del banco?”. “No me puedo poner pantalón blanco porque ‘vino Andrés’”. “No puedo hacer ejercicios porque estoy ‘en esos días’”. 

Todas estas frases, dichas en voz baja, en secreto, y los eufemismos para hablar de la menstruación que aún se escuchan indican que, aunque hemos hecho avances, estamos lejos de que sea tomada como un signo vital más.     

“La menstruación no solo es motivo de festejo, sino también de ocultación y rechazo. No solo porque representa el cuerpo que ese mes no cumplió con ‘su misión natural’, que es la de engendrar un bebé, si no también por lo que significa la imagen de la sangre, el olor de la sangre, ver los productos”, explica Tarzibachi. Y agrega: "Sobre todos estos ejes se ha montado un gran tabú que aún sigue presente aunque pensemos que lo hemos superado. Esto queda en evidencia si miramos algunos microgestos de vergüenza que muchas mujeres todavía tienen cuando necesitan pedir ese objeto que alude a su condición menstrual (me refiero a toallas o tampones) en una situación pública, o ante la posibilidad de estar manchadas en público".

La presidenta de SAGIJ coincide en que en muchos casos la menstruación está rodeada de ese aro de silencio vergonzante, y también de mitos. Y señala que eso tiene que ver con la información con la que cuente la niña o adolescente al momento de tener su menarca y con el acompañamiento y la contención de sus familiares o personas más cercanas.   

“Lo mejor es que cuando venga esa primera menstruación esté informada, que la madre o quien la acompañe sea un buen vínculo para esa situación, porque hay muchas creencias falsas: que la menstruación te tiene que doler, que si te duele sos más fértil, son mitos. Por eso hay que trabajar mucho con la adolescente y mostrarle su anatomía, cómo está conformado el aparato genital, explicarle que tiene que empezar a interactuar con su cuerpo, tiene que empezar a mirar sus genitales. Y así ir desmitificando, sacando todos los miedos”, sostiene Domínguez.

La ginecóloga asegura que para las preadolescentes que experimentan ese proceso estando acompañadas y contenidas por su madre o sus familias la experiencia de menstruar es muy diferente que las de aquellas chicas que llegan a ese momento desinformadas y sin acompañamiento de ningún tipo. Una de las razones por las cuales tener Educación Sexual Integral en todas las escuelas se torna imprescindible.

“La educación sexual está implementada de una manera muy parcializada —afirma—. Lo que yo veo en el consultorio es que la mayoría de las pacientes no tiene una información muy fiel sobre cómo funciona el aparato genital, cómo se produce la menstruación. Y, en lo relativo a la anticoncepción, te encontrás con que en el colegio no les explican o les explican muy por arriba y les dicen cosas que no son”.  

Sangre azul

Hasta hace poco, para comprobar su efectividad, las publicidades de toallitas y tampones mostraban qué sucedía si se derramaba un líquido azul sobre la nueva y mejorada versión de su producto y lo comparaban con lo que ocurría si se lo derramaba sobre el mismo producto de otra marca. Esto para concluir —obviamente— que el de la nueva y mejorada versión con cambio de color del packaging absorbía más, protegía más, ocultaba más ese líquido extraño que, por ser azul, se suponía ¿más limpio? ¿menos desagradable? que la sangre. 

En su investigación Cosa de mujeres: Menstruación, género y poder, Tarzibachi cuenta la historia de ese “matrimonio perfecto” entre las sociedades que consideran a la menstruación como algo que se debe esconder y la industria que produce toallitas y tampones. Una industria “que dijo: ‘Bueno, genial, vamos a hacer plata con ese tabú y con la necesidad de ocultar bien esa sangre’”. Y comenzó a bombardear a las mujeres con protectores de diferentes tamaños y formas, con envoltorios de flores o mariposas, para que estemos limpias. 

“¿Protegernos de algo natural del cuerpo? ¿Es sucio, que nos limpian? ¿Por qué esa sangre que ‘nos hace señoritas’ o ‘nos convierte en mujeres’ es algo que nos da tanta vergüenza si se nota y tenemos que esconderla muy bien”, comenzó a preguntarse la autora. La búsqueda de respuestas trajo como resultado un libro que muestra que aunque hoy las campañas de marketing hayan resuelto cambiar el líquido azul por uno rojo, los nuevos productos, aún los que se presentan como feministas como la copa menstrual, siguen alojando la misma idea: la menstruación es algo que hay que esconder. 

“Sigue existiendo esta retórica de que es invisible, de que no se ve el producto, de que la sangre no pasa, se garantiza esta cuestión de ese cuerpo hermético que simula ser un cuerpo menstrual. Esto también nos habla de que para vender productos hay que tocar los imaginarios de las personas. Y en este punto es un poco el huevo o la gallina: qué está primero, esa retórica publicitaria o lo que las personas piensan. Pero es altamente probable que tenga que ver con poder responder a algo que las consumidoras esperan”, dice Tarzibachi.

Por qué la sangre menstrual genera más rechazo y asco que la de una herida. Por qué muchos varones pueden mirar cómo dos gladiadores se baten a duelo y despilfarran chorros de sangre por doquier pero se horrorizan al ver una mancha en la ropa interior o una toallita con sangre que hay que ocultar.  

Sobre eso, Tarzibachi recuerda una frase que una vez vio pintada en una pared de la Ciudad de Buenos Aires: “La menstruación es la única sangre que no nace de la violencia y es la que más asco te da”.