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Europa: por qué crece la derecha

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La buena performance de los conservadores en las recientes elecciones al Parlamento Europeo parecen consolidar una tendencia que se acentúa en los últimos años. Los miedos de la gente —incluso más que las preferencias— explican buena parte de la elección de candidatos.

Europa: por qué crece la derecha

Intervención: Marisol Echarri.

¡Buenos días! La buena performance de los conservadores en las recientes elecciones al Parlamento Europeo parecen consolidar una tendencia que se acentúa en los últimos años. Los miedos de la gente —incluso más que las preferencias— explican buena parte de la elección de candidatos.

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Intervención: Marisol Echarri.

Miedos. Septiembre de 2016. Era un mano a mano entre Michael Corbat, entonces CEO de Citi, y un exministro de Economía inglés. El tema eran las consecuencias económicas y geopolíticas que podría tener el Brexit. El político lo puso en estos términos: “El Brexit es el tercero de los problemas más graves que tiene Europa. El segundo es que las economías de Grecia, Italia, España y Portugal no son viables sin la Unión Europea, y eso es una mochila pesada para el resto. Y el primero… que de cada diez bebés que nacen en Europa, seis son de familias con cultura islámica: tienen una mirada teocrática del mundo y no creen en la democracia. Y no sabemos qué hacer con eso”.

Simplificando, cada vez que se vota, lo que se discute es a qué se le tiene más miedo. La izquierda le teme al desamparo de las minorías y a la reducción de ayudas estatales para los desfavorecidos. El votante de derecha siente miedo a la pérdida de identidad cultural, a quedarse sin trabajo y a que los fondos de un Estado demasiado generoso finalmente no alcancen para todos. Unos privilegian la solidaridad con el más débil, otros la protección de los siempre escasos recursos de cada país. Unos se sienten buenos por ayudar a los que más lo necesitan, otros se consideran responsables por proteger lo que creen que les corresponde. La grieta tiene un origen moral irreductible: cada bando cree que defiende algo valioso frente a un malo que lo amenaza.

Aun con las particularidades de cada caso —no son lo mismo el VOX español, el Fratelli d'Italia de Giorgia Meloni o el Front National de Marine Le Pen—, la derecha europea tiene algunos puntos en común que ayudan a entenderla:

  • Inmigración. Es el problema que señalaba el ministro inglés como máxima prioridad. Por eso, mayor control de las fronteras y restricciones para el ingreso de migrantes musulmanes. Flexibilidad, en cambio, para quienes comparten bases culturales, religiosas o lingüísticas. Una muestra: Meloni no quiere más tunecinos ni libios en Italia y les abre los brazos a los venezolanos que vagan por el mundo, expulsados por el chavismo.
  • Economía. Menor gasto del Estado y menos impuestos. Reducción de las cargas sociales, flexibilidad laboral, achicamiento de subsidios. Menos regulaciones, más competencia. Menos Estado, más mercado. Reconocimiento del problema ambiental —prácticamente nadie niega el calentamiento global—, pero mayor flexibilidad en las medidas para atenuarlo.
  • Familia. Una excepción a la política de austeridad: ayuda estatal a familias tradicionales (un hombre y una mujer) para que tengan más hijos. Descuentos, subsidios, créditos, becas: todo para que los nativos eleven la tasa de natalidad y ayuden a neutralizar el problema identitario que se produce a partir de la explosión demográfica musulmana dentro de las fronteras europeas.
  • Batalla cultural. Más libertades individuales y menos función tutora del Estado. Entre otros temas, las políticas de género que viene promoviendo la izquierda desde hace décadas encuentran ahora su reacción: no a los cupos femeninos en los cargos públicos, no a la asistencia médica estatal para los cambios de género, no a la promoción del lenguaje neutro. En cambio, una vuelta a la tradición y la meritocracia. A la antigua.

Mientras tanto, al sur del mundo, Milei celebra el triunfo de sus amigos en Europa: de alguna manera, así confirma que las “fuerzas del cielo” están de su lado. Aunque se parecen por el conservadurismo de algunas propuestas y por el rechazo a una casta enquistada en el poder, el León se distingue por su concepción liberal-libertaria del mundo (un matiz que merece otro análisis). En cualquier caso, imposible aburrirse: como en una película, el mundo cambia delante de nuestros ojos en tiempo real. El que se distrae, deja de entender el argumento.

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Tres preguntas a Sophie Coignard. Es una ensayista y periodista francesa. Desde 1987 trabaja para el semanario Le Point, donde ejerce como editorialista. Ha publicado numerosos libros de investigación que destapan los aspectos más oscuros de la República francesa. Entre ellos, La République bananière (1989), L'Omerta Française (1999) y Le pacte immoral (2011).

—¿Se puede hablar realmente de meritocracia en las sociedades occidentales?
—Ese es el problema de la brecha entre lo deseable y lo real, que se aplica a distintos temas en política. Más que la brecha salarial de género, la xenofobia o el nepotismo, lo que socava el mérito es la reproducción social. El mérito, este valor que ayer era progresista —incluso revolucionario—, hoy “cambió de bando”. Sin embargo, nadie propuso nunca un sistema alternativo creíble. ¿El regreso de los privilegios de nacimiento? ¿El recurso del sorteo, de echarlo a la suerte? ¿La promoción basada en criterios identitarios, en forma de cuotas o de discriminación positiva? Ninguna de estas soluciones es creíble o deseable.

—¿Cómo hacer que el mérito no se convierta en una manera de perpetuar privilegios?
—Este es el argumento más fuerte para intentar desacreditar el mérito. La respuesta obviamente está en las políticas educativas. Con el pretexto de promover la igualdad absoluta, han destruido en Francia, desde hace treinta años, las virtudes de la escalera social. Cuando una ministra de Educación decide, por ejemplo, que debe eliminarse la optativa de latín en favor de un poco de “latín para todos”, basándose en que las lenguas antiguas son una disciplina elitista, ella está ignorando los estudios de su propio ministerio, que muestran que la optativa de latín permite que estudiantes de escuelas desfavorecidas progresen en mayores proporciones que aquellos de instituciones del centro de la ciudad. En términos generales, reducir el nivel de exigencia es perjudicar a los estudiantes de origen modesto, pues los otros encontrarán —en el sector educativo privado o en sus familias— los recursos necesarios para una cultura académica de calidad.

—¿Cómo responde a lo que dice Michael Sandel sobre el aumento de la depresión y la ansiedad entre los jóvenes que buscan a toda costa el éxito, el mérito?
—Sandel se basa en la observación de la sociedad y del sistema educativo estadounidenses, muy diferentes a los europeos. Luego traslada sus observaciones y conclusiones al resto del mundo, lo que me parece cuestionable. En un nivel más teórico, retoma el libro distópico de Michael Young, quien inventó el neologismo “meritocracia” a principios de los años 50, un término que pretendía que fuera peyorativo y que, irónicamente, durante varias décadas se volvió positivo. Esta obra describe una sociedad donde la igualdad de oportunidades es total y cada cual es el único responsable de sus éxitos o fracasos. La arrogancia se apodera de los ganadores, mientras que los perdedores pierden toda su autoestima. Esta reflexión filosófica es muy atractiva, pero no conduce a ninguna propuesta para sustituir el mérito. Sandel simplemente sugiere que, para seleccionar a los felices elegidos de las universidades, hay que quedarse con las buenas solicitudes (alrededor de la mitad, según él) y luego escoger por sorteo. Esta solución tal vez se aplique a Harvard, pero ciertamente no al resto del sistema educativo.

Las tres preguntas a Sophie Coignard se tomaron de la entrevista hecha por Mariana Toro Nader, publicada originalmente en Ethic. Para acceder a su versión completa podés hacer click acá.

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Trabajo para cada generación. Uno de los grandes desafíos de las empresas es la atracción y retención del talento. Y cada grupo etario reacciona de manera diferente a los estímulos: los alpha kids, nacidos entre 2010 y la actualidad; los centennials o generación Z, entre 1999 y 2009; los millennials, entre 1982 y 1998; la generación X, entre 1965 y 1981; y los baby boomers, entre 1944 y 1964. Cada grupo tiene características particulares y expectativas diversas en referencia a sus lugares de trabajo. Este artículo explora estos temas y deja insinuadas algunas acciones útiles para manejarnos de manera efectiva.

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Academia. Aunque este texto no está pensado para las aulas, va en esta sección por la profundidad del debate que plantea. Sergio del Molino deplora la existencia de cualquier formato de prédica en la que alguien, supuestamente investido de autoridad —también puede ser la autoridad que da el afecto—, intenta reformar la conducta de sus semejantes. “No entiendo los afectos que no están fundados en el respeto radical hacia la autonomía y el criterio del otro. Los amigos se aceptan entre sí sin peros, deudas o reproches. Si tu idea de la amistad es distinta, no vamos a llegar a ningún sitio”, declama. Una especie de proclama liberal bien escrita, con alguna intención de provocar.

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Oportunidades laborales

¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

Con apoyo de

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