Nuestra tradición cultural da más peso a la lectura individual y a la escritura que al arte del discurso oral. En escuelas e institutos, se prima la enseñanza de la comunicación escrita sobre el texto oral o la lectura en voz alta. De hecho, pareciera que, como actividad en el aula, escuchar a una persona (alumno o docente) leer en voz alta es una actividad anticuada o aburrida con poca utilidad pedagógica.
Sin embargo, no siempre fue así: en el pasado, la oralidad era el registro principal para la comunicación erudita, política y académica. Alberto Manguel nos señala que a san Agustín, en el siglo IV, le resultaba extraño que san Ambrosio se aislase en su celda para leer solo, en silencio, concentrado en el texto. Lo normal entonces era la lectura en voz alta y en grupo. Esto, de hecho, aún se mantiene en la liturgia cristiana.
Nuestros tiempos son muy distintos a los de san Agustín. Los índices de alfabetización se sitúan en España en un 98,1 % de la población, y en nuestras sociedades occidentales la información se registra principalmente por escrito porque así perdura, fijándose en un soporte material (papel, pantalla) que puede transmitirse con facilidad.
Pero esto no quita importancia al habla y la escucha como destrezas de comunicación académica. No solo empleamos la voz para conversar. El texto escrito es un instrumento que nos puede servir también para aprender a emplear mejor la oralidad. Y así lo podemos aplicar en el aula en actividades de enseñanza–aprendizaje.
Dictados, sí o no
Estas actividades no tienen por qué centrarse en los tradicionales dictados, para muchos ya pasados de moda, pero que aún suscitan debate (por ejemplo en Francia).
En el dictado el texto únicamente se lee en voz alta para ser escrito y no como lectura oral por sí misma. Pero veamos otras maneras de aprovechar las ventajas de leer y escuchar lo leído en el aula.
Etapa infantil: potenciar el habla
Los seres humanos empleamos principalmente la oralidad para comunicarnos en el día a día. Tiene una serie de rasgos discursivos exclusivos (sus signos lingüísticos se suceden y se perciben en interacción simultánea en tiempo y espacio entre emisor y receptor), por lo que es idónea para la cotidianidad.
Esta capacidad es natural a nuestra especie y se manifiesta en dos ámbitos. Por un lado, los órganos de fonación (pulmones, laringe, cuerdas vocales, boca…) y audición (oído). Por otro, nuestra capacidad mental para distinguir los sonidos lingüísticos y comprenderlos, dándoles significado. Ambos se desarrollan a medida que crecemos.
La lectura en voz alta, como actividad en el aula, tiene que estar adaptada al nivel de desarrollo de cada alumno en este sentido. Los textos tienen que ser también apropiados para lograr los objetivos propuestos. La lectura en voz alta nos permite identificar posibles dificultades de aprendizaje en el niño, pero también cumple otras funciones formativas.
Expresión en desarrollo
En los primeros años de escolarización, entre los 3 y los 5 años, puede introducirse el funcionamiento de la mecánica lectora. Esta es la etapa logográfica: los niños puede que no sepan descifrar letras y palabras, pero consiguen “leer” imágenes.
Además, la oralidad es su única forma de comunicación eficiente, y por eso debe trabajarse en el aula.
El niño de esta edad se percibe a sí mismo como el centro de su mundo. La lectura en voz alta se convierte así en una extensión de su propio deseo de expresarse. Los libros de esta etapa, en gran formato (álbum ilustrado) y en materiales manipulables (tapas blandas, pop-ups) son perfectos para este objetivo.
La lectura en voz alta en primaria
Ya en primaria, a partir de los 6 años, se introduce el sistema alfabético de relación entre el sonido y lo escrito. El niño empieza a asociar las palabras que ya sabe decir con su representación caligráfica.
La ley educativa de España recoge la “comprensión reflexiva mediante la lectura silenciosa y en voz alta, acompañada de imágenes”. Esto sirve, en el primer ciclo de Primaria, para que el alumno aprenda a reconocer los rasgos formales de textos y reflexionar sobre su contenido.
En esta etapa la lectura en voz alta sirve para practicar con estas destrezas. Conecta ambos “mundos” que el niño empieza a explorar: lo oral y lo escrito. Se mantiene el uso de álbumes ilustrados en el primer ciclo y progresivamente aumenta la complejidad de la lectura.
A medida que el desarrollo cognitivo del niño avanza, las imágenes dejan paso a las letras, pero aun así perduran como un recurso muy potente por su carácter visual y su impacto inmediato.
Aquí entran también en juego las estrategias lúdicas e interactivas, a la vez que instructivas, para la animación a la lectura. Los cuentacuentos, por ejemplo, son muy provechosos para trabajar diferentes destrezas. Dramatización, gestualidad, inflexión de la voz… El texto escrito adquiere total entidad al hacerse oral y público. Toda la clase, o incluso todo el centro, puede formar parte de una misma comunidad de lectores-espectadores.
¿Y los niños con dificultades de habla o lectura?
Evidentemente, la lectura en voz alta plantea un reto a todo el alumnado. La oralidad se trabaja menos en el aula como destreza académica, a pesar de que nos comuniquemos fundamentalmente hablando y escuchando. Y no solo le cuesta a aquellos que tengan vergüenza en hablar en público.
Especialmente, es un reto complejo para quienes tienen dificultades de habla o lectura. Son niños conscientes de que hay una “barrera” que les cuesta superar para comunicarse con los demás. Esta frustración debe gestionarse en clase con empatía y pautas didácticas bien fundamentadas.
Una solución está en generar un ambiente en clase propicio a aceptar esas dificultades. Álbumes como ¡Voy a comedte! ayudan a que el niño las perciba como algo normal y no como motivo de burla o risa. La lectura en voz alta de textos con “errores” puede servir para restarles importancia frente a toda el aula. Y eso generará confianza en los alumnos que manifiesten esas dificultades.
Lecturas en voz alta para adolescentes
¿Y cómo hacemos en la adolescencia? La educación literaria se orienta a comprender el lenguaje literario y aprender la historia de autores y obras. La comunicación oral no se evalúa en las pruebas de acceso a la universidad. ¿Hay hueco en el aula para la lectura en voz alta en este momento?
Lo hay, pero debemos buscarlo. La oralidad continúa siendo una destreza que hay que desarrollar en el aula. La lectura en voz alta ya no está presente de manera explícita en el currículo de Secundaria, pero puede vincularse a otras competencias. El alumnado debe comprender y producir textos orales, escritos y multimodales. El grado de especialización formativa es mayor. Y a esto puede vincularse la lectura oral.
Todo texto escrito tiene dimensión fónica: es decir, puede ser leído en voz alta. Eso nos permite trabajar la entonación y la prosodia (pausas, ritmos), o vincular la ortografía con la pronunciación. Y más aún: hay textos de ámbitos de comunicación exclusivamente oral (por ejemplo, programas de radio, debates, tertulias…) que pueden llevarse al aula como parte de actividades basadas en situaciones de comunicación real. Esto abre un amplio abanico de posibilidades formativas.
Así que cualquier texto puede ser material válido, porque lo que nos interesa es fomentar la lectura en voz alta como actividad en sí misma. Y esto le revela al alumno las similitudes y diferencias que hay entre la oralidad y la escritura, en textos que son esencialmente orales y que deben producirse según ese registro.
Del pasado al futuro
La lectura no puede limitarse únicamente al hogar, al aula o a las bibliotecas. Los estudios en hábitos lectores constatan una realidad: falta mucha más lectura como actividad cotidiana.
Y si dejamos de lado la dimensión oral de la lectura, perdemos no solo la que fue su manifestación primera en la historia. También excluiríamos aquella dimensión que la convierte en actividad social.
Los textos idóneos para leer en alto son los que tienen una vertiente dramática: obras de teatro, poesías épicas o narraciones con predominio de la acción. Pero, en esencia, todo texto puede ser expuesto en público. Solo así podrá comprobarse su pleno potencial como instrumento de comunicación colectiva.
Los educadores saben que la principal herramienta para transmitir contenidos en el aula es el habla. Y el libro guarda un enorme potencial como depósito de historias para captar la atención de los lectores desde muy temprana edad. Ambos, habla y libros, están, pues, llamados a encontrarse. Así que ¿por qué no aprovechar esta oportunidad?
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.