“Nuestro aporte es la profesionalidad puesta al servicio de las personas excluidas, olvidadas. Cuando detectamos un problema en los barrios marginales lo abordamos desde el ejercicio profesional multidisciplinario para proponer soluciones”, dice el padre Quelas, que es asesor de la Fundación Horizonte de Máxima y voluntario en varios proyectos.
Con esa premisa, actualmente la organización sostiene y acompaña siete emprendimientos de distinta envergadura. El más conocido es Módulo Sanitario, que construye baños a familias vulnerables en todo el país y ya lleva instalados más de 1.200 en el transcurso de ocho años en nueve provincias. Dynamai es una app que permite acompañar a las mamás embarazadas o que tienen hijos de hasta dos años para que a través de videos y gráficos sencillos sepan qué tienen que hacer en cada etapa del crecimiento del hijo. Impulso es un programa que da microcréditos a emprendedores de barrios vulnerables que les permite, por ejemplo, comprar un horno para hacer pizzas y venderlas. Zoi es un programa que invita a jóvenes y adultos a repreguntarse sobre su futuro profesional y ocupacional. Jaris brinda asesoramiento espiritual a través de charlas sobre distintos temas desde una perspectiva humanista y cristiana, a cargo de Quelas. Donarg promueve la donación voluntaria de sangre. Saltimbanki brinda cursos de circo y arte social.
“Hoy tenemos estos proyectos. Unos con más fuerza que otros pero el proyecto que subyace a todos es Horizonte de Máxima que es el que mantiene, el que sostiene a todos”, considera José María Pereira, médico pediatra egresado de la UCA, que era un estudiante universitario cuando empezaron con la fundación.
En el 2012 un grupo de 22 jóvenes estudiantes de tres universidades argentinas se reunieron movilizados por Quelas, doctor en Teología, con el objetivo de hacer algo para construir un mundo mejor. Había futuros médicos, psicólogos, ingenieros, agrónomos, psicopedagogos, contadores, asistentes sociales y un cura. “Lo único que se nos ocurrió —recuerda Pereira— fue, como prueba piloto, construir una casa de material para una familia de bajos recursos en el partido de San Miguel (provincia de Buenos Aires). Como estudiante de Medicina no tenía mucha idea de cómo hacerlo. Pero en el grupo había estudiantes de Arquitectura e Ingeniería, y de Asistencia Social que se ocuparon de hacer un sondeo para elegir a qué familia le podríamos construir una vivienda. Y finalmente el sueño se hizo realidad”.
Hubo mucho trabajo previo. Un grupo de compañeros se ocupó de investigar el barrio, estudiar la situación de cada familia. Otro se dedicó a la parte técnica del proyecto: analizar el terreno, elegir los materiales, etc. De la parte económica, del armado de presupuestos, de la organización de eventos para recolectar dinero y conseguir donaciones se encargaron estudiantes de Economía y Contabilidad.
La matriz de la fundación
Una de las tareas clave de la fundación es brindar a los emprendedores la personería jurídica, la cuenta bancaria y el asesoramiento que necesiten. “Supongamos —dice Quelas— que alguien quiere fabricar una lapicera especial que dará trabajo a mujeres vulnerables y entonces se anota en la Inspección General de Justicia (IGJ) para obtener la personería jurídica, que con suerte la tendrá en un lapso de dos años. Luego tiene que contratar un abogado, un contador y cuando ya está listo legalmente para fabricar la lapicera perdió el entusiasmo, las ganas de seguir adelante”. La fundación lo que hace es asesorar a los emprendimientos mediante jóvenes profesionales con inquietud social.
“Por otro lado, la pregunta que siempre nos hacemos antes de apoyar un nuevo emprendimiento es ¿para qué se quiere fabricar o hacer tal cosa?”, agrega Quelas. Y cierra la idea: ”Básicamente lo que hacemos es construir un puente entre el emprendedor y las personas más vulnerables”.
Quelas dice que el mayor impacto son las historias que día a día conocen. En una de las paredes de la fundación que diseñaron cuando cumplieron los diez años hay rostros de voluntarios y beneficiarios. Detrás de cada rostro hay una historia que cambió para siempre.
“A mí me resulta difícil hablar de qué actividad tuvo más impacto porque siempre tratamos de anclar todo lo que hacemos en el encuentro entre personas”, dice Tomás Sicouly, actual coordinador de uno de los programas. Quelas menciona una historia que impactó mucho a todos: la del joven Tucu, de 30 años, que vive en un barrio muy carenciado de Córdoba. “El día que llegamos para empezar a construir el baño, antes de saludarnos, nos agradeció porque los voluntarios de Horizonte de Máxima que habían estado en el barrio hablando con él y otros vecinos le habían salvado la vida”. El Tucu, abrumado por circunstancias personales, tenía planeado suicidarse. La llegada de los voluntarios y el vínculo que se generó entre ellos fue lo que hizo que cambiara su trágico final. La reflexión de Quelas es que “no se trata solamente de construir baños o de dar créditos. Se trata de rescatar vidas. No son números, son personas con la vida transformada”.
José Dutari, 24 años, es estudiante avanzado de Ingeniería Industrial y voluntario de Horizonte de Máxima. Él trabaja en Córdoba desde 2020 en proyectos de la plataforma Módulo Sanitario. “Estoy convencido —dice— de que trabajar con la fundación nos permite brindar desde la profesión y desde el conocimiento adquirido en una universidad pública nuestro saber para ayudar a los que menos tienen y de ese modo tratar de construir un país mejor ”.
Un equipo diverso y con inquietudes jóvenes
Sicouly, ingeniero industrial, fue presidente de la fundación durante dos períodos. Llegó como voluntario de Horizonte de Máxima en la primera construcción de Módulo Sanitario y se enamoró del proyecto. Hasta el año pasado, trabajaba en una empresa privada. Hoy es parte del equipo estable de la fundación. ¿De dónde surgen las nuevas ideas?
“Damos charlas en las universidades y colegios secundarios donde nos invitan a compartir nuestras experiencias —cuenta Sicouly— y ahí hablamos del significado que tiene para nosotros volcar nuestro conocimiento profesional en beneficio de familias vulnerables”. A partir de esas charlas se acercan a la fundación estudiantes que quieren sumarse y proponer nuevas ideas para llevar adelante. “Nuestro desafío es acompañarlos y sostenerlos en comunidad. Compartir frustraciones, transmitir aprendizajes”, señala. Horizonte de Máxima cuenta hoy con 1.500 voluntarios.
Por su parte, María Machado, ingeniera en alimentos, llegó a la fundación ya recibida y reconoce que en ese lugar encontró a personas que piensan diferente pero todas trabajando en equipo por un objetivo final. Y eso “no se da en muchas partes”. Hoy ella y Pereira son secretarios generales de la fundación.
Cómo se financia
La fundación tiene varios gastos y honorarios que afrontar, como los de contadores, abogados y otros profesionales. Si bien cada proyecto que apoyan debe sostenerse por sí mismo, Horizonte de Máxima hace un aporte porque todos son corresponsables de la personería jurídica y de las herramientas que se comparten. Para solventar esto, cuenta con socios que donan dinero mensualmente y eso ayuda a planificar. Cada programa tiene a su vez donantes en mercaderías y en dinero. También hay empresas que aportan materiales (se puede donar acá).
Otra manera de ayudar es visibilizar la editorial que tienen. La fundación lleva adelante un programa de edición de libros escritos por varios de sus miembros. En cada uno de ellos se aborda la sinergia entre profesión y vocación social. Todo lo recaudado en la venta de libros se destina a los programas sociales de la fundación. En este momento hay nueve títulos. Se pueden adquirir acá.
Claro que más allá de los recursos económicos, los recursos humanos son el motor de la organización. Por eso, Quelas invita “a los jóvenes universitarios con inquietudes, sueños y esperanzas de transformar el país, a que se acerquen y se sumen”.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones, una alianza entre Río Negro y RED/ACCIÓN.