Comúnmente asociamos la hipertensión con la tercera edad. Sin embargo, la enfermedad que se ganó la fama de ser la “asesina silenciosa” por no dar síntomas inicialmente debería ser una preocupación desde la juventud. “Muchas veces se asume que la hipertensión es de la vejez y, aunque sí se vuelve un problema mucho más frecuente en edades avanzadas, en realidad empieza en edades mucho más tempranas. De hecho, los que más desconocen su hipertensión son los hombres jóvenes”, asegura Marcos Marín, expresidente de la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial (SAHA) en diálogo con RED/ACCIÓN.
Hoy comienza la Semana Mundial de la Sensibilización sobre la Sal, uno de los principales factores causantes de hipertensión que, por su parte, es la primera causa de muerte prematura, la primera causa de ACV y de discapacidad, y la segunda causa de infarto. El consumo diario en la Argentina es 12 gramos de cloruro de sodio (sal) por persona, pero lo que se recomienda es 5 gramos, “por lo que estamos más del doble por encima”, lamenta Marín.
Este año la Organización Panamericana de la Salud (OPS) pone foco en la sal "oculta” en muchos productos procesados y ultraprocesados. De hecho, asegura que en muchos países, tres cuartas partes del sodio en la alimentación provienen del pan, salsas, aderezos, galletas saladas, comidas listas para comer, carnes procesadas y quesos. “Alrededor del 70 al 80 % del ingreso de sodio proviene de los alimentos procesados y ultraprocesados”, añade el especialista de SAHA.
En Argentina, según el Ministerio de Salud de la Nación, la hipertensión afecta a una de cada tres personas adultas. No obstante, el médico aclara que “el estudio PURE que se publicó en 2019 ya habla de una prevalencia prácticamente de 48 a 49 %, o sea, una de cada dos personas a partir de los 30 años. Sucede que, conforme aumenta la edad aumenta la prevalencia. Las mujeres vienen un poco más atrás que los hombres hasta los 50 años, después se equiparan hasta los 70 y luego de los 70 a 80 años son más las mujeres hipertensas. Es decir, el promedio puede estar en algo más del 40 % pero, por ejemplo, en un varón de 30 años puede ser de un 20 o 25 % y un varón de 70 años puede ser de 70 %”.
La importancia de los controles
Dado que no da síntomas, cuando se advierten efectos lo que se está evidenciando es la consecuencia de la enfermedad no tratada. Por eso es importante tener controles frecuentes. Al respecto, al indagar en el motivo detrás de los varones jóvenes como la población más subdiagnosticada, Marín encuentra que “es, básicamente, porque no van al médico. Las mujeres —opina— tienen más incorporado el chequeo ginecológico, por ejemplo. Así y todo no les miden la presión arterial, que es otro problema”.
En países de ingresos altos, como Canadá o Estados Unidos, la hipertensión no es la primera causa de muerte prematura porque la enfermedad está mejor controlada, las personas tienen más acceso a la salud, a la medicación. Su nivel de control es prácticamente del 50 %, precisa el especialista. En cambio, agrega, “nosotros no llegamos al 17-20 % (del total de personas con hipertensión). Entre los hipertensos que sí saben su diagnóstico, menos de la mitad tiene la enfermedad bien tratada y controlada. Hay un gran desconocimiento y luego no están lo suficientemente tratados”.
La situación es preocupante, expresa. Y ejemplifica: “Si detecto hipertensión a un chico de 30 años, en caso de no estar bien tratada a los 60 tiene altas chances de ACV, infarto, insuficiencia renal, deterioro cognitivo. Y hay entre un 20 y un 25 % de gente joven hipertensa que no lo sabe”.
Además de los chequeos médicos y de exigir a los Gobiernos que se tomen acciones concretas para disminuir el sodio en alimentos, Marín aconseja acostumbrar a la familia a comer con menos sal e incorporar más potasio. Por ejemplo, “si comes una porción de pizza después de eso te comes una ciruela, una banana o un damasco, ya que ese potasio es como un diurético que hace que se elimine el sodio rápidamente por orina”.
Sumado al consumo de sal, otros factores que aumentan el riesgo de la enfermedad son la predisposición genética, la obesidad, el consumo excesivo de alcohol, fumar, el uso de prolongado de algunos medicamentos, como corticoides o analgésicos, y la falta de actividad física. En concreto, lo que se produce es un aumento sostenido en el tiempo de la fuerza que ejerce la sangre sobre las paredes de las arterias.