Abandono, maltrato o enfermedad de los padres son algunos de los motivos por los cuales ciertos niños se encuentran privados del cuidado de sus familias biológicas. En estos casos, el Estado adopta medidas de protección, cuya finalidad consiste en el resguardo o la restitución de sus derechos. Una de las alternativas de cuidado para los pequeños que se encuentran transitando los primeros años de vida es el acogimiento familiar. En la primera infancia el apego y el contacto personal resultan especialmente importantes, y la institucionalización en hogares o residencias puede generar consecuencias negativas en el desarrollo vital.
En Argentina, la trayectoria de los programas de Acogimiento Familiar es muy heterogénea. Aún no existe un registro a nivel nacional, ni iniciativas que unifiquen los criterios. Cada provincia dispone de sus propias reglas. Por ejemplo, el programa de la Ciudad de Buenos Aires comenzó a funcionar en 2015 a través de la Dirección General de Niñez y Adolescencia (DGNyA) del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat. Actualmente, hay 20 familias involucradas y hace falta que se sumen 200 más. “Si logramos llegar a este número, vamos a poder trabajar en la individualidad de cada chico”, señala Gabriela Francinelli, Directora General de Niñez y Adolescencia del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Cuando se detecta a un niño que atraviesa una situación de vulnerabilidad, el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes interviene para tomar una medida de protección. Se presenta el caso en un juzgado de familia y se pide la vacante en la DGNyA. A partir de entonces, se decide qué familia va a alojar al chico.
Para poder participar del programa en la ciudad de Buenos Aires hay una serie de requisitos: contactar a la DGNyA; asistir a charlas informativas y participar del proceso de evaluación psico-social del grupo familiar; obtener la certificación de aptitud como familia de acogimiento luego del proceso de evaluación; realizar capacitaciones básicas en legislación, cuidados y RCP, entre otras. Pueden ser familias acogedoras todas las que sean residentes en la Ciudad, que posean capacidad para brindar cuidados y que cuenten con una organización familiar que permita acompañar por un tiempo el desarrollo de un niño o niña. El Gobierno de la Ciudad brinda un subsidio mensual (equivalente al 75% del salario mínimo, vital y móvil), además de la entrega de pañales y leche, a la familia, en beneficio del niño.
“Esta es una política pública pensada para chicos que van de cero a seis años”, explica Francinelli. “Estos primeros años de vida son constitutivos de la subjetividad y la vida emocional futura. El tiempo que están en las familias de acogimiento es corto. La mayoría no supera los seis meses. De todas formas, hay algunas excepciones que pasan ese período. Luego, los niños vuelven a su núcleo familiar, a la familia ampliada, o se recurre a otra estrategia de derechos como la adopción”.
El programa garantiza el respeto a la familia de origen del niño o niña y a su identidad cultural. El acogimiento familiar supone siempre una experiencia temporal que no debe confundirse con la adopción ya que justamente uno de los requisitos para participar de este programa es no estar inscripto en ningún Registro de Aspirantes a Guarda. Por este motivo, en general los perfiles más buscados son personas que ya tienen hijos. Francinelli cuenta que también participan matrimonios igualitarios y madres o padres solteros (hogares monoparentales).
Por otro lado, la funcionaria aclara que el programa no es la mejor opción en todos los casos. Por ejemplo, cuando hay grupos de hermanos se prioriza alojarlos a todos juntos. Agrega: “No podemos albergar a seis hermanos que van de cero a 16 años en una familia. En esa situación recurrimos un hogar de niñez”.
Familias Solidarias es el nombre que recibe el programa en Provincia de Buenos Aires. Actualmente, participan 180 familias y se espera que este año estén involucradas 230. La propuesta empezó en 2016, en convenio con municipios y ONGs. Las familias son llamadas por convocatorias públicas y las interesadas se acercan al Servicio Zonal correspondiente, donde reciben asesoramiento. En este caso, el programa está pensado para niños de cero a tres años. Los requisitos para la postulación de la pareja o de la persona son: tener entre 25 y 65 años; que todo el grupo familiar conviviente esté de acuerdo con la participación; y no tener antecedentes penales. El programa abarca desde Ramallo hasta Bahía Blanca y del Partido de la Costa a Adolfo Alsina.
Una de las organizaciones que trabaja con la Provincia en la implementación del programa es Familias de Nazaret, que se encuentra en San Isidro. Actualmente, tiene 15 bebés a cargo y 43 familias anotadas.
“El principal obstáculo que tiene el programa es el miedo al despegue”, relata Nora Villagra, directora de Familias de Nazaret. “Todos aquellos que participan tienen que tener en claro que de ninguna manera pueden quedarse con estos niños. Cada partida es un agujerito que te queda en el corazón, pero también es muy gratificante saber que se dio lo mejor por alguien. Es una experiencia de amor diferente. Estás amando a alguien que no sabés de dónde viene, ni cuánto se va a quedar. Si el niño o niña se da en adopción hay posibilidad que la familia siga en contacto, si vuelven con la familia biológica no suelen quedar en contacto”.
Lucia Sentous y Cristian Andrada ya tenían cuatro hijos cuando decidieron sumarse al programa Familias Solidarias. “La mamá de unos compañeros del colegio de mis hijos pasó por la experiencia y cuando vi de qué se trataba me interesó. Primero, se lo comenté a Cristian y después lo hablamos con los chicos. Fue algo muy pensado en familia. Mi miedo era que suframos mucho. Es muy difícil no encariñarse con un bebé”, relata Sentous muy emocionada.
Con la decisión tomada, los Andrada se pusieron en contacto con Familias de Nazaret. Al poco tiempo, los llamaron para contarles que Rodolfito, un bebé de dos meses, estaba en el hospital, sin que nadie lo viera, y necesitaban que una familia se hiciera cargo. Aceptaron llevarlo a casa y Rodolfito compartió unos meses con ellos.
“Fue divertido tener a Rodolfito. Jugábamos con él y le dábamos la mamadera”, cuenta Pilar Andrada, la hija de 10 años del matrimonio.
Finalmente, la familia de origen de Rodolfito pudo acomodarse y recibir nuevamente a su hijo. Los Andrada no conocieron a los padres biológicos y tampoco saben sus historias.
Tras la partida de Rodolfito, Lucia, Cristian y los chicos necesitaron un tiempo para hacerse a la idea y procesar la experiencia. A los seis meses, ya estuvieron listos para recibir a Dylan, un bebé de un año.“Como mamá de tránsito lo que uno busca es dejar huellas, de las que no se van a acordar, pero que van a marcar sus vidas”, señala Sentous.
Dylan también volvió con su familia biológica, por lo tanto los Andrada ya no están en contacto con él. “Cuando los chicos se van, armamos un álbum con fotos, que ilustra lo que vivió con nosotros. También anotamos en un cuaderno toda la información médica del bebé”, cuenta Sentous.
La última experiencia de los Andrada fue como familia de apoyo. Es decir, ayudaron a una familia de acogimiento, que tenía un viaje ya planeado al exterior y no podía llevar al chico fuera del país. “Nosotros nos convertimos en los tíos de tránsito”, destaca Lucía.
Ahora, la pareja decidió tener un hijo más: los chicos pedían un bebé que se quede y no se vaya.
La familia Alvarado también tuvo dos niños en su casa, pero en el caso de ellos fueron experiencias más largas y ninguno de los dos volvió a su familia de origen, sino que fueron adoptados.
“Desde el primer momento, nos dejaron en claro que nuestra misión era cuidar y entregar al bebé. Los tratábamos igual que a nuestros hijos, pero sabíamos que no eran nuestros y que se iban a tener que ir. Nosotros no tenemos intención de adoptar. Nos encargamos de dar afecto en los primeros años de los chicos. Son cosas distintas”, cuenta Miguel Alvarado.
Miguel y Paula tienen dos hijos, Matías y Bautista. Ellos aseguran que una cuestión muy importante para ser familia de acogimiento es el diálogo y el consenso sobre el proyecto. Recurrentemente, se sentaban los cuatro para ver cómo iban con la experiencia.
L. llegó a la casa de los Alvarado con tres meses y se quedó un año y medio. “Tuve que darle 15 remedios por día durante varios meses. Estaba en el hospital por problemas nutricionales. Cuando lo vi, le dije a Miguel que lo quería tener en casa”, relata Paula. El segundo niño llegó con 10 meses y se fue con cuatro años.
“Tenemos buena relación con las familias que los adoptaron. Cada tanto, los traen a casa”, dice Miguel.
Tanto los Andrada como los Alvarado coinciden en que muchas personas se acercan a ayudar cuando se enteran que tienen a un bebé de tránsito. Se genera una onda de solidaridad que se va expandiendo con la gente de alrededor. Si bien no recibieron subsidios, en ambos casos Familias de Nazaret les dio leche y pañales. Además, el Círculo Médico de San Isidro les da la obra social a los chicos.
“Cuando alguien me pregunta cómo hago para entregar a los chicos, les explico que puedo hacerlo porque tengo en claro que el bebé no es mío”, enfatiza Miguel. “Claro que los extrañamos y es un desgarro cuando se van, pero uno está contento porque sabe que les dio todo lo que se pudo. Si bien uno queda cansado, tanto por lo físico como lo emocional, después uno se reacomoda”.